Quincena del 7 al 20 de octubre del 2018
Y después de los 80,
¿qué?
Lo acaecido en días pasados en relación con el viacrucis que
supuso la resolución del problema telefónico, me ha llevado a reflexionar sobre
los ámbitos en los que un jubilado puede hablar con más o menos libertad.
A estas edades somos conservadores por naturaleza y, si has
vivido épocas en las que te hubiese gustado cambiar las cosas y hasta te hayas
unido a grupos más o menos revolucionarios, ahora te rías de tus propios
arrebatos reformadores tanto si proceden de la izquierda, como si los proclaman
como promesas los del centro o los de la derecha. Pero no todos. Hay gente
entre los de nuestra generación, sobre todo entre los que consideran que la
pensión que perciben no se corresponde con los esfuerzos y sacrificios que
hicieron durante su vida laboral, a los que las proclamas sobre cualquier
aumento de los precarios ingresos que les hace el ‘papá estad’ a fin de mes,
les alegran el oído y les despiertan la esperanza. Y hasta les disminuyen los
achaques que, en otras circunstancias les impedirían salir a manifestarse
contra viento y marea.
Pero vayamos al grano. ¿Con quién y de qué puede hablar un
jubilado de mis características? Profesional de la educación, funcionario
saltarín que ha picoteado en casi todos los niveles, y trasplantado ‘motu propio’
a un lugar que está a mil kilómetros de lo que era su hábitat natural durante
los últimos veinticinco años. Hagamos un repaso.
Y vamos a empezar por los contactos habituales y cuasi
obligatorios de todos los días en los que siempre hay algo que comprar y, si
no, uno se los inventa para no aburrirse. Para estos casos, lo primero que hay
que hacer es una matización muy importante: no hablas, sino que escuchas. Y los
temas suelen ser de lo más variado. Lo mismo te hablan de la ignorancia supina
que manifiesta la juventud en relación con gestiones que a los ‘antiguos’ nos
parecían tan sencillas como comprar el pan (‘’¡Ah! ¿O sea que para comprar un
sello de correos no hace falta dar la dirección propia ni enseñar el DNI?’’),
como te explican con todo detalle cómo se hizo su pariente una herida en el pie
con la radial cuando arreglaba una cerca y las consecuencias que ese ‘detalle’
ha tenido en la recolección de tomates ecológicos.
Capítulo aparte merecen las llamadas telefónicas de toda
índole y sobre temas de lo más variados. Con esto de los ‘’big data’’, el que llama para hacerte alguna oferta sabe
más de tí que la madre que te parió. Si es de una compañía telefónica ya
conocen lo que pagas a la que te suministra sus servicios, y tratan de
convencerte que con la que representan ellos vas ahorrar un montón de dinero. Y
al final no te queda más remedio que decir a tu interlocutor que lo que quieres
y te gusta es gastarte el dinero porque no quieres dejar ni cinco a tus
allegados. Y mejor no hablar de los seguros de deceso. ¡Si cuando me muera, yo
no voy a pagar ni un céntimo de lo que cueste mi entierro!
La única ventaja que tienen los años es el ‘’haber cruzado
la línea invisible’’, tal como dice Pérez Reverté en su artículo del XL del 23
de septiembre último. Es decir, poder pensar y decir lo que quieres sin ningún
tipo de autocensura. Lo peor de este principio es que los ámbitos en los que
puedes aplicarlo son mínimos, ya que las personas dispuestas a escucharte se
pueden contar con los dedos de una mano, y aun te sobran dedos. Los jóvenes se
las saben todas y, como mucho, te interpelan para preguntarte la hora, para
pedirte una ‘ayudita’ que les permita ir a divertirse a la feria del pueblo más
próximo o directamente 10 euros para recargar el móvil. Y los de más edad,
sobre todo si están inmersos en una vida laboral ajetreada, consideran que tus
opiniones están ya pasadas de moda, que tus posibles recomendaciones están
fuera de contexto y, solo esporádicamente, se interesan por tu salud y tus
achaques, si los tienes.
Pero siempre queda por abrir una puerta a la esperanza:
contactar con los de tu generación el mayor número de veces posible. Mientras
puedas, reunirte con ellos para desgranar hechos y rememorar historias pasadas
que siempre son las agradables pues, gracias a dios, las desagradables son las
primeras que se olvidan. Y si ya no puedes trasladarte con facilidad ‘por
tierra, mar y aire’, ahí están los medios de comunicación modernos, aunque la
verdad es que, por nuestra iniciación tardía, lo único que utilizamos con
cierta destreza es el correo electrónico.
Pero no hay que desanimarse. A partir de los ochenta aun
quedan muchas cosas que podemos hacer, pero siempre evitando aquellas que
pueden provocarnos más males que beneficios. Seguiremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario