Semana del 28 de junio al 4 de julio
Miércoles 10 de junio
El desayuno fue tan irregular que
ni el camarero del día anterior le preparó el chocolate a la Chuli. Bueno, la
verdad es que no apareció ni como reponedor de productos. Debía de estar
disfrutando de sus dos días libres, aunque las malas lenguas decían que había
pedido la baja por agotamiento y depresión, pues al acabar la jornada del día
anterior dijo algo así como que ‘’Esto es
peor que una sesión en el Sofá de Chester’’.
Fueron paseando hasta el parking,
el Bigotes se ´’retrató’ y pagó con tarjeta la estancia del coche, y salieron
sin ningún sobresalto y sin equivocaciones por la E-1 en dirección a Huelva,
pues lo que pretendían este día era ver la zona de El Rompido y alrededores.
Entre que no se habían preocupado de preparar el recorrido ni de buscar un
punto de destino con la suficiente importancia para que apareciese en las
señalizaciones de la autovía, fueron despreciando todas las desviaciones con
las que se encontraron en la E-1, y acabaron en una bifurcación que llevaba a
La Rábida o al puerto de Huelva. Aquí el Bigotes nos se equivocó porque lo que
tenía seguro era que no iban a La Rábida. Así que ¡hacia el puerto! La decisión
fue acertada, y después de atravesar el puente sobre el río Odiel, con unas
marismas que asombraron a los viajeros por su extensión, tomaron la ruta que
les llevaría a El Rompido.
Una vez allí, y viendo que estaba
nublado y con el tiempo un poco desapacible, dieron una vuelta por el pueblo,
tomaron un refrigerio, y decidieron acercarse hasta Punta Umbría para comer.
EL ROMPIDO: PLAYA
EL ROMPIDO:: PUERTO DEPORTIVO
EL ROMPIDO: : LA CHULI
EL ROMPIDO: EL FARO
EL ROMPIDO: AMIGAS DEL PIRULO
Una vez en Punta Umbría, recorrieron el paseo paralelo a la playa, y la Bronquios se encargó de tomar nota de los restaurantes que iban detectando para ver cuál de ellos era de fiar. Como en la primera pasada no le convenció ninguno, después de recorrer un par de kilómetros, dieron la vuelta y pararon junto a un pasaje que daba a la playa y desde el cual se veía un chiringuito en el que se apreciaba gente moviéndose. Se encargó el Bigotes de hacer las indagaciones pertinentes, y volvió para comunicar al resto que el único que estaba abierto todo año era el que estaba al inicio del paseo, y que casi todos los demás, si había gente, era que estaban preparando el chiringuito correspondiente para el fin de semana. Volvieron al inicio del paseo, y allí vieron que estaba el restaurante ‘’El Camarón’’, que además disponía de un amplio aparcamiento. Se quedaron y comieron productos de la zona, pues hasta les ofrecieron una dorada a la plancha que acababa de traer uno de los pescadores que estaban con sus aparejos en la orilla y que veían desde la mesa en la que les habían instalado. Hasta discutieron sobre las diferencias que hay entre chirlas y almejas según las vea uno del norte, uno del centro o uno del sur de la península. Como el ‘’tabuci’’ ya estaba inquieto y dando la lata (y si alguno no se entera que lea la crónica del día anterior), fueron por turno a cambiarle el agua en unos servicios que tenían una buena aireación, pues la puerta permanecía siempre abierta y además daban al aparcamiento. Así que el usuario con una mano sostenía el ‘’tabuci’’ y con la otra sujetaba la puerta para que se mantuviese cerrada.
PUNTA UMBRÍA
PUNTA UMBRÍA: RESTAURANTE CAMARÓN
Volvieron a Sevilla, encontraron
sin excesivas dificultades el parking Roma, pasearon hasta el hotel y, como ya
se estaba haciendo costumbre, quedaron en el bar de la azotea.
Y en ese ambiente, al calor de unas caipiriñas, unas de cachaça y otras de ron, desgranaron una serie de recomendaciones geriátricas y recuerdos, que después de saltar de una época a otra, acabaron centrándose en los años 60 (del siglo pasado) y en las milicias universitarias que, en aquellos tiempos, ‘’padecieron’’ el Tirantes y el Bigotes.
CAIPIRIÑAS
Como todo grupo de jubilados que
se precie, empezaron discutiendo sobre la extraña relación que existe entre el
aparato respiratorio y el excretor y, en particular, sobre el por qué cada vez
que toses o estornudas te meas, aunque solo sea un poquito. El tema lo dejaron
sin resolver, pues el Tirantes explicó al resto la mala idea que tuvo cuando inició
la jubilación, pues no se le ocurrió otra cosa que hacerse un chequeo médico.
Resumiendo: ni lo acabó, y los cardiólogos están todavía esperándole para
hacerle un cateterismo con el fin de comprobar el funcionamiento del corazón,
ya que habían visto ‘’algo’’ en los electrocardiogramas que le habían hecho
previamente. Al anuncio de la prueba les contestó mentalmente que se metieran
el catéter por donde les cupiera, y aun sigue ilocalizable.
Terció la Chuli a propósito de
sus divertículos y el Tirantes, sin pensárselo dos veces, le recomendó que
leyese el artículo que había aparecido en el DV digital :
Por lo que parece, hay por ahí una doctora que afirma y razona el por qué
cada quién tiene que hacer sus necesidades en cuclillas en vez de sentado
cómodamente en el wáter. Dice que así
evitaríamos divertículos, almorranas, y…¡hasta perderíamos menos tiempo en los
servicios! ¡A ver quien aguanta media hora en cuclillas y leyendo el Marca!
Se cambió de tema, y a raíz de la
mención de la problemática de un edificio de San Sebastián próximo a la Perla,
se comentó la transformación que había experimentado la zona, y más
concretamente la conocida como Cuesta del Culo. Ante la cara de asombro que
pusieron tanto la Bronquios como el Bigotes, el Tirantes explicó que, durante
el franquismo, en la cuesta que nace enfrente de la Perla y va hasta el palacio
de Miramar se instalaron una serie de bares de copas, actualmente ya
desaparecidos, que frecuentaban con cierto grado de libertad los gays. De ahí
su nombre. Y para remachar la diferencia con la actualidad, les contó que ahora
la gente se manifestaba más libremente y sin empacho alguno, como el día en que
un vecino que subía con él en el ascensor le dijo cariñosamente: ‘’¡Qué
poxpolin estás!’’ (Nota.- Poxpolin(euskera), diminutivo de
pospolin=mocita, muchachita guapa)
El nombrar la época del franquismo
actuó como un detonante para abrir las compuertas de las vivencias militares,
ya casi olvidadas, del Bigotes y el Tirantes. Y más o menos ordenadas, podrían
concretarse en las siguientes:
Viaje Zaragoza- Campamento de
Montelarreina (cerca de Toro)
ANTES DEL VIAJE
El viaje lo hacían por primera vez todos los
universitarios que acababan el curto curso de los estudios correspondientes, y
que según éstos, les correspondía un arma u otra del Ejército: los de medicina,
los llamados pisa-hormigas, a Infantería; los físicos y químicos, los elegidos,
a Ingeniería;… Se concentraban en la famosa estación de Las Delicias, la
antigua, y allí se formaba o llegaba de Barcelona un tren de los antiguos, de
los de vagones de tercera con asientos de madera. Subían, se apelotonaban como
podían y…¡marchando! Se atravesaba horizontalmente la meseta, se paraba, se
arrancaba, se dejaba pasar hasta a los mercancías en los puntos de cruce y,
desde luego, se cumplía con la norma de que todos los trenes (correos, rápidos,
expresos,…) debían detenerse en Venta de Baños, lugar de referencia para todos
los recorridos. El único recuerdo memorable para nuestros reclutas fue que
tuvieron que parar, no sé dónde, para…¡desatascar las letrinas!
Chiribiqueras
No es que sea un término al uso ni que
aparezca en diccionarios o enciclopedias, es que si la introduces en el Google
solo te aparecen referencias al campamento de Montelarreina.
Después de hacer indagaciones entre gente de
la postguerra que vivía en Madrid, parece ser que chiribiquis se llamaban a
unos churros que se hacían a partir de masa a la que se incorporaban patatas
cocidas, debido a la escasez de harína de trigo que entonces se padecía. Pero
es mejor pasar a otro tema, pues ya se explicó lo que eran las chiribiqueras en
una entrada de primeros de marzo del año pasado de este mismo blog.
Clases teóricas
Solían recibirse al comienzo del horario de
tarde, y la primera batalla entre los ‘miliquis’ era la de elegir y conseguir
el lugar menos expuesto a las miradas del profesor de turno, pues los que tenían
un poco de experiencia podían prolongar la siesta dando unas cuantas cabezadas.
Las explicaciones eran ‘’sui generis’’, y la del tiro parabólico era la que más
y mejor recordaban los estudiantes de ciencias.
‘’El tiro parabólico es un tiro en el que la
bala sale inclinada hacia arriba, y cuando llega a lo más alto empieza a bajar
por su propio peso (¡ahí queda eso!) y con la misma inclinación que a la
salida, pero hacia abajo, hasta que llega al suelo impactando con el enemigo.’’
Substracciones
No tiene nada que ver con sumas y restas,
sino que es una manera elegante de expresar la acción que, en lenguaje paladino,
se denomina roba, hurto, ratería, latrocinio, rapiña y que, a veces, deriva en
saqueos. En el campamento, si te desaparecía o perdías cualquier elemento de
los que el ejército había puesto bajo tu responsabilidad y para tu uso personal
(manta, gorra, mosquetón, bayoneta, calcetines, botas,…) nunca era un robo sino
un pequeño accidente. Y tu obligación era conseguir el mismo elemento que se te
había extraviado y, normalmente, por el mismo sistema por el que te había
desaparecido. Lo más normal era que se te esfumara la manta y
era un hecho que tenía fácil solución: petición de visita al médico y a
la vuelta, mientras todos estaban desfilando, entrar en la primera tienda que
estuviese vacía y afanar la manta que estuviese más a mano. Uno de los
elementos de la vestimenta militar que cambiaba de mano con frecuencia eran las
gorras, quepis, morrión, chacó, charipi, o gorro cuartelero. Pero su reposición
tenía sus dificultades. Por una parte, casi nadie se la quitaba durante el día,
y si lo hacía, se lo ponía plegado por debajo del cinturón; y por otra, tenías
que dar con alguien que tuviese un tamaño de cabeza semejante a la del
‘’sustractor’’. Pero había siempre
individuos que estaban al quite y aprovechaban el menor descuido.
Como le pasó a aquel que fue a las letrinas
a hacer sus necesidades. Y aquellas letrinas de Montelarreina estaban en hilera
y separadas una de otra por un murete que, una vez aposentado, te superaba la
cabeza por un palmo (no se continúa con la descripción para evitar la aparición
de imágenes muy duras y repelentes en la imaginación del lector). Pues el
recluta al que se refiere este hecho fue, se sentó o simplemente se agachó, se
quitó el gorro cuartelero para estar más a gusto, y lo dejó en lo alto del
murete colindante. Y cuando estaba de lo más afanado, vio aparecer una mano por
lo alto del murete que cogía su gorra y salía escopeteado. Y como podrá
imaginarse el lector, en la postura y quehacer en los que estaba nuestro
protagonista, no tuvo nada que hacer, sino empezar a cavilar sobre el cómo
podía agenciarse otra gorra.
Hipnosis
Las sesiones de hipnosis que se hacían
después del toque de silencio en la tienda que compartían el Bigotes y el
Tirantes con otros once compañeros fueron, sin duda, los recuerdos más
interesantes. Estuvieron a cargo de un catalán, tal vez su nombre fuera
Capdevilla, y tuvieron tal éxito que a partir de la segunda o tercera sesión
nocturna acudía el alférez de la compañía, un tal Bastero. El tal hipnotizador
tenía la teoría de que podía provocar, mediante hipnosis, una regresión en la
edad del que se prestase a ello y que, a veces, esta regresión podía llegar
hasta antes de la concepción del individuo, y hacerle revivir situaciones de personas
que habían en cualquier época y lugar del mundo anterior a la del hipnotizado.
En las primeras sesiones pasó de todo. A un
hipnotizado le tuvieron que despertar bruscamente echándole agua del botijo del
que se disponía en todas las tiendas, porque a uno de los espectadores que
estaba fumando se le cayó la colilla encima de la manta que le cubría, y ésta
empezó a arder. Y no sin antes preguntar un par de veces gritando: ‘’¿ Quién me
está meando?’’. A otro le interrumpieron la regresión porque al comienzo, y
para demostrar que estaba completamente hipnotizado, le dieron a beber agua del
botijo diciéndole que era ginebra, y…cogió tal cogorza que hubo que traerlo al
mundo real porque no hacía caso a las órdenes del hipnotizador y encima se reía
en sus propias barbas.
LOS TRECE DE LA TIENDA
La única regresión que tuvo éxito fue la que
intentaron con el Tirantes. Todo se iniciaba con la oscilación de un péndulo
delante del sujeto, en medio de un silencio sepulcral y con una persona a su
vera que hubiese convivido con él. Como es fácil de suponer esa persona fue el
Bigotes. Una vez comprobado su estado de hipnosis profunda, se le ‘sugería’ la
edad que tenía hasta que él la confirmaba, se le preguntaba cómo se llamaba,
con quién estaba y que es lo que veía o estaba haciendo. En el caso del
Tirantes, y entre otras que no se recuerdan, las fases de la regresión fueron
las siguientes:
- Tienes 23 años, pero contéstame, ¿qué edad
tienes?
-¡Vaya
cachondeo!¡Pero si tú me lo has dicho!
(Aquí todo el
mundo se miró entre sí, con la seguridad de que estaba más despierto que el
comandante Checa en una imaginaria)
- Sí, pero confírmamelo, ¿qué edad tienes?
- 23
años
- ¿Y quién eres?
-
Alberto
- ¿Con quién estás?
-
¡Vaya pregunta! Contigo José Ignacio
- ¿Y
dónde estás?
-
¡Pues dónde vamos a estar! En el tren. Y supongo que algún día llegaremos al
campamento. Y espero que pronto pues aquí huele a tigre que no veas.
…..
- ¡Vale! Ahora relájate, porque ahora tienes
19 años, 19 años,…¿qué edad tienes?
- 19
años (lo dice con la respiración entrecortada, como si hablase estando
corriendo)
- ¿Y con quién estás?
-
Solo, porque he dejado a tres con los que iba
- ¿Y
dónde estás?
- Voy
por un camino
- ¿Y qué haces?
-
Pues participar en una prueba de cross
- Pero, ¿dónde?
-
Dónde va a ser, ¡en Valladolid!
……
- Estás retrocediendo en edad y ahora tienes
15 años, repito 15 años. ¿Qué edad tienes?
- 15
años (con la voz entrecortada)
- ¿Quién eres?
-
Alberto
- ¿Dónde estás?
- En
La Concha, nadando hacia la gabarra (sigue con la voz entrecortada y el
hipnotizador se mantiene en silencio hasta que la respiración se hace normal)
- ¿Y dónde estás ahora?
-En
la gabarra, por fin
-Pues ahora relájate
…..
-Atiéndeme,
tienes 7 años. Ahora tienes 7 años. ¿Qué edad tienes?
- 7
años
- ¿Quién eres?
-
Tito (nombre por el que se conocía al Tirantes a esa edad)
- Y, ¿con quién estás?
- Con
Tacho, que me lleva de la mano (nombre con el que se conocía la Bigotes
a esa edad).
- Y, ¿dónde estás?
- Por
la calle Prim
…….
- Tienes 4 años. ¿Me oyes? Tienes 4 años.
¿Cuántos años tienes?
- 4
años
- ¿Quién eres?
-
Tito
- Y, ¿con quién estás?
- Con
Tacho
- Y, ¿dónde estás?
- Por
la calle, sentado en una silla
- ¿Sabes alguna letra?
- La
eme
- ¿Y cómo es la m?
-
Como un puente, así (y hace un gesto poniendo tres dedos de la mano
separados sobre la manta)
……
- Ahora estate atento. Aún no has nacido.
Repito, aún no has nacido. ¿Quién eres?
- Yo
- Pero, ¿quién eres? ¿Cómo te llamas?
- Yo
(Por muchos
intentos y formas en las que el hipnotizador hizo la pregunta, siempre y sólo
contestaba YO)
- ¿Dónde estás?
- No
lo sé. Está muy oscuro
- Pero, ¿ves algo?
-
Casi nada. Está muy oscuro
- Si puedes, dibuja lo que ves
(Y se le dio
un papel y un bolígrafo, y lo único que dibujó fue una curva con la parte
cóncava hacia arriba)
Después de
varios intentos para proseguir con la regresión, no se le consiguió cambiar de
esa situación en la que decía que era ‘’YO’’ y que estaba muy oscuro, por lo
que se le provocó la vuelta a la edad real que tenía, y se despertó.
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