sábado, 30 de agosto de 2014

Semana del 24 al 30 de agosto del 2014 (Reunión final verano I)

Se acabaron prácticamente las vacaciones, y se han acercado todos los miembros del grupo para celebrar el primer aniversario de su formación. Como gesto conmemorativo hemos organizado una especie de mesa redonda en la que cada uno vamos a intervenir individualmente, contando una historia real o un cuento o lo que se le ocurra, con la única condición de que nadie va a poder interrumpir al que tenga el uso de la palabra hasta que acabe con su relato.


La primera que solicitó nuestra atención fue la Txuri-Txori, que nos encandiló con el siguiente... ¿cuento?


ATARDECER EN EL PASEO DE LA CONCHA

Estábamos reunidos un grupo de congéneres a la orilla del mar en la playa de la Concha en uno de esos días, muy frecuentes por cierto este verano, en que el cielo estaba encapotado, amenazaba lluvia y no se ven humanos a cientos de metros. Chapoteábamos en el límite que marca la marea, cuando una de nosotras vio algo que brillaba bajo la lámina de agua y, ni corta ni perezosa, logró atraparlo con el pico tomándolo por algo comestible. Al comprobar lo duro y rígido que era, lo dejó caer sobre la arena y formamos un corro a su alrededor observándolo detenidamente. Todas se volvieron hacia mí, pues era la más veterana del grupo y la que había pasado más años sobrevolando la bahía. Tuve que explicarles que lo que estaban viendo era una llave que, por su forma y tamaño, podía ser de una taquilla de las que, desde hace tiempo, existían en las cabinas que hay y había bajo los arcos que limitan parte de la playa, y están debajo del denominado Paseo de la Concha.



Me miraron asombradas, y tuve que aclararles que no hacía falta ser muy lista para llegar a esa conclusión, pues del mismo aro del que colgaba la llave había una pieza circular, también metálica, con el número 25 grabado en hueco. La más joven del grupo propuso que nos acercáramos a las cabinas, ya que en esos momentos estaban desiertas y sin posibilidades de que se acercase ningún humano dado que el tiempo amenazaba tormenta, y allí comprobar si existía alguna taquilla con el número 25. Todas apoyaron la propuesta, pues en esos momentos era el único entretenimiento que podía tenernos ocupadas, y encabecé la procesión hacia las cabinas.

Al entrar en el recinto donde se ubicaban me detuve bruscamente, pues el cambio de luminosidad no me permitía ver lo que tenía delante de mi pico, lo que provocó que se me echasen encima las que venían por detrás. Cuando recuperamos el equilibrio miramos a nuestro alrededor sin ver nada que se pareciese a esas taquillas que abundan en las estaciones de ferrocarril de las películas, y en las que el protagonista siempre encuentra un maletín con dinero o con armas. Ya íbamos a desistir y volver por donde habíamos venido, cuando la gaviotilla que nos había inducido a hacer esta excursión, batió las alas para darse un impulso, y se encaramó al mostrador que estaba a nuestras espaldas y empezó a emitir graznidos para llamarnos la atención. Animadas por ella, intentamos todas al mismo tiempo alcanzar el mostrador, por lo que se organizó un revuelo tal que la mitad de nosotras falló el salto y más de una perdió parte de las plumas de las alas. Cuando ya estábamos todas arriba, me dejaron el lugar preferente desde el que podía observar a duras penas, pues casi no había luz, todo lo que había detrás del mostrador: estantes con cajones, zonas de barras donde colgar perchas,… Ya iba a dar la orden de retirada ordenada, cuando me fijé que al fondo del recinto posterior al mostrador, y arrumbado en el rincón más alejado, había un viejo mueble metálico sin huecos visibles y que bien podía ser un antiguo taquillero. Se lo comuniqué al grupo y, para evitar aglomeraciones que entorpeciesen la investigación que habíamos iniciado, les pedí que eligiesen a una de ellas para que me acompañase a seguir con nuestras indagaciones. Sin dudarlo, asignaron a la joven e inquieta gaviotilla el papel de mi ‘ayudante de campo’ y allí, al rincón, nos dirigimos en un corto vuelo.

Después de mucho dar vueltas identificamos a duras penas el número 25 en una de las taquillas. Menos mal que estaba pegada al suelo, por lo que nuestros picos quedaban a la altura de la cerradura sin tener siquiera que ponernos de puntillas. Sujetando yo misma la anilla, la gaviotilla que me acompañaba logró introducir la llave en la cerradura, después de varios intentos y de muchos graznidos cargados de significados no traducibles. A duras penas dimos un cuarto de vuelta a la llave y, tirando de ella, abrimos la puerta, encontrándonos con que …¡estaba vacía! Bueno, totalmente vacía, no. Había un sobre húmedo apoyado en la pared del fondo y en el que se vislumbraban unas palabras que no podíamos identificar por la falta de luz. Lo cogí con el pico con mucho cuidado y sobrevolé el mostrador seguida por la gaviotilla a la que se unieron todas las congéneres, saliendo de la zona de cabinas y posándonos en la arena a la ‘’sombra’’ de los famosos relojes del paseo.

Allí nos situamos todas formando un círculo en torno al sobre en el que podía leerse ‘’PARA EL QUE LO ENCUENTRE Y LE INTERESE’’. Nos miramos perplejas y todas me animaron a que lo abriese, cosa que hice con mucho cuidado para no dañar lo que hubiese en su interior.

El sobre solo contenía un folio escrito que leí emitiendo graznidos altos y claros y que decía lo siguiente:

Para el que quiera leerlo e interpretarlo

Yo no tengo ninguna culpa en ello, pero me llamo José, me llaman Pepe, y mi apellido es GONZALEZ. Con estos atributos comencé instalándome en la Parte Vieja, en el entorno de la Iglesia de San Vicente, aunque al cabo de los años me trasladé a un piso cercano al Buen Pastor. Me dediqué a la pintura y no precisamente a esa que se expone en el Museo de San Telmo. E hice todo lo posible para integrarme en esta sociedad: pintaba gratis la trainera de San Sebastián en las fechas próximas a las regatas de la Concha; me consagré como cocinero indispensable en una sociedad gastronómica con mis sopas de pescado y mis kokotxas (entonces cocochas) de merluza.; fui socio de la Real Sociedad, formando parte del público incondicional que llenaba los domingos las gradas del Fondo Mújica en Atotxa (antes Atocha) y animaba a jugadores como Bagur, Ontoria, Caeiro,…Algo logré aparte de las broncas que me ganaba por tener excusas para pasar más tiempo fuera que dentro de casa, y espero que los frutos de mis esfuerzos los aprovechen mis descendientes. Pero,…¡ya estoy harto! Y por esta carta os enteráis de que he robado un piraucho de los de alquiler y que, aun sabiendo que estoy sentando un precedente, …¡ME LARGO A FRANCIA! Y de allí espero trasladarme a la capital del reino y hacerme invisible por lo menos por un tiempo. ¿Volveré? ¡Qui lo sa! (no sé lo que significa ni me importa)

AGUR


La Txuri-Txori se calló, batimos las alas en señal de aprobación y nos quedamos todos aguardando la siguiente intervención.


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