domingo, 15 de febrero de 2015

Semana del 8 al 14 de febrero del 2015 (Viaje a Japón VI)


Hoy me he puesto a observar a los jubilados que hacen ejercicio en la bicicleta estática, desde la chimenea que está en la casa de enfrente de su apartamento, y en cuya terraza tienen un naranjo con sus frutos en sazón, y he recordado esos folios que tengo con sus recuerdos de su viaje a Japón, por lo que decidido seguir con ellos.



Día 25 de junio del 2005 (Segunda parte)


Después de la parada en el Fuji-yama, nos dirigimos al lugar donde iba a tener lugar la comida, que resultó ser en un restaurante situado en una especie de Parque de Atracciones. Y nos llegó la hora de tener que relacionarnos con algunas de las que formaban parte del resto de viajeros. La mesa en la que nos sentamos era de cuatro plazas, y se nos aposentaron dos féminas, una ucraniana y otra…¡española! La más interesante era, con mucho, la ucraniana: paracaidista, experta en karate y secretaria de la Asociación Profesional de Artes Marciales, con domicilio en Kiev. Como además dominaba nueve (9) idiomas, no nos fue difícil entablar conversación, aunque la que pudo hablar fue ella, ya que acabó enseguida con las pocas’’ hierbas’’ que le pusieron en el plato. Viendo el aspecto atlético y saludable que tenía me entró la tentación de hacerme vegetariano, pero me duró poco tiempo. Sobre todo, por lo que hablaba la española, procedente de Asturias y, según sus propias palabras, enfermera y psicóloga. Ahora bien, cuando empezó a comentar que ella, con el poco inglés que hablaba, se había arreglado la mar de bien hasta en China y, para corroborarlo, nos afirmó que la entendían tan bien que se había comprado compresas sin utilizar el lenguaje de los signos, empezamos a pensar que los compañeros del hospital o manicomio en que pudiese trabajar había decidido pagarle un viaje lo más lejos posible para disfrutar ellos de un período de descanso. Lo del lenguaje de signos lo he añadido de mi cosecha, pues es lo que pensé e imaginé para poder mantener una educada sonrisa mientras ella parloteaba y nosotros comíamos lo que nos iban poniendo por delante.


 Agradecimos que la guía nos anunciase la salida del autobús, pues ya habíamos aprendido que lo de anunciar algo no era lo mismo que en nuestro país de procedencia, sino que el lapso de tiempo entre el anuncio y la ejecución de algo en Japón era tan minúsculo que todo ello constituía un continuo. Así que nada más oír el aviso, dejamos a Julia, la asturiana, con la palabra en la boca, y nos fuimos detrás de Eugenia, la ucraniana, a la que no volvimos a ver, según recuerdo, en el resto del periplo. A Julia sí que la volvimos a encontrar en nuestra misma mesa al cabo de algunos días, con lo que confirmamos todas nuestras sospechas: enfermera, quizás; psicóloga, ¡ni soñando!; con necesidad de atención psicológica, casi seguro.

Después de la comida, y siguiendo las órdenes de nuestro apreciado ADN, me olvidé del paisaje, cerré los ojos, y no los abrí hasta que me zarandearon suavemente para comunicarme que teníamos que bajar del autobús para dar un paseo en barco. 



Me puse a mirar alrededor creyendo que era una broma, hasta que vi por la ventana al resto de compañeros del autobús que se dirigían hacia un embarcadero. Nos subimos al típico barco con turistas máquina de fotos en ristre, para dar una vuelta por el denominado lago Ashi, rodeado de montañas boscosas de un verde intenso, salpicadas aquí y allí por lo que eran, según nos dijeron, balnearios de aguas termales debido a que era un lago de origen volcánico. Entre lo que decía la guía en inglés y lo que yo podía imaginarme, tabulé la siguiente información:

1.       Desde el barco se podía ver el monte Fuji, y si no lo veíamos no era por falta de perspectiva sino porque estaba nublado.
2.       El barco pirata que se cruzaba con nosotros no era real, sino que constituía otra manera de recorrer los distintos escenarios que proporcionaba el lago.
3.       Era una zona turística porque estaba muy cerca del monte Fuji, y porque existían otras curiosidades cercanas que podíamos visitar, como fumarolas volcánicas, recorridos ecoturísticos,…


 

El siguiente trayecto ya lo hice despierto y era digno de verse lo bien cuidados que estaban los arcenes de la carretera secundaria por la que circulábamos. Me acordé entonces de cuando nos metíamos con los Peones Camineros de la Diputación de Guipúzcoa que limpiaban los laterales de las carreteras para que el agua circulase libremente hasta las tajeas más próximas. Aquí no sé cómo lo harían, pero tenían hasta hortensias plantadas en el talud que había en el borde de la carretera, y no de cualquier manera, sino alienadas y a la misma distancia unas de otras. Y no vimos el equivalente a los Peones Camineros (lo pongo con mayúsculas por que los de la Diputación de Guipúzcoa merecen un respeto), sino a unas personas uniformadas, con unas porras luminosas, que estaban de pie a la entrada de los aparcamientos de los restaurantes y hoteles, para facilitar el acceso y salida de los coches y autobuses. ¡Vamos! ¡Como los ‘’gorrillas’’ sevillanos pero lavados y planchados!

Después de pasar un rato zigzagueando por una carretera rodeada de bosques, llegamos al Hotel Kowaki-in en Hakonen, que era nuestro destino



Estaba situado en medio de una zona montañosa y con bosques de todo tipo de árboles, y con unos jardines que relajaban no sé si porque eran japoneses o porque los estábamos admirando desde los ventanales de la habitación y cómodamente sentados. Dimos una vuelta para ver las instalaciones del hotel, y nos llamó la atención la cantidad de madera que habían utilizado en la construcción y en el revestimiento de las paredes. Tanto es así que, en cuanto tuvimos ocasión, preguntamos al guía cómo podían mantener los bosques que veíamos y, al mismo tiempo, utilizar tanta madera en los edificios y viviendas. La respuesta fue de lo más sencilla y sorprendente: ‘’En Japón está prácticamente prohibido cortar un árbol. Toda la madera que necesitamos la importamos de China’’.  Hubo otro detalle que provocó los gestos típicos de asombro e interrogación: cruzarnos con personas aisladas, parejas, familias con niños, que iban de un lado para otro en albornoz. Enseguida nos lo aclaró un empleado del hotel, explicándonos dónde estaban las instalaciones de baños y saunas, y dándonos instrucciones de cómo utilizarlas.


El día acabó proporcionándonos detalles de otros compañeros de viaje en los que, hasta el momento, no nos habíamos fijado. Era un par de adultos que, por el color de su tez y los rasgos de la cara, debían de ser hindúes o pakistaníes. Al ir a entrar al ascensor para subir a la habitación a descansar, nos los encontramos en un rincón la mar de acaramelados y haciéndose carantoñas, lo que nos indujo a tomar la decisión de estar más atentos en los días siguientes, para confirmar lo que parecía ser a primera vista. La decisión fue acertada, más que nada porque nos posibilitaron el estar alertas en situaciones posteriores que enriquecieron el anecdotario del viaje y que tuvieron un desenlace sorprendente.


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