domingo, 3 de diciembre de 2017

Semana del 26  de noviembre al 2 de diciembre del 2017


CRONICAS DE UN VIAJE (IV y último)


Viernes 3 de noviembre

Día de transición y de despedidas. Nuestros protagonistas, por la mañana, redujeron su actividad  al máximo, pues se había volatilizado la posibilidad de una visita al Acuario por falta de tiempo. Así que después de dar un paseo por los alrededores y de obtener alguna prueba fotográfica de que desde la habitación del hotel se veía, o por lo menos se vislumbraba,  la bahía de la Concha, se fueron a tomar una cerveza a un bar próximo, antes de pedir un taxi para que les acercara hasta el restaurante Saltxipi. Allí se reunieron las familias al completo, pues la persona que faltaba, había llegado hacía una hora a San Sebastián en tren para pasar el fin de semana con los suyos.




Y después de la comida, que no tuvo mucho que destacar, se fueron al hotel a descansar, ya que la tarde iba a estar destinada a las despedidas. Primero, la de los sobrinos, con los que se reunieron en la terraza del Sebastopol, donde se dedicaron a rememorar tiempos pasados y a ‘’despellejar’’ los actuales. Y una horas más tarde, y en el mismo sitio, con el resto de participantes de la escapada a Donostia, para planificar el día siguiente, ya que la previsión era la de dividirse en dos grupos  con itinerarios diferentes: unos, en busca de una casa rural situada cerca de la costa guipuzcoana, y los otros, camino de vuelta a Madrid. Y allí se acomodaron más de una hora, hasta que se acabaron los bocatas y tapas apetecibles de la barra, que iban solicitando en tandas sucesivas.  Y después de acordar las horas de encuentro y recogida del día siguiente,….¡cada mochuelo a su olivo!



Sábado 4 de noviembre


Después de tomar un desayuno si no abundante, por lo menos ‘sabrosón’, de dar solución conveniente a sus deudas pendientes en el hotel y el garaje, y de recoger  a quienes les iban a acompañar en el viaje, pusieron rumbo a Madrid. Con premeditación y alevosía se detuvieron en el Hotel Landa a degustar aquello que apeteció a cada uno, de entre lo típico del lugar, no faltando ni los huevos fritos con morcilla, ni la torta de chistorra, ni el brioche. No se demoraron más de lo necesario pues sabían que la borrasca les perseguía, pero solo hizo su aparición, con un buen chaparrón, cuando descendían el puerto de Somosierra.

Entraron en Madrid por la calle de Alcalá y, una vez que dejaron a sus acompañantes en su domicilio, siguieron las instrucciones del navegador hasta llegar al hotel que ya era como su segundo hogar en sus desplazamientos a la capital del Reino.

Descansaron un rato antes de acercarse con tranquilidad y haciendo un par de paradas para recuperar la respiración hasta la parroquia de San Manuel y San Benito, ascendiendo desde Serrano por la calle Columela. Cumplieron allí sus compromisos religiosos y regresaron al hotel.


La vuelta, aunque con idéntico itinerario al de la ida, la hicieron cada uno por su lado, ya que el más dotado pulmonarmente bajó rápidamente hacia Serrano porque tenía dudas, debidamente fundamentadas, sobre sus posibilidades de encontrar todavía abierta la pastelería Mallorca, y su querencia  por sus buñuelos, torteles y otros productos similares, le ponía alas a sus pies. Por pocos minutos lo logró, pero no dio los resultados esperados pues solo quedaban los restos de buñuelos rellenos de mezclas extrañas y algo de bollería. Se debió entretener tanto buscando distintas alternativas que al salir del Mallorca y asomarse a la calle Columela, no vio a nadie bajando hacia Serrano. Sospechando que su pareja se hubiese sentado a descansar un rato en algún recodo o poyete fuera de su campo visual, apuró el paso de vuelta a la parroquia y desistiendo de la búsqueda en esa dirección al llegar al cruce con la calle Lagasca. Volvió a bajar deprisa y a la pata coja, que era como podía hacerlo a más velocidad, y se asomó a la calle Serrano mirando en ambas direcciones, sin ver al objeto de sus pesquisas. Preocupado, cruzó Serrano en cuanto se lo permitió el semáforo y, finalmente, alcanzó a su pareja antes de acceder a la bocacalle del hotel.  Una vez en él, todo fue tranquilidad, buenos alimentos y un rato de TV para adormecerse antes de acomodarse para un sueño reparador.


Domingo 5 de noviembre


¡Y por fin amaneció el domingo! Y la alegría no era por que fuese un día de fiesta sin obligaciones, ni siquiera porque podían permitirse el lujo de hacerse el remolón en la cama, pues no eran éstas, causas relevantes de alegría para nuestros viajeros. El motivo era que…¡volvían a SU casa! Dejaban atrás camas extrañas, baños con duchas que, según ellos, necesitaban de un libro de instrucciones para usarlas convenientemente, prisas para ir de un lado a otro, esperas inoportunas en los ascensores de los hoteles que cuando más los necesitas, más tardan en llegar,… No puede negarse que también dejaban atrás algunas comodidades como no tener que ocuparse de hacer las camas o arreglar la habitación, desayunar y comer a mesa puesta, …, aunque estas ventajillas no compensaban nunca el relajo, la despreocupación y la tranquilidad de estar en SU hogar.

Prepararon el equipaje, bajaron a tomar el buffet del hotel, charlaron tranquilamente mientras lo hacían con los familiares que habían ido a verles, y salieron hacia la M-30 para enfilar la carretera de Andalucía.


Tal como tenían previsto de antemano, tomaron un tentempié en La Perdiz y, sin volver a detenerse, siguieron viaje hasta llegar a su domicilio. Y lo que pasó a partir de ese momento pertenece al arcano hasta para los implicados.

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