domingo, 20 de mayo de 2018


Quincena del 6 al 19 de mayo del 2018




HIPOCONDRIA JUBILAR


Cuando se despertó de su breve e intranquilo período de somnolencia que, como siempre, se había iniciado a mitad del telediario de las tres de la tarde, se sintió incómodo y desasosegado. No tenía ni idea a qué se debía esa sensación, ya que no podía haber sido originada las imágenes de la película que emitía en ese momento 13tv, pues eran las mismas que se ofrecían en esa cadena cada siete o diez días, y su visualización no había producido en ocasiones anteriores ningún efecto pernicioso ni de ningún otro tipo.  Cerró los ojos e intentó poner en marcha alguna de las técnicas de autoreflexión y de autocontrol de emociones que había practicado en otros tiempos. Pero en vez de conseguirlo lo que provocó fue que volviesen a su memoria, como un tsunami, los recuerdos de las faenas que le hacía su jefe  en su anterior trabajo y que, por recomendación del médico de cabecera, le llevaron a una de esas escuelas orientales de meditación trascendental y control corporal.

El jefe le tenía enfilado desde el día en que se le ocurrió demostrar, ante el propietario, el error que había cometido su superior y que afectó seriamente al reparto de productos perecederos del que se encargaba la empresa. En principio, el error se lo habían cargado a sus espaldas, pues era el responsable de la logística, es decir, de definir a cada conductor el recorrido que tenía que hacer, previamente calculados de manera que los kilómetros recorridos y los tiempos empleados fuesen los mínimos posibles. Y fue gracias a que siempre conservaba los papeles en los que se consignaban qué productos y a qué destinatarios había que entregarlos. ¡Y ahí se pudo comprobar la equivocación! Había destinatarios y productos cruzados, algo que una vez realizado por el personal de atención al cliente, tenía que supervisar el jefe. Y desde entonces trataba de entorpecer y hacer fracasar mis cálculos contratando repartidores autónomos entre emigrantes, muchos de ellos magrebíes y, para colmo, algunos sin papeles. Y como no conocían la zona, no entendían los recorridos que se les proporcionaba o se los saltaban al menor atisbo de que podían encontrarse con cualquier autoridad local o estatal que controlase el tráfico. Con lo cual, nunca se cumplían las previsiones de kilometrajes ni de tiempos programados. Y cuando intentaba convencer al propietario de la conveniencia de cambiar de repartidores, el jefe contraatacaba argumentando que con ese tipo de ‘autónomos’ el ahorro era considerable.

Y en esos pensamientos estaba entreteniéndose, cuando una punzada en la tripa, en una zona próxima al ombligo, le rompió el hilo de la rememorización de su vida laboral pasada y le centró en lo que él, en ese momento, consideraba más importante.

Y eso le llevó a hacer un repaso pormenorizado de lo que había ingerido en las últimas 48 horas, prestando especial atención a las cenas, en las cuales tenía propensión a ‘pasarse’ con los ‘bocatas’, cuyo tamaño y contenido no era el más apropiado ni para su edad ni para el momento del día. Y además, siempre los acompañaba de una buena cerveza.

Estaba llegando a la conclusión de que tanto las  cantidades como los ingredientes utilizados no se diferenciaban en nada de los usuales, cuando un retortijón, esta vez intestinal con toda seguridad, le hizo doblarse en dos, y le hubiese tranquilizado a no ser por una especie de sofoco que le invadió, acompañado de lo que él creía que era una taquicardia. En el momento en el que la intensidad de las sensaciones se debilitó lo suficiente como para que su cerebro empezase a funcionar normalmente y dejase de estar relacionando neuronas en modo ‘diagnóstico’, trató de identificar todos los síntomas del funcionamiento anómalo de su cuerpo.  Y por orden de aparición, concluyó que habían sido los siguientes: incomodidad general, desasosiego, punzada dolorosa en cavidad intestinal, retortijones, taquicardia y sofocos.

Y ni corto ni perezoso se fue al ordenador, lo encendió, se conectó a internet, y anotó uno detrás de otro en el Google y separados por un signo +, las tres palabras que él consideraba claves: retortijones+ taquicardia + sofocos. Y le aparecieron nada menos que 1.930 resultados, y muchos de ellos dedicados a la fisiología femenina, detalle que no concordaba en absoluto con su situación. Hasta figura entre ellas una llamada en la que calificaban al glutamato sódico como un producto neurotóxico y, por lo tanto, peligroso para la salud. Y para colmo, presente en la mayoría de los productos transformados. Como le pasaba siempre que entraba en internet, estuvo tentado de acceder a esos vídeos que hay en ‘youtube’, y que explican todo lo habido y por haber, pero se resistió. Y al ver que los resúmenes de las llamadas no le aclaraban nada, anotó directamente en el buscador las palabras ‘’angina de pecho síntomas’’. Abrió al azar una de los enlaces que se le ofrecían y se encontró con que entre los posibles síntomas que nombraban estaban algunas de las sensaciones que había experimentado aunque, a decir verdad y entretenido como estaba, en ese momento habían desaparecido casi totalmente. Volvió al salón y se dejó caer en el sofá preocupado, por una parte, por lo que había leído y las coincidencias con lo que le ocurría que, a pesar de ser consciente de que su imaginación las magnificaba, no dejaban de mantenerle en vilo. Y, por otra parte, atento a la aparición del más leve indicio de opresión pectoral que, de sentirla, sabía que iba a impulsarle a coger el teléfono y marcar el 112.

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