Semana del 28 de agosto al 3
de septiembre del 2016(Brasil XIII)
Y SEGUIMOS CON EL RELATO DEL VIAJE AL BRASIL
5 de noviembre del 2007
Amaneció en Río con un cielo
plomizo que presagiaba lluvia, y que comenzó a caer cuando bajaron a desayunar.
Se sentaron los cinco en una mesa de cuatro y allí, bien apretaditos, pasaron
la primera hora de la mañana. Las demás horas, anulando la excursión turística
al Pan de Azúcar, mirando por la ventana, dando vueltas por Recepción,
consiguiendo un chubasquero gratis por si acaso, y jugando a las cartas.
Ya era cerca del mediodía cuando
el Recovecos, harto de no hacer nada, decidió darle utilidad al chubasquero que
había conseguido y salió a dar una vuelta con el pretexto de comprar tabaco. Al
oír ese pretexto tan manido, la Flores reaccionó rápidamente y se añadió a la
incursión por los alrededores, en este caso con la excusa de que tenía que
comprarse unas chanclas para poder andar cómodamente por la calle que, ya en
ese momento, era más un charco continuo que una acera practicable. A la vuelta
y con los deberes hechos, pues mostraron el paquete de tabaco Benson y unas
chanclas con el nombre de Ipanema grabado en donde se apoyaba el pie,
comunicaron a los demás que habían localizado en su recorrido un restaurante en
el que podían estar a cubierto y que no tenía mala pinta. Y allí se fueron
todos menos el Palmeras, a tomar un plato de picanha y unos camarones.
Y por la tarde, más de lo mismo.
No hay cosa más aburrida que Río con lluvia continua. Y para aprovechar el
tiempo, no se sabe a quién, pero a alguien se le ocurrió proponer el dar una
vuelta en taxi para, por lo menos, visualizar la zona centro de Río. Ver, lo
que se dice ver, no vieron mucho, porque entre la lluvia y el tipo de
conducción del taxista solo podían vislumbrar los alrededores del taxi cuando
éste se paraba para no sobrepasar un semáforo en rojo o porque la circulación
se hacía pausada por culpa de la lluvia y de las consiguientes retenciones. El
resto del tiempo, la mayoría iba con los ojos cerrados para no ser conscientes
de lo que se libraban por los pelos cada par de minutos, aunque el taxista iba
tan tranquilo identificándoles los edificios que veían a su paso y, en más de
una ocasión, señalándolos con una o con las dos manos que, como es natural,
dejaban de sujetar el volante durante unos segundos que se les hacían eternos a
los pasajeros.
Al volver al hotel tuvieron que
poner todos los medios que tenían a su alcance para relajarse, por lo que
organizaron unas cuantas partidas de cartas que, por cierto, ganó el Peluche, y
tomándose mientras tanto sendas caipirinhas. Y cuando el Recovecos consideró
unilateralmente que ya había perdido suficiente, puso como excusa el que había
que prepararse para el viaje del día siguiente y, ante su negativa a echar una
partidita más, se fueron todos a sus habitaciones sin cenar y sin rechistar, ya
que todos conocían el mal humos que se le ponía al Recovecos cuando perdía más
de dos euros.
6 de noviembre del 2007
¡Vaya madrugón! Les hicieron
levantar a todos a las cinco y media (¡5,30 a.m!) y, como es natural, no hubo
siquiera un desayuno decente. Con un café y un zumo salieron hacia el
aeropuerto, ¿y para qué?. Para encontrarse con un montón de vuelos que se
habían cancelado o atrasado Y les tocó esperar cerca de la puerta de embarque
suspirando y rogando para que su vuelo a Sao Paulo fuese de los que antes se
pusiese en marcha. Por fin se anunció que el vuelo estaba dispuesto a salir
pero…¡ en otra puerta de embarque distinta a la que habían anunciado
inicialmente! Cogieron rápidamente el equipaje de mano, el Recovecos se hizo
cargo de la silla de ruedas de la Flores y, como ya había cogido práctica,
llegaron a su destino sin provocar ningún accidente digno de mención, a base de
anunciarse a los viandantes con el grito que ya había aprendido.. ¡Obrigato!,
¡Obrigato!
El vuelo se les hizo corto y, como
ya tenían la jornada planificada, cuando llegaron a Sao Paulo tomaron un taxi y
se fueron a casa de sus anfitriones, donde ya estaba preparado un practicante
que inyectó al Palmeras una buena ración de antibióticos para impedir que el
enfriamiento se transformase en algo peor. Y…¡a viajar otra vez!
Y esta vez a una finca llamada
‘El Sitio’ situada a poca distancia de una población que tenía por nombre Louveira, donde se
detuvieron a comprar un par de cosas para completar el avituallamiento que ya
llevaban. Y cuando ya estaban llegando a su destino, aceleraron para evitar que
les cayera encima la tromba de agua que se acercaba, cosa que solo lograron
parcialmente. Y es que cuando ya tenían el coche a la puerta de la casa,
comenzó repentinamente una de esas tormentas tropicales que les impidió salir
del coche, pues lo que no querían es que, por no esperar cinco minutos,
entrasen en la casa chorreando agua. Cuando la lluvia torrencial se transformó
en un txirimiri casi inocuo, salieron del coche, bajaron el equipaje y se
instalaron en los aposentos previstos con anterioridad por sus anfitriones.
Antes de comer una buena
freixoada dieron una vuelta por la finca, comprobando que estaba rodeada en sus
tres cuartas partes por una zona boscosa salvaje y en la que, según les
dijeron, había hasta un grupo de monos que, por las mañanas, parecía que
formaban un coro y se dedicaban a gritar al unísono, con distintas cadencias,
ritmos y volúmenes de ‘voz’.
EL SITIO
Y como nuestros viajeros habían
madrugado y no habían descansado ‘’comm’il faut’ en toda la mañana, después de
la abundante freixoada que les dieron para comer, se permitieron una buena
siesta, de esas que se denominan como ‘’de orinal y pijama’’.
El resto de la tarde se les pasó en un suspiro. Entre enredar con
los perros, tomarse un buen té con bizcocho y echar unas cuantas partidas de
Rumikub, llegó la hora de cenar para quienes había digerido la freixoada y de
irse a la cama a todos, casi sin darse cuenta.
7 de noviembre del 2007
Primer día, después de mucho
tiempo, en el que nuestros turistas toman un desayuno normal, de esos que se
toman en casa todos los días: café, un poco o un mucho de fruta según los
gustos de cada cual, y una buena porción de bizcocho casero o algo semejante. Y
después, división de ‘funciones’.
La Niña y el Peluche acompañaron
a sus familiares a dar un paseo matutino deseos que le gustan tanto al Peluche
y de los que reniega la Niña y que, además, le quitan la sonrisa por el
esfuerzo al que le obligan.
Los otros tres, es decir, la
Niña, el Palmeras y el Recovecos se decidieron por lo que desde hace años están
acostumbrados a hacer en vacaciones, a saber, tumbona, sol y/o sombra, y
piscina. Y desde esa posición tan cómoda contemplaron la naturaleza que les rodeaba,
sin esforzarse excesivamente y, sobre todo, entreteniéndose en localizar entre
el ramaje del grupo de árboles que había próximos a la piscina, a los monos
que, como les habían anunciado, suelen iniciar su coro de gritos hacia el
mediodía.
En un momento determinado se les
acercó para saludarles, o eso creyeron, el casero-cuidador de la finca con el
que mantuvieron una charla intrascendente. Intrascendente porque el Palmeras y
el Recovecos no entendían nada, y se limitaron a sonreír y a hacer gestos de
atención y aquiescencia en los momentos que consideraron oportunos.
No se sabe si como consecuencia
de esa conversación o porque así lo tenía ya previsto, se acercó Celia, que era
la que atendía las labores de la casa, preguntando por el ‘Pai’ a lo que el
Recovecos hizo rápidamente gestos que indicaban que no era él sino el Palmeras,
y apartándose por si acaso al rincón más lejano de la piscina para evitar
cualquier tipo de confusión. Y la Celia, con una amplia sonrisa y la cara
iluminada y radiante, le dio un beso en la mano al Palmeras con un gesto y una
actitud propias del que está besando el anillo papal. Dijo algo al Palmeras, y
allá se fueron los dos, debajo de una palmeras (valga la redundancia), se
supone que para poner en práctica el sacramento de la confesión. No se sabe
cómo se entendieron, pues el Palmeras entiende el portugués sólo un poco más
que el cheso, pero el caso es que allí estuvieron un buen rato del que Celia,
por la cara que tenía cuando volvió al edificio, salió alegre y reconfortada o,
por lo menos, eso se supone. No pasaron ni treinta segundos, cuando el
Recovecos se acercó al Palmeras para indagar si los pecados en portugués se
dicen lo mismo que en castellano, o si lo que había hecho era repasar los
mandamientos extendiendo uno a uno los diez dedos de las manos, y pidiendo que
se le hiciese la afirmación o negación con la cabeza. A pesar de lo que
insistió, el Recovecos no pudo aclarar cómo funcionaba eso de la absolución en
distintos idiomas y, como el Palmeras no soltaba prenda, volvió a su tumbona a
hacer elucubraciones religiosas mil.
Cuando volvieron los caminantes
formaron un grupo alrededor de una mesa donde charlaron y algunos tomaron por
primera vez zumo de maracuyá, haciendo tiempo para la comida que ese día iba a
ser a base de platos libaneses: humus, sémola con picadito, berenjenas con
crema de sésamo y algo que se llamaba kibbeh y que para el Recovecos, que le
encantan las mezclas aunque no sepa de qué, estaba buenísimo. Según le dijeron,
consistía en carne picada con piñones y aderezos a gusto del que lo cocinase.
Después de la comida libanesa, la
siesta. Aunque la verdad es que lo de la siesta se hubiese producido igualmente
con una comida portuguesa, húngara y hasta australiana.
Y ya, con la mitad de la tarde
superada, unas cuantas partidas a la ‘mona’ en las que perdieron casi todos
menos la Flores, cosa que provocó que el Recovecos iniciase la ‘estampida’ por
eso del perder, y que se solidarizasen el Palmeras y el Peluche, abandonando a
las mujeres a su suerte que no fue otra que organizar partidas entre ellas a un
juego más ‘intelectual’, el Rumikub.
Y esas pérdidas monetarias
ofuscaron la memoria del Recovecos que no la reseteó hasta la mañana siguiente
y que, por lo tanto, no recuerda nada de lo que pasó ni antes ni después de la
cena.
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