domingo, 18 de septiembre de 2016

Semana del 11 al 17 de septiembre del 2016(Brasil XIV)

Y antes de seguir con el relato del viaje a Brasil, actualicemos algunas vistas de la zona Sur de San Pedro de Alcántara


ANOCHECER DESPUÉS DE LAS PRIMERAS LLUVIAS DEL VERANO



LANCHAS PLAYERAS MUNICIPALES PARA MORAGAS



GABARRÓN DEMOCRÁTICO


LA CONCHA DESDE EL PASEO MARÍTIMO





PASEO MARÍTIMO Y PLAYA CON SOMBRILLAS RENOVADAS


VIAJE A BRASIL (XIV)


8 de noviembre del 2007

Último día en El Sitio. Y como cualquier día en que se va a emprender un viaje, siempre hay dos perspectivas distintas entre los que van a viajar. La del o de la que conduce que, como conoce los trayectos y el tipo de circulación que transita por él, prefiere salir cuanto antes. Y el de los que son transportados, que según el lugar donde están (prescindible, agradable/desagradable, …) y cómo de a gusto se encuentren en él, coincidirán con el conductor o estarán dando la tabarra para que les deje gozar un ratito más de la tranquilidad y del buen rollo de los que están disfrutando. Y esta vez, por lo que sucedió, la que tenía la sartén por el mango fue la que llevaba el coche.

Por lo menos el Recovecos durmió profundamente hasta las 8 de la mañana. Pero tuvo que esperar a que se levantara el Palmeras para poder desayunar decentemente y como dios manda, pues no tenía ni idea de cómo funcionaba la máquina de hacer café.

La mañana se les pasó tomando el sol, jugando a los numeritos y acabando con las existencias de zumo de maracuyá. Y de repente, y sin previo aviso, a una de las anfitrionas le entró la prisa y se pusieron todos a comer un ‘filet mignon’ sin que hubieran dado todavía las doce del mediodía. Algunos aun tenían la papaya y el bizcocho del desayuno asomando por el gaznate, lo que no fue excusa para sentarse en la mesa y hacer que comían algo. No contenta con eso, la autora se la sugerencia u orden de obligado cumplimiento del adelanto del ágape, mandó a todos a echar una siestecilla antes de emprender el viaje de vuelta a Sao Paulo. La Flores y el Recovecos, una vez que se aseguraron que tenían todo recogido, cambiaron la siesta por estar sentados, recogidos y silenciosos en la galería que daba al jardín donde, además, se disfrutaba de un calorcillo que facilitaba la somnolencia.




Pero hete  aquí que cuando la que tenía que trasladarlos de vuelta a Sao Paulo les ve tan tranquilos, pero despiertos, manda al Recovecos a despertar al Palmeras, y en menos de lo que dura el canto del gallo, estaban todos subidos al coche, con los equipajes en la ‘cajuela’, y preparados para recorrer los kilómetros que les separaban de su destino.

¡Y cómo los recorrieron! Con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, rezando entre curva y curva, y cuando circulaban en paralelo a camiones de todos los tamaños,…,¡aquello se parecía a las series de clasificación de Fórmula 1 en Interlagos! Y todo ello amenizado con frenazos repentinos para dejar incorporarse a la autopista a algún que otro autobús de línea.

Una vez llegados al hotel y deshechas las maletas, la Flores y el recovecos salieron a dar una vuelta por los alrededores para reponer las pastillas de fibra (que, por cierto, resultó que estaban fabricadas en Barcelona), comprar postales, localizar alguna oficina de correos que, por suerte, estaba a dos pasos del hotel, y así hacer tiempo hasta la hora en que habían acordado encontrarse con el Palmeras en la cafetería del hotel. Y cuando se reunieron, comprobaron que una cosa es estar seguro de lo que se pide al camarero y otra muy distinta es que éste lo entienda. En resumen, que pidieron unas cervezas y unas patatas chip para acompañarlas, y les trajeron las cervezas enseguida, pero no las patatas chip. Estuvieron esperando un rato, extrañados de que al personal les costase tanto abrir una bolsa de patatas, cuando apareció el camarero no con un plato, sino con un platazo de patatas fritas en la cocina en vaya usted a saber qué aceite.

No se sabe si para gastar las calorías que habían metido en su cuerpo o para buscar un sitio donde acompañar las patatas fritas con algo más sabroso, salieron de nuevo a la calle y se acercaron al Italian Shoping, galería comercial que estaba a unas cuantas manzanas del hotel, en la misma avenida Paulista. Dieron una vuelta por la zona de restaurantes pero al no convencerles ninguno, volvieron al que habían estado el primer día de su estancia en Brasil, el Tahitiano, aplicando el viejo refrán de que ‘’más vale malo conocido que bueno por conocer’’. Y acertaron.  Nada más entrar, les reconocieron de inmediato y eso que habían estado una sola vez. No se sabe si por el bigote del Recovecos, la calva del Palmeras o las abundantes canas del Peluche, pero el caso es que la amabilidad y la simpatía con las que les trataron y la comida apetecible que les recomendaron, provocaron que saliesen sonrientes y con la sensación de haber acertado en la elección.

Cruzaron la avenida, tomaron un té en la cafetería del hotel y…¡a la cama! Bueno, no directamente, pues todos, menos el Recovecos, se pasaron un rato subiendo y bajando en el ascensor sin que a estas fechas se sepa todavía la causa de tal jueguecito de niños.



9 de noviembre del 2007

Para el Recovecos, noche movidita y amanecida de galerna. Y todo por culpa de un inicio de gripe combinado con una ducha en la que lo fácil fue enjabonarse y lo difícil acertar con el manejo de los dispositivos de regulación de la temperatura del agua para poderse quitar los restos de jabón. Y cuando él y la Flores se fueron a vestir, se encontraron con una situación que, a pesar de estar prevista,  no dejó de incomodarles: estaban bajo mínimos en lo que a mudas y ropa limpia se refería. Así que bajaron a recepción y preguntaron cuál era el proceso para que les lavasen la ropa sucia y, al enterarse de la cantidad de papeles que tenían que rellenar, dudaron de que les diese tiempo a tener la ropa disponible antes de una semana, a pesar de lo cual decidieron arriesgarse, rellenaron los papeles necesarios a cuatro manos, y salieron de compras ‘sanitarias’ y a desayunar.

Compraron en una droguería-perfumería  próxima una caja de Desenfriol brasileño y material de baño y, como el hambre apretaba, entraron en el primer sitio donde vieron gente desayunando y que resultó ser un autoservicio donde se encontraron con una novedad inesperada: cobraban lo que llevabas en la bandeja al peso.

Una vez repuestos, se alejaron de la tumultuosa Avenida Paulista, y volvieron al hotel zigzagueando por calles y callejuelas mucho más tranquilas, lo que les permitió identificar, primero una tienda de Xerox donde hicieron unas fotocopias que necesitaban, después la oficina de correos donde dejaron las postales que tenían preparadas y, finalmente, una cafetería al estilo español con mesitas en la acera en la que se fijó el Recovecos y la situó en su navegador cerebral para acudir a desayunar en jornadas posteriores.

Una vez que se reunieron con el resto de compañeros de viaje, pidieron un taxi para 5 y acudió uno que debió de entender que los pasajeros que iba a recoger eran pigmeos o de talla semejante, pues entraron a duras penas y entreverados como las sardinas en lata, todos menos el Palmeras que se instaló como copiloto. Les llevaron a la avenida de San Luis donde habían quedado con la co-anfitriona y allí, unos fumando un cigarrillo y otros curioseando por los alrededores pero sin apartarse mucho del grupo, esperaron a que llegase para acompañarles a una oficina donde les iban a organizar la visita a la ciudad que tenían previsto realizar al día siguiente.

Y allí empezaron con el juego ‘De oca a oca y corro aunque no me toque’’ o, dicho de otra manera, ir de un sitio a otro como pollos sin cabeza. A saber:

- No se puede pagar la visita a la ciudad con tarjeta sino solo en efectivo o mediante transferencia

- Deciden pagarlo por transferencia y, una vez recolectados los reales necesarios, van a un banco y hacen la transferencia

- Buscan afanosamente una tienda donde hacer una fotocopia del justificante y vuelven a la agencia de viajes a cerrar el trato

- Les llevan a comer a un buffet donde se paga no por lo que se come sino por el peso que llevas en la bandeja.

- Pirulean por la zona buscando una tienda de semillas donde la Flores se hace con unos bulbos…¿de alienígenas?

- Entran en un súper supermercado a comprar café y chorradicas mil y aprovechan para tomar un café en una barra.

- Entran en el shopping Santa Lucía a comprar discos de música brasileña, un libro para la co-anfitriona, un abre-frascos no sé para qué, y más chorradicas

- Van al apartamento de la citada co-anfitriona a tomar una cerveza con queijo y un café con patatas fritas (o eso le pareció al Recovecos)

- El Palmeras, para evitar envidias insanas entre el personal doméstico, bendice a Lourdes, la asistenta de la casa, y así la deja conforme, aunque todos están convencidos que lo que quería es una bendición con confesión incluida.

- Después de tanto ajetreo, algunos se miden el aura aunque nadie se fía ni de los resultados ni de las subsiguientes interpretaciones.

Aun hubo más cosas y trajines de aquí para allá, aunque a los viajeros todo les quedó ya como una nebulosa: visita al apartamento de un familiar, a la peluquería de la anfitriona…De lo que sí se acuerdan es que volvieron al hotel en otro taxi de los que llaman de 5 personas, y en los que, una vez dentro, quedas inmovilizado en la primera postura que coges por falta de espacio: sentado en el filo del asiento, con el reposabrazos o la manivela de la ventanilla clavados en el costillar o los riñones, con la rodilla del vecino tocándote las narices,… Y el viaje se hace eterno y la salida del taxi un tanto complicada, pues al variar la posición relativa de cualquier parte del cuerpo, al sujeto que lo hace le dan calambres hasta en la rabadilla.

Al llegar al hotel, y con muy buen criterio, algunos se fueron a descansar y otros a buscar un cajero donde compensar los gastos del día. Al caer la tarde, se reunieron todos a tomar unas cervecitas y salieron a cenar a un sitio bastante ‘apañao’ que habían visto la Flores y Recovecos en su recorrido matutino. Pero el restaurante estaba completo y acabaron sentándose a tomar unos ‘fritos brasileños’ variados en un lugar sin nombre y sin referencia siquiera en el listín telefónico de Sao Paulo y, encima, con zumo de maracuyá.


Como es natural, cuando no se ‘huele’ ni una birra, volvieron silenciosos al hotel y se fueron a la cama sin rechistar.

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