domingo, 26 de octubre de 2014

Semana del 19 al 25 de octubre del 2014

Esta semana, con la excusa de descansar de los trajines y excesos de la feria, nos han dejado solos a la Tatiqui y a mí, el Pirulo. Y aprovechándonos de ello, hemos vuelto a frecuentar la Plaza de la Iglesia donde se nos pasa el tiempo volando (nunca mejor dicho), entretenidos con las charlas de los jubilados que, a partir de la feria, hacen suyos los bancos soleados distribuidos por toda la plaza. Y estos días su tema central de conversación ha sido el estrés que, por lo que comentaban, afecta a personas de todas las capas sociales, independientemente de la edad, situación laboral, estado civil o ideología política. Y lo han hecho defendiendo la idea que, muy al contrario de lo que piensa la gente, la vida del jubilado está sometida a unos vaivenes de tal calibre que provocan todo tipo de estrés. Y hasta se han entretenido en cualificarlos, e incluso clasificarlos, según su origen, dando como resultado lo que voy a tratar de resumir a continuación, y dejando su agrupación al arbitrio del que lo lea con los criterios que le sean más cómodos o convincentes.

Yayo-estrés o abuelense.- Suele manifestarse o tener su clímax en los meses de enero-febrero, en personas mayores de 70 años, pues en los primeros años de jubilación, el vacío provocado por la ausencia de vida laboral tiende a ‘rellenarse’ con cualquier actividad que conlleve la sensación de hacer un servicio. Pero a partir de los setenta, los recursos sicológicos disminuyen y, después de un primer trimestre escolar y unas Navidades familiares, la cabeza y el cuerpo no está para aguantar nietos, ni siquiera dos horas después del horario escolar. Y menos si se ha tenido que alimentarlos al mediodía al existir esas jornadas partidas que te obligan a pasar por el centro escolar varias veces al día. Muchas veces se manifiesta con quejas a los que te rodean, sean familiares o amigos, que se transforman en malos modos y exabruptos cuando oyen frases tales como: ‘’¡Qué suerte tienes! ¡Tú, por lo menos, estás ocupado!’’; ‘’¡Anímate!¡Así, por lo menos, no tienes tiempo para preocuparte de tus achaques!’’

Estrés del acompañante.- Aunque parezca mentira, es una consecuencia de la puesta en marcha de eso que llaman ‘hábitos saludables’. Hay personas que se empeñan en que aquéllos que están bajo su influencia se dediquen a practicarlos, sobre todo cuando ellas mismas, por razones laborales, ocupaciones excesivas no pueden hacerlo, o a veces, simplemente por apostolado a favor de la sanidad pública,. Y entonces ponen en juego todos los medios y toda su insistencia para que los más allegados hagan algo a favor de la extensión de esos ‘hábitos saludables’. Y, como consecuencia, empiezan las protestas en el ámbito familiar: el hijo prefiere una hamburguesa a una ensalada bien apañada; el marido, compañero, o como quiera que ahora se llame, se resiste a levantarse del sillón donde está tomando una cerveza u otra bebida refrescante para sacar a la mascota de la casa, y hacer así un poco de ejercicio dando una vuelta a la manzana recogiendo las eyecciones (algo llamado vulgarmente ‘mierda’) de la misma;… En fin, que al final lo que logra es que el más infeliz de la casa y el que menos puede replicar por su condición casi, casi, de ‘acogido’, acepte hacer un poco de ejercicio paseando por la zona. Lo malo es que cuando pone la excusa de su falta de salud, su poco equilibrio, las dificultades que tiene para distinguir los escalones, o sus inoportunos ataques de tos y los consiguientes ahogos, encuentran una solución: ponerle un acompañante un par de horas al día, que las más de las veces es un emigrante sin papeles.
Y a partir de ese momento va a aparecer una gotera más en su salud ya que de por sí deteriorada (bueno, más que de ‘’por sí’’, ‘’por lo años’’): la del estrés. Estrés originado por una multiplicidad de causas que no puede explicitar, pues la experiencia le ha enseñado que para sus allegados todas se solucionan con facilidad tal, que lo único que no desaparece es el paseo con acompañante. Y entre ellas, las más comunes son:
- El tener que ceder una y otra vez a la sugerente propuesta del acompañante, consistente en ir paseando hasta donde se reúnen sus compatriotas, y allí oír sus conversaciones en las que utilizan términos para él desconocidos. Y eso, tiene que beber, por educación, algún brebaje como el mate ayudado por una pajita.
- Ser mudo durante todo el trayecto que cubra el paseo ‘saludable’, y detenerse un tiempo indefinido cuando el acompañante se encuentra con un conocido, e inicia una conversación en un lenguaje gutural, para él tan desconocido como el arameo.
- Tener que acelerar el paso cuando surge una necesidad urgente y perentoria, o se le ocurre a su acompañante andar a su ritmo (cada paso casi medio metro) , cuando sus ‘zancadas’ no superan los quince centímetros.. Algo que pone en peligro su integridad física , y exige al cerebro poner en funcionamiento al máximo las capacidades de atención y coordinación de movimientos. Y además, con la dificultad añadida de no poderse hacer entender más que con gestos, teniendo en cuenta que algunos de estos últimos podían parecer chabacanos y hasta obscenos al resto de viandantes.


En el momento en que el jubilado acabó de describir este tipo de estrés con situaciones ya conocidas por nosotros, pues podíamos confirmar la cotidianidad de las mismas, la Tatiqui, con la excusa explícita de que se acercaba la hora del yantar, y la implícita de que lo que oía la deprimía, alzó el vuelo y me dejó solo en la plaza, donde seguí escuchando posibles causa de estrés jubilar (valga la cualificación), entre los que me llamó la atención los que me parecieron de características tales que los memoricé como religiosos o trascendentales. Pero éstos los reservaré para explicarlos en otra ocasión.

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