Semana del 29 de mayo al 4 de junio del 2016(Brasil VIII)
El Pirulo ha andado desmadrado esta
semana controlando las labores de puesta a punto de la terraza de unos jubilados,
que se han dedicado, sobre todo él, a lijar y dar aceite a unos muebles de teca
con los que ‘visten’ la terraza.
ANTES DE LIJAR Y DAR ACEITE
DESPUÉS DE LIJAR Y DAR ACEITE
Y por eso o porque no tenía ganas
de discusiones, les ha hecho tragarse a todo el grupo el relato de otra jornada del viaje a Brasil.
28 de octubre del 2007
La amanecida y los primeros pasos
de nuestros viajeros en este último día de su estancia en Iguaçú fueron la
confirmación de lo que se temían por su experiencia del día anterior. Si el
recién pasado sábado se habían encontrado una aglomeración soportable de
clientes a la hora del desayuno, esta vez aquello se asemejaba más a una
avalancha o a un tsunami que arrastraba hasta la zona donde se exponían las
cosas que menos les apetecían y de las que tenían que echar mano como fuese. De
coger un plato y servirse unos huevos revueltos, mejor ni intentarlo, pues
podían volver a la mesa con manchas y trozos de revuelto medio cuajado hasta en
los calzoncillos. Como no tenían demasiada prisa, y no había esta vez un
autobús esperándoles para llevarles a hacer un recorrido por los alrededores,
lo tomaron con calma, y esperaron a que los grupos familiares fueran desapareciendo.
Después de alimentarse con lo
mejor de lo que había sobrado, les dio tiempo a dar un paseo por los
alrededores del hotel, reposar un rato, ir a la capilla que casualmente estaba
dedicada a Nuestra Señora de la Paz, oír la misa dominical bien formales, con
bautizo incluido, y, al final, reunirse de nuevo en el hall del hotel con las
maletas, pagar los extras y pensar en el viaje de vuelta a Sao Paulo.
LA CAPILLA
LOS JARDINES
LA ''AVENIDA'' DE LOS FAMOSOS
(Por sus pies los conoceréis)
Allí aguardaron a Cynthia, la
responsable de las excursiones, con la que redactaron el obligado informe del
abortado paseo en barco del día anterior, cobraron los reales previamente
abonados que, tan rápido como el coatí ladrón de bocadillos, se los apropió el
Recovecos para incorporarlos al fondo común, y se trasladaron al aeropuerto.
Una vez allí, hicieron lo que se
estaba ya convirtiendo en una costumbre en los aeropuertos brasileños: esperar
y pasar calor. Cada vez que llegaba un avión creían que era el suyo, y alguno
de los cinco (mejor de los cuatro, pues la Flores no contaba para esos
menesteres) se levantaba para ver si era el que les iba a trasladar a Sao
Paulo, aunque tanto paseo no aceleró su llegada. ¡Llegó el último de los
anunciados y con retraso!
Después de la calorina que
pasaron a pie de pista, el ambiente en el interior del avión les pareció Jauja,
y se sentaron con la sensación de que se iniciaba una nueva etapa de su viaje
que preveían de sol y playa. El trayecto se les hizo corto, aunque no
contribuyó a ello el tentempié que les proporcionaron, consistente en una
galletas crackers y una ‘’mierdilla’’ de pastel de guayaba.
Una vez en Sao Paulo, salieron en
búsqueda de un taxi de 5 plazas, pensando hacer alarde del conocimiento
adquirido hacía unos días, aunque esta vez nadie se peleó por empujar la silla
de la Flores, se supone que porque tal gesto no conllevaba ninguna ventajilla.
Los taxistas, haciendo también alarde del conocimiento que tenían de los
turistas, les metieron gato por liebre y, después de unas cuantas frases que se
cruzaron entre los que estaban disponibles, les endilgaron uno de 4 plazas
‘ampliables’. Lo de la supuesta ampliación consistía en que los cuatro pasajeros de atrás se
tenían que sentar al tresbolillo (uno mirando hacia occidente y el siguiente
hacia oriente, o al revés, que da lo mismo), y uno de ellos, por lo menos, con
el culo casi al aire, apoyado justo, justo allí donde le fémur se una a la
cadera. Le dieron al taxista la dirección de la anfitriona que es donde habían
quedado, pero al llegar a la zona donde estaba la vivienda, el conductor que
les tocó en suerte no debía estar muy seguro. Inició entonces consultas con un
hablar tan rápido que nadie de los presentes le entendía, y menos enredados por
las interpretaciones que hacía el Palmeras que parecía adivinar coincidencias
entre el portugués y el cheso, o eso se supone. Después de dar unas cuantas
vueltas, y más por culpa de las direcciones prohibidas y por la poca
accesibilidad visual de los números de los edificios, llegaron a la entrada
adecuada y subieron al domicilio de la anfitriona donde ya habían estado el
primer día de su estancia en Sao Paulo. Y allí, entre charlas y refrescos, a
esperar a que llegasen los dos coches que iban a trasladarlos a todos a
Itanhaem, tercera etapa de su viaje.
Se hicieron esperar los que
traían los coches, pero a eso de las 20,30 h. llegaron, cargaron maletas y
alimentos (incluida una sandía enorme, de unos 10 kilos) y salieron hacia la
costa. Tuvieron que repostar antes de salir de Sao Paulo en una estación de
servicio específica, cosa que encantó al Recovecos pues el coche iba a gas y,
como buen científico, le interesaba ver como lo hacían. ¿Cambiarían sin más la
botella de gas como cuando se te acaba la bombona de la cocina? ¿La enchufarían
a un surtidor de gas a presión? ¿Introducirían el coche, con pasajeros
incluidos, en una cámara frigorífica a tª bajo 0º para poder trasvasar el gas
en estado líquido? Pues el Recovecos se quedó con las ganas de conocer el
‘cómo’, ya que le ‘recomendaron’ no salir del coche para evitar pérdidas de
tiempo.
El viaje hasta Itanhaem fue más
largo de lo que esperaban, o quizá fue por que no podían contemplar el paisaje
que atravesaban pues era ya noche cerrada. Lo que no pudieron evitar, sobre
todo la Flores y el Recovecos, fue sentir el mariposeo estomacal que les
provocaba el tomar las curvas cuesta abajo que trazaba la autopista a una
velocidad que, por ser noche cerrada, les parecía más alta de lo que realmente
era. Después de descender hasta la zona de playas de Sao Paulo y recorrer
durante un buen rato una carretera paralela a la costa, llegaron a una de esas
urbanizaciones de chalets con jardín que
estaban en torno a zonas verdes rectangulares ajardinadas junto a la playa. Y allí los coches se
detuvieron junto a las verjas de una de las villas, y bajaron para conocer lo
que iba a ser su residencia durante unos días.
Nada más entrar en la casa vieron
que la anfitriona les tenía preparada una cena tal, que les hizo olvidar el
viaje en avión, el traslado en coche, el acongojamiento producido por las
curvas del puerto, y todo lo demás. Todo estaba dispuesto en la mesa: casquiña
de siri, que es un plato típico del Brasil a base de un tipo de cangrejo; torta
de pollo; alcachofillas; y un surtido de frutas y dulces que al Palmeras, por
la fruta, y al Recovecos, por los dulces, les obligó a hacer un esfuerzo casi
insuperable para no invertir el orden de los platos de la cena.
Y después de charlar, recibir a
unos conocidos de la urbanización y saludar a los dos perros que brujuleaban
por la casa y su jardín (Nuna y Jani) se fueron a descansar.
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