domingo, 14 de agosto de 2016

Semana del 7 al 14 de agosto del 2016)

Lo importante es dejar acabado el viacrucis sanitario. Por eso, para los que no lo hayan leído en la entrada anterior y, aun hoy, sigan sin querer leerlo,  se enumeran las Estaciones ya desarrolladas para, por lo menos, tener un punto de referencia.

1ª ESTACIÓN: La Tatiqui es interrogada y auscultada

2ª ESTACIÓN: A la Tatiqui le toman la tensión por primera vez

3ª ESTACIÓN: La médico se mosquea

4ª ESTACIÓN: La Tatiqui es trasladada a la sala de infartos

5ª ESTACIÓN: A la Tatiqui le hacen el primer electrocardiograma

6ª ESTACIÓN: Ante la duda, prevención

7ª ESTACIÓN: Sin evolución, no hay solución

8ª ESTACIÓN: Reunión de pastores, ‘’ovejera’’ muerta, o casi

HASTA AQUÍ LO QUE OCURRIÓ EN URGENCIAS DE SAN PEDRO DE ALCÁNTARA

9ª ESTACIÓN: La Tatiqui es trasladada a su particular calvario

CALVARIO (según La Pirupedia)

Lugar situado a unos 20 km del ambulatorio de San Pedro de Alcántara, y también conocido como Hospital de la Costa del Sol

El Pirulo, disimulando y como quien no quiere la cosa, se hace con los mandos de la silla de ruedas y traslada a la Tatiqui, incluido el gotero de suero, hasta la ambulancia. Y lo hace con la esperanza de que le dejen incorporarse a la ‘caravana’ sanitaria como acompañante. Pero ni por esas. A las puertas de la ambulancia y cuando ya estaba ayudando a la Tatiqui a pasar de la silla de ruedas a la camilla, le dicen de muy buenas formas que en lo relativo a ir él en la ambulancia haciendo sonar la sirena para ayudar, nanai de la china. Que ni haciendo sonar la sirena, ni sacando el pañuelo por la ventanilla, ni sosteniendo el gotero, ni con ninguna otra excusa peregrina que se le ocurra. Que él se traslade a Urgencias del Hospital como crea conveniente: en autobús, a pie, haciendo cicloturismo o uniéndose a un grupo de turistas japoneses. Como le dé la gana, pero de ninguna de las maneras con la Tatiqui . Y que ni se le ocurra preguntar si puede ir como asistencia psicológica, que ese motivo ya lo habían utilizado otros, y que con el primero que la utilizó, ‘’coló’’, pero que se arrepintieron de habérselo permitido pues, como consecuencia de su presencia, tuvieron que ser atendidos psicológicamente hasta el conductor.

Visto lo cual, el Pirulo salió por piernas como si hubiese visto al diablo para coger el coche e intentar llegar al hospital lo antes posible, a poder ser, antes que la ambulancia. Se subió al mismo y, sin pensárselo dos veces, decidió ir por la AP-7, sobre todo para evitar  los atascos de la A-7 que, en esta época, se producen a cualquier hora del día entre San Pedro y Puerto Banús. Y eso podía provocar, según el ingenuo razonamiento del Pirulo, que cuando llegase a Urgencias, la Tatiqui estuviese ya esperándole, desesperada,  en la entrada, después de pasar todas las revisiones habidas y por haber. Si hubiese tenido la más mínima visión de futuro, sabría que podía irse a Málaga, tapear por la calle Larios y alrededores, y volver al hospital, con la seguridad de encontrarla dormitando en algún rincón de la sala de espera aguardando a que los altavoces dijesen su nombre para pasar consulta.

Apretó el acelerador en cuanto se incorporó a la autopista de peaje, pero como si nada. El cochecillo que conducía estaba acostumbrado a no pasar de 60 km/hora, y se atragantaba con tanta gasolina. Así que metió la quinta, lo ‘forzó’ a 2.500 rpm, y se puso a una marcheta que le obligaba a ponerse en el carril de la derecha viendo pasar por su izquierda a toda velocidad (relativa) hasta a los camiones de recogida de basuras que, más de una vez, le obligaron a retirarse y a circular por el arcén. Con la ventaja añadida de que el vacío que provocaba su adelantamiento lo succionaba, y lo devolvía al carril derecho.

Por fin llegó a la desviación del hospital, lo rodeó para ver si tenía la suerte de encontrar aparcamiento cerca de Urgencias y, al no encontrarlo, no tuvo más remedio que acceder al parking de pago. Lo malo es que la salida de dicho aparcamiento está justo en el extremo opuesto de la diagonal imaginaria que une Urgencias y el Parking en el macro complejo hospitalario (comprobar, si se quiere, en el googlemaps). Por todo ello, no tuvo más remedio que hacer el kilómetro lanzado, a pie, a pleno sol y a la pata coja, atravesando aparcamientos con coches pegados unos a otros de tal manera que no podía pasar entre ellos y se veía obligado a rodearlos.

Al final, llegó a la puerta de entrada de Urgencias, en una situación física más adecuada para unas maniobras de reanimación en toda regla que para preguntar inocentemente por una recién ingresada, pero con la suerte de toparse con la ambulancia de San Pedro de Alcántara, cuyo chófer, al que recordaba, estaba ordenando su interior, y que le comunicó que la Tatiqui acababa de entrar, o mejor dicho, que a la Tatiqui acababan de llevarla en camilla a la zona donde hacía, como quien dice, la entrega de ‘’paquetería’’, para su recepción y control.



10ª ESTACIÓN: La Tatiqui llega al calvario

CALVARIO (2ª Acepción, también según la Pirupedia)

Acumulación de gente, edificios acabados e inacabados, y sobre todo coches y sillas de ruedas, situado a las afueras de las antiguas murallas de Marbella. Al estar en alto, es visible a distancia, por lo que acuden a él, como moscas a la miel, gente de toda edad, nacionalidad y condición, pero sobre todo jubilados españoles y de distintos países europeos.

Los coches son de tracción mecánica y tienen prácticamente un movimiento continuo en busca de aparcamiento.  Las sillas de ruedas son de tracción animal y, al igual que los coches, también gozan de un movimiento continuo pero, en este caso, en busca de médico que les atienda. Solo en las salas de espera pueden estar inmovilizadas por tiempo indefinido


El Pirulo encontró a la Tatiqui al comienzo de una fila de camillas pegadas a la pared, cuyos ocupantes tenían a cual peor pinta. Por eso, cuando llegó a su altura, se le alegró la cara, pues en comparación con lo que había ido viendo se encontró con alguien que miraba con curiosidad, respiraba más o menos entrecortadamente y, en fin, daba muestras normales de vida.

Le mostró, todo orgulloso, el bolso del que no se había separado ni cuando manejaba el volante del coche, como un claro signo de que no se había olvidado de nada y de que le había tenido muy presente desde la hora en la que le había perdido de vista. Y aunque ella no reforzó su modélico comportamiento ni siquiera con la mirada, se olvidó pronto de ello pues la pasaron casi inmediatamente al ‘triaje’, es decir, a la sección de selección y clasificación de pacientes en función de prioridad de atención médica. Y la Tatiqui no debía de tener mucha prioridad pues, después de analizar los datos que llevaba del ambulatorio, le quitaron el gotero dejándole la cánula del catéter bien fija, comprobaron que respiraba aun después de quitarle la mascarilla (¡qué remedio!) y se la entregaron al Pirulo sentada en una silla de ruedas para que el pobre, asumiendo su papel de tracción animal, la trasladase a la sala de espera y aguardasen allí hasta que los altavoces les llamasen para consulta médica.



11ª ESTACIÓN: Quien espera, desespera

Y allí se fueron. A una sala de urgencias en la que había unas cincuenta personas, aunque no todas para ser ‘revisadas’, ya que bastantes de ellas llevaban puesta una pegatina en la que se podía leer ‘ACOMPAÑANTE’.

El Pirulo, aun sin disponer  de la correspondiente pegatina, asumió su papel y, a trancas y barrancas, giro por aquí y empujón por allá, acomodó la silla junto a un asiento libre y allí, juntitos en la desgracia, en la salud y en la enfermedad, en la esperanza de ser llamados aunque no elegidos, con fe en sus propias fuerzas más que en la sanidad andaluza, dejaron pasar los minutos y hasta las horas. Y se entretuvieron en observar al paisaje y al paisanaje.

Y el paisaje era desolador. Suponiendo que la mitad e las personas que deambulaban por la sala eran ‘acompañantes’, los enfermos pendientes de consulta eran unos 25, sin contar el que acababa de entrar con la nariz rota.

Y en cuanto al paisanaje, había de todo. Un abuelico que había dejado atrás los 90, y que dormitaba en su silla de ruedas envuelto en una sábana, y que seguro estaba pensando que lo suyo era ya ‘’el sueño de los justos’’. Un fornido señor de unos 90 kilos, que no necesitaba ni acompañante ni nada parecido para moverse en su silla de ruedas, y que parecía instalado a la entrada del pasillo de consultas, impidiendo el paso a la mayoría y reclamando  su ‘’SINTROM’’ a todo el que pasaba con vestimenta sanitaria (azul, verde, blanca). Todos se enteraron que llevaba ya seis días sin medicación, y la abstinencia parecía que le ponía nervioso y hasta un poco agresivo. Y no estaba tan impedido como podía deducirse del hecho de que utilizase silla de ruedas, pues en un momento determinado, ante el descuido de enfermeras y celadores y viendo la puerta de una de las consultas abierta, se la auto-adjudicó, se puso ágilmente de pie, y casi toma por asalto la consulta si no se lo impide una enfermera que pasaba por allí. Y a la que, por cierto, le pidió insistentemente una ración de SINTROM.

Pero el que daba la imagen de paciente paradigmático de una sala de urgencias, era el ya citado en líneas anteriores, es decir, el que accedió a la sala con un apósito que le tapaba una nariz que goteaba sangre. Se sentó tranquilamente en una silla próxima a las salas de triaje, echó la cabeza para atrás y,  en todo momento, trató de detener y/o recoger la sangre que salía por sus orificios nasales. Menos mal que le llamaron a la sala de triaje cuando solo habían pasado un par de minutos. Lo malo es que, cuando salía, parecía que en vez de haberle hecho la valoración de la herida de la nariz, le habían propinado un guantazo, tal vez para ponerle el tabique nasal en su sitio. El caso es que salió con un apósito mayor del que tenía al entrar y con una hemorragia más abundante. Fue a refugiarse a un rincón, mientras su acompañante, que en ese momento llegaba, se alarmó por la abundancia de sangre, y se fue a recabar ayuda, aunque lo único que consiguió fue volver con un buen paquete de gasas.

Durante las dos horas que duró la espera, el Pirulo, que no había exhalado nicotina desde las 8 de la madrugada, se arriesgó a perderse el subidón de adrenalina que da en estos sitios cuando oyes tu nombre, y salió a fumarse un cigarrillo. De paso, intentó conseguir por lo menos un botellín de agua, para paliar la falta de ingestión de sólidos y líquidos durante cuatro horas, y cuando ya había conseguido localizar dónde estaban las máquinas expendedoras, se dio cuenta de que no admitían monedas fraccionarias de euro, y al no disponer, ni él ni la Tatiqui, de una monedita de un euro, se consolaron pensando que, con la dieta que estaban haciendo, el control de peso semanal que hacían les iba a salir muy favorable.



12ª ESTACIÓN: Si la consulta es urgente, nada de lo anterior es pertinente


La espera llegó a su fin, y la Tatiqui y el Pirulo pudieron comprobar en sus propias carnes la inversión mental y sentimental que había logrado poner en marcha la sanidad pública andaluza en sus enfermos de urgencias. Cuando oyeron el nombre de la Tatiqui por los altavoces, con la indicación de que acudiese a la consulta 4, en vez de angustia, desesperanza y miedo al futuro, lo que experimentaron fue un sentimiento de liberación inconmensurable, la esperanza equivalente a ver el cielo abierto y aguardándoles con las mejores galas, y el valor para asumir un futuro que por malo que fuese no iba a ser peor que las dos horas y pico que llevaban esperando. Y no solo esperando sino, además, oyendo por los altavoces apellidos de todas las procedencias; hindúes, irlandeses o ingleses, árabes, rumanos,…
Y allí fue el Pirulo esquivando obstáculos, tropezando con enfermos en sillas de ruedas, rozando las paredes y, al final, enfrentándose (es un decir) con el enfermo con síndrome de abstinencia de SINTROM, que estaba atravesado en la puerta que daba al pasillo de consultas, y seguía reclamando asistencia médica o, en el peor de los casos, una dosis de su medicación.

Llegaron a la consulta y se sentaron (el Pirulo; la Tatiqui no, pues llevaba ya unas cuantas horas sentada).  Y todo comenzó con la pregunta que menos esperaban.

M- ¿Cómo se encuentra?

(P-¡Vaya pregunta! ¡Como que hemos venido aquí por gusto!)

T- Doctor, lo tiene usted todo en el ordenador.

M-Sí, sí, ¡claro! Pero yo prefiero que me lo diga usted en persona, que para eso está aquí.

T-(Resignada) Pues que me cuesta mucho respirar (Y le cuenta su vida desde la última visita al neumólogo, enfriamiento y cambio de medicación incluidos)

M-Pero, ¿ahora está usted mejor?

T- ¡Hombre! Mejor, mejor,…Aun siento la pata de elefante.

M-¿La pata de elefante? ¿qué pata?, ¿qué elefante?

T- Bueno, es como una metáfora para expresar lo que me cuesta respirar.

M- De acuerdo. Pues no se preocupe que eso tiene arreglo.

(P-Este tío es capaz de llamar a Selwo y pedir que venga un cuidador de elefantes)

El doctor mira la pantalla del ordenador, parece que lee atentamente, y dice

M- Veamos. Usted tiene un EPOC severo y por lo que se ve, ha tenido un episodio de crisis respiratoria aguda. Antes de nada, vamos a hacer unas pruebas. A ver,..,Rayos, análisis de sangre y electrocardiograma para empezar.

T- Pero doctor, si  me acaban de hacer el electrocardiograma y me han sacado cuatro muestras distintas de sangre por lo menos. Aunque radiografías…, no, eso no.

M- Lo siento, pero yo solo me fio de lo que mando hacer, y no de lo que me traen otros. Así que vaya haciéndoselos, que yo doy orden ahora mismo, y cuando esté todo resuelto le volveremos a llamar y , entonces, ya veremos.

Y la Tatiqui y el Pirulo, cabizbajos, interrogándose con la mirada y con la duda de que las ‘órdenes’ llegasen con la celeridad suficiente, salieron del despacho.



 13ª ESTACIÓN: De oca a oca y tiro porque me toca

Parece mentira, pero el proceso se aceleró. La destreza adquirida por el Pirulo le permitió plantarse en la puerta de Rayos en un santiamén y, sin cortarse un pelo, se puso en primera fila amparado en que él empujaba una silla y el resto iba a pie enjuto. ¡Las handicapés primero! ¡Como en el embarque en los aeropuertos!

Y con tan buena suerte que pronunciaron el nombre de la Tatiqui casi de inmediato. Al Pirulo le dieron con la puerta de Rayos en las narices y, muy prudentemente, se retiró unos pasos para que no creyesen que él también estaba esperando turno, y  entretuvo la espera dedicándose a tratar de adivinar la categoría profesional sanitaria de las personas que circulaban en traje de calle por el pasillo. Y eso era casi imposible, pues el uso de bermudas, chancletas y algún casco de motorista en la mano, en los hombres, y pantaloncitos ajustados, top de tirantes y sandalias, en las mujeres, era generalizado. Solo cuando veía a alguien con un fonendoscopio alrededor del cuello, sonreía por fin, pues a esas personas las identificaba hasta de lejos.

Cuando al cabo de un buen rato sacaron a la Tatiqui de Rayos, ésta le explicó que habían tardado tanto porque no acertaban a hacerle una radiografía correctamente, y no sabía por qué. El Pirulo, siempre tan perspicaz, se limitó a decir: ‘’Nada, sustitutos de verano’’.

La cosa iba sobre ruedas (nunca mejor dicho), así que se trasladaron a la sala de enfermería donde, nada más verlos e identificar el nombre de la enferma, indicaron al Pirulo el rincón donde tenía que dejar a la paciente, con silla incluida, y añadieron , con muy buenas palabras, que él se esfumase, que sobraba, ¡vamos!. Astutamente se quedó en el dintel de la puerta, y desde allí pudo observar lo que le hacía a la Tatiqui: primero un nuevo electrocardiograma; después una extracción de sangre un tanto accidentada, pues la paciente les salió ‘’insurrecta’’. Le fueron a pinchar en la muñeca y ella les advirtió que ya tenía experiencia de esos pinchazos que más se parecían a un degüello, y que le habían provocado en casos precedentes desmayos y pérdidas de conciencia. Así que, por si acaso le sacaron sangre como siempre, de una vena del antebrazo.

Y de la sala de enfermería a la de espera en plan gymkana, pues para entrar en ella tuvieron que salvar el obstáculo del ya famoso y  por todos conocido como ‘el buscador de SINTROM’, que no cejaba en su empeño de reclamar su ración de droga.



14ª ESTACIÓN: A quien lleva 5 horas esperando, el resto se le pasan volando


La suerte estaba echada. Ya no quedaba más que hacer. Así que aprovecharon el tiempo muerto no solicitado para poner sus fisiologías a punto. Pasaron por los servicios, y el Pirulo hizo un nuevo intento para conseguir un mísero botellín de agua que, al no conseguirlo, le obligó a conformarse con chupetear un caramelo de miel y eucalipto de los que siempre iba provista la Tatiqui. Y cuando empezaron a dar esas pequeñas cabezadas precursoras de la llamada ‘siesta del carnero’, les despertaron brusca e inesperadamente, convocándoles a la última y definitiva consulta. Y para allá se fueron.

Encontraron al doctor peleándose con el teléfono móvil y, según dijo entre dientes, con esas app que fallan en los momentos más inoportunos pues, según parece, quería hablar con su hijo que estaba de viaje y no lograba ponerse en contacto con él.  Dejó aun lado la tecnología móvil y se encaró con la informática para enterarse de los resultados de las pruebas de las que todos los interesados, menos él, ya estaban al tanto.

M- Parece que todo está en orden

(P- ¡Hombreee! ¡Todo, todo, no! Que esta que tiene usted delante le cuesta respirar más que a los políticos ponerse de acuerdo)

T- (Respirando a duras penas, pero aliviada) Menos mal. Pero me sigue costando respirar (y, gracias a dios, no le volvió a mentar lo de la pata de elefante).

M- Naturalmente. Pero la causa puede estar, según su historial y lo que me ha comunicado, en que tiene una pequeña infección ocluida en los espacios más cerrados e internos de los bronquios. Así que vamos a ver qué tratamiento ponemos.

T- Es que en la última visita al neumólogo me cambió toda la medicación y…

M- ¡Ya lo sé! Que lo tengo todo aquí en el ordenador. Y seguro que me va a decir que le suprimieron los medicamentos con cortisona.

(La Tatiqui fue a intervenir, pero con los ‘cortes’ que le había pegado el médico hasta el momento, ya no se atrevía ni a decir su nombre, así que le dejó explayarse)

M- A mí con moderneces. Si las cosas funcionan no sé por qué la gente las cambia. Vamos a ver,…, le voy a recetar un antibiótica para que se lo tome durante siete días, que se lo incorporo en la tarjeta, y también voy a incluir en ella…

Y siguió con una retahíla de inhaladores, unos cada 12 horas, otros cada 24, lo de acá tres veces al día, lo de acullá …¡yo qué sé! El Pirulo, como siempre, muy atento pero sin enterarse de nada, y la Tatiqui poniendo en marcha su disco duro de memoria, pero era tal la avalancha de nombres raros (Plumbicort, atrovent, cuchicuchimicina 400mgr, …) que s eatrevió a preguntar

T- ¿Me lo puede repetir, por favor?

M- No se preocupe, que se lo incluyo todo en el informe y así tendrá los medicamentos y sus dosificaciones a mano cuando quiera.

Y dicho eso, ya no dijo ni palabra en un buen rato, mientras tecleaba a dos dedos en el ordenador, mirando de vez en cuando la pantalla para comprobar lo que había escrito. Al final, imprimió el informe, les entregó un impreso que había firmado aparte para solicitar una cita preferente con el neumólogo, y les comunicó que les daba el alta médica y…¡a otra cosa mariposa!



15ª ESTACIÓN: La Tatiqui resucita


resucitar (en urgencias) ( según la Pirupedia)

palabra que se aplica a los enfermos que, después de pasar cinco (5) horas en urgencias y casi matarlos de aburrimiento llevándoles de la ceca a la meca, salen casi mejor que cuando habían entrado

Salieron escopeteados de consultas y, cuando ya estaban a medio camino de la salida, se dieron cuenta que la Tatiqui aun llevaba la cánula bien enganchada a vena, y como no era cosa de seguir con ella, pues su única utilidad iba a ser el poder inyectar gazpacho directamente en sangre, dieron marcha atrás para que se lo quitasen en enfermería. Pero no tuvieron mucha suerte, pues se lo pidieron a un joven con bata blanca que andaba libre por allí y que, por la manera de quitárselo (de un tirón y no en la dirección correcta) debía ser un estudiante del Módulo Profesional de Auxiliar de Enfermería en prácticas. Sangrando, y con un par de gasas apretadas, salieron al hall de entrada, y el Pirulo intentó sacar la silla con la Tatiqui, o a la Tatiqui en la silla (como cada cual quiera), a la acera para acercar el coche. Debieron creer los que los vieron, y por la velocidad que llevaban,  que el Pirulo pretendía llevarse la enferma, con silla incluida, a su lugar de residencia pues, sin poder determinar de dónde había salido, apareció un celador impidiéndoles el paso. Y muy amable, pero sin dar posibilidad de réplica, dijo al Pirulo que fuese a por el coche, que esas sillas ni se asomaban a la puerta de salida y que él se encargaría de llevar la silla y a la Tatiqui hasta el coche cuando estuviese estacionado exactamente (y repitió ‘’exactamente’’ un par de veces) a la par que la puerta.

Al cabo de un rato volvió el Pirulo, estacionó ‘’exactamente’’ a la altura de la puerta de salida, y cuando accedía por ella para recoger a la Tatiqui se la encontró sangrando como un cochinillo por el orificio del que habían quitado, o mejor arrancado, la cánula. Y además, con todas las gasas y algún que otro kleenex  que ella se había puesto motu propio empapados en sangre. La Tatiqui, que ya estaba recuperando su ‘’ser’’ en toda su dimensión, le dijo, pidió, rogó y ordenó al Pirulo que fuese a buscar más gasas, y al ver que ponía mala cara y remoloneaba, no lo dudó. Se volvió al celador de sillas de ruedas, y no se sabe cómo se lo dijo, pero el caso es que salió zumbando hacia la enfermería y volvió en un suspiro con las gasas solicitadas.

Acomodaron a la Tatiqui y salieron hacia San Pedro de Alcántara, no sin antes dar la vuelta a todo el hospital, en coche ¡claro!, para solicitar la cita preferente que les había indicado el médico y que, ¡bendita preferencia!, se la dieron para cinco semanas más tarde.

Y así acabaron el safari sanitario de Urgencias al que hay que añadir un solo detalle. En el viaje de vuelta y a la altura de La Cañada, la Tatiqui preguntó que qué hacía con la pastilla que tenía debajo de la lengua y que aun no se había disuelto del todo. La respuesta se la puede imaginar cualquiera. A una orden del Pirulo, abrió la ventanilla y la escupió lo más lejos que pudo. Pero como ‘’pudo’’ poco, tuvieron que recogerla del suelo y ‘’expulsarla’’ del coche a mano.


Y ASÍ ACABÓ EL VIA CRUCIS SANITARIO ANDALUZ

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