domingo, 4 de septiembre de 2016

Semana del 28 de agosto al 3 de septiembre del 2016(Brasil XIII)

Y SEGUIMOS CON EL RELATO DEL VIAJE AL BRASIL


5 de noviembre del 2007

Amaneció en Río con un cielo plomizo que presagiaba lluvia, y que comenzó a caer cuando bajaron a desayunar. Se sentaron los cinco en una mesa de cuatro y allí, bien apretaditos, pasaron la primera hora de la mañana. Las demás horas, anulando la excursión turística al Pan de Azúcar, mirando por la ventana, dando vueltas por Recepción, consiguiendo un chubasquero gratis por si acaso, y jugando a las cartas.

Ya era cerca del mediodía cuando el Recovecos, harto de no hacer nada, decidió darle utilidad al chubasquero que había conseguido y salió a dar una vuelta con el pretexto de comprar tabaco. Al oír ese pretexto tan manido, la Flores reaccionó rápidamente y se añadió a la incursión por los alrededores, en este caso con la excusa de que tenía que comprarse unas chanclas para poder andar cómodamente por la calle que, ya en ese momento, era más un charco continuo que una acera practicable. A la vuelta y con los deberes hechos, pues mostraron el paquete de tabaco Benson y unas chanclas con el nombre de Ipanema grabado en donde se apoyaba el pie, comunicaron a los demás que habían localizado en su recorrido un restaurante en el que podían estar a cubierto y que no tenía mala pinta. Y allí se fueron todos menos el Palmeras, a tomar un plato de picanha y unos camarones.

Y por la tarde, más de lo mismo. No hay cosa más aburrida que Río con lluvia continua. Y para aprovechar el tiempo, no se sabe a quién, pero a alguien se le ocurrió proponer el dar una vuelta en taxi para, por lo menos, visualizar la zona centro de Río. Ver, lo que se dice ver, no vieron mucho, porque entre la lluvia y el tipo de conducción del taxista solo podían vislumbrar los alrededores del taxi cuando éste se paraba para no sobrepasar un semáforo en rojo o porque la circulación se hacía pausada por culpa de la lluvia y de las consiguientes retenciones. El resto del tiempo, la mayoría iba con los ojos cerrados para no ser conscientes de lo que se libraban por los pelos cada par de minutos, aunque el taxista iba tan tranquilo identificándoles los edificios que veían a su paso y, en más de una ocasión, señalándolos con una o con las dos manos que, como es natural, dejaban de sujetar el volante durante unos segundos que se les hacían eternos a los pasajeros.

Al volver al hotel tuvieron que poner todos los medios que tenían a su alcance para relajarse, por lo que organizaron unas cuantas partidas de cartas que, por cierto, ganó el Peluche, y tomándose mientras tanto sendas caipirinhas. Y cuando el Recovecos consideró unilateralmente que ya había perdido suficiente, puso como excusa el que había que prepararse para el viaje del día siguiente y, ante su negativa a echar una partidita más, se fueron todos a sus habitaciones sin cenar y sin rechistar, ya que todos conocían el mal humos que se le ponía al Recovecos cuando perdía más de dos euros.


6 de noviembre del 2007

¡Vaya madrugón! Les hicieron levantar a todos a las cinco y media (¡5,30 a.m!) y, como es natural, no hubo siquiera un desayuno decente. Con un café y un zumo salieron hacia el aeropuerto, ¿y para qué?. Para encontrarse con un montón de vuelos que se habían cancelado o atrasado Y les tocó esperar cerca de la puerta de embarque suspirando y rogando para que su vuelo a Sao Paulo fuese de los que antes se pusiese en marcha. Por fin se anunció que el vuelo estaba dispuesto a salir pero…¡ en otra puerta de embarque distinta a la que habían anunciado inicialmente! Cogieron rápidamente el equipaje de mano, el Recovecos se hizo cargo de la silla de ruedas de la Flores y, como ya había cogido práctica, llegaron a su destino sin provocar ningún accidente digno de mención, a base de anunciarse a los viandantes con el grito que ya había aprendido.. ¡Obrigato!, ¡Obrigato!



AEROPUERTO SANTOS DUMONT


El vuelo se les hizo corto y, como ya tenían la jornada planificada, cuando llegaron a Sao Paulo tomaron un taxi y se fueron a casa de sus anfitriones, donde ya estaba preparado un practicante que inyectó al Palmeras una buena ración de antibióticos para impedir que el enfriamiento se transformase en algo peor. Y…¡a viajar otra vez!

Y esta vez a una finca llamada ‘El Sitio’ situada a poca distancia de una población  que tenía por nombre Louveira, donde se detuvieron a comprar un par de cosas para completar el avituallamiento que ya llevaban. Y cuando ya estaban llegando a su destino, aceleraron para evitar que les cayera encima la tromba de agua que se acercaba, cosa que solo lograron parcialmente. Y es que cuando ya tenían el coche a la puerta de la casa, comenzó repentinamente una de esas tormentas tropicales que les impidió salir del coche, pues lo que no querían es que, por no esperar cinco minutos, entrasen en la casa chorreando agua. Cuando la lluvia torrencial se transformó en un txirimiri casi inocuo, salieron del coche, bajaron el equipaje y se instalaron en los aposentos previstos con anterioridad por sus anfitriones.

Antes de comer una buena freixoada dieron una vuelta por la finca, comprobando que estaba rodeada en sus tres cuartas partes por una zona boscosa salvaje y en la que, según les dijeron, había hasta un grupo de monos que, por las mañanas, parecía que formaban un coro y se dedicaban a gritar al unísono, con distintas cadencias, ritmos y volúmenes de ‘voz’.




EL SITIO
Y como nuestros viajeros habían madrugado y no habían descansado ‘’comm’il faut’ en toda la mañana, después de la abundante freixoada que les dieron para comer, se permitieron una buena siesta, de esas que se denominan como ‘’de orinal y pijama’’.




El resto de la tarde  se les pasó en un suspiro. Entre enredar con los perros, tomarse un buen té con bizcocho y echar unas cuantas partidas de Rumikub,  llegó la hora de cenar  para quienes había digerido la freixoada y de irse a la cama a todos, casi sin darse cuenta.





7 de noviembre del 2007

Primer día, después de mucho tiempo, en el que nuestros turistas toman un desayuno normal, de esos que se toman en casa todos los días: café, un poco o un mucho de fruta según los gustos de cada cual, y una buena porción de bizcocho casero o algo semejante. Y después, división de ‘funciones’. 

La Niña y el Peluche acompañaron a sus familiares a dar un paseo matutino deseos que le gustan tanto al Peluche y de los que reniega la Niña y que, además, le quitan la sonrisa por el esfuerzo al que le obligan.

Los otros tres, es decir, la Niña, el Palmeras y el Recovecos se decidieron por lo que desde hace años están acostumbrados a hacer en vacaciones, a saber, tumbona, sol y/o sombra, y piscina. Y desde esa posición tan cómoda contemplaron la naturaleza que les rodeaba, sin esforzarse excesivamente y, sobre todo, entreteniéndose en localizar entre el ramaje del grupo de árboles que había próximos a la piscina, a los monos que, como les habían anunciado, suelen iniciar su coro de gritos hacia el mediodía.






En un momento determinado se les acercó para saludarles, o eso creyeron, el casero-cuidador de la finca con el que mantuvieron una charla intrascendente. Intrascendente porque el Palmeras y el Recovecos no entendían nada, y se limitaron a sonreír y a hacer gestos de atención y aquiescencia en los momentos que consideraron oportunos.

No se sabe si como consecuencia de esa conversación o porque así lo tenía ya previsto, se acercó Celia, que era la que atendía las labores de la casa, preguntando por el ‘Pai’ a lo que el Recovecos hizo rápidamente gestos que indicaban que no era él sino el Palmeras, y apartándose por si acaso al rincón más lejano de la piscina para evitar cualquier tipo de confusión. Y la Celia, con una amplia sonrisa y la cara iluminada y radiante, le dio un beso en la mano al Palmeras con un gesto y una actitud propias del que está besando el anillo papal. Dijo algo al Palmeras, y allá se fueron los dos, debajo de una palmeras (valga la redundancia), se supone que para poner en práctica el sacramento de la confesión. No se sabe cómo se entendieron, pues el Palmeras entiende el portugués sólo un poco más que el cheso, pero el caso es que allí estuvieron un buen rato del que Celia, por la cara que tenía cuando volvió al edificio, salió alegre y reconfortada o, por lo menos, eso se supone. No pasaron ni treinta segundos, cuando el Recovecos se acercó al Palmeras para indagar si los pecados en portugués se dicen lo mismo que en castellano, o si lo que había hecho era repasar los mandamientos extendiendo uno a uno los diez dedos de las manos, y pidiendo que se le hiciese la afirmación o negación con la cabeza. A pesar de lo que insistió, el Recovecos no pudo aclarar cómo funcionaba eso de la absolución en distintos idiomas y, como el Palmeras no soltaba prenda, volvió a su tumbona a hacer elucubraciones religiosas mil.

Cuando volvieron los caminantes formaron un grupo alrededor de una mesa donde charlaron y algunos tomaron por primera vez zumo de maracuyá, haciendo tiempo para la comida que ese día iba a ser a base de platos libaneses: humus, sémola con picadito, berenjenas con crema de sésamo y algo que se llamaba kibbeh y que para el Recovecos, que le encantan las mezclas aunque no sepa de qué, estaba buenísimo. Según le dijeron, consistía en carne picada con piñones y aderezos a gusto del que lo cocinase.





Después de la comida libanesa, la siesta. Aunque la verdad es que lo de la siesta se hubiese producido igualmente con una comida portuguesa, húngara y hasta australiana.

Y ya, con la mitad de la tarde superada, unas cuantas partidas a la ‘mona’ en las que perdieron casi todos menos la Flores, cosa que provocó que el Recovecos iniciase la ‘estampida’ por eso del perder, y que se solidarizasen el Palmeras y el Peluche, abandonando a las mujeres a su suerte que no fue otra que organizar partidas entre ellas a un juego más ‘intelectual’, el Rumikub.




Y esas pérdidas monetarias ofuscaron la memoria del Recovecos que no la reseteó hasta la mañana siguiente y que, por lo tanto, no recuerda nada de lo que pasó ni antes ni después de la cena.

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