Semana del 15 al 21 de mayo del 2016(Brasil VI)
Lo primero que ha hecho el Pirulo
ha sido llevar a todos a ver algo que aparece por aquí solo cuando ha habido
unos días de lluvias abundantes, para aclararles que no es una medusa terrestre
sino algo que puede provocarles alteraciones digestivas.
LA SETA DE MARRAS
JARDINERA VISTA DESDE EL EXTERIOR: ROSAS, ROMERO, PLUMBAGO
Y luego, aplicando el principio
político que puede enunciarse de la siguiente manera: ‘’Aquí el único que habla y
opina soy YO’’, les ha seguido relatando lo ocurrido en el famoso viaje a
Brasil
26 de octubre del 2007
El madrugón obligado por el
recorrido turístico programado, se vio compensado porque llegaron de los
primeros al desayuno, con las ventajas que eso tiene hasta en los viajes del
IMSERSO. Y lo que más les asombró fue el número y tipos de panes y crepes que
tenían a su disposición. El Palmeras se tomó su tiempo en la sección de panes
hasta que pudo decidirse por los que más le apetecían, y el Recovecos no lo
dudó y se acercó a la sección de crepes, avituallándose después de toda clase
de mermeladas con las que alegrarlas el sabor.
Les trasladaron hasta la Central Eléctrica de Itaipu donde,
en un recorrido más o menos guiado, les dieron los datos necesarios para
hacerse una idea de la magnitud de la mega-presa que estaban viendo y que, aun
hoy, la energía que produce se puede equiparar a la que se genera en la central
china ubicada en la llamada presa de las Tres Gargantas. Por su situación, y
por la procedencia de las aguas que alimentaban la presa, Itaipu pertenecía a
Brasil y Paraguay, países que participaron en su construcción y que se
repartían la energía eléctrica que se producía. Como curiosidad, les explicaron
que la energía que correspondía a Paraguay superaba las necesidades que debía
de atender y que, por razones del acuerdo que habían firmado con Brasil, el
excedente lo tenían que vender al propio Brasil a un precio muy por debajo del
existente en el mercado, lo que estaban tratando de corregir.
ENTRADA A ITAIPU
LA PRESA
LA FLORES Y LA NIÑA
CUENCA DE RECEPCIÓN
Como en cualquier viaje organizado, cuando acabaron el
recorrido programado, y sin dejarles siquiera que los de más edad recuperaran
la respiración, les trasladaron a un mirador desde el que, a lo lejos, se veían
las cataratas de la zona de Argentina. Y les dieron dos opciones: o ir haciendo
senderismo por la orilla del río hasta la catarata principal de Iguaçu
(Brasil), o ahorrarse la caminata y sin bajar del autobús trasladarse al mismo
lugar al que iban a llegar los que quisieran ir a pie, donde existían unas
instalaciones en las que podrían descansar y tomar un refrigerio o lo que se
les ocurriese. Ninguno lo dudó. La Flores ni se levantó del asiento, mientras
que el resto optó por estirar las piernas y hacer un poco de ejercicio.
Más que un sendero, aquello era una trocha que subía,
bajaba, esquivaba la tupida vegetación, volvía a subir o bajar, se alejaba o
acercaba peligrosamente al talud desde el que se podía contemplar el río cien
metros más abajo, … El Recovecos parecía el más alocado. Lo mismo iba mirando fijamente al suelo para
evitar que su pie ‘tonto’ tropezase con raíces, piedras o escalones, que se paraba
bruscamente en un cambio de dirección del camino para sacar fotos. La ventaja
era que la vereda no tenía pérdida pues, a parte de la empinada pendiente sobre
la que estaba trazada, estaba llena de turistas que hacían el mismo recorrido,
lo que te impedía, a veces, hasta detenerte para hacer fotos.
Al llegar a las instalaciones que estaban a la altura de la
mayor de las caídas de agua, y después de hacerse las consabidas fotos en la
plataforma que habían construido cerca del desnivel principal, se unieron a la
Flores y se sentaron en una de las mesas disponibles para intentar organizar un
buen yantar. Probaron todo tipo de empanadillas aunque el Recovecos hizo uso de
su poder, pues era el encargado de administrar la bolsa común, y prohibió que
fueran de bacalao, y como no había TV, se dedicaron a observar lo que ocurría
en la mesa de al lado.
Había tres jóvenes sentadas en torno a la mesa que estaba
junto a la barandilla que separaba lo que podía denominarse zona de libre ocupación
turística, de la pendiente que descendía hacia las cataratas. Y dicha pendiente
estaba ocupada por una vegetación bastante tupida y constituida, sobre todo,
por toda clase de arbustos. No se sabe por qué detalle, tal vez por el habla,
parecían australianas o, por lo menos, eso era lo que pensaba el Recovecos que
no les quitaba el ojo de encima. Una vez acomodadas, extrajeron de sus mochilas
sendos envoltorios con bocadillos que no tenían nada que envidiar al surtido de
empanadillas que se repartían nuestros viajeros. Y cuando ya los tenían
dispuestos para empezar a comérselos, y estaban medio distraídas comentando lo
que fuese, apareció un coatí que venía de la zona de los arbustos y, ágilmente,
se subió a la mesa.
COATÍ
Y antes de que se desvaneciese en el aire el gritito que
dieron las tres al unísono, el dichoso animalito había desaparecido llevándose
uno de los bocadillos. Hubo risitas, miradas a su alrededor, gestos simpáticos
a los comensales más próximos como queriendo decir: ‘’¡Mira! ¡Qué monos!’’, y
se dispusieron a seguir con su disminuido condumio. Aun no habían acercado sus manos a los
bocatas que les quedaban cuando, sin saber cómo ni de dónde, se plantó encima
de la mesa otro coatí que no tenía rasgos diferenciales suficientes para determinar
si era ‘otro’ o el mismo sinvergüenza que había desaparecido segundos
antes y, atrapando otro bocadillo, se
fue por donde había venido. En ese momento ya no se oyeron grititos ni nada
parecido sino palabras en un idioma que parecía el inglés, y con un tono y unos
gestos que no eran precisamente amistosos sino más bien coléricos. Y no lo
dudaron. Cogieron el bocadillo que les quedaba, las mochilas donde debían de
tener alguno más de repuesto, se levantaron como indignadas, y se fueron
Nuestros cuatro protagonistas, después de este espectáculo
gratuito y divertido, y felicitándose por haberse colocado en una mesa alejada
de la barandilla por donde debían entrar y salir los animalito a su libre
albedrío, volvieron al autobús, y con una parada intermedia para tomar un
cafelito, les trasladaron al hotel.
La tarde se la tomaron de descanso en la piscina y, de paso,
se bebieron unas caipirinhas. Estas debieron desinhibir al Palmeras, pues
confesó haberse equivocado con los mejunjes de que disponía para su aseo
personal y que había acabado, no sabía cómo, dándose el colutorio, marca
Listerine, en la calva creyendo que era colonia.
Y al anochecer, antes de retirarse a sus aposentos,
comenzaron a practicar el entretenimiento más común entre jubilados, la partida
de cartas, y concretamente el chinchón. Y ganó el Peluche.
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