Semana del 27 de marzo al 2 de
abril del 2016 (Brasil II)
EL VIAJE
22 de octubre del 2007
Los aeropuertos ya se sabe lo que
son. Espacios interminables salpicados por zonas de descanso, ‘chiringuitos’ de
visita obligatoria, locales con souvenir de todo tipo, tiendas libres de
impuestos (¿cuáles?), y, de vez en cuando y siempre difíciles de detectar,
servicios para hombres, mujeres y minusválidos asexuados. Y todo ello, con
excepción de las tiendas libres de lo que sea, duplicado como mínimo en dos
sectores bien diferenciados: el que está antes de los artilugios de seguridad,
y el de después.
Y en el de Málaga empezaron el
viaje la Flores y el Recovecos. Y como el terreno les era conocido, fue todo
muy fácil, a excepción de la búsqueda de algún sitio en el que pudieran hacerse
con un botellín de agua, y de un lugar, por apartado que fuese, en el que se
pudiese uno fumar compulsivamente un cigarrillo.
Al llegar a Madrid, la cosa
empezó a complicarse: pasillos interminables; carteles con flechitas en todas
las direcciones y en dos o tres idiomas; personal por todas partes, unos con
tarjetas identificativas y otros arrastrando maletas;…Menos mal que había
persona esperándoles con una silla de ruedas para la Flores, con tracción
‘animal’ incorporada, y pudieron despreocuparse de cruces de pasillos y de
direcciones preferentes y prohibidas, porque a los pocos minutos ya les había
‘depositado’ junto a la puerta de embarque del Airbus que les iba a trasladar
hasta Sao Paulo.
Lo primero que hicieron, después
de comprobar que lo del embarque iba para largo, fue dar un toque telefónico a
los que se les unían desde Zaragoza y que, según suponían, ya tenían que estar
zascandileando por la terminal. Y en cuanto llegaron, y sin necesidad de
pactos, de ofertas ni contraofertas, ni de demás gaitas, quedó constituido sin
más el grupo de jubilados que pretendían rememorar y complementar anteriores
viajes a Hispanoamérica. La mayoría, pues la Niña iba a ser la primera vez que
‘saltaba’ el charco.
Para matar el tiempo, celebrar el
encuentro y poner en funcionamiento las normas básicas de convivencia,
decidieron tomarse una cervecita en una de las múltiples franquicias de
multinacionales que había en la zona, guiados por el criterio más práctico y
posibilista: que dispusiese de una mesa libre con un mínimo de cinco sillas.
Al igual que iba a ocurrir un
sinnúmero de veces durante el viaje, el Recovecos desapareció en cuanto apuró
la caña, con la excusa de buscar un sitio donde fumarse un cigarrillo y con la
promesa de que volvería para pagar la consumición con el fondo común que habían
creado y del que se había auto-nombrado como administrador general.
Menos mal que en aquella época
existían cubículos, más o menos cerrados con mamparas transparentes,
distribuidos estratégicamente en los distintos ámbitos del aeropuerto, y no
había que, o salir a las pistas o volver a las antiguas costumbres del Oeste y
dedicarse a masticar tabaco en vez de fumarlo. Además, dichos cubículos eran
claramente identificables desde lejos, pues el humo que se generaba en su
interior los hacía semejantes a una nube que permanecía fija, como atornillada
al suelo. El Recovecos fue, encendió su cigarrillo, confraternizó con el resto
de ‘estigmatizados’ sociales, y comprobó que los había de todo sexo, estado,
autonomía y condición.
Cuando volvió al chiringuito
cervecero, retomó la conversación que había sobre un tal ‘’Josetxu’’ que, según
información de un amigo de los marbellíes, iba a ser el comandante de su vuelo
a Sao Paulo y estaba avisado de que el grupo iba a estar entre los pasajeros a
su cargo. Estaban elucubrando sobre las
posibles ventajillas que eso podía suponer, cuando oyeron la llamada para que
los pasajeros de su vuelo iniciaran el
embarque. Así que esta vez embarcaron en el Airbus con el gusanillo de si les
iban a saludar en público o en privado, con champán o sin champán, con visita o
sin visita a la cabina. Sobre todo el Palmeras, que siempre había manifestado
su afición por compartir o, por lo menos, estar cerca de los mandos de los
objetos voladores como en el caso del paseo en helicóptero durante la visita a
la EXPO-92 de Sevilla, cosa que el Recovecos no había olvidado en los últimos
15 años. ¡Y no quedaron defraudados! El tal ‘Josetxu’ les saludó por megafonía
citándoles personalmente, aunque ninguno gesticuló lo suficiente como para
significar que se daban por aludidos y así los identificasen el resto del
pasaje.
Y nada más alcanzar la altura de
vuelo se inició el zafarrancho de combate… de las azafatas. Pasaron los
periódicos a tal velocidad que no daban tiempo ni a pedirlos y menos a rechazar
el que te daban a voleo; sin dar tiempo a que el personal se recuperara,
vuelven a pasar, no se sabe si la misma u otra azafata, y planta en el regazo
de cada uno de los viajeros unos patucos y unos auriculares. A más de un
inexperto en estas lides le coge tan de sorpresa lo que recibe, que acaba
poniéndose los patucos en las orejas y, solo cuando no encuentra el cable de
conexión, se da cuenta de su equivocación. Menos mal que el vuelo es largo, hay
tiempo para todo, y nuestros pasajeros se acomodan, duermen, sueñan y leen hasta
que les avisan que se inicia el descenso al aeropuerto de Sao Paulo.
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