domingo, 21 de octubre de 2018


Quincena del 7 al 20 de octubre del 2018

Y después de los 80, ¿qué?


Lo acaecido en días pasados en relación con el viacrucis que supuso la resolución del problema telefónico, me ha llevado a reflexionar sobre los ámbitos en los que un jubilado puede hablar con más o menos libertad.

A estas edades somos conservadores por naturaleza y, si has vivido épocas en las que te hubiese gustado cambiar las cosas y hasta te hayas unido a grupos más o menos revolucionarios, ahora te rías de tus propios arrebatos reformadores tanto si proceden de la izquierda, como si los proclaman como promesas los del centro o los de la derecha. Pero no todos. Hay gente entre los de nuestra generación, sobre todo entre los que consideran que la pensión que perciben no se corresponde con los esfuerzos y sacrificios que hicieron durante su vida laboral, a los que las proclamas sobre cualquier aumento de los precarios ingresos que les hace el ‘papá estad’ a fin de mes, les alegran el oído y les despiertan la esperanza. Y hasta les disminuyen los achaques que, en otras circunstancias les impedirían salir a manifestarse contra viento y marea.

Pero vayamos al grano. ¿Con quién y de qué puede hablar un jubilado de mis características? Profesional de la educación, funcionario saltarín que ha picoteado en casi todos los niveles, y trasplantado ‘motu propio’ a un lugar que está a mil kilómetros de lo que era su hábitat natural durante los últimos veinticinco años. Hagamos un repaso.

Y vamos a empezar por los contactos habituales y cuasi obligatorios de todos los días en los que siempre hay algo que comprar y, si no, uno se los inventa para no aburrirse. Para estos casos, lo primero que hay que hacer es una matización muy importante: no hablas, sino que escuchas. Y los temas suelen ser de lo más variado. Lo mismo te hablan de la ignorancia supina que manifiesta la juventud en relación con gestiones que a los ‘antiguos’ nos parecían tan sencillas como comprar el pan (‘’¡Ah! ¿O sea que para comprar un sello de correos no hace falta dar la dirección propia ni enseñar el DNI?’’), como te explican con todo detalle cómo se hizo su pariente una herida en el pie con la radial cuando arreglaba una cerca y las consecuencias que ese ‘detalle’ ha tenido en la recolección de tomates ecológicos.

Capítulo aparte merecen las llamadas telefónicas de toda índole y sobre temas de lo más variados. Con esto de los ‘’big data’’,  el que llama para hacerte alguna oferta sabe más de tí que la madre que te parió. Si es de una compañía telefónica ya conocen lo que pagas a la que te suministra sus servicios, y tratan de convencerte que con la que representan ellos vas ahorrar un montón de dinero. Y al final no te queda más remedio que decir a tu interlocutor que lo que quieres y te gusta es gastarte el dinero porque no quieres dejar ni cinco a tus allegados. Y mejor no hablar de los seguros de deceso. ¡Si cuando me muera, yo no voy a pagar ni un céntimo de lo que cueste mi entierro!

La única ventaja que tienen los años es el ‘’haber cruzado la línea invisible’’, tal como dice Pérez Reverté en su artículo del XL del 23 de septiembre último. Es decir, poder pensar y decir lo que quieres sin ningún tipo de autocensura. Lo peor de este principio es que los ámbitos en los que puedes aplicarlo son mínimos, ya que las personas dispuestas a escucharte se pueden contar con los dedos de una mano, y aun te sobran dedos. Los jóvenes se las saben todas y, como mucho, te interpelan para preguntarte la hora, para pedirte una ‘ayudita’ que les permita ir a divertirse a la feria del pueblo más próximo o directamente 10 euros para recargar el móvil. Y los de más edad, sobre todo si están inmersos en una vida laboral ajetreada, consideran que tus opiniones están ya pasadas de moda, que tus posibles recomendaciones están fuera de contexto y, solo esporádicamente, se interesan por tu salud y tus achaques, si los tienes.

Pero siempre queda por abrir una puerta a la esperanza: contactar con los de tu generación el mayor número de veces posible. Mientras puedas, reunirte con ellos para desgranar hechos y rememorar historias pasadas que siempre son las agradables pues, gracias a dios, las desagradables son las primeras que se olvidan. Y si ya no puedes trasladarte con facilidad ‘por tierra, mar y aire’, ahí están los medios de comunicación modernos, aunque la verdad es que, por nuestra iniciación tardía, lo único que utilizamos con cierta destreza es el correo electrónico.

Pero no hay que desanimarse. A partir de los ochenta aun quedan muchas cosas que podemos hacer, pero siempre evitando aquellas que pueden provocarnos más males que beneficios. Seguiremos.

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