Semana del 23 al 29 de
diciembre del 2018
Fiestas ¿navideñas?
Esto de las Navidades parece que se está complicando cada
día más. O, tal vez, a mi me lo parece.
En mi infancia, el pistoletazo de salida era el 21 de
diciembre, el día de Santo Tomás, que conocíamos todos como el ‘’día de la chistorra’’
(la ‘tx’ no existía en aquella época). Empezaban las vacaciones en el colegio,
íbamos a buscar a mi padre a la Diputación , ya que en ese día daban fiesta a
sus funcionarios a partir de las 12 del mediodía, y nos dirigíamos todos a la
plaza de la Constitución, aunque no tengo la seguridad de que entonces se
llamase así pero, fuese cual fuese la denominación en la postguerra, por ese
nombre la conocíamos.
Y allí seguíamos el ritual que se trasmitía de padres a
hijos, y que consistía en dar una vuelta por los puestos en que se vendían
bocadillos de chistorra, elegir aquél en el que parecía que ofrecían la mejor
relación tamaño/precio, y acercarnos, saboreando ya el bocata, hasta el
corralito montado en el centro de la plaza donde se exhibía un cerdo que nos
parecía enorme. Era un cerdo que, según la tradición, alimentaban los
barrenderos del ayuntamiento con los restos orgánicos que seleccionaban en su
trabajo diario, y que rifaban entre los que habían comprado el correspondiente
boleto. Según se rumoreaba, el producto de la venta de participaciones en la
rifa se repartía entre los que habían participado en el cuidado y engorde del
cerdo para, de esa manera, aumentar el montante del magro aguinaldo navideño
que tenía fijado el consistorio. Que yo recuerde, nunca compramos ningún ticket
para el sorteo por razones obvias: una familia con seis hijos no podía
arriesgarse a complicarse la vida, y menos las navidades, con el engorro que
suponía hacerse cargo de un cochino de más de 100 kilos.
Y al día siguiente empezaban las navidades en todos los
rincones del país, es decir, de España. Y eso ocurría teniendo casi todo el
mundo una radio que les trasmitiese, con la cantinela que aún subsiste en el
siglo XXI, los números y premios que iban saliendo en el sorteo del Gordo de
Navidad. Por lo menos, hasta que los niños de San Ildefonso extraían el primer
premio, a partir de lo cual la audiencia bajaba drásticamente.
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Y en cambio ahora, ¿qué? Las compras navideñas empiezan con
un mes de antelación y por etapas. El pistoletazo de salida se da con el
anuncio y celebración del ‘’Black Friday’’. Moda estadounidense que la han
importado con éxito todo tipo de grandes almacenes. Se compra de todo, desde
regalos de Papá Noel hasta las cosas que menos se necesitan, porque se ponen a
precios ‘muy asequibles’ hasta los calzoncillos. Lo sigue el puente festivo, ya
consolidado, de la Constitución y la
Inmaculada, en que los loteros hacen su agosto particular. Y a partir de ahí,
la locura, ya que todo el mundo sabe que cuanto más se aproximan las fiestas
navideñas más aumentan los precios de los productos estrella: langostinos,
besugo, percebes,… Y, por lo tanto, interesa comprarlos cuanto antes y
mantenerlos congelados hasta la hora en que toque sacarlos para confeccionar un
menú adecuado con el que asombrar a los invitados. Con la salvedad del besugo
que de plato ‘estrella’ ha pasado a plato exclusivo de restaurantes con un
mínimo de ‘tres estrellas’ Michelin ya que, por lo que comentan los ‘’pescateros’’,
han desaparecido del mapa o se han ido a pasar un par de semanas de vacaciones
al Caribe.
Y no voy a decir casi nada en relación con las
elucubraciones mentales, por no llamarlas de otra manera más soez, que se hace
la gente para comprar el regalo adecuado. Antes con una muñeca para las niñas y
un coche más o menos automatizado para los niños estaba todo solucionado. Solo
había que escoger entre muñeca rígida u otra con articulaciones en piernas y
brazos en el primero de los casos, o un coche con o sin cuerda de muelle con la
que tuviese una autonomía de unos cuantos metros, para el segundo. Y con un
criterio muy sencillo de aplicar en la elección: las disponibilidades
monetarias. Y cuando éstas estaban bajo mínimos ya sabíamos lo que nos
esperaba, algo de vestir o calzar. Y si cuando, de escuincles, sospechábamos
que algo parecido podía ocurrir, nos encomendábamos al Niño Jesús, a la
Inmaculada o al santo que más devoción
tuviésemos en aquel momento, para que se cumpliese una de las alternativas que
se citan a continuación.
a)
Que si sus majestades nos traían zapatos nuevos,
no fuesen de los de Segarra, más duros que una piedra, indeformables e
indomables. Porque, al parecer, eran los que más a mano les venían pues,
viniendo de Oriente, siempre tenían que pasar por Castellón, que era donde creo
que los fabricaban.
b)
Y si la cosa iba de jerséis, chaquetas o
pantalones heredados, que fuesen de un hermano mayor que hubiese dado un
estirón repentino y no le hubiese dado tiempo a estropearlos en demasía.
Por otra parte, siempre tenías tiempo hasta enero para hacer
la selección y la compra, ya que todo y todos entregaban sus regalos a través
de los Reyes Magos. Ahora lo primero es elegir entre los intermediarios
posibles. Unos se decantan por Papá Noel, otros por el Olentzero, muchos siguen
con los Reyes Magos, y hasta algunos más ‘modernos’, hacen intervenir a las
‘’Reyes Magas’’. Y el tema de elección del regalo se transforma en un trabajo
de cíclopes pues existen catálogos que te presentan más de mil posibilidades y
que ponen en un brete al empleado al que solicitan algunos clientes que les
diga si tienen disponible el juguete número 425 del catálogo. Al final, la
solución suele ser pasear entre los estantes que tienen organizados los grandes
almacenes por edad y finalidad educativa y utilizar el juego infantil de
‘’Pinto, pinto, gorgorito’’ para decidirse por uno de ellos. Eso sí,
arriesgándose a que se lo tiren despectivamente a la cara cuando llegue el
Olentzero, Papá Noel e incluso aunque sean los Reyes Magos.
Y son días de estrés, no post-traumático, pero casi. Todo el
mundo de un lado a otro con prisa, andando o en coche, y quiere que se le
atienda rápido y sin equivocaciones. Además, si vas tú conduciendo, te
protestan si vas despacio buscando un aparcamiento o, a veces, hasta te
insultan si no aciertas a la primera en aparcar en la zona azul y, si les viene
a mano, te impiden hasta la incorporación a una rotonda que encuentres en tu
camino. Y todo son exigencias en fruterías, colmados e, incluso, en la
panadería.
- Estos kiwis están muy duros, y no digo nada de los aguacates que me
has puesto. Esos no los puedo comer hasta la próxima Semana santa.
- Señora, ¡pues venga la semana que viene que ya estarán blanditos!
- Pues con el rato que lleva y las interrupciones y añadidos que le
provocan las llamadas que atiende, a nosotras nos ‘’dan las uvas’’.
- ¡Eso! Pero miremos el lado positivo. Cuando nos llegue el turno, los
kiwis y los aguacates estarán en su punto.
__________
- Caballero, ¿qué pan quiere?
- Aquél, ¿cómo se llama?
- ‘Pan payés’
- ¿Pan payés? Pues por la pinta que tiene yo creía que era ‘pan de
pueblo’
-Tiene razón. Es que también se le conoce como ‘pan de pueblo’
- Pues aquí, en Andalucía, le llamamos ‘pan de pueblo’. Así que deje de
llamarlo ‘pan payés’ que de los catalanes estamos hasta…¿Puede cortarme uno?
-¡Naturalmente! ¡No faltaba más!
- Pues me llevo uno bien cortado. ¡Y de payés, nada!
(En este diálogo me ha sido imposible reflejar las sucesivas
expresiones de las caras de ambos interlocutores)
Y para los críos, chamacos, chavos o como quiera que se les
llame en cada región, autonomía o país, ¿qué son las fiestas navideñas? Ni me
lo puedo imaginar, pero supongo que para todos serán, fundamentalmente, una
época de vacaciones. Su proximidad la habrán detectado en cuanto hayan visto
colocar y encender las luces que iluminan las calles del lugar donde residan, y
esa esperanza se habrá visto reforzada cuando la rutina colegial se haya roto
debido, sobre todo, a la introducción de actividades extra-académicas. Fiestas
de disfraces en unos casos, de celebración del solsticio de invierno en otros,
representaciones teatrales para solaz de padres y parientes en algunos, o de
Navidad con interpretación de villancicos en los menos. Estos últimos escasean
cada vez más, pues eso de cantar villancicos, de visitar belenes, o de escribir
cartas a los Reyes Magos, puede tacharse de intromisión en la intimidad de los
infantes, o de ofensa a otras creencias religiosas.
Y cuando cierran los centros educativos, ¿qué pasa con ellos?
¡Pues vaya usted a saber! Las posibilidades son enormes, y van desde no saber
con certeza hasta el último momento si toca pasar la Nochebuena (¡perdón! La
noche de Santa Claus o de Papá Noel) con papá y la nueva mamá, o, con mamá y el
nuevo papá, hasta si la cosa va a consistir en disfrutar de la compañía de los
abuelos la mayor parte del tiempo. Aunque muchos quizá sueñen con que este año,
¡por fin!, van a irse a pasar unos días a una estación de esquí o casa de unos
familiares. O, con un poco de suerte, comenzar el nuevo año en algún lugar
exótico.
Yo quiero creer, y espero, que muchos de los que aún no
tengan duda alguna de que los Reyes Magos existen, pasen estas fiestas en
familia, saboreando esos momentos y manjares que cualquier persona de mi edad
considera inolvidables: las almendras tostadas que solo aparecían en las cenas
de Navidad; la sopa de pescado que preparaba el abuelo o la compota que siempre
traía a las cenas la abuela; la ceremonia de preparar la bandeja de turrones y
demás dulces navideños; el primer sorbo de una bebida alcohólica, y me refiero
al champán, que te permitía probar el abuelo a escondidas y de su propia copa;
el dormitar, agotado, entre los brazos de quien se prestaba a ello, en la únicas
noches que no te acostaban a las 10 en punto; las travesuras que hacías
metiéndote debajo de la mesa en un momento de descuido de los mayores, y de las
que siempre se chivaban tus hermanos o hermanas;….
Y mejor es dejar de lado los recuerdos y desear a todos
¡¡¡FELICES FIESTAS
NAVIDEÑAS!!