Semana del 3 al 9 de agosto del 2014 (Escenas
veraniegas I)
Agosto es, con mucha diferencia,
el mes en que más se nota la llegada de veraneantes que, con sus costumbres y
modos de actuar en las situaciones cotidianas, dibujan la vida del pueblo con
colores y rasgos que lo hacen casi irreconocible para los que vivimos en él
todo el año.
Para empezar, voy a intentar distribuirlos en tres grupos claramente
diferenciados y diferenciables.
Los peninsulares mesetarios
provenientes fundamentalmente del centro. Y quien dice centro, dice Madrid y
alrededores. Porque cundo están fuera de su entorno, hasta los conquenses
residentes en Torrejón de Ardoz son capaces de bailar el chotis y de hablar en
plan chulapo para que se les reconozca como capitalinos.
Los peninsulares costeños,
mayoritariamente de la zona oriental del
Cantábrico. Estos tratan de camuflarse entre la población autóctona en aquellos
lugares en los que piensan que, mediante este sistema, pueden obtener alguna
ventajilla. Pero en cuanto están
reunidos en torno a una mesa bien surtida, son capaces de dialogar, aunque sea
chapurreando, en su extraña e ininteligible lengua oficial.
Los anglosajones, que en esta
época vienen a solearse en vez de a
jugar al golf, y que normalmente no se inhiben ante ninguna dificultad que les
surja para comunicarse. Cuando sus interlocutores no hablan más idioma que el
que vamos a llamar ‘andalusí’, y que
no entienden ni los que han aprendido castellano en sus países de origen, echan
mano de la mímica y logran siempre que su problema o problemilla tenga una
solución.
Lo que viene a continuación es un
intento de describir, con trazo grueso, las líneas generales de la trayectoria
vital diaria de estos veraneantes aunque dejando, de aquí en adelante, la
asociación al grupo correspondiente al libre albedrío del lector.
Al amanecer, cuando volvemos del
puerto pesquero de Estepona de aprovecharnos de los desperdicios que echan
cerca de la bocana los pesqueros que se acercan al muelle de la lonja, ya nos
encontramos con gente que merodea cerca de las urbanizaciones cercanas al paseo
marítimo de San Pedro de Alcántara. Y digo merodean porque algunos van buscando
la entrada cuya situación tal vez la hayan olvidado. Bajan de los taxis dando
gritos, no se sabe si discutiendo sobre quién tiene que pagarlo o quién ha sido
el inteligente que ha dado una dirección que, por lo que ven a su alrededor, no
coincide con la imagen que tenían al salir de esa misma urbanización unas ocho
horas antes. Los que aun pueden andar con cierta gallardía y sin salirse de la
acera, van de un lado a otro probando una llave en distintas cancelas, hasta
dar con la que responde a sus intentos. Se agrupan, y deciden celebrarlo
cantando a voz en grito algo que se parece a eso de ‘’Asturias patria querida…’’, pero que con a voz gangosa con que lo
cantan, no se entiende. En los apartamentos próximos se encienden algunas
luces, se inician lloros de bebés, se oye algún grito semejante a ‘’¡Cabrones!!¡Que son las seis de la mañana!’’,
y entre risas contenidas, desaparecen por distintos apartamentos de la
urbanización, después de que alguno de ellos haya evitado a duras penas el
caerse en la piscina.
No hemos descansado ni dos horas
a orillas del mar, cuando las urbanizaciones empiezan a desperezarse, algo que
detectamos porque empiezan a aparecer españoles haciendo jogging, sudando la
camiseta o como quiera llamarse, y a los que no les falta los aditamentos
normales para estos menesteres: teléfonos última generación, iPods enchufados a
los oídos, controladores de pulsaciones o cualquier otra de las constantes
vitales, medidores de kilómetros, de pasos dados, de distancia al punto inicial
del recorrido,… Y digo españoles porque lo divertido es observar los líos que
se hacen al quitarse los pinganillos e intentar poner los adminículos
electrónicos en posición de escucha en cuanto detectan la vibración de una
llamada. Creen que a gritos les van a oír mejor, y casi siempre se les corta la
comunicación antes de saber quién les llama. Menos mal que de eso se encargan
lo propios aparatos y pueden restablecer el enlace con quien sea. Y que
normalmente es alguien que les pregunta si lo que tienen que comprar es melón o
sandía, o algo del mismo nivel de importancia. Y no es porque me lo imagine,
sino porque el grito que han dado (‘’¡Melón,
jodío! ¡Que la sandía se me indigesta!’’ o ‘’¡El Correo y que sea de Bizkaia!) me lo rebela todo
PLAYA-VISTA A LA
DERECHA
PLAYA-VISTA A LA
IZQUIERDA
PODA DE PALMERAS EN EL PASEO MARITIMO
En cuanto empiezan a aparecer los
primeros bañistas y, sobre todo, los primeros críos que las familias han sacado
del apartamento para que no molesten y se entretengan tirando piedras a las
gaviotas que paseamos por la orilla, iniciamos el vuelo hacia el centro del
pueblo para distraernos con lo que ocurre en los distintos comercios a los que
los veraneantes suelen acudir para hacer las compras del día… o de la semana.
Nada más posarnos en lo alto de
los edificios de la calle de la Constitución detectamos los cambios en la
circulación típicos de esta época.
En cuanto a los coches, se les ve
por todas partes aparcados en dobles filas interminables que provocaban
nerviosos toques de claxon de los propietarios que tienen los suyos bloqueados;
y por cada dos o tres coches con pegatinas de la ITV que se remontan al 2006
conducidos por parsimoniosos jubilados o atarugados emigrantes, pasa un 4x4 de
alta gama (Porsche Cayenne, BMW, Mercedes,…) conducido por amas de casa
elegante y displicentemente vestidas, que se bajan a comprar el pan o la fruta
dejándolo aparcado a voleo.
CALLE DE LA
CONSTITUCIÓN EN SÁBADO
CALLE DE ANDALUCÍA,
TAMBIÉN EN SÁBADO
Respecto a los que van a pie, y
que casi siempre pertenecen a la población autóctona, llama la atención el
cuidado que ponen al ir a cruzar una calle por un paso de cebra. En época
normal, los coches paran veinte metros antes si detectan a alguien con
intención de pasar de una acera a otra. En agosto, si se te ocurre cruzar la
calle sin mirar te expones, como mínimo, a llevarte un susto de muerte al ver
un Transformer 4x4 que se te echa encima , obligándote a hacer una salida a lo
Usain Bolt en los 100 metros lisos, o, a recular como puedas hasta refugiarte
en la acera. Por la velocidad a la que circulan, parece que quieren llegar a
casa con el pan caliente.
Pero lo mejor son las escenas que
se dan en los distintos comercios a los que acuden los veraneantes tanto ocasionales como los que están disfrutando de su estancia
anual. Voy a tratar de reflejar algunas basadas en observaciones reales
desde nuestra atalaya.
Panadería
Lleva más de 10 años atendida por
la misma persona, por lo que ya tiene una experiencia consolidada en el trato
de clientes de todo tipo y condición. Pero, según dice, ya no se asombra de
nada, ni siquiera de lo que ocurre entre las 10 y las 11 de la mañana, cuando
se acumula el personal formado tanto por amos y amas de casa como por
trabajadores que están en su ‘coffee
break’ a la andaluza, es decir, comprando el mollete o barra calentitos que
van a rellenar con lo que tengan más a mano.
- ¡El siguiente!
- Deme un pan que esté tierno
- ¡Señora! Todo el pan está tierno. El más antiguo ha salido del horno
hace una hora.
- Bueno, pues deme ese (señalando con el dedo)
- ¿El de un cuarto o el de medio de masa dura?
- ¡Y yo qué sé! ¡¡ESE!!
(La dependienta se lo acerca,
habiéndolo cogido cuidadosamente con un guante de plástico)
- ¡Pero parece duro por fuera!
- ¡Pues claro, señora! Por eso se llama de masa dura.
- Entonces deme una barra de aquellas. (vuelve a señalar con el
dedo en otra dirección)
- ¿Cuál de ellas? ¿La malagueña o la provenzal? ¡Ay, perdón! ¿La clara
o la oscura?
- Cualquiera de las dos. ¿Puedo tocarla?
- El pan no se toca señora. Si usted lo toca y no se lo lleva, tengo
que retirarlo.
- ¡Pues parece que la corteza es dura!
En esto, un joven con mono de
pintor y que está esperando su vez, dice con voz suficientemente alta para que
se le oiga:
- A este paso me como el chóped con moho, y encima con pan duro
La señora se vuelve con cara de
pocos amigos, y la dependienta tercia para acelerar la decisión de la
dubitativa clienta
- Señora, si quiere un pan blando llévese ese pan de molde que está en
ese expositor y me lo acaban de traer recién hecho.
Y cumpliéndose el refrán ‘’a enemigo que huye o no sabe lo que
quiere, puente de plata’, la señora, muy digna, aprieta con la palma de la
mano el pan enfundado en su correspondiente bolsa de plástico, y con una
sonrisa, dice
- Tiene razón, me llevo éste.
(CONTINUARÄ)
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