domingo, 22 de noviembre de 2015

Semana del 15  al 21 de noviembre del 2015 (Viaje a Japón X)

A las gaviotas autonómicas no había quien las aguantase después de las victorias de la Real, el Depor y, sobre todo, la del Barça. Así que el Pirulo decidió mantenernos tranquilas y calladas leyéndonos el reportaje del penúltimo día de estancia en Japón de los famosos jubilados y de cuyo viaje había interrumpido hace meses la información que nos iba dando, allá por abril de este mismo año.

Día 27 de junio del 2005

Aquí, en Japón, la gente exprime el día al máximo. Y lo digo porque nos levantaron prontísimo (para nosotros), pues creo que ni había amanecido. Como el servicio de comedor para los desayunos empezaba a las 7 a.m., bajamos eufóricos a las 7,05 a.m., y…¡nos encontramos con que ya no había sitio para sentarse! Aunque la organización japonesa es ejemplar, no deja por eso de ser un poco aburrida: nada de tumulto en torno al buffet, nada de griterío como en los viajes del IMSERSO, y mucha paciencia y respeto a los turnos, pues no se colaban ni los más pequeños. Está todo tan bien organizado que hasta pudimos recuperar el pastillero que llevábamos siempre con nuestras píldoras de fibra Leo, y que dejamos olvidado en la mesa. Eso sí, con la dificultad añadida de no saber nada de japonés y de tener que explicar al personal de comedor, sólo por gestos, lo que habíamos extraviado.

El viaje en autobús a Aichi estuvo amenizado con una charla de la guía en la que nos explicó el por qué en Japón se conduce por la izquierda a pesar de ser un país donde la influencia inglesa ha sido nula. Resulta que, en la Edad Media y en las estrechas calles de las ciudades japonesas, los samuráis se veían obligados a circular por su izquierda para que, con su mano derecha, pudieran desenvainar su espada con rapidez y efectividad en caso de conflicto, ya que si andaban por su derecha ese acto, que para ellos era reflejo, se veía impedido por las edificios colindantes. De ahí que personas y carruajes circulen por la izquierda desde antes de que los ingleses se hubiesen inventado la norma.

La visita de la Expo de Aichi, que había sido la excusa fundamental para nuestro viaje al Japón, la hicimos prácticamente en solitario. La iniciamos y acabamos con el grupo internacional en el que estábamos ‘integrados’ desde nuestra salida de Tokyo, pero la compañía de los hindúes acabó convenciéndonos de que ‘’mejor solos que mal acompañados’’. Para colmo, cada vez que se ponían delante de nosotros, sus aparatos digestivos empezaban a funcionar sin respetar la más mínima norma de convivencia, y se expresaban autónomamente a base de ventosidades de sonidos y olores de los más ‘’exóticos’’.


VISTA GENERAL CON 'INFILTRADA'


Y ese paseo por la Expo en solitario nos deparó descubrimientos y detalles que aun contamos en el 2015 como rasgos de la idiosincrasia del pueblo japonés, aunque después de diez años y de la catástrofe de Fukushima han podido cambiar sustancialmente.

Lo primero que detectamos es que ponían a disposición del visitante dos circuitos fundamentales para recorrer el espacio en el que estaban distribuidos los distintos pabellones, y que estaban situados a distinta altura. Eso sí, intercomunicados en diversos puntos por ascensores y escaleras mecánicas que, a pesar de su número, siempre las vimos rebosantes de gente de toda las edad, clase y condición.




Y para aquellos que no querían andar, tenían sus condiciones físicas limitadas o, simplemente, eran unos vagos, existían variados medios alternativos para desplazarse: teleférico para tener una visión cenital del conjunto; cochecitos eléctricos bipersonales; una especie de tranvías que circulaban a baja velocidad, lo que permitía a una persona-guía ir por delante avisando y apartando  a los viandantes;…


TELEFÉRICO



SI TE FIJAS, VERÁS EL COCHECITO







Pero el que más nos gustó y utilizamos fue el ‘rickshaw’ adosado a una bicicleta con tracción ‘’animal’’ (los velo-taxis de oriente), y ayudado por un pequeño motorcillo eléctrico que facilitaba los traslados sobre todo en las suaves cuestas que existían. Y encima con la suerte de que quien pedaleaba era una japonesa escultural que había aprendido el castellano en una de sus estancias en España, en concreto en Granada.



  
La mayoría de la gente que vimos visitando la Expo eran japoneses y enseguida nos llamó la atención su manera de comportarse, tan diferente a lo que conocíamos en situaciones similares vividas en Sevilla durante la Expo-92. Aquí todo el mundo respetaba no solo lo legal, como no ir por sitios prohibidos o saltarse los consejos y recomendaciones de los encargados de regular los flujos de personal, sino que cumplían con unas normas concretas de convivencia y conducta, supongo que aplicadas desde hacía tiempo y en todos los ámbitos. En nuestras latitudes era impensable ver a unos cuantos cientos de personas esperando a que abrieran el pabellón de la casa Toyota sin gritar ni moverse, sin empujar a los más próximos para colocarse en situación más ventajosa de cara a acceder al pabellón,… Aquí habrían sacado las guitarras y la tortilla de patatas para hacer la espera más amena, o se habría formado un tumulto, con griterío añadido, para amedrentar a los encargados del pabellón y forzar a que éstos abriesen las puertas de acceso cuanto antes. En las colas que se formaban ante los expositores preferidos no había barullo, se movían lenta y armoniosamente, y no existían ni ejercían los ‘’listillos’’. Esas personas que en cualquier cola, sea en un cine, una pescadería, una lotería,…, se hacen las despistadas, y en vez de ponerse al final de los que esperan pacientemente, se adscriben al grupo amorfo de personas que siempre se forma cuando la cola cambia de dirección. O esas otras que siempre encuentran a un familiar, un vecino o un amigo en la cabecera de los que esperan, y allí se quedan a disfrutar de las prerrogativas del vecino, amigo o familiar. Y si a alguien se le ocurre llamarle la atención, lo que hacen es pasarle el encargo o intenciones que tiene al vecino, amigo o familiar para que las haga efectivas cuando llegue su turno. Eso sí, apartándose de la cola con gesto despectivo y de dignidad herida, para dar la sensación de que lo suyo no era colarse sino departir con el vecino, amigo o familiar.


 DETRÁS DE LA 'INFILTRADA', UNA 'PEQUEÑA' COLA


Percibimos, e incluso experimentamos, un detalle de la sociedad japonesa que nos produjo nostalgia de aquello que vivíamos en otros tiempos y que, en gran parte, ya se ha perdido por estas tierras, el respeto a los mayores. Se veían grupos familiares que podían comprender hasta tres o cuatro generaciones, y la gente joven y de mediana edad, si se cruzaban contigo, o hacían un gesto de saludo, o te dejaban el camino expedito o, simplemente, te daban preferencia en el acceso a cualquiera de los ascensores con la mejor de sus sonrisas. Al ver estos grupos, nos retrotrajimos automáticamente a aquellos tiempos en los que ningún crío o joven dejaba de levantarse de su asiento en tranvías y autobuses para cederlo a una persona mayor (aunque entonces ‘mayor’ era la persona que pasaba de los 50), y que si lo hacías con la suficiente diligencia te llevabas un buen ‘’capón’’ del adulto que te acompañaba. Y por eso saltaron a nuestra vista los numerosos grupos escolares que visitaban la Expo, y que se distinguían porque iban perfectamente uniformados, y sin producir ninguna alteración en el tranquilo transitar del resto de visitantes aunque, según nos dijeron, el ir uniformados era señal de que pertenecían a un centro privado.



Vimos unos cuantos pabellones, asistimos a la proyección de una película de la casa Mitsubishi en que nos explicaban los últimos avances en transporte público, en concreto la construcción y las pruebas de un prototipo de tren que circularía sobre un colchón de aire creado mediante un campo magnético, y que circularía a mucha más velocidad que el tren-bala, y, como es natural, nos hicimos la típica foto teniendo como fondo al citado tren-bala. Lo malo fue que salí de la sesión cinematográfica como papel corrugado, y con necesidad de un planchado al vapor para volver a mi aspecto natural, por culpa del hindú de más de 100 kilos que se sentó a mi vera, y que me obligó a apañarme con el 10% del espacio vital correspondiente a mi butaca.



TREN BALA



TORRE DEL AGUA


PABELLÓN DE ESPAÑA, LA ENTRADA




PABELLÓN DE ESPAÑA, DE LEJOS




EXPLANADA DE SALIDA Y LLEGADA DE VISITANTES



Y cansados, pero satisfechos, cogimos el tren que nos iba a trasladar a Kyoto desde la estación de Nagoya.



ESTACIÓN DE NAGOYA

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