lunes, 6 de junio de 2016

Semana del 29 de mayo al 4 de junio del 2016(Brasil VIII)

El Pirulo ha andado desmadrado esta semana controlando las labores de puesta a punto de la terraza de unos jubilados, que se han dedicado, sobre todo él, a lijar y dar aceite a unos muebles de teca con los que ‘visten’ la terraza.



ANTES DE LIJAR Y DAR ACEITE



DESPUÉS DE LIJAR Y DAR ACEITE

Y por eso o porque no tenía ganas de discusiones, les ha hecho tragarse a todo el grupo el relato de otra jornada del viaje a Brasil.


28 de octubre del 2007

La amanecida y los primeros pasos de nuestros viajeros en este último día de su estancia en Iguaçú fueron la confirmación de lo que se temían por su experiencia del día anterior. Si el recién pasado sábado se habían encontrado una aglomeración soportable de clientes a la hora del desayuno, esta vez aquello se asemejaba más a una avalancha o a un tsunami que arrastraba hasta la zona donde se exponían las cosas que menos les apetecían y de las que tenían que echar mano como fuese. De coger un plato y servirse unos huevos revueltos, mejor ni intentarlo, pues podían volver a la mesa con manchas y trozos de revuelto medio cuajado hasta en los calzoncillos. Como no tenían demasiada prisa, y no había esta vez un autobús esperándoles para llevarles a hacer un recorrido por los alrededores, lo tomaron con calma, y esperaron a que los grupos familiares fueran desapareciendo.

Después de alimentarse con lo mejor de lo que había sobrado, les dio tiempo a dar un paseo por los alrededores del hotel, reposar un rato, ir a la capilla que casualmente estaba dedicada a Nuestra Señora de la Paz, oír la misa dominical bien formales, con bautizo incluido, y, al final, reunirse de nuevo en el hall del hotel con las maletas, pagar los extras y pensar en el viaje de vuelta a Sao Paulo.




LA CAPILLA


LOS JARDINES


LA ''AVENIDA'' DE LOS FAMOSOS
(Por sus pies los conoceréis)


Allí aguardaron a Cynthia, la responsable de las excursiones, con la que redactaron el obligado informe del abortado paseo en barco del día anterior, cobraron los reales previamente abonados que, tan rápido como el coatí ladrón de bocadillos, se los apropió el Recovecos para incorporarlos al fondo común, y se trasladaron al aeropuerto.

Una vez allí, hicieron lo que se estaba ya convirtiendo en una costumbre en los aeropuertos brasileños: esperar y pasar calor. Cada vez que llegaba un avión creían que era el suyo, y alguno de los cinco (mejor de los cuatro, pues la Flores no contaba para esos menesteres) se levantaba para ver si era el que les iba a trasladar a Sao Paulo, aunque tanto paseo no aceleró su llegada. ¡Llegó el último de los anunciados y con retraso!




Después de la calorina que pasaron a pie de pista, el ambiente en el interior del avión les pareció Jauja, y se sentaron con la sensación de que se iniciaba una nueva etapa de su viaje que preveían de sol y playa. El trayecto se les hizo corto, aunque no contribuyó a ello el tentempié que les proporcionaron, consistente en una galletas crackers y una ‘’mierdilla’’ de pastel de guayaba.

Una vez en Sao Paulo, salieron en búsqueda de un taxi de 5 plazas, pensando hacer alarde del conocimiento adquirido hacía unos días, aunque esta vez nadie se peleó por empujar la silla de la Flores, se supone que porque tal gesto no conllevaba ninguna ventajilla. Los taxistas, haciendo también alarde del conocimiento que tenían de los turistas, les metieron gato por liebre y, después de unas cuantas frases que se cruzaron entre los que estaban disponibles, les endilgaron uno de 4 plazas ‘ampliables’. Lo de la supuesta ampliación consistía  en que los cuatro pasajeros de atrás se tenían que sentar al tresbolillo (uno mirando hacia occidente y el siguiente hacia oriente, o al revés, que da lo mismo), y uno de ellos, por lo menos, con el culo casi al aire, apoyado justo, justo allí donde le fémur se una a la cadera. Le dieron al taxista la dirección de la anfitriona que es donde habían quedado, pero al llegar a la zona donde estaba la vivienda, el conductor que les tocó en suerte no debía estar muy seguro. Inició entonces consultas con un hablar tan rápido que nadie de los presentes le entendía, y menos enredados por las interpretaciones que hacía el Palmeras que parecía adivinar coincidencias entre el portugués y el cheso, o eso se supone. Después de dar unas cuantas vueltas, y más por culpa de las direcciones prohibidas y por la poca accesibilidad visual de los números de los edificios, llegaron a la entrada adecuada y subieron al domicilio de la anfitriona donde ya habían estado el primer día de su estancia en Sao Paulo. Y allí, entre charlas y refrescos, a esperar a que llegasen los dos coches que iban a trasladarlos a todos a Itanhaem, tercera etapa de su viaje.

Se hicieron esperar los que traían los coches, pero a eso de las 20,30 h. llegaron, cargaron maletas y alimentos (incluida una sandía enorme, de unos 10 kilos) y salieron hacia la costa. Tuvieron que repostar antes de salir de Sao Paulo en una estación de servicio específica, cosa que encantó al Recovecos pues el coche iba a gas y, como buen científico, le interesaba ver como lo hacían. ¿Cambiarían sin más la botella de gas como cuando se te acaba la bombona de la cocina? ¿La enchufarían a un surtidor de gas a presión? ¿Introducirían el coche, con pasajeros incluidos, en una cámara frigorífica a tª bajo 0º para poder trasvasar el gas en estado líquido? Pues el Recovecos se quedó con las ganas de conocer el ‘cómo’, ya que le ‘recomendaron’ no salir del coche para evitar pérdidas de tiempo.

El viaje hasta Itanhaem fue más largo de lo que esperaban, o quizá fue por que no podían contemplar el paisaje que atravesaban pues era ya noche cerrada. Lo que no pudieron evitar, sobre todo la Flores y el Recovecos, fue sentir el mariposeo estomacal que les provocaba el tomar las curvas cuesta abajo que trazaba la autopista a una velocidad que, por ser noche cerrada, les parecía más alta de lo que realmente era. Después de descender hasta la zona de playas de Sao Paulo y recorrer durante un buen rato una carretera paralela a la costa, llegaron a una de esas urbanizaciones de chalets con jardín  que estaban en torno a zonas verdes rectangulares ajardinadas  junto a la playa. Y allí los coches se detuvieron junto a las verjas de una de las villas, y bajaron para conocer lo que iba a ser su residencia durante unos días.

Nada más entrar en la casa vieron que la anfitriona les tenía preparada una cena tal, que les hizo olvidar el viaje en avión, el traslado en coche, el acongojamiento producido por las curvas del puerto, y todo lo demás. Todo estaba dispuesto en la mesa: casquiña de siri, que es un plato típico del Brasil a base de un tipo de cangrejo; torta de pollo; alcachofillas; y un surtido de frutas y dulces que al Palmeras, por la fruta, y al Recovecos, por los dulces, les obligó a hacer un esfuerzo casi insuperable para no invertir el orden de los platos de la cena.


Y después de charlar, recibir a unos conocidos de la urbanización y saludar a los dos perros que brujuleaban por la casa y su jardín (Nuna y Jani) se fueron a descansar.

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