Semana del 8 al 14 de mayo del 2016(Brasil V)
25 de octubre del 2007
Como siempre que se programa un
vuelo para primera hora de la mañana, hay que madrugar. Y más, si eso ocurre en
Sao Paulo aunque el vuelo despegue del aeropuerto de Congonhas que se
encuentra, si no en el centro de la ciudad, sí rodeado de edificios de todos
los tamaños.
Nuestros viajeros se levantaron,
se lavaron (alguno de ellos como los gatos), y bajaron al lobby donde, a pesar
de lo temprana que era la hora, intentaron degustar un zumo y un café que, una
vez añadida el azúcar, estuvieron a punto de agitar con el dedo índice pues no
veían cucharillas por ningún lado. Menos mal que se fijaron en la Flores, que
era la más ‘viajada’, y se limitaron a imitarla, cogiendo todos su palito de
plástico del montón que había entre los vasos desechables y las jarras de zumo.
Como el día anterior habían
tenido la previsión de encargar un taxi para una hora prudencial y, en su
indagación, se habían enterado de que podían disponer de uno de 5 plazas si así
lo solicitaban, no tuvieron que esperar más que unos minutos a que llegase el
vehículo a los pies de la escalera que daba acceso al hotel. Las dudas que
tenían sobre cómo sería un taxi ‘especial’ de 5 plazas se les despejaron nada
más verlo. Era un poco más largo que lo normal, pero no mucho. Y al abrir el
portón trasero para cargar las maletas, el taxista les indicó, con un gesto,
que el quinto pasajero debía de acceder por ese mismo portón a un asiento
plegable que había junto al lateral. Se miraron unos a otros, y con la
justificación de no separar a los matrimonios, invitaron al Palmeras a entrar
por la trasera del taxi. En realidad, más que invitar, lo que hicieron las
parejas fue reaccionar con celeridad ante la situación e introducirse
rápidamente los cuatro por las puertas laterales.
Muy atentos todos a los problemas
de respiración de la Flores, lo primero que hicieron al llegar al aeropuerto
fue hacerse con una silla de ruedas, aunque las malas lenguas afirman que este
detalle y la posterior ‘discusión’ sobre quién la empujaba se debía más a las
ventajas para el embarque que daba al que la impulsaba que a una disponibilidad
personal ofrecida gratuitamente a la discapacitada. No obstante, el Recovecos
hizo valer su prerrogativa de consorte y no hubo más ofrecimientos ‘generosos’.
Para evitar cualquier
equivocación en lo que se refería a la puerta de embarque y a su localización,
se dirigieron a la que indicaban los paneles que reflejaban los horarios y
destinos de salidas y se acomodaron, pues les habían anunciado que su vuelo
hacia Foz de Iguaçu partiría con retraso. La espera se hizo interminable, pero
por lo menos tuvieron un pequeño consuelo: unas barritas ¿energéticas? que eran
un regalo de la compañía que les iba a trasladar y que, entre sus ingredientes
figuraban las castañas y/o las bananas. El Recovecos degustó la que le
correspondió, y cerrando los ojos e imaginando que estaba saboreando un
apetitoso bocata de tortilla de patatas, acabó abriendo los ojos, deglutiendo
como pudo lo que tenía en la boca, y arrojando el resto a la papelera más
cercana.
El vuelo, la llegada y el
traslado al Hotel Bourbon Cataratas, sin problemas, pero con sol y mucho calor.
Lo primero que hicieron fue darse la pequeña alegría de una mini-comida en la
cafetería del hotel. Al finalizarla, y después de un postre gratis como regalo
de bienvenida, instauraron una celebración que iba a transformarse en costumbre
a lo largo de los días de estancia en Brasil: beberse una caipirinha en
cualquier situación del día que lo propiciase.
Antes de que nadie se diese
cuenta, el Palmeras desapareció para darse un ‘capucete’ en la piscina, y los
demás deambularon por el hotel tratando de identificar los lugares que iban a
ser útiles durante su estancia.
A media tarde se reunieron con la
persona que, en todos los hoteles existe y que se encarga de organizar las
excursiones y visitas más o menos demandadas por los turistas, y los nuestros
cumplieron la tradición con creces, como podrá comprobarse más adelante. Una de
las ofertas de Cynthia, que así se llamaba, fue jaleada por el Palmeras, tal
vez porque le recordaba aquel viaje que había hecho como copiloto en la Expo de
Sevilla-92, y que aquí se denominaba con el pomposo nombre de
‘’Helicóptero-75’’. Pero en cuanto se enteraron del precio, el Recovecos y la
Niña se encargaron de convencerle de que era mejor rechazarlo por múltiples
razones, que se las cuchichearon en un aparte: que era muy peligroso pues se
acercaban temerariamente a las cataratas; que si tenían un accidente lo único
que podía ocurrir esa estamparse contra las rocas o morir ahogados; que el
traslado a España de los cadáveres (si los había) era muy complicado y costoso;
que por allí no abundaban los traumatólogos y acabaríamos en manos de un chamán
sin experiencia; que… El Palmeras, el Peluche y la Flores se miraron, se
encogieron de hombros, entendieron la
indirecta y adivinaron que la justificación del rechazo era puramente
pecuniaria, y apoyaron sumisamente y al unísono el no arriesgarse a sobrevolar
las cataratas. Eligieron las que les parecían las más típicas y, una vez que
apoquinaron los reales que les solicitaron como anticipo, se fueron
tranquilamente a cenar.
Haciendo alarde de dominio de la
situación, entraron muy decididos en el primer restaurante que encontraron por
los pasillos, y cuando dieron los números de las habitaciones…¡sorpresa! Les
dijeron muy amablemente que se los consideraba como ‘grupo’ y que su comedor
era otro que, gracias a Dios, estaba casi puerta con puerta respecto al que
habían accedido y que, por lo menos, el buffet al que tenían derecho era
aceptable.
Y después de la cena, la primera visita
concertada: al ‘’RAFAEL-IN’’. Lugar al que, por lo que vieron al entrar, habían
acudido todos los turistas de la zona y que ya estaban formalmente sentados por
docenas, en mesas alargadas y colocadas perpendicularmente a un largo
escenario. Y como es natural en estos casos, entretenidos en beber todo tipo de
líquidos más o menos identificables que, como comprobaron posteriormente,
estaban incluidos en la entrada que habían abonado. Y allí pasaron un par de
horas bebiendo, charlando y contemplando las manifestaciones del folklore de
los tres países que rodean las cataratas (Brasil, Paraguay y Argentina), y que
fueron apareciendo sin solución de continuidad.
.
Danzas indígenas ancestrales que dedujeron que debían corresponder a los pobladores de alguna zona de la selva que rodeaba Iguaçu
Más bailes y cantos paraguayos (el del arpa sigue ahí, al fondo)
Y por fin,…¡lo argentino! Tangos
y demás
Y de este gaucho que casi no se
ve en la foto, nuestros viajeros estuvieron a a punto de salir huyendo. No se
sabe si era un gaucho auténtico o no, pero lo que sí eran auténticas eran las
boleadoras con las que se puso a ‘’jugar’’ y, sobre todo, a girar a gran
velocidad, con el peligro de que si se soltaba una (o todas) la situación iba a
ser más arriesgada que haber contratado el vuelo en helicóptero.
Volvieron sanos y salvos al hotel
y…¡a descansar! Aunque el Recovecos y la Flores se entretuvieron un rato…¡en
buscar el papel de váter! En estos hoteles modernos, igual por pudor, o tal vez
por ahorrar, dejan el papel en los sitios menos previsibles.
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