lunes, 30 de noviembre de 2015

Semana del 22  al 28 de noviembre del 2015 (Viaje a Japón XI)

Nuevo fin de semana en el que el Pirulo y la Tatiqui  han dejado abandonado al grupo a su suerte. Menos mal que fueron previsores y, para que se entretuviesen las que acudieron a la reunión semanal, les dejaron un nuevo capítulo del viaje de los jubilados que, con voz engolada y orgullosa, les leyó el Filloas.

Día 28 de junio del 2005


No nos encandiló la vista de Kyoto que se vislumbraba desde la ventana de la habitación del hotel, ni nos extrañó que, cuando enfocamos los ojos a la zona más cercana, nos encontrásemos que delante de nuestras narices estuvieran las obras de ampliación del hotel.





Lo realmente fascinante fue lo que observamos al bajar la mirada hacia el suelo y ver las ceremonias que hacían el grupo de trabajadores implicados en las obras. En primer lugar, se distribuyeron en equipos de unas nueve personas formando círculos, y uno de ellos se dirigió al resto en unos términos que ni nos enteramos pues, aparte de hablar en japonés, nosotros estábamos detrás de una ventana cerrada situada en la cuarta o quinta planta.



Cuando los vimos romper el círculo y creíamos que iban a incorporarse a su correspondiente puesto de trabajo, nos quedamos con la boca abierta al verles reagruparse de nuevo en círculos, pero esta vez el número de integrantes de los mismos llegaban a ser de quince o dieciséis personas.



Esto nos enganchó, y a pesar del peligro de tener que elegir entre desayunar o saciar nuestra curiosidad ya que nos quedaban pocos minutos para la hora de tener que estar en el ‘’meeting point’’ para salir hacia la visita turística programada, esperamos atentos a lo que pudiese pasar. Y pasó. Transcurridos unos minutos se deshicieron las circunferencias casi perfectas que formaban los cascos multicolores, aunque predominaba el blanco, y se giraron, unos más y otros menos, orientándose todos en la misma dirección. 


Y en esa postura y disposición debieron recibir la arenga general del jefe máximo de las obras, acabada la cual dieron un grito al unísono y se dispersaron. ¡Igualito que aquí! Por estas tierras lo que seguro que hacen al unísono es gritar ‘’¡la hora!’’, y reunirse, entre las 10 y 10,30 am para tomarse el bocata y comentar los resultados de fútbol del pasado fin de semana (martes y miércoles) o ir adivinando ‘razonadamente’ lo que va a pasar el próximo (jueves y viernes) Los lunes no se dice ni ‘mu’ pues la gente suele estar recuperándose del fin de semana y de los ajetreos familiares.

En la primera visita del día, la del Castillo Ninjo, nos obligaron a quitarnos los zapatos o cualquier otro calzado que llevásemos puesto, y a dejarlos en unos habitáculos ‘ad hoc’, con lo que se nos pusieron a nuestra disposición, y sobre todo a nuestra vista, las características podológicas de cada una de las razas presentes. Y nos convencimos de que, a partir de ese momento, íbamos a poder identificar la raza de cualquier individuo solo con fijarnos en sus pies. Por lo menos, los del hindú que nos acompañaba eran perfectamente diferenciables del resto. Enormes, planos y casi sin empeine, y con los dedos desparramados de tal manera que daba la sensación de que su dedo gordo era prensil. Esta imagen, y la que teníamos de cuando estuvo haciendo el ganso en la entrada al Palacio, nos corroboró de que, por lo menos, le faltaba un ‘hervor’. 


Lo que mejor recuerdo de esta visita turística es el famoso Pabellón de Oro y que Paz desapareció durante más minutos de los necesarios y previsibles. En un momento indeterminado decidió aventurarse en la búsqueda de un baño y…’’¡si te he visto no me acuerdo!’’  Pasaron los minutos, el grupo al que pertenecíamos inició de nuevo el recorrido previsto y yo, indeciso entre esperar a Paz o perder el grupo. Y además, recordando una situación parecida vivida hacía años en el barrio árabe de Jerusalén, en la que se extravió, con la agravante de que no tenía documentación que la identificase. Permanecí a la espera, con un ojo siguiendo la marcha del grupo para no perderlo de vista, y con el otro en la zona por donde había desaparecido. Cuando ya la banderita de nuestra guía se perdía en lontananza, apareció Paz y, acelerando el paso (en aquellos tiempos aun podíamos hacerlo) nos acoplamos a la cola del grupo para completar el recorrido previsto, antes de acercarnos a visitar el Palacio Imperial.







Y a las puertas del Palacio Imperial, antes de entrar, se nos aplicó otra de las múltiples normas organizativas de los japoneses; nos tuvimos que poner en fila, pero ni india , ni de otro número cualquiera, sino de a cinco para facilitar las cuentas al currito que controlaba la entrada. El grupo de jóvenes australianos que nos acompañaba se lo tomaron a pitorreo, pero tuvieron que ‘’reblar’’ (como se dice en fabla aragonesa), y hasta que no cumplieron la norma no nos dieron la orden de seguir adelante.




Del Palacio Imperial lo más destacado, dejando aparte los enormes edificios de madera, fue la escrupulosa limpieza de todos los ámbitos, tanto abiertos como cerrados. El personal de mantenimiento, que por otra parte iban más pulcros que el de quirófano de cualquier hospital, controlaban todo: ponían en línea tatamis, rastrillaban la arena y, creo, que si hubiesen visto una colilla, se harían el ‘’harakiri’’ ‘ipso facto’.













PERSONAL DE MANTENIMIENTO


Si no recuerdo mal, al salir del Palacio Imperial nos dieron un tiempo libre en una zona comercial próxima, donde entramos en lo que parecía un bar para comer algo de picoteo, siguiendo la costumbre española. Con tan buena suerte que nos encontramos con una pareja de castellanos-manchegos, con la que charlamos un buen rato en castellano, que ya lo teníamos un poco oxidado, y que nos contaron una anécdota que denota el respeto por lo ajeno que tienen los japoneses, y que más tarde la corroboraríamos nosotros mismos. Resulta que habían en una especie de bar/tasca tomando algo, y al cabo de varias horas, cuando ya estaban de compras, se dieron cuenta de que se habían dejado en el citado bar lo que denominamos aquí con la palabra, ahora políticamente incorrecta y discriminatoria, de ‘’mariconera’’. Apurados, pues contenía parte de su documentación y dinero, regresaron al bar y preguntaron, por señas, por ella. Y asombrados les dijeron que si la habían dejado allí, allí tenía que estar. Y efectivamente, al acercarse a la mesa donde habían estado, se la encontraron en el mismo sitio y en la misma posición en la que la habían abandonado.

Después de la charla, nos indicaron dónde podíamos comprar los regalos típicos japoneses de todo tipo y precio, desde perlas cultivadas hasta los ‘’tabi’’ o calcetines japoneses con receptáculo para el dedo gordo, uno de cuyos fines es que la tirilla de las denominadas ‘getas’ o chinelas japonesas no dañase los laterales de los dedos entre los que mete. Allí nos fuimos, allí nos entretuvimos mirando miles de chuminadas, allí compramos regalitos, y allí…nos entretuvimos tanto que casi perdimos el autobús a Nara, al que tuvimos que hacer señas desde la acera de enfrente para que no arrancase y nos dejase tirados en medio de la nada.



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