domingo, 14 de junio de 2015

Semana del  7 al 13 de junio

Esta semana, y las que sean necesarias, se dedicarán al relato de la convivencia que se han organizado tres hermanos (dos y una, porque el cuarto ha rehusado asistir) en Sevilla y alrededores, con la agravante del riesgo que supone sumar entre tres personas 229 años y, si contamos a la acompañante de uno de ellos, la cifra se dispara hasta los 305 años. Y para identificarlos los bautizaremos con los nombres de la Chuli, el Bigotes y el Tirantes, los hermanos, y a la acompañante la conoceremos como la Bronquios.

Lunes 8 de junio del 2015

 La Bronquios y el Bigotes (casi, casi la BBC del Real Madrid) partieron, animados y en coche, desde San Pedro, esperanzados en no hacerse un lío al entrar en Sevilla intentando llegar al hotel.  Pero la esperanza nunca se pierde, solo se desvanece o se esfuma a la menor contrariedad. Y así fue. Tomaron la salida incorrecta de la S-30, S-40 o la que fuese, y acabaron a la vera del Benito Villamarín (¡arza er Beti!) 

Deduciendo racionalmente que lo tenían que hacer era dirigirse hacia el oeste, tomaron la primera avenida que encontraron en esa dirección, y pasaron por primera vez por delante del pabellón de Brasil de la Expo que se celebró en Sevilla allá por el año 1929. Y se especifica que fue ‘’la primera vez’’ porque a lo largo de la semana le saludaron infinidad de veces, llegando a la conclusión de que el citado pabellón era más reconocible en Sevilla que la Giralda o la Torre del Oro. Cuando por fin divisaron éstas últimas, la expresión del rostro se les iluminó pues sabían que estaban cerca de su hotel de destino.

¡Qué ilusión! ¡No sabían nada de la cantidad de calles que había peatonalizado el Ayuntamiento de Sevilla! Porque a partir de ese momento empezó una aventura que parecía no tener fin, y cuyos momentos álgidos fueron los que provocaron las acciones siguientes:

- detener el coche en una parada de taxis y abrir las dos ventanillas para preguntar por un aparcamiento cercano, previo acuerdo ‘dialogado’ para decidir quién hacía la pregunta.

- circular por callejuelas en Z, en las que los peatones tienen que subirse a los enrejados de las ventanas de los bajos de las casas para dejar pasar el coche. Y todo ello, para acabar entrando en un parking con plazas en las que cabe justo, justo, un coche de niño si antes has tenido la precaución de cogerlo en brazos.

- salir por donde se ha entrado y buscar otra parada de taxis para acordar con uno de ellos que vaya por delante hasta el aparcamiento más cercano al hotel.

- aparcar  por fin tranquilamente y quedar con el taxista para trasladar personas y equipajes al punto más cercano al hotel.

-Bajar del taxi en el punto a partir del cual está prohibida la circulación de todo, menos de los coches de caballos, y atravesar la plaza de la Catedral arrastrando las maletas entre caballos y coches de ídem, y rechazando ofertas de todo tipo, hasta llegar a las puertas del ansiado y denostado hotel a partes iguales.



  Consecuencia: la Bronquios y el Bigotes se encierran en su habitación para recuperar el resuello.

Y la reunión familiar empezó al cabo de una hora de la mejor forma posible: con una comida en torno a una mesa en  El Rinconcillo que, según las guías, es la tasca  más antigua de Sevilla. Y allí se fueron en taxi por callejuelas tan estrechas que, en algunos tramos, aparecía una señal de circulación inédita para los foráneos que decía ‘’Preferencia peatones’’. 






EN EL RINCONCILLO


Una vez aposentados y mientras saboreaban lo que les ponían por delante, la Chuli, que dejó bien claro que para ella el vino en las comidas era indispensable e insustituible, puso al día a sus acompañantes sobre la situación de los distintos miembros de la familia madrileña por línea materna, haciendo hincapié en la edad que tenían, ya que todos estaban cerca o pasaban de los 90 años. Los tres hermanos estuvieron de acuerdo en que la genética preponderante que poseía cada uno era la materna, adjudicándose, en consecuencia, 10 o 15 años más y, por lo tanto, la posibilidad de celebrar este tipo de reuniones unas cuantas veces más.

A la vuelta, y a las puertas del hotel, tomaron un café o sucedáneo en El Giraldillo, ocasión que aprovechó el Tirantes para iniciar lo que podía ser una serie titulada ‘’Batallitas del abuelo’’, con ingredientes mucho más sabrosos que la famosa de ‘’Cuéntame cómo pasó’’. 


EN LA PLAZA DE LA CATEDRAL


EL TIRANTES ENSEÑANDO EL SOBAQUILLO





EN LA PLAZA




EN EL GIRALDILLO



Más o menos se desarrolló de la manera que se expresa a continuación

(el Tirantes)

El traqueteo a que me ha sometido el taxi al volver de El Rinconcillo por culpa del empedrado de las calles y de los bordillos que nos hemos comido en las curvas, me ha recordado lo mal que lo pasé en un desfile en el que participé cuando hacía las prácticas de alférez de complemento (no indicó el número de años que habían pasado desde entonces). Y eso, ‘’gracias’’ a que tenía que ir en el jeep del oficial superior al mando. Para empezar, en la víspera, me llamaron del cuartel para notificarme que debía desfilar al día siguiente, y cuando contesté que no tenía ni el traje de gala ni el resto de ‘’arreos’’ que eran necesarios para tan alta ocasión, me dijeron que eso era  solo una excusa pues me proporcionarían todos los elementos indispensables de los que no dispusiese.

Cuando llegué al cuartel al día siguiente tenían ya preparados un casco y unas botas de caña para complementar lo que yo llevaba puesto. Lo malo del caso fue que el casco era de acero y de 10 tallas mayor que mi cabeza, por lo que entre lo que pesaba y la talla, la parte delantera me cubría casi completamente los ojos. Además, no podía girar la cabeza con brusquedad ya que, si lo hacía y por el principio de inercia, el casco no seguía el giro de la cabeza y mi nariz tropezaba con el lateral del mismo. Y de las botas de caña, mejor no hablar. Era del número 50 como mínimo, y cuando intenté dar el primer paso, lo único que logré fue trasladar los pies en el interior de la bota desde el talón hasta la puntera. ¡Menos mal que iba a ir sentado en el jeep y no tenía ni que ponerme de pie! ¡Iba a tener un desfile tranquilo y en sitio preferente!

Nada más lejos de la realidad. En los primeros 100 metros de recorrido me di cuenta de que el casco bailaba, se tambaleaba, me daba golpes en la base del cuello, en los huesos parietales, y hasta en el frontal cuando el jeep frenaba. Y lo peor era que, cuando esto último ocurría, no podía contar con los pies para equilibrarme, ya que estos se deslizaban suavemente dentro de las botas hasta que el dedo gordo tropezaba con la puntera.

(La Chuli? El Bigotes?)

¿Es que según los criterios militares lo tenías todo de tamaño pequeño?

(El Tirantes)

Todo, todo no lo sé. Pero por lo menos he tenido seis hijos


Y después de esto se fueron todos al hotel a descansar.


EL BIGOTES Y EL TIRANTES ANTES DE IR A LA MILI

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