martes, 1 de mayo de 2018


Semana del 22 al 28 de abril del 2018

Y esta semana otro relato del Pirulo y unas cuantas flores de las que estas creciendo estos días







EL EXPEDIENTE FANTASMA

Estaba harto, enfadado o, si no mejor dicho sí más claro, cabreado. Me levanté de mi mesa de trabajo y, sin mirar siquiera a mis subordinados, me dirigí a los ascensores que me conducirían a la salida del edificio en el que estaban la mayoría de los Servicios de la Consejería. Al llegar al hall de acceso a las instalaciones administrativas, activé como un autómata el molinillo que controlaba la entrada y salida de los funcionarios con la tarjeta de identificación, y ni siquiera contesté al saludo del ‘segurata’ que controlaba el arco de entrada de visitantes. Nada más pisar la calle encendí un cigarrillo mientras cavilaba sobre el mejor sitio donde tomar un café tranquilo, sin tener que oír constantes saludos de compañeros de trabajo o, lo que es peor, verme forzado a aceptar la invitación de cualquiera de los múltiples usuarios de los servicios y tramitaciones de los que soy responsable. 

Callejeé un rato al albur hasta que di con una cafetería que aun no había colocado las mesas de la terraza, tal vez por la amenaza de tormentas que anunciaban los pronósticos meteorológicos. Entré y me senté en la mesa más alejada de la puerta de entrada, no sin antes especificar la comanda al personal que atendía la barra. Y una vez que di cuenta del café con leche y del cruasán a la plancha que había solicitado, traté de digerir lo que había ocurrido a primera hora de la mañana, y de analizar posibles soluciones a los problemas que derivaban de lo acaecido, que brevemente podían resumirse como viene a continuación.

No había revisado siquiera los correos electrónicos de mi ordenador, cuando me convocó a su despacho el político de turno que en esta legislatura tenía el poder, o eso creía él, de hacer y deshacer lo que se le ocurriese o le sugiriesen personas de su confianza, sin tener en cuenta nada de lo legislado hasta el momento. Y sin saludarme ni invitarme a sentarme, me entregó una carpeta aclarándome que contenía una petición de subvención correspondiente, según dijo, a esa convocatoria de ‘donaciones’ para hacer algo que, la mayoría de las veces, ni se controla ni se entrega. No me costó imaginarme que se refería a la ‘’Convocatoria de Ayudas a Grupos de trabajo, para la implementación didáctica de contenidos curriculares transversales’’, pero cuando me entregó la dichosa carpeta y fui a cogerla, la retuvo un momento y, mirándome a los ojos, me recalcó que tenía que ser una de las seleccionadas.

En cuanto volví a mi mesa de trabajo y antes de hacer nada de lo que tenía previsto, eché una ojeada al contenido de la carpeta y lo que vi me hizo fruncir el ceño y lanzar al aire una imprecación, corta pero rotunda. Miré a mi alrededor por si alguien la había escuchado, y al comprobar que nadie se había dado por aludido seguí con la revisión de los papeles. ¿Impreso de solicitud? Inexistente. Lo habían sustituido por un folio en el que figuraban el nombre del grupo (‘’Los/Las hierofantes de lo recóndito’’), los datos personales de los integrantes del mismo, y la cantidad solicitada para el trabajo (50.000 €). Y un único folio más en el que se daba un escueto resumen de lo que pretendían hacer esos autoproclamados hierofantes. Y aunque leí un par de veces lo que aparecía en ese segundo folio, no pude identificar lo que pretendían con el trabajo, al que titulaban ‘’Elaboración de materiales para potenciar la transversalidad de la educación sexual’’, ni en qué consistía concretamente la contraprestación a los 50.000 € que solicitaban. Y cuando ya estaba por introducir en la carpeta el par de folios, me di cuenta de un detalle en el que no había reparado, tal vez por el nerviosismo provocado por la manera en que había llegado la solicitud a mis manos. ¡¡¡No figuraba por ningún sitio el sello del registro de entrada!!! Y fue esa ‘nimiedad’ administrativa la que había subido mis niveles de hartazgo y me había impulsado a que tomase las de Villadiego sin avisar a nadie. Porque, además, esa ‘nimiedad’ lo mismo solucionaba que agravaba el problema.

Estaba a la puerta de la cafetería saboreando un cigarrillo antes de volver a atender mis obligaciones, cuando recibí un WhatsApp de uno de mis subordinados que, escuetamente, decía: ‘’El jefe pregunta por ti’’

Volví apresuradamente con la esperanza de que la ausencia de Registro de Entrada dejase finiquitado el tema y, después de pasar por mi puesto de trabajo para recoger la carpeta que contenía la petición de los ‘hierofantes’, me acerqué al despacho de mi superior jerárquico. Y me preguntó amablemente si había surgido alguna dificultad respecto a lo que me había ordenado. En plan sumiso, y aparentando estar apesadumbrado, le comenté que la petición carecía de un elemento fundamental que la invalidaba, pues el plazo de presentación de peticiones había finalizado hacía un par de días y carecía del imprescindible registro de entrada. Aquel dato ni le inmutó, y con toda la tranquilidad y seguridad de quien desconoce los trámites administrativos, me comunicó que preparase una Resolución para ampliar el plazo de presentación de solicitudes. Y en cuanto se me ocurrió invalidar sus sugerencia diciéndole que con una Resolución no puede ampliarse un plazo que aparece en una Orden, me dijo, desabridamente, que parecía que los funcionarios de carrera solo estábamos para contradecir y entorpecer a los políticos, y que le dejase el expediente ya que él mismo se encargaría de arreglar el ‘’insuperable’’ impedimento, repitiendo con retintín la palabra que he entrecomillado.

No habían pasado 48 horas, cuando me entregaron la ‘viajera’ carpetilla a la que habían unido, con un clip, un folio que contenía una declaración jurada del responsable del Registro de Entrada en el que afirmaba que la solicitud había entrado hacía una semana y que, por un descuido personal, se le había dado curso sin el sello correspondiente. Sin entrar a discutir la validez del escrito, y sabiendo que si no lo aceptaba se iban a encontrar otros subterfugios que complicarían aun más la resolución del problema, me limité a incorporarla al expediente general de la dichosa Convocatoria. Y acto seguido, le entregué el expediente completo al técnico que se iba a encargar de todo el proceso de su resolución.

En las semanas siguientes me olvidé del asunto, y lo retomé el día en el que volvieron a colocar encima de mi mesa el expediente de la citada convocatoria, al que se habían incorporado, entre otros documentos, el resultado de la valoración de las peticiones presentadas así como la propuesta de la resolución definitiva.

Como puede suponer cualquiera sin temor a equivocarse, no pude evitar el revisar el listado de grupos cuyas ayudas iban a darse por oficiales, buscando a mis ya ‘queridos hierofantes’. Y para mi asombro, no los encontré, lo que me descolocó totalmente. Como tenía la completa seguridad de haberlos incluido en el expediente, revisé las Actas de las reuniones de la Comisión de Valoración, pues ese era el único paso del proceso en el que podían haber sido excluidos. Y en una de ellas estaba claramente expresada la eliminación de su solicitud de ayuda, aunque no se decía nada de las razones que habían provocado tal decisión. Solamente se decía lo siguiente:

‘’Ante la propuesta del representante de centros públicos, y en todo conformes con las razones administrativas y técnicas aportadas por el mismo, esta Comisión acuerda no dar por válida la solicitud de ayuda del grupo ‘’Los/Las hierofantes de lo recóndito’’. Lo que se comunicará a los interesados para su conocimiento y toma de medidas que considere oportunas en contra de esta decisión’’

Por si acaso, reexaminé con más detenimiento que el habitual todos los papeles del expediente por si detectaba algún error o fallo y, al no encontrarlos, le di el curso normal para su publicación y ejecución, tratando de olvidarme toralmente del asunto.

Y mira por donde, un día en el que estábamos tomando juntos un café varios de los responsables de servicio de la Consejería, uno de ellos me preguntó si conocía a Fulanito de tal. Y yo le contesté que no, aunque advirtiéndole que no tengo retentiva para los nombres y menos aun para unirlos a personas de carne y hueso. Pero cuando añadió que era el representante de centros públicos que estaba a todas horas mariposeando por la Consejería, caí en la cuenta de su papel en la resolución de la convocatoria de ayudas e, inocentemente, pregunté por él. El hacerlo tuvo el mismo efecto que cuando se quita la chapa de una botella de cerveza que previamente se ha agitado con energía. Mi compañero de trabajo empezó a despotricar contra él, sin preocuparse de lo que pudiesen oír los que estaban a nuestro alrededor y, a tal velocidad, que lo único claro que pude captar era que estaba ‘’a partir un piñón’’ con mi Jefe. Y que le había hecho aumentar a la brava el presupuesto de actividades docentes de un centro amparándose en que lo habían definido como ‘’Centro singular Trans’’. Ingenuamente le pregunté que si eso de ‘Trans’ se refería a lo de la transversalidad curricular y si el montante del aumento presupuestario ascendía a unos 50.000 €, a lo que él me contestó a lo gallego, preguntándome a su vez qué cómo sabía yo lo de los 50.000 €. Me encogí de hombros, le dije que era una cantidad que se me había ocurrido a bote pronto, y traté de cambiar de conversación.

Y como se comprenderá, cerré definitivamente el tema con la conclusión de que en la Administración hay fantasmas que, por caminos inescrutables, encuentran siempre la salida adecuada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario