Semana del 16 al 22 de febrero del 2014
PLAZA DE LOS
PAJARITOS
Esta semana me he aburrido tanto
que me he refugiado en una plaza muy tranquila a la que llaman ‘’plaza de los
pajaritos’’, y en ella me he entretenido en leer las noticias de los periódicos
que, por estar dicha plaza abierta hacia el mar y soplar el aire en redondo, describen
círculos, exhibiendo sucesivamente sus distintas páginas. Y cada vez que leía
alguno de los extraños titulares que contenían, mi imaginación se desbocaba,
construyendo a mi aire distintas versiones de la trama que lo podía haber
provocado.
Diario Sur del 16 de
febrero del 2014
‘’Multa a dos personas por intentar robar una silla de ruedas
en un hospital’’
Estaban sentados en la sala de
espera de Urgencias del Hospital cerca de la puerta de los Servicios, y en la
zona más alejada de la mesa donde decían un nombre cada diez o quince minutos,
en voz audible para todo la sala. Al oír el nombre, alguien se levantaba de su
asiento y, en función de su problema, se acercaba como podía para que le
indicasen el cubículo en el que podría desgranar sus cuitas. Pero ellos
llevaban más de una hora sin moverse, cuchicheando y mirando en todas
direcciones como buscando algo o a alguien. Eran un joven y una mujer de edad
indefinida que tenía un aparatoso vendaje en la pierna derecha, y ambos con ese
aspecto que tienen los ‘descartes’ de la sociedad y a los que no se les da otra
opción que buscarse la vida de las maneras más insospechadas: venta ambulante
de falsificaciones, solicitud de ayuda en las puertas de las parroquias y
supermercados,… Pero que si les sigues la pista, descubres que tienen una
organización y un personal comprometido que para sí quisieran muchas empresas
abocadas a un ERE. Se fijaban sobre todo en aquellos enfermos a los que sus
familiares habían conseguido una silla de ruedas para trasladarlos cómodamente
de un sitio a otro, tal vez para descubrir de dónde la habían sacado o quizá
pensando en el juego que podía darles en su quehacer diario.
En esto, se acercó
a los Servicios un joven, empujando una de ellas en la que estaba sentado un
señor con la pierna escayolada. Le ayudó a levantarse y, con paso renqueante
entraron ambos en los Servicios. Como si estuviese todo previsto y planificado,
la mujer se levantó ágilmente y, sin ningún gesto que indicase que debajo del
aparatoso vendaje existiese herida u otro impedimento que disminuyese su
movilidad, se sentó en la silla.
Simultáneamente, el joven se hizo con los ‘mandos’ de la silla de ruedas
y la empujó hacia la salida de la sala de Urgencias. Fue todo tan rápido y con
una cadencia de movimientos tan normal, que no sorprendió a nadie, pues
bastante tenían con preocuparse de aquello que les había llevado hasta allí.
Solo cuando salieron el tullido y su acompañante de los Servicios y gritaron
algo así como ‘’¿Quién ha sido el cabrón
que se ha llevado la silla?’’, los más próximos miraron extrañados y se
encogieron de hombros, recomendando al joven que se calmase y fuese a
agenciarse otra silla a la entrada del edificio, que allí siempre había alguna
que dejaban los que salían de fisioterapia.
Mientras tanto, nuestra pareja
protagonista circulaba por los pasillos con una tranquilidad y una seguridad
que parecía que andaban por los de su casa, cosa extraña en un edificio tan
complicado en el que más de una vez habían encontrado deambulando por ellos a
algún médico o celador novato que estaban buscando insistentemente la salida.
Llegaron a una puerta disimulada que daba a la zona de aparcamiento y,
saludando a los que estaban allí contraviniendo la orden de no fumar a menos de
150 metros del Hospital, se dirigieron a un coche que, por la pinta, no había
estado en la ITV desde el siglo pasado. El joven se detuvo junto al maletero
que había abierto con el mando a distancia, ayudó a la mujer a bajarse de la
silla y, a pesar de sus gestos ostentosos de dolor, le facilitó el acceso a los
asientos traseros del coche. Y todo ello sin darse cuenta que había dejado la
silla de tal manera que podía leerse desde cualquier distancia una inscripción
que tenía en el respaldo y que decía, con letras grandes y en rojo,
‘’URGENCIAS’’.
Al verlo uno de los fumadores que estaba en la puerta y que, por
su vestimenta, debía ser celador, se acercó y le preguntó con sorna si pensaba
llevarse la silla de ruedas. El joven le contestó de malas maneras que era suya
y que la había comprado para su madre quien, sin pensárselo dos veces, salió
como un rayo del coche ayudando al joven a meter la silla en el maletero, y
empujando al mismo tiempo al celador. Descubierto el engaño, este último se
apartó de la posible trayectoria del coche y, sacando un móvil, hizo una
llamada. En el ínterin, los ‘presuntos’ ladrones se habían subido al coche, lo
habían arrancado, y se dirigieron a la salida del aparcamiento, pero no a la
suficiente velocidad como para adelantarse a un coche de la seguridad privada
que se situó de tal manera que les impedía el paso. Y allí, entre los seguratas
y algunos mirones los retuvieron hasta que llegó la policía, acabando así su
desafortunado intento de robo.
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