Semana del 16 al
22 de septiembre del 2018
Mazagón a los 80 (IX y último)
18 de julio
No sé si he tenido una pesadilla en los momentos previos al
estado de vigilia, pero el caso es que me he despertado inquieto y mirando a mi
alrededor, tratando de recordar el sitio en que me encontraba. Cuantos más años
tienes, más se exagera la necesidad de dominar tu entorno, y más reacio se
vuelve uno a cambiar el lugar donde duermes y vives habitualmente por otro
desconocido. No hay nada más angustioso que levantarte a media noche y no saber
con certeza dónde está el baño.
En el desayuno se ha dado una circunstancia extraña y es
que, al contrario de la mayoría de las veces, todo el mundo tenía necesidad de
mantequilla, por lo que se han vivido unos momentos de desabastecimiento con
las consiguientes prisas y hasta empujones por hacerse con las últimas raciones.
Y eso que Danacol sigue ‘machacando’ con sus anuncios intentando que bajemos el
consumo de grasas o que, si no renunciamos a ellas, nos hagamos adictos a sus
productos. Me da la impresión de que los anuncios y reportajes sobre los
efectos nocivos del aceite de palma haya inducido a que la gente se fie más de
los derivados directos de la leche de vaca y que, por si acaso, reduzca el
consumo de margarinas.
Tal vez debido a que era el último día de nuestra estancia
en el Parador, la elección de las hamacas fue más difícil de lo normal. De
entrada, nos colocamos en las que estaban junto al acceso a la zona de la
piscina que también eran las más próximas a los servicios. La llegada de la
segunda pareja acompañada de sus churumbeles dando gritos de alegría y
abrazados a sus flotadores, nos convenció de que estaríamos más tranquilos
alejados de esa entrada, y nos trasladamos con nuestros bártulos a otra
sombrilla. Al cabo de no mucho tiempo, unos diez minutos aproximadamente, y no
recuerdo bien si fue porque la sombra de que disponíamos no era la adecuada por
su tamaño u orientación, doblamos las toallas, las metimos en las canastas
piscineras junto a los libros, la radio y demás, y…¡de hamaca a hamaca y te
aguantas por la matraca! Y ya no cambiamos, más por agotamiento que por las
cualidades y situación del nuevo emplazamiento.
En el intento de probar todos los servicios del Parador,
hice una excursión hasta la cafetería para comprobar si podíamos comer en el
jardín del que disponía. Si la gestión resultó un fracaso, no fue menos
deprimente el comprobar, cuando llegué al lugar donde nos habíamos instalado, que
el camino de vuelta se me había cagado encima un pájaro que, gracias a Dios,
era de pequeño tamaño y no una gaviota de esas que revolotean a todas horas en
las zonas de costa.
Menos mal que el pargo que nos sirvieron en la comida
compensó en gran parte las vicisitudes padecidas por la mañana, lo que nos
permitió volver animados a nuestra habitación para descansar e ir preparando el
equipaje.
La despedida fue de lo más ascética: un sándwich misto para
los dos. Y con ese escaso bagaje alimenticio nos fuimos a descansar, pensando
ya en el viaje de vuelta.
19 de julio
El desayuno casi normal, pues me di el gustazo de disfrutar
del bufet, atrapando y engullendo un ‘xuxo’, con la esperanza de que esa masa
azucarada y cremosa mantuviese mi estómago en silencio durante todo el viaje de
vuelta.
El recorrido por las carreteras de Huelva hasta Sevilla
transcurrió con retenciones cuya causa trajo a mi memoria recuerdos pretéritos.
Aquellos tiempos de la postguerra en los que veíamos a los peones camineros de
la Diputación de Guipúzcoa empujando sus carretillas llenas de grava con la que
iban rellenando los baches de la carretera antes de amalgamarla con lo que entonces
conocíamos con el nombre de ‘galipot’. Y ahora, casi 80 años después, con otros
medios más modernos, seguían haciéndolo en una autovía de alta densidad de
circulación….¡a media mañana! ¿Es que no hay otros intervalos de horas con
circulación más escasa en que pueda hacerse este tipo de reparaciones?
Aguantamos con estoicismo los no menos de cinco kilómetros
de coches con que tropezamos un par de veces, y llegamos sin más problemas a
San Pedro de Alcántara, donde lo primero que hicimos fue recoger las rosas que florecían en nuestra terraza
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