Semana del 8 al 14 de febrero del 2015 (Viaje a Japón VI)
Hoy me he puesto a observar a los
jubilados que hacen ejercicio en la bicicleta estática, desde la chimenea que
está en la casa de enfrente de su apartamento, y en cuya terraza tienen un
naranjo con sus frutos en sazón, y he recordado esos folios que tengo con sus
recuerdos de su viaje a Japón, por lo que decidido seguir con ellos.
Día 25 de junio del 2005 (Segunda parte)
Después de la parada en el Fuji-yama, nos
dirigimos al lugar donde iba a tener lugar la comida, que resultó ser en un
restaurante situado en una especie de Parque de Atracciones. Y nos llegó la
hora de tener que relacionarnos con algunas de las que formaban parte del resto
de viajeros. La mesa en la que nos sentamos era de cuatro plazas, y se nos
aposentaron dos féminas, una ucraniana y otra…¡española! La más interesante
era, con mucho, la ucraniana: paracaidista, experta en karate y secretaria de
la Asociación Profesional de Artes Marciales, con domicilio en Kiev. Como
además dominaba nueve (9) idiomas, no nos fue difícil entablar conversación,
aunque la que pudo hablar fue ella, ya que acabó enseguida con las pocas’’
hierbas’’ que le pusieron en el plato. Viendo el aspecto atlético y saludable
que tenía me entró la tentación de hacerme vegetariano, pero me duró poco
tiempo. Sobre todo, por lo que hablaba la española, procedente de Asturias y,
según sus propias palabras, enfermera y psicóloga. Ahora bien, cuando empezó a
comentar que ella, con el poco inglés que hablaba, se había arreglado la mar de
bien hasta en China y, para corroborarlo, nos afirmó que la entendían tan bien
que se había comprado compresas sin utilizar el lenguaje de los signos,
empezamos a pensar que los compañeros del hospital o manicomio en que pudiese
trabajar había decidido pagarle un viaje lo más lejos posible para disfrutar
ellos de un período de descanso. Lo del lenguaje de signos lo he añadido de mi
cosecha, pues es lo que pensé e imaginé para poder mantener una educada sonrisa
mientras ella parloteaba y nosotros comíamos lo que nos iban poniendo por
delante.
Agradecimos
que la guía nos anunciase la salida del autobús, pues ya habíamos aprendido que
lo de anunciar algo no era lo mismo que en nuestro país de procedencia, sino
que el lapso de tiempo entre el anuncio y la ejecución de algo en Japón era tan
minúsculo que todo ello constituía un continuo. Así que nada más oír el aviso,
dejamos a Julia, la asturiana, con la palabra en la boca, y nos fuimos detrás
de Eugenia, la ucraniana, a la que no volvimos a ver, según recuerdo, en el
resto del periplo. A Julia sí que la volvimos a encontrar en nuestra misma mesa
al cabo de algunos días, con lo que confirmamos todas nuestras sospechas:
enfermera, quizás; psicóloga, ¡ni soñando!; con necesidad de atención
psicológica, casi seguro.
Después de la comida, y siguiendo las
órdenes de nuestro apreciado ADN, me olvidé del paisaje, cerré los ojos, y no
los abrí hasta que me zarandearon suavemente para comunicarme que teníamos que
bajar del autobús para dar un paseo en barco.
Me puse a mirar alrededor creyendo que era
una broma, hasta que vi por la ventana al resto de compañeros del autobús que
se dirigían hacia un embarcadero. Nos subimos al típico barco con turistas
máquina de fotos en ristre, para dar una vuelta por el denominado lago Ashi,
rodeado de montañas boscosas de un verde intenso, salpicadas aquí y allí por lo
que eran, según nos dijeron, balnearios de aguas termales debido a que era un
lago de origen volcánico. Entre lo que decía la guía en inglés y lo que yo
podía imaginarme, tabulé la siguiente información:
1.
Desde
el barco se podía ver el monte Fuji, y si no lo veíamos no era por falta de
perspectiva sino porque estaba nublado.
2.
El
barco pirata que se cruzaba con nosotros no era real, sino que constituía otra
manera de recorrer los distintos escenarios que proporcionaba el lago.
3.
Era
una zona turística porque estaba muy cerca del monte Fuji, y porque existían
otras curiosidades cercanas que podíamos visitar, como fumarolas volcánicas,
recorridos ecoturísticos,…
El siguiente trayecto ya lo hice despierto y
era digno de verse lo bien cuidados que estaban los arcenes de la carretera
secundaria por la que circulábamos. Me acordé entonces de cuando nos metíamos
con los Peones Camineros de la Diputación de Guipúzcoa que limpiaban los
laterales de las carreteras para que el agua circulase libremente hasta las
tajeas más próximas. Aquí no sé cómo lo harían, pero tenían hasta hortensias
plantadas en el talud que había en el borde de la carretera, y no de cualquier
manera, sino alienadas y a la misma distancia unas de otras. Y no vimos el
equivalente a los Peones Camineros (lo pongo con mayúsculas por que los de la
Diputación de Guipúzcoa merecen un respeto), sino a unas personas uniformadas,
con unas porras luminosas, que estaban de pie a la entrada de los aparcamientos
de los restaurantes y hoteles, para facilitar el acceso y salida de los coches
y autobuses. ¡Vamos! ¡Como los ‘’gorrillas’’ sevillanos pero lavados y
planchados!
Después de pasar un rato zigzagueando por
una carretera rodeada de bosques, llegamos al Hotel Kowaki-in en Hakonen, que
era nuestro destino
Estaba situado en medio de una zona
montañosa y con bosques de todo tipo de árboles, y con unos jardines que
relajaban no sé si porque eran japoneses o porque los estábamos admirando desde
los ventanales de la habitación y cómodamente sentados. Dimos una vuelta para
ver las instalaciones del hotel, y nos llamó la atención la cantidad de madera
que habían utilizado en la construcción y en el revestimiento de las paredes.
Tanto es así que, en cuanto tuvimos ocasión, preguntamos al guía cómo podían
mantener los bosques que veíamos y, al mismo tiempo, utilizar tanta madera en
los edificios y viviendas. La respuesta fue de lo más sencilla y sorprendente:
‘’En Japón está prácticamente prohibido cortar un árbol. Toda la madera que
necesitamos la importamos de China’’.
Hubo otro detalle que provocó los gestos típicos de asombro e
interrogación: cruzarnos con personas aisladas, parejas, familias con niños,
que iban de un lado para otro en albornoz. Enseguida nos lo aclaró un empleado
del hotel, explicándonos dónde estaban las instalaciones de baños y saunas, y
dándonos instrucciones de cómo utilizarlas.
El día acabó proporcionándonos detalles de
otros compañeros de viaje en los que, hasta el momento, no nos habíamos fijado.
Era un par de adultos que, por el color de su tez y los rasgos de la cara,
debían de ser hindúes o pakistaníes. Al ir a entrar al ascensor para subir a la
habitación a descansar, nos los encontramos en un rincón la mar de acaramelados
y haciéndose carantoñas, lo que nos indujo a tomar la decisión de estar más
atentos en los días siguientes, para confirmar lo que parecía ser a primera vista.
La decisión fue acertada, más que nada porque nos posibilitaron el estar
alertas en situaciones posteriores que enriquecieron el anecdotario del viaje y
que tuvieron un desenlace sorprendente.
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