Semana del 22 al 28 de mayo del 2016(Brasil VII)
27 de octubre del 2007
¡Por fin un día en el que se
levantaron a una hora normal! Pero la entrada en el comedor donde se tomaba el
buffet del desayuno, y el panorama con el que se encontraron, les hicieron caer
en la cuenta de que era la ‘hora normal’ para la mayoría. Como era sábado y,
por lo tanto, fin de semana y fin de mes, la gente habría cobrado y debía de
llenar el hotel con parejas y familias ansiosas que disfrutar de un buffet que
solo se adivinaba entre todo el personal que se agolpaba a su alrededor. La
mayoría de las personas se había acumulado junto a la mesa en torno a la cual
nuestros turistas se habían paseado tranquilamente el día anterior para escoger
el tipo preferido de pan. En esta ocasión arramplaron con el que tenían más a mano
pues, si a uno se le ocurría dudar, para cuando se decidía ya habían
desaparecido todas las clases de pan que querías, y tenías que esperar
pacientemente a que los repusieran.
¡Cómo echaron de menos la
reposada y tranquila cena de la noche anterior! ¡Hasta tuvieron tiempo de
sacarse unas cuantas fotos!
Después de desayunar como
pudieron, se fueron a prepararse para la primera excursión programada que era
nada menos que a visitar algo parecido a una pajarería, pero a lo bestia. La
Flores, muy prudente ella, desistió de hacerla, no se sabe si por el esfuerzo
derivado de las idas y venidas del desayuno, una mala noche o, simplemente,
porque para pájaros ya tenía bastante con las gaviotas, gorriones y mirlos que
le pringaban las terrazas de su casa.
Por parte del Palmeras y del Peluche, hubo un amago de renunciar a la
visita por solidaridad, pero entre el Recovecos y la Niña abortaron el intento
con la contundente razón de que ya estaba la visita pagada y, además, que no
iban a hacer ese feo a la persona que se había encargado de recomendarles las
actividades de la estancia en Iguaçú. Se despidieron de la Flores, se subieron
al autobús correspondiente, y allá se fueron, a pasear entre jaulas y diversos
hábitats abiertos, donde se hartaron de ver pájaros, pajaritos y pajarracos de
todos los tipos y colores, amén de unos cuantos reptiles con caparazón, sin
caparazón, con dientes, sin dientes pero con pico,…
COMO LOS DEL ATLÉTICO DE MADRID: PEQUEÑITOS, PERO MATONES
Volvieron al hotel con los ojos
cerrados para lograr borrar las imágenes multicolores que ocupaban la retina y,
ya junto a la Flores, esperaron a que vinieran a recogerles para dar un paseo
en barca en una zona próxima a las cataratas, con comida incluida. ¡Que
ilusionados se les veía sentados en el hall del hotel! Y además, aprovecharon
el rato para seguir convenciendo al Peluche de que el barco era seguro y que no
corrían ningún peligro. No sabían lo que les esperaba.
Subieron a la furgoneta que vino
a buscarles con esa confianza que da el ir los cinco solos, bien acomodados y
con un chófer simpático y enterado (o eso parecía). Después de unos cuantos
kilómetros de recorrido, se detuvieron en un parking que había delante de lo
que parecía una cafetería o restaurante, y permanecieron tranquilamente
sentados pues el conductor les había informado escuetamente y sin más
explicaciones que se detenían un momento para recoger a unas cuantas personas.
Pasó el tiempo, y allí no aparecía nadie. Por fin, al cabo de media hora, se
presentaron dos mujeres, una de mediana edad y otra más joven, que se excusaron
por la tardanza ya que habían estado ‘arreglándose’ un poco. ¿’Arreglándose’?
¡Pues vaya pinta que debían tener antes del ‘arreglo’! Cuando la madre abadesa
y la novicia, que así las identificó desde ese momento el Recovecos, se
aposentaron en el microbús y fueron a arrancar rumbo a lo desconocido, les
volvieron a avisar de que tenían que esperar un poco más para recoger a más
personas.
Al final, apareció un grupo que subió a lo que al principio era una
furgoneta, luego un microbús y a estas alturas parecía un autobús urbano, y al
que acompañaba alguien que parecía ser el guía, que se colocó en el asiento del
copiloto. Este último y el conductor miraron a nuestros viajeros, como
extrañados de tenerlos todavía ahí sentados, y decidieron arrancar tomando lo
que parecía el camino de vuelta al hotel. O eso les pareció a más de uno de los
cinco, pues ya se conocían hasta las curvas de la carretera, ya que en un
intermedio, que a estas alturas no puede precisarse ni el cuándo ni el por qué,
habían pasado por el casco urbano próximo a su hotel, donde habían recogido a
un nuevo turista.
No habían recorrido más que unos
cuantos kilómetros cuando, tanto el chófer como el copiloto, debieron pensar
que tener cinco alienígenas en el microbús sin desembarcarlos en algún sitio y
con algún fin, era lo suficientemente extraño como para consultarlo a los
mandos. La furgoneta se detuvo en el arcén de la carretera y comenzó una
conversación telefónica que ninguno de los cinco aludidos entendió, pero que
seguro se refería a ellos y a lo que tenían que hacer con esas cinco personas
en edad de jubilación o próxima, y que no se habían movido de sus asientos
desde hacía más de un par de horas. Les debieron aclarar lo suficiente como
para que se dieran cuenta de que habían metido la ‘patita’ y que lo arreglasen
como Dios les diese a entender pero que…¡lo arreglasen!
Como es natural, a estas alturas
nuestros viajeros estaban más que hartos de que los llevasen de aquí para allá,
y más cuando vieron que les trasladaban al primer sitio en el que se habían
detenido y que resultó ser el embarcadero de donde salían los barcos que daban
un paseo acercándose a las cataratas. Una vez allí les aclararon que como
podían comprender lo de dar una vuelta en barco ya era imposible porque el
grupo al que pertenecían había salido hacía rato. Y añadieron que, de todas
maneras, podían disfrutar de la comida contratada en las instalaciones que
tenían delante. Y allí empezó la discusión.
‘’¡Que ellos
ni se bajaban de la furgoneta!’’
‘’¡Que qué se
creían!’’
‘’Y encima,
¿comer en aquel chiringuito? Ni soñando’’
‘’¿Qué les
llevasen al hotel, pero…¡cuidado!, al mismo del que habían salido’’
‘’¡El paseo en
barco pa’su padre!’’
Cuando los dos responsables se
convencieron de que el grupo no iba a reblar, comenzaron de nuevo un sin fin de
conversaciones telefónicas que, al cabo de veinte minutos, dieron su resultado:
se anulaba el paseo en barco, comida incluida, y se devolvía a las cinco
personas a su hotel de procedencia. No se sabe si por vergüenza o porque en ese
momento no había otro medio de transporte, les invitaron a subirse en otra
furgoneta ya que, según dijeron, con la que habían utilizado hasta el momento
la necesitaban para otros compromisos. El detalle fue que en el nuevo vehículo
los respaldos de los asientos estaban muy inclinados, y sin ningún dispositivo
que funcionase para enderezarlos. Total, que la vuelta al hotel la hicieron
cabreados (unos más y otros menos), medio tumbados (unos menos y otros más), y
hambrientos.
Por fin llegaron al hotel,
lograron aclarar las cosas con Cynthia, con la que habían contratado la fallida
excursión, recobraron lo pagado, y se fueron a hacer una frugal comida pues los
ánimos no estaban para tirar cohetes. Y cada uno a su habitación a intentar
relajarse.
Por la tarde, la cosa se fue
normalizando. El Recovecos y el Palmeras se fueron a darse un masaje con una
rusa o de algún otro país del este de Europa, que les dejó la musculatura sin
ninguna de las tensiones acumuladas por la mañana y después,….¡todos a la
piscina!
Y el ambiente se acabó de
arreglar con una cena animada, unos Irish Coffee, y una partidas de chinchón,
en las que volvió a ganar el Peluche, aunque esta vez las victorias las tuvo
que repartir con la Flores.