domingo, 22 de mayo de 2016

Semana del 15 al 21 de mayo del 2016(Brasil VI)

Lo primero que ha hecho el Pirulo ha sido llevar a todos a ver algo que aparece por aquí solo cuando ha habido unos días de lluvias abundantes, para aclararles que no es una medusa terrestre sino algo que puede provocarles alteraciones digestivas.


LA SETA DE MARRAS



JARDINERA VISTA DESDE EL EXTERIOR: ROSAS, ROMERO, PLUMBAGO 


Y luego, aplicando el principio político que puede enunciarse de la siguiente manera:  ‘’Aquí el único que habla y opina soy YO’’, les ha seguido relatando lo ocurrido en el famoso viaje a Brasil

26 de octubre del 2007

El madrugón obligado por el recorrido turístico programado, se vio compensado porque llegaron de los primeros al desayuno, con las ventajas que eso tiene hasta en los viajes del IMSERSO. Y lo que más les asombró fue el número y tipos de panes y crepes que tenían a su disposición. El Palmeras se tomó su tiempo en la sección de panes hasta que pudo decidirse por los que más le apetecían, y el Recovecos no lo dudó y se acercó a la sección de crepes, avituallándose después de toda clase de mermeladas con las que alegrarlas el sabor.

Les trasladaron hasta la Central Eléctrica de Itaipu donde, en un recorrido más o menos guiado, les dieron los datos necesarios para hacerse una idea de la magnitud de la mega-presa que estaban viendo y que, aun hoy, la energía que produce se puede equiparar a la que se genera en la central china ubicada en la llamada presa de las Tres Gargantas. Por su situación, y por la procedencia de las aguas que alimentaban la presa, Itaipu pertenecía a Brasil y Paraguay, países que participaron en su construcción y que se repartían la energía eléctrica que se producía. Como curiosidad, les explicaron que la energía que correspondía a Paraguay superaba las necesidades que debía de atender y que, por razones del acuerdo que habían firmado con Brasil, el excedente lo tenían que vender al propio Brasil a un precio muy por debajo del existente en el mercado, lo que estaban tratando de corregir.




ENTRADA A ITAIPU



LA PRESA


LA FLORES Y LA NIÑA


CUENCA DE RECEPCIÓN

Como en cualquier viaje organizado, cuando acabaron el recorrido programado, y sin dejarles siquiera que los de más edad recuperaran la respiración, les trasladaron a un mirador desde el que, a lo lejos, se veían las cataratas de la zona de Argentina. Y les dieron dos opciones: o ir haciendo senderismo por la orilla del río hasta la catarata principal de Iguaçu (Brasil), o ahorrarse la caminata y sin bajar del autobús trasladarse al mismo lugar al que iban a llegar los que quisieran ir a pie, donde existían unas instalaciones en las que podrían descansar y tomar un refrigerio o lo que se les ocurriese. Ninguno lo dudó. La Flores ni se levantó del asiento, mientras que el resto optó por estirar las piernas y hacer un poco de ejercicio.






Más que un sendero, aquello era una trocha que subía, bajaba, esquivaba la tupida vegetación, volvía a subir o bajar, se alejaba o acercaba peligrosamente al talud desde el que se podía contemplar el río cien metros más abajo, … El Recovecos parecía el más alocado. Lo  mismo iba mirando fijamente al suelo para evitar que su pie ‘tonto’ tropezase con raíces, piedras o escalones, que se paraba bruscamente en un cambio de dirección del camino para sacar fotos. La ventaja era que la vereda no tenía pérdida pues, a parte de la empinada pendiente sobre la que estaba trazada, estaba llena de turistas que hacían el mismo recorrido, lo que te impedía, a veces, hasta detenerte para hacer fotos.






Al llegar a las instalaciones que estaban a la altura de la mayor de las caídas de agua, y después de hacerse las consabidas fotos en la plataforma que habían construido cerca del desnivel principal, se unieron a la Flores y se sentaron en una de las mesas disponibles para intentar organizar un buen yantar. Probaron todo tipo de empanadillas aunque el Recovecos hizo uso de su poder, pues era el encargado de administrar la bolsa común, y prohibió que fueran de bacalao, y como no había TV, se dedicaron a observar lo que ocurría en la mesa de al lado.







Había tres jóvenes sentadas en torno a la mesa que estaba junto a la barandilla que separaba lo que podía denominarse zona de libre ocupación turística, de la pendiente que descendía hacia las cataratas. Y dicha pendiente estaba ocupada por una vegetación bastante tupida y constituida, sobre todo, por toda clase de arbustos. No se sabe por qué detalle, tal vez por el habla, parecían australianas o, por lo menos, eso era lo que pensaba el Recovecos que no les quitaba el ojo de encima. Una vez acomodadas, extrajeron de sus mochilas sendos envoltorios con bocadillos que no tenían nada que envidiar al surtido de empanadillas que se repartían nuestros viajeros. Y cuando ya los tenían dispuestos para empezar a comérselos, y estaban medio distraídas comentando lo que fuese, apareció un coatí que venía de la zona de los arbustos y, ágilmente, se subió a la mesa.



COATÍ

Y antes de que se desvaneciese en el aire el gritito que dieron las tres al unísono, el dichoso animalito había desaparecido llevándose uno de los bocadillos. Hubo risitas, miradas a su alrededor, gestos simpáticos a los comensales más próximos como queriendo decir: ‘’¡Mira! ¡Qué monos!’’, y se dispusieron a seguir con su disminuido condumio.  Aun no habían acercado sus manos a los bocatas que les quedaban cuando, sin saber cómo ni de dónde, se plantó encima de la mesa otro coatí que no tenía rasgos diferenciales suficientes para determinar si era ‘otro’ o el mismo sinvergüenza que había desaparecido segundos antes  y, atrapando otro bocadillo, se fue por donde había venido. En ese momento ya no se oyeron grititos ni nada parecido sino palabras en un idioma que parecía el inglés, y con un tono y unos gestos que no eran precisamente amistosos sino más bien coléricos. Y no lo dudaron. Cogieron el bocadillo que les quedaba, las mochilas donde debían de tener alguno más de repuesto, se levantaron como indignadas, y se fueron




¿OTRO COATÍ? ¿EL MISMO?

Nuestros cuatro protagonistas, después de este espectáculo gratuito y divertido, y felicitándose por haberse colocado en una mesa alejada de la barandilla por donde debían entrar y salir los animalito a su libre albedrío, volvieron al autobús, y con una parada intermedia para tomar un cafelito, les trasladaron al hotel.

La tarde se la tomaron de descanso en la piscina y, de paso, se bebieron unas caipirinhas. Estas debieron desinhibir al Palmeras, pues confesó haberse equivocado con los mejunjes de que disponía para su aseo personal y que había acabado, no sabía cómo, dándose el colutorio, marca Listerine, en la calva creyendo que era colonia.


Y al anochecer, antes de retirarse a sus aposentos, comenzaron a practicar el entretenimiento más común entre jubilados, la partida de cartas, y concretamente el chinchón. Y ganó el Peluche. 

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