Semana del 22 al 28 de
septiembre del 2013 (Educación 2)
Volvía de un paseo que había dado
mar adentro, buscando algún pesquero de palangre que estuviese preparando el
cebo de los anzuelos, y arrojase algo que llevarme al pico antes de comenzar a
faenar, cuando oí que me llamaba un amigo que trabajaba de pinche de cocina en
un chiringuito de la playa. Me coloqué
en la zona de pretil más cercana para poderle oír con nitidez.
- ¡Eh, Pirulo! ¡Mira lo que me he encontrado! ¿No estabas buscando los
papeles que arrojaba el otro día aquel profesor jubilado, bigotudo y con gafas
de sol? Pues aquí tienes un par de folios por si te interesan.
Los recogí con el pico, me fui a
la sombra y, no sin dificultades, conseguí desarrugarlos con las dos patitas y
el pico. Tardé casi media hora en dejarlos en condiciones para leerlos, y eso
que tenía las caderas como un recién nacido, y no como la de algunos que a base
de batacazos o lo que sea, las tienen para el arrastre. Y esto es lo que leí.
Y LOS ALUMNOS, ¿QUÉ?
Después de tantos años
en la enseñanza no sé lo que provoca que los alumnos se dediquen a estudiar o
a pasárselo bien. Solo tengo recuerdos personales de lo que me pasó a mí, o
de la actuación de los alumnos que me padecieron.
Lo primero que recuerdo
es que a los 3 años fui a un colegio (o lo que fuese) de monjas, donde estuve
hasta los 6 años. Luego me incorporé a un colegio de ‘mayores’. Y de esa
época me queda una imagen de cuando tenía 5 años, que no se corresponde para
nada con la que ahora vemos a la
entrada de un centro de Educación Infantil (madres, padres, abuelos, coches
en segunda fila,…): la de llevar de la mano a mis dos hermanos de 4 y 3 años
hasta el colegio, solos y teniendo que cruzar dos calles por las que pasaban
tranvías y algún coche (en aquella época, pocos) ¿Irresponsabilidad de los padres? ¿Emancipación temprana? ¿Inicio de
lo que ahora no hacen los políticos, es decir, asumir responsabilidades? Lo
que sí puedo asegurar es que no he tenido ningún trauma ni fobia como
consecuencia de esa situación.
De los diez años en el
colegio de ‘mayores’, me quedan imágenes y situaciones que ha respetado mi
Alzheimer selectivo. Y que a veces recordamos los que quedamos del grupo que
convivimos en la misma clase durante ese tiempo, en una comida que se celebra
todos los años en el mes de noviembre.
-
Todas las semanas pasaba el director del colegio por la clase, para leernos
en público las notas que había logrado cada uno incluyendo, claro está, las
de Conducta y Aplicación. Y esas notas las firmaba el fin de semana mi padre
haciendo los comentarios pertinentes. Yo, antes de llevarlas a casa y si las
notas eran buenas, pasaba por la farmacia donde comprábamos las medicinas
para enseñárselas, pues sabía que saldría saboreando unas cuantas pastillas
Juanola o alguna gominola. ¿Exceso de
control? ¿Valoración familiar y social del esfuerzo realizado? A mí me
servía para animarme o para procurar que a la semana siguiente no tuviese que
ver malas caras o perdiese la exigua paga semanal.
-
Teníamos profesores de todo tipo y con motes variados (Chapete, Macaco,
Floripondio,…). Pero en casa no podíamos ni poner en duda sus decisiones ni
siquiera citarlos por el mote. De vez en cuando nuestras reclamaciones y/o
justificaciones eran ciertas y reales, pero acabábamos asumiendo las
actuaciones más o menos incorrectas del profesorado y nos adaptábamos a sus
‘rarezas’. ¿Autoritarismo? ¿Alienación
social? ¿Respeto a la jerarquía establecida?
-
Tuve que superar dos exámenes serios: el de ingreso en el Bachillerato, a los
10 años, y la Reválida de Bachillerato, a los 15 años. ¡Y esta última fue
ORAL! ¡Y ante profesores de la Universidad del Distrito al que
pertenecíamos!. No crearon ningún problema en mi desarrollo personal (que yo
sepa), tal vez porque superé ambas pruebas.
¿Y de mis alumnos? Pues
lo primero que me di cuenta era que si ellos estaban a gusto y sin tensiones
en clase, el rendimiento mejoraba.
-
El primer curso que impartí clases de Química a alumnos de 13-14 años, y tal
vez por mi inexperiencia, no se me ocurrió otra cosa que pedirles que
trajeran un litro de vino cada uno y organizar el temario en torno a trabajos
con ese vino en el laboratorio: decoloración del vino, destilación, obtención
del residuo seco, análisis,… Resultado: para mí, horas de trabajo; para los
alumnos, no lo sé, pero no faltaron más que por enfermedad.
-
Los alumnos mejoraban sus resultados cuando aproximaba lo teórico a lo real.
En física, tenían mejores notas cuando los enunciados de los problemas me los
inventaba, e introducía situaciones de su vida real. O cuando previamente
teníamos una clase en la que eran los alumnos quienes me examinaban,
poniéndome a prueba con problemas rebuscados que ellos mismos habían encontrado
en otros libros de texto. El verme dar vueltas al texto, buscar soluciones
posibles o, incluso, darme por vencido, les daba pistas sobre cómo razonar,
relacionar datos,…
-
En casos concretos, la colaboración con los padres encauzaba situaciones y solucionaba
conflictos. Como el caso de dos vecinos que tenían que decidir si sus hijos
(16años) seguían estudiando o se ponían a trabajar, al ver los resultados que
habían obtenido en junio. Después de las clases del verano, a uno le dije que
su hijo podía estudiar lo que quisiese, y hoy es abogado. En cambio el otro,
no estaba por la labor, y prefería entrar de aprendiz en una carpintería. Hoy
hace unos muebles de marquetería que le han solucionado la vida.
Concluyendo. Si los
padres, profesores y la sociedad no están por la labor de favorecer y
compensar el esfuerzo; si no diese lo mismo el trabajar que el no dar ni
golpe, porque al fin y al cabo uno puede llegar a concejal o diputado de las
dos maneras; si no acostumbramos a los niños desde pequeños a que hay que
respetar a las personas y cumplir las normas de convivencia y, naturalmente,
damos ejemplo de ello; si…
Pero no continuemos.
Creo que todos sabemos lo que hay que hacer para aumentar la calidad de la
enseñanza, y que no es sólo cuestión de aumentar las partidas presupuestarias
correspondientes.
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Después de leer este par de
folios, me congratulé, me regocijé e hice un par de piruetas acrobáticas en
honor a la naturaleza, que es la que nos ha dado el instinto necesario para
educar a nuestras crías en lo fundamental, sin virguerías y sin intentar
enseñarles a volar con la velocidad de los vencejos ni a la altura de los
aguiluchos. En cuanto saben volar nos siguen y aprenden. Eso sí, a las gaviotas
adultas no se nos ocurre hacer nada fuera de aquello para lo que nos ha
preparado la madre naturaleza.
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