Semana del 19 al 25 de octubre del 2014
Esta semana, con la excusa de
descansar de los trajines y excesos de la feria, nos han dejado solos a la
Tatiqui y a mí, el Pirulo. Y aprovechándonos de ello, hemos vuelto a frecuentar
la Plaza de la Iglesia donde se nos pasa el tiempo volando (nunca mejor dicho),
entretenidos con las charlas de los jubilados que, a partir de la feria, hacen
suyos los bancos soleados distribuidos por toda la plaza. Y estos días su tema
central de conversación ha sido el estrés que, por lo que comentaban, afecta a
personas de todas las capas sociales, independientemente de la edad, situación
laboral, estado civil o ideología política. Y lo han hecho defendiendo la idea
que, muy al contrario de lo que piensa la gente, la vida del jubilado está sometida
a unos vaivenes de tal calibre que provocan todo tipo de estrés. Y hasta se han
entretenido en cualificarlos, e incluso clasificarlos, según su origen, dando
como resultado lo que voy a tratar de resumir a continuación, y dejando su
agrupación al arbitrio del que lo lea con los criterios que le sean más cómodos
o convincentes.
Yayo-estrés
o abuelense.- Suele
manifestarse o tener su clímax en los meses de enero-febrero, en personas
mayores de 70 años, pues en los primeros años de jubilación, el vacío provocado
por la ausencia de vida laboral tiende a ‘rellenarse’ con cualquier actividad
que conlleve la sensación de hacer un servicio. Pero a partir de los setenta,
los recursos sicológicos disminuyen y, después de un primer trimestre escolar y
unas Navidades familiares, la cabeza y el cuerpo no está para aguantar nietos,
ni siquiera dos horas después del horario escolar. Y menos si se ha tenido que
alimentarlos al mediodía al existir esas jornadas partidas que te obligan a
pasar por el centro escolar varias veces al día. Muchas veces se manifiesta con
quejas a los que te rodean, sean familiares o amigos, que se transforman en
malos modos y exabruptos cuando oyen frases tales como: ‘’¡Qué suerte tienes!
¡Tú, por lo menos, estás ocupado!’’; ‘’¡Anímate!¡Así, por lo menos, no tienes
tiempo para preocuparte de tus achaques!’’
Estrés
del acompañante.- Aunque
parezca mentira, es una consecuencia de la puesta en marcha de eso que llaman
‘hábitos saludables’. Hay personas que se empeñan en que aquéllos que están
bajo su influencia se dediquen a practicarlos, sobre todo cuando ellas mismas,
por razones laborales, ocupaciones excesivas no pueden hacerlo, o a veces,
simplemente por apostolado a favor de la sanidad pública,. Y entonces ponen en
juego todos los medios y toda su insistencia para que los más allegados hagan
algo a favor de la extensión de esos ‘hábitos saludables’. Y, como
consecuencia, empiezan las protestas en el ámbito familiar: el hijo prefiere
una hamburguesa a una ensalada bien apañada; el marido, compañero, o como
quiera que ahora se llame, se resiste a levantarse del sillón donde está
tomando una cerveza u otra bebida refrescante para sacar a la mascota de la
casa, y hacer así un poco de ejercicio dando una vuelta a la manzana recogiendo
las eyecciones (algo llamado vulgarmente ‘mierda’) de la misma;… En fin, que al
final lo que logra es que el más infeliz de la casa y el que menos puede
replicar por su condición casi, casi, de ‘acogido’, acepte hacer un poco de
ejercicio paseando por la zona. Lo malo es que cuando pone la excusa de su
falta de salud, su poco equilibrio, las dificultades que tiene para distinguir
los escalones, o sus inoportunos ataques de tos y los consiguientes ahogos,
encuentran una solución: ponerle un acompañante un par de horas al día, que las
más de las veces es un emigrante sin papeles.
Y a partir de ese momento va a aparecer una
gotera más en su salud ya que de por sí deteriorada (bueno, más que de ‘’por
sí’’, ‘’por lo años’’): la del estrés. Estrés originado por una multiplicidad
de causas que no puede explicitar, pues la experiencia le ha enseñado que para
sus allegados todas se solucionan con facilidad tal, que lo único que no
desaparece es el paseo con acompañante. Y entre ellas, las más comunes son:
- El tener que ceder una y otra vez a la
sugerente propuesta del acompañante, consistente en ir paseando hasta donde se
reúnen sus compatriotas, y allí oír sus conversaciones en las que utilizan
términos para él desconocidos. Y eso, tiene que beber, por educación, algún
brebaje como el mate ayudado por una pajita.
- Ser mudo durante todo el trayecto que
cubra el paseo ‘saludable’, y detenerse un tiempo indefinido cuando el
acompañante se encuentra con un conocido, e inicia una conversación en un
lenguaje gutural, para él tan desconocido como el arameo.
- Tener que acelerar el paso cuando surge
una necesidad urgente y perentoria, o se le ocurre a su acompañante andar a su
ritmo (cada paso casi medio metro) , cuando sus ‘zancadas’ no superan los
quince centímetros.. Algo que pone en peligro su integridad física , y exige al
cerebro poner en funcionamiento al máximo las capacidades de atención y
coordinación de movimientos. Y además, con la dificultad añadida de no poderse
hacer entender más que con gestos, teniendo en cuenta que algunos de estos
últimos podían parecer chabacanos y hasta obscenos al resto de viandantes.
En el momento en que el jubilado
acabó de describir este tipo de estrés con situaciones ya conocidas por
nosotros, pues podíamos confirmar la cotidianidad de las mismas, la Tatiqui,
con la excusa explícita de que se acercaba la hora del yantar, y la implícita
de que lo que oía la deprimía, alzó el vuelo y me dejó solo en la plaza, donde
seguí escuchando posibles causa de estrés jubilar (valga la cualificación),
entre los que me llamó la atención los que me parecieron de características tales
que los memoricé como religiosos o trascendentales. Pero éstos los reservaré
para explicarlos en otra ocasión.
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