Semana del 9 al 15 de
marzo del 2014
Como el tiempo ha mejorado, nos
hemos quedado solos los del sur: el Pisha, la Tatiqui, el Guindilla y yo, el
Pirulo. La Surfi, en cuanto hace buen tiempo y disminuyen las olas, emigra
hacia zonas más batidas, allá por el cabo San Vicente. Y comentando el ir y
venir que han practicado últimamente nuestros congéneres, no sé a quién de
nosotros se le ocurrió decir:
- ¡Para ir y venir, la de los humanos!
E inmediatamente comenzamos a
exponer casos que conocíamos, pues es siempre más cómodo y menos comprometido
hablar de los demás y dejar lo propio en el baúl de los recuerdos. Y
aprovechando mi calidad de anfitrión comencé con uno de los casos recientes que
conocía.
- Aquí en Andalucía, lo de Sanidad se ha automatizado. Y me refiero a
lo relativo a los tratamientos que dan a los que van con sus problemas a los
ambulatorios. En vez de tener que ir cada quince días a por las recetas para su
enfermedad crónica, ahora tienen una tarjetita electrónica en la que graban lo que
necesitan para seis meses y…¡hala! Con ir a la farmacia cuando se te acaba un
medicamento, todo solucionado. Lo malo es que también han informatizado lo de
la compra de fármacos, y esos dos procesos informáticos deben de ser
responsabilidad de dos funcionarios de departamentos distintos y, como es
normal en la administración pública, cada uno va a su bola. Total, que si hay
descoordinación el que la paga es el propio enfermo.
- ¡Pirulo! Aclárate que esto no lo entendemos ni los de Cái,
interrumpió el Pisha. ¡Y pon ejemplitos
claros, que somos un poco ‘cortos’!
- Para que lo entendáis voy a poner un ejemplo, continué yo. Va una enferma arrastrándose como puede al
ambulatorio con un comienzo de neumonía. Esperan ella y su marido su turno,
tienen la suerte de que en esa hora y media de espera la cosa no se agrave excesivamente y, cuando
entran en la consulta, el médico no tiene ni que auscultarle, pues por la tos y
lo congestionada que está, se imagina lo que tiene y le receta un antibiótico
para que lo empiece a tomar inmediatamente. Debido a eso de que tienen que
potenciar el llamado ‘uso responsable’ de los medicamentos, especifica que la
caja de antibióticos sea de cinco (5) pastillas.
La Tatiqui, extrañada y con
expresión de asombro, pregunta
- ¿Es que ahora fabrican cajas del número de pastillas que quieras? ¿O
es que las sacan de un bote y se las dan envueltas en un papelito?
- No es eso, expliqué yo, sino
que alguien decidió que una toma de cinco pastillas bastaba para cortar las
infecciones más normales y, si en algún caso no resultaba suficiente, que el
enfermo volviese a por otra ‘’ración’’. Y en las subastas en las que participan
las industrias farmacéuticas es obligatorio ofertar este tipo de envases de 5
pastillas.
- Pues me parece muy bien. Así ni sobran pastillas, ni te intoxicas
tomando demasiadas. ¡Y encima ahorras!, intervino el Guindilla.
- No te
digo que no. Pero por lo que se ve, el funcionario que prepara las subastas de
medicamentos ha debido pensar que 5 son pocas, y ha exigido que sean envases de
7 pastillas. ¿Y qué ha pasado? Tú vas al médico y te hace una receta de
antibióticos. Pero como no han cambiado su base de datos, que como es natural
la hace otro funcionario ya que si no, no habría puestos para todos los
‘enchufados’, te dan una receta de 5 pastillas. Vas a la farmacia todo
preocupado porque tu cónyuge esta que se muere y pueden acusarte de violencia
de género por no darle suficientes pastillas, presentas la receta, y se inicia
el siguiente diálogo de besugos:
+
Solo nos sirven cajas de 7 pastillas y aquí pone 5
+Pues
cambien el numerito con un bolígrafo, propone sumiso el cliente
+
¡Vd. No tiene ni idea! ¿No sabe que si corregimos una receta no nos la abonan?
+¡Por
favor! ¡Que mi mujer se ahoga con la neumonía!
+Pero,
¿qué edad tiene su mujer?
+
Anda ya por los 75
+
Pues no se preocupe, que los ahogos son propios de la edad. Además ya sabe el
refrán: ‘’mujer enferma, mujer eterna’’
+¡Ya,
claro!, ¡la edad! Pues, por favor, deme el antibiótico sin receta que lo pago
en metálico.
+¡Vd.
está loco! ¡Nos coge un inspector en ese fallo y nos pone una multa que nos
deja temblando!
+Bueno,
¿qué hago?
+
¡Muy fácil! Vuelva al ambulatorio y pida al médico que le corrija el numerito
La Tatiqui no me dejó acabar el
relato y me interrumpió diciendo
- ¡Eso no es posible! ¡Va contra toda lógica! Y más sabiendo lo fácil
que es establecer una unión entre las bases de datos de dos programas, el de
las recetas y el de los resultados de
las subastas.
Parecía que el Pisha estaba esperando la
intervención de la Tatiqui, ya que aprovechó para dar una razón más que
corroborara las descoordinación entre los funcionarios
- ¡Como si
tuviese lógica lo de los EREs y demás mandangas! Además, en Cái, ya se han dado
casos parecidos. Vas un día a la farmacia a por una pócima y pueden decirte que vuelvas al médico a que
te cambie el código de la medicina que le pides, pues con el que tiene en la
tarjetita, su ordenador no funciona y no te lo puede expender.
- ¡Mira que
chulo el Pisha! ¡’’Expender’’! ¡Vaya léxico!, apostilló el Guindilla con
sorna. Dejemos al Pirulo que acabe de una
vez
- Sigo, dije
yo tomando de nuevo la palabra. El ‘ir y
venir’ que queda es más complicado de lo que parece. Coge el coche, vete al
ambulatorio y ponte a dar vueltas a la manzana para encontrar aparcamiento.
Cruza los dedos para que tu médico de cabecera no haya acabado su jornada o no
le haya dado por ir a tomar el cafelito al que todo el mundo tiene derecho. Ten
la suficiente cara como para colarte entre una musulmana y un jubilado inglés
que llevan esperando un buen rato, y que si las miradas matasen, no
necesitarías ni que te incinerasen. ¡Y vuélvete a la farmacia! Y una vez que
llegues, date con un canto en los dientes si lo tienen en existencia y así no
tienes que volver al día siguiente. Total, que cuando tienes la dichosa cajita
de 7 pastillas en la mano, pide a Dios o
a quien sea, que tu mujer siga respirando a pesar de la neumonía.
- Ya veo que
este sistema va a mejorar la situación del fondo de pensiones, pues va a
conseguir que los jubilados vayan muriendo de dos en dos: uno por neumonía o lo
que sea, y el otro por infarto a causa del cabreo que coge, concluyó el
Pisha.
Quedamos todos ensimismados un buen rato hasta que
el Guindilla nos propuso ir, antes de que se pusiese el sol, a la trasera de un
restaurante de Sotogrande donde podríamos cenar a base de un auténtico ‘’picoteo’’.
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