domingo, 28 de diciembre de 2014

Semana del 21 al 27 de diciembre del 2014

Esta semana la Tatiqui y yo, el Pirulo, hemos tenido hasta cena de Nochebuena. Y ha sido con alevosía y nocturnidad, aunque sin violación de la intimidad ni fractura de cerradura alguna. Y es que, con esto de las noticias de juicios de todo tipo, estamos adquiriendo un léxico penal que no lo tienen ni los abogados de carrera en prácticas. Todo ha ocurrido como lo describo a continuación.


Con eso de la transformación de la Misa de Gallo en la Misa del Pollito o, lo que es lo mismo, a causa del adelanto de la tal misa de medianoche a las 20,00 horas (de lo que se hablará más adelante), una pareja de jubilados que vive cerca de la playa ha encendido las luminarias navideñas de la terraza y se ha ido a sus obligaciones religiosas. La Tatiqui y mi menda nos hemos acercado a esa terraza que actuaba de faro para nosotros con sus lucecitas de todos los colores, y nos hemos encontrado con que el ventanal del salón se lo habían dejado abierto. 


FARO ‘VIRTUAL’

Hemos entrado a saltitos pues, por un lado, nunca nos atrevemos a volar en recintos cerrados y, por otro, porque no sabemos andar más que de esa manera que a los ojos de los demás nos hace tan ridículas, a saltitos. ¡Y nos llevamos la gran sorpresa! ¡Tenían la cena ya preparada para  hincarle el diente!




FOTOS DE LA CENA

Engullimos lo que más nos apetecía (la Tatiqui no me dejó ni un langostino que llevarme al pico) y salimos aleteando de la manera más suave posible, aunque la cadencia de los aleteos no fue lo suficientemente lenta, pues oímos a nuestras espaldas el ruido que producía la caída al suelo de alguna o algunas de las figuritas de un pequeño belén que los jubilados habían instalado en el salón.


FOTO DEL BELÉN
Cuando el grupo se reunió a finales de semana y les conté nuestra incursión en el apartamento de los jubilados, el Pisha casi no me dejó acabar, y nos soltó lo siguiente.

- Pues la noticia esa podía dar cancha a bastantes de los periodistas de ahora que buscan titulares llamativos a costa de despistar a los lectores. Esta la podían titular



’LAS GAVIOTAS SE VUELVEN AGRESIVAS’’


Y como subtítulo


‘El cambio climático y la subsiguiente escasez de pesca obliga a las gaviotas a tomar represalias con los humanos’


- ¡No te digo!, intervino el Guindilla. O podían decir


’LAS GAVIOTAS DE LA COSTA DEL SOL AHUYENTAN AL TURISMO RESIDENCIAL’’


Así, incluso, habría algunos que nos podrían echar la culpa de la crisis, o justificarían la ausencia de inversiones en nuevas urbanizaciones residenciales.

La Surfi, cuya ingenuidad no tiene remedio, creyó que habíamos iniciado un entretenimiento que bautizamos desde ese momento como ‘’El juego de los titulares’’, y nos propuso el siguiente caso real de la Universidad de Granada para ver qué titulares nos inventábamos.

- Pues resulta que en los estudios para Profesor de Primaria hay una asignatura  que no sé si se llama ‘Bases matemáticas para la Educación Primaria’, y en la que les hacen un examen previo de Matemáticas de   Primaria antes de hacerles el propio de la asignatura. Y el que no lo aprueba no puede ni presentarse al examen de la asignatura.

- Pero, ¡bueno!, dijo la Txuri-Txori, ¿es que los que estudian para maestros no saben hacer cálculos ni resolver problemas de las cuatro operaciones? ¿Es que no han tenido que hacer una prueba  de selectividad?

- Lo que ocurre es fácil de entender, le dijo la Tatiqui. Simplificando: si te quitan la calculadora que has estado utilizando hasta para restar 15 de 30, y te pongo un texto que no lo entiende ni su padre por utilizar un léxico especializado, ni tú resuelves un problema de sumas y restas.

Dejaros de monsergas y sigamos con ese jueguecito de los titulares!, espetó bruscamente el Pisha interrumpiendo el diálogo. ¿A alguien se le ocurre un titular periodístico para eso de Granada?

- A mí, varios, contestó el Borni, y además sugiriendo distintas interpretaciones del hecho. Por ejemplo


CATALUÑA NO ES GRANADA



Aquí tots les nens saben que la pela es la pela y aprenden comtes al super


Pero no sigo, pues es seguro que me echáis en cara que meto la política en todo. Y eso que hay estudios que defienden que Granada fue conquistada a Boabdil por tropas catalanas.

El silencio que siguió, pues nos habíamos quedado todas mudas al oír eso de las tropas catalanas, lo aprovechó el Filloas para preguntar al Pirulo que era eso de la Misa del Pollito, a lo que el aludido contestó:

- ¡Nada especial Que desde el año pasado todas las parroquias que conocemos han suprimido la Misa de Gallo que celebraban a las 12 de la noche, y la han sustituido por otra que se celebra a las 20 horas.  Asistir a la Misa de Gallo era una tradición de las familias el siglo pasado, y que suponía tomar la cena de Nochebuena pronto y rápido para ir luego, con los estómagos a rebosar y a media digestión, a oír la citada misa. Y no sé por qué se llamaba del Gallo ni la actual del Pollito. Aunque este último mote debe proceder de Cataluña, donde se acuñó la expresión de ‘Misa del Pollet’ para esta misa tempranera. El caso es que a la del Gallo cada vez iba menos gente, y que la edad media de los que acudían iba aumentando de manera preocupante. Y sacar a las personas de edad recién cenados al relente que hace en la calle a esas horas, y mantenerlos casi una hora en una parroquia en la que hace todo menos una temperatura agradable, provocaba catarros, recaídas gripales y, según malas lenguas, un aumento de defunciones entre la gente mayor durante el mes de enero. El caso es que, en toda esta zona, se ha suprimido la famosa Misa de Gallo.

- ¡Puesh si aquí habláis de relente y ‘bajas’ temperaturas, ya me dirás que adjetivos utilizamos en Vitoria/Gasteiz, apuntó la Txuri-Txori. De todas maneras en el País Vasco ha influido más el Olentzero que el tiempo meteorológico, en la desaparición de los candidatos a acudir a esa misa.

El Pisha se movía nervioso con ganas de intervenir y, al final, se decidió e interrumpiendo a la Txuri-Txori nos dijo:

-A mí ya se me ha ocurrido un titular para eso de la supresión de la Misa de Gallo, y si no lo digo, se me olvida. Sería así


LA MISA DE GALLO ALIVIA LAS CUENTAS DE LA SEGURIDAD SOCIAL


y pondría como subtítulo lo siguiente:


Los pensionistas asistentes a la Misa de Gallo ven acortada su esperanza de vida


- Pues a mí me va más este titular, continuó el Filloas


PELIGRA LA FELIGRESÍA MÁS FIEL: VIUDAS Y PENSIONISTAS


 el subtítulo lo pondría un poco largo, para aclararlo a las mentes obtusas


La estadística de defunciones post-navideñas de personas de más de 65 años, fuerza a la Iglesia a cambiar la hora de la Misa de Gallo


Ante tal avalancha de intervenciones , la Surfi, tímidamente, nos dijo:

-A mí, como siempre me parece que lo que se me ha ocurrido es una sosada, pero de todas maneras os lo digo. El titular sería


LA IGLESIA SE SUMA A LA CAMPAÑA ‘POR UNA VIDA SANA’


Y el subtítulo


Adelanta la Misa de Gallo a antes de la cena navideña para evitar problemas digestivos por los cambios bruscos de temperatura


- ¡Muy bien!¡Así me gusta!, le animó la Tatiqui, que  era la única que se preocupaba por el equilibrio emocional de la Surfi. Tú sigue con tu eje, la vida sana y al aire libre, y ya verás cómo tu seguridad en la toma de decisiones se incrementa día a día.

Nos quedamos todos con los ojos como platos, pues no entendíamos lo que decía la Tatiqui, ni a cuento de qué lo decía. Y para romper el impase que siguió, el Guindilla lanzó la siguiente pregunta:

- Y del Sínodo de la Familia, ¿qué?. Porque los titulares han sido de todos los tipos y colores. Y además era un Sínodo informativo y/o consultivo, no decisorio. Y a pesar de eso, algunos que se llaman periodistas han creído o quieren hacernos creer que lo que allí se dio va a misa. Enumero unos cuantos, aunque no sé distinguir los verdaderos delos inventados en las redes sociales:


SE  SUPRIME EL CELIBATO SACERDOTAL




LOS DIVORCIADOS SENCILLOS O MÚLTIPLES SERÁN MIEMBROS DE LA IGLESIA DE PLENO DERECHO




A LOS ARREJUNTADOS SE LES RECIBIRÁ CON LOS BRAZOS ABIERTOS



LOS MATRIMONIOS HOMOSEXUALES….


- ¡No sigas! ¡Que desbarras!, le interrumpió el Filloas. Que como sigas así hasta las ‘meigas’ podrán entrar en los grupos parroquiales.

Y en ese momento afloraron las distintas sensibilidades religiosas, lo que provocó un guirigay que solo se interrumpió cuando el Pirulo, muy astutamente, gritó:

- ¡Que está entrando un barco repleto de boquerones!

Ante lo cual, la pelea dialéctica cesó y la reunión se disolvió como un azucarillo en agua caliente.



sábado, 20 de diciembre de 2014

Semana del 14 al 20 de diciembre del 2014 (Viaje a Japón III)

Esta semana es de locas. Cada una anda por su entorno ‘’divirtiéndose’’ con las compras de Navidad. Parece que la gente se ha vuelto majareta con eso de que ‘la crisis es historia’, y todo el mundo anda cargado con paquetes de todos los tamaños por la calle.

Al Pisha no sé si lo veremos de nuevo pues, con las sobras del famoso ‘pan de Cái’ que están dejando los obradores de su ciudad, va a coger una indigestión que va a llevarle, por lo menos, al hospital.


La Txu-Txori, como lo de comer bien lo tienen asumido como algo consustancial que hay que practicar todo el año, se dedica a impulsar las tradiciones laborales ‘ancestrales’. Aunque, bien pensado, es algo que solo practicaban los más ‘’pringaos’’ de la época o, con palabras más elegantes y actuales, los ‘’descartados’’ sociales de aquellos tiempos: el olentzero. Y este año, en vez de conformarse con que baje de los bosques, donde vivían enmontañados, con carbón y regalos, se han dedicado a reconstruir esa antigua realidad organizando la fabricación del carbón de leña al estilo antiguo, y en medio de las poblaciones.


OLENTZERO EN LA FASE PREVIA A SU REENCARNACIÓN ACTUAL

Al Filloas no creo que aparezca antes del mes de marzo, pues con las campañas de marisco que hay en toda la costa gallega para poder hacer el agosto en el mes de diciembre, va a poder almacenar comida para un par de meses. Y eso, porque a los humanos se les ocurre comer lo mismo al mismo tiempo, y aunque los precios se pongan por las nubes: besugo (40/50 €-kilo), percebes (85 € ración en un buen restaurante), marisco de todo tipo, angulas (500/600 € el kilo),…

Del Borni no tenemos noticia, pues lleva tiempo sin decir ‘este pico es mío’. Sospechamos que, ante el tsunami de imputados que hay en su zona, se ha puesto a buen recaudo por si le salpica cualquiera de los mil casos de chapuzas y corruptelas que  han emergido en sus costas.

A la Tatiqui no le veo el pelo o, mejor dicho, las plumas, desde hace quince días. Lo más probable es que uno de estos días regresará, pues se le acaba el tiempo de repartir felicitaciones y regalos a diestro y siniestro antes de que lleguen los días navideños.

Y de los demás nada de nada. Lo más posible es que el Guindilla ande investigando en qué queda ese anuncio de que se reanudan las conversaciones sobre Gibraltar; la Surfi seguro que esperando que empiecen a llegar las borrascas y las olas consiguientes a las playas de Tarifa; y la Coyotita creo que está preparando las famosas ‘’posaditas’’ mejicanas que, según parece, quiere implantarlas en Andalucía como método de recogida de fondos para las familias sin recursos.

Por todo ello me he decidido a seguir publicando eso del viaje a Japón que encontré, cuyo nuevo fragmento pongo a disposición de los que quieran conocerlo.

22-23 de Junio del 2005 (final del día/s)

Al entrar en el hotel, lo primero de lo que nos acordamos fue de la noticia que comentaba el último invento japonés: ‘’hoteles’’ con habitaciones de un par de metros cuadrados en las que solo podías estar tumbado. Eso sí, ¡¡baratísimas!! Pues este hotel no era de esos, aunque tampoco era nada barato. El hall era, o nos parecía, como un campo de fútbol, y el mostrador de Recepción que estaba situado a lo largo de una de las paredes, tenía entre 10 y 15 metros, y estaba atendido por una docena de personas. Cuando nos enteramos de los datos del hotel, unos cinco años después, no nos extrañó nada de lo visto:

                Tres edificios de 40, 30 y 17 plantas
                1.455 empleados
                1.479 habitaciones con capacidad para 2.919 personas
                38 restaurantes y bares

En recepción empezó nuestra acomodación al mundo oriental, cuya primera característica en la relación entre personas es la de las inclinaciones: de cabeza (lo que te den de sí las cervicales), la de cabeza y torso a 30º, la más respetuosa que es de cabeza y torso con un ángulo de 60º. Lo malo era que por muchas inclinaciones que hiciésemos, yo, por lo menos, no me hacía entender con mi incipiente inglés, y eso que lo llevaba estudiando desde hacía más de 40 años. Al final, entre sonrisas, enseñar papeles uno detrás de otro (pasaporte, reservas, empresas de viaje,…) conseguimos que nos dieran las llaves de una habitación y nos indicaran por señas cómo podíamos llegar hasta ella.

En el ascensor empezamos a hacer prácticas de inclinación de cabeza, y no por propia iniciativa, sino como respuesta a las que nos hacían el resto de usuarios del ascensor. Llegamos a nuestra habitación sin incidentes y gracias a que los números son iguales en todos los idiomas, y lo primero que hicimos fue sacar la consabida foto de lo que se veía desde nuestra ventana, que no era otra cosa que una zona con árboles entre cuyas copas se perfilaba una construcción de dos o tres plantas que, según nos enteramos más tarde, era el Parlamento japonés.



VISTA DEL PARLAMENTO DESDE EL HOTEL

Luego revisamos la habitación que tenía dos zonas a distinto nivel. La más baja con las dos camas, un rincón para trabajar con su mesita y su silla, y otro espacio a los pies de la cama, delimitado por un sofá con su mesita de salón correspondiente, y flanqueado por un mueble en el que estaban dispuestos todos los utensilios para hacer el té: calentador de agua, tacitas y sobres con distintos tipos de café.





Luego revisamos la habitación que tenía dos zonas a distinto nivel. La más baja con las dos camas, un rincón para trabajar con su mesita y su silla, y otro espacio a los pies de la cama, delimitado por un sofá con su mesita de salón correspondiente, y flanqueado por un mueble en el que estaban dispuestos todos los utensilios para hacer el té: calentador de agua, tacitas y sobres con distintos tipos de café.




Y al lado de los armarios, la puerta de entrada al espacio que más nos llamó la atención: ¡el cuarto de baño! Había de todo, incluso un pequeño televisor por si te aburrías, aunque cuando lo enchufabas no entendías no jota, cosa que no importaba pues la cadencia de la lengua japonesa te relaja y adormece.



Y lo más importante: la taza del váter con tres botoncitos que, al no encontrar por mucho que buscamos las instrucciones de uso, no teníamos ni idea para qué servían.



Digo mal, instrucciones de uso las había, pero en japonés, con lo que para nosotros es como si no existieran. Lo que vimos y pensamos fue lo siguiente:


¡Esto no lo entiende ni su padre! ¿Qué querrá decir? ¿No quitar el culito antes de dar al stop o, en su caso, llamar a la camarera de planta?¿No pulsar más de un botoncito a la vez pues puede darse un susto de muerte?

Menos mal que los botoncitos contaban con un ideograma y una palabra en inglés que te permitían hacer pruebas sin un excesivo peligro para tus ‘’partes’’. De todas maneras, y para mayor seguridad, las pruebas las hicimos sin sentarnos en la taza y mirando con atención y a cierta distancia, lo que nos libró de mojarnos la cara con algún chorro inesperado tanto en cuanto a su fuerza como a su dirección. Lo que dedujimos, más o menos, fue lo siguiente:

 ¡Estaba clarísimo! Aunque a pesar de todo hicimos pruebas para comprobar que no tenía efectos fisiológicos, tales como detener una micción ya iniciada.

¡Parecía claro! No obstante a las pruebas nos remitimos, y después de sentarnos y movernos adecuadamente, acertamos con el lugar y la intensidad del ‘chorrito’. Nos decepcionó el que los japoneses, con lo avanzados que están en robótica, no dispusieran ya de un ‘chorrito’ con láser de fijación de dirección y sensores de tamaño para regular la intensidad.

¡Estaba clarísimo que no era para mí! De todas maneras lo probé y…¡daba un gustirrinín! El chorrito creo que estaba dirigido exactamente al punto G. Además, éste, como el anterior, no producía un chorrito continuo sino pulsante, con lo que si te levantabas a destiempo creyendo que había acabado, te ponías perdido.


Como colofón, y no sé cómo, acertamos con un botón (ya no me acuerdo si era el de STOP) que tenía como efecto el de calentar la tapa sobre la que estabas sentado. ¡La carcajada que me eché al imaginarme el salto que daría el japonesito que se durmiera ‘obrando’, hizo venir a la camarera de planta preguntando si necesitábamos algo!

Una vez que ordenamos lo que traíamos para el viaje (el plural del primer verbo es ‘mayestático y debería ir, para ser sinceros, en tercera persona femenino singular), nos fuimos a ver las instalaciones de la planta de Recepción para aprendernos el camino y evitar carreras inoportunas posteriores. Para nuestra tranquilidad comprobamos que, una vez fuera del ascensor, ya no era necesario ir dando cabezadas a todo el que se cruzaba con nosotros, ya que a los dos primeros que se las hicimos nos miraron de aquellas maneras, como a bichos raros. Como teníamos té caliente en la habitación, yo me fijaba sobre todo en los locales que parecían de productos alimenticios o similares, hasta que tropezamos con una ‘’Patisserie’’, ¡con nombre francés y productos dulces! Como no habíamos probado nada desde que habíamos comido en el Polo Norte (¡y no es metáfora!, pues en aquel momento lo sobrevolábamos) elegí unos dulces que los prepararon como si fuésemos a trasladarnos con ellos a la selva amazónica: todos en receptáculos ‘ad hoc’ y alguno de ellos, como tenían nata, rodeado todo él de hielo machacado. ¡Así nos los cobraron!¡casi, casi como una comida en El Bulli del Ferrá Adriá ese! Como es natural, después de esta experiencia sin haber consultado previamente el índice Nikei en la Bolsa, nos subimos directamente a la habitación a disfrutar de una frugal cena en la que, por lo menos, la bebida era gratis, y enfundados ya con el kimono japonés que ponía a nuestra disposición el hotel.

Para relajarnos, nos dimos un baño, intentamos desentrañar unas instrucciones que teníamos en la mesilla y que nos parecía que eran para cumplirlas en caso de terremoto y…¡a dormir!





sábado, 13 de diciembre de 2014

Semana del 7 al 13 de diciembre del 2014 (Viaje a Japón II)

En cuanto se reunió de nuevo todo el grupo a tomar el sol, todos asaetearon al Pirulo a preguntas sobre los posibles autores del par de folios que les había dejado leer, y que se referían a un viaje al Japón.

- ¿Es que ese par de jubilatas no habían viajado nunca en avión, o qué?, preguntó la Txuri-Txori.

- Seguro que, por lo menos, ya habrían ido a Benidorm en uno de esos viajes del IMSERSO, contestó el Pisha.

- Pero en esos tiempos, ¿se podía fumar en los aeropuertos?, indagó ingenuamente la Surfi

- En los aeropuertos, en los cines, en las consultas de los ambulatorios, y…¡hasta en las clases de cualquier centro educativo!, le aclaró la Tatiqui

- Ahora, en cambio, ni se te ocurra sacar un cigarrillo en una zona prohibida porque, aunque no tengas ninguna intención de encenderlo, siempre se te acercan tres o cuatro garantes del cumplimiento de la ley para recordarte, como mínimo, de la prohibición vigente, apostilló el Guindilla.

- ¡Vale!, dijo el Pirulo. Os prometo que os leeré un par de folios más sobre ese viaje Japón. Pero antes de nada, comentarme como visteis ese puente que tuvimos el pasado fin de semana en vuestras zonas.

- ¡De puente, nada!, corrigió el Pisha. ¡Tres días seguidos de fiesta, y no más!

- Pues en Galicia se ha notado, intervino el Filloas. Parece que todo el mundo quiere llegar limpito y sano a las Navidades y, tal vez por eso, hasta había overbooking en las piscinas de nuestros balnearios.

El Borni, tímidamente y con voz muy suave, susurró:

- En nuestra tierra, y por la zona pirenaica, ¡a cañonazos!

- ¡Que dices!, dijo asombrada la Txuri-Txori, ¿Qué habéis empezado la reconquista de ‘’els països catalans’’? Estáis ‘zoruas’

-¡Txuri-Txori! ¡No desvaríes!, continuó el Borni. Me refiero a las pistas de esquí del Pirineo que estaban más secas que el desierto del Kalahari, y como han bajado suficientemente las temperaturas y ha empezado a nevar, pues han puesto en marcha todos los cañones de nieve artificial disponibles para tener algunas pistas practicables. Y así, retener un par de días más a los aficionados que suben todos los años por estas fechas a inaugurar la temporada de nieve.

- Por ahora, ya basta, interrumpió el Pirulo, que os voy a leer un par de folios más de ese viaje a Japón y luego nos vamos a la inauguración del nuevo paseo de San Pedro de Alcántara.

Y comenzó la lectura de lo siguiente:

22-23 de Junio del 2005(Cont.)

La llegada a Tokio no se diferenció en nada  a la de cualquier otro aeropuerto, excepto por la expectativa de cómo nos identificaría el o la que nos tenía que estar esperando para indicarnos qué hacer, y también por las dudas sobre el cómo nos íbamos a enterar de lo que teníamos que hacer. Lo primero debió ser fácil pues éramos casi los únicos del grupo que salimos de la sala de equipajes que no teníamos los ojos rasgados y, además, identificamos enseguida el cartel que sostenía una guía, pues era el único que no estaba escrito en caracteres japoneses. Lo de entendernos ya fue otro cantar. Menos mal que a las preguntas que hacía la guía contestaba con otra, a lo “indio”, para confirmar si lo que había entendido era lo correcto. De esta manera, después de varios dimes y diretes nos dimos cuenta que no nos iba a llevar a ningún sitio, sino que iba a ir ella a sacar unos billetes de “no sé qué” para “no sé dónde”. Nos quedamos quietos como unos pardillos hasta que volvió con unos billetes de autobús en los cuales, ¡menos mal!, el número del autobús y la hora de salida estaban escritos en números árabes, pues el resto era un conjunto de caracteres japoneses muy bonitos y muy ordenados, pero que de los cuales no podíamos deducir ninguna información.



Cuando vio que habíamos captado que lo que nos había dado eran billetes de autobús nos llevó al exterior del aeropuerto sin perder la sonrisa y como si fuéramos dos tímidos alumnos de un aula de tres años, nos dejó en un asiento enfrente de una de las innumerables paradas de autobús que estaban situadas en el borde de la acera. Después de insistir en el número del autobús y su hora de llegada hasta que estuvo segura de que lo habíamos entendido, desapareció sin dejar rastro.

Como puede comprender cualquier fumador que se precie, y después de doce horas sin inhalar humo de tabaco, lo primero que hice fue mirar a mi alrededor hasta que descubrí a mis espaldas un pequeño rectángulo de 2x3 metros pintado en el suelo, y casi con tanta gente como en el metro de México D.F. en hora punta, pero fumando de una manera que, desde aquel momento, la califiqué de compulsiva. En cuanto se hizo un hueco gracias al elevado ritmo con el que llegaban los autobuses a las paradas, me fumé un cigarrillo sin quitar ojo a los sucesivos autobuses que se detenían en la parada que nos había indicado la guía y que, cuando nos fijamos, llevaban todos la indicación del recorrido que hacían, que no era otro que una serie de hoteles.


ZONA DE AUTOBUSES

En el cuarto de hora que estuvimos esperando nos dimos cuenta del grado de organización que había en los servicios públicos del Japón. Las llegadas y salidas de los autobuses se producían exactamente en los horarios indicados; una japonesa uniformada saludaba y despedía con una ligera inclinación al autobús correspondiente; otra persona uniformada atendía a los pasajeros que, sin ninguna aglomeración ni manifestación de prisa, entregaban su equipaje para su colocación en los bajos del autobús; la encargada de recibir al autobús iba recogiendo los billetes de los pasajeros e, instantes antes de la hora fijada para la partida, los entregaba al conductor con una nueva inclinación de cortesía, quien cerraba la puerta e iniciaba la ruta indicada en el lateral del autobús. Cuando llegó el que tenía el nombre de nuestro hotel de destino y a la hora prevista, ya habíamos asumido el proceso, y nos acercamos a la zona donde se entregaban los equipajes, dejamos nuestra maleta, dimos los billetes a la entrada del autobús correspondiendo a quien los recibía con una inclinación de cabeza, subimos al autobús volviendo a saludar con otra inclinación de cabeza a un chofer que llevaba puestos unos guantes blancos impolutos, nos sentamos en dos asientos que tenían unos reposa - cabezas “monísimos” (y que luego comprobamos que eran “obligatorios” en todos los transportes públicos al igual que los guantes de los conductores), Y nos preparamos para captar imágenes del recorrido hasta nuestro hotel de Tokio.

No habíamos recorrido ni cien metros cuando tuvimos nuestra segunda sorpresa: tapón de más de diez minutos en el semáforo de salida de la zona de aparcamientos. Aunque a decir verdad, la sorpresa no fue el tapón sino que en esos diez minutos no se oyese un solo bocinazo, y que ese tiempo estuviese asumido por la organización pues no influía para nada en la exactitud horaria de llegada y salida de los autobuses. Tardamos dos horas aproximadamente en llegar al hotel, con dos recorridos claramente diferenciados. El primero, el más largo y con más duración, a lo largo de la autopista que une el aeropuerto con Tokio y que atravesaba zonas urbanas e industriales mayoritariamente, excepto espacios que suponíamos interurbanos, pues el arbolado que bordeaba la autopista impedía cualquier otra visión. El otro, por una serie de calles de Tokio con paradas en distintos hoteles, y después de una entrada en la ciudad a través de una serie de autopistas situadas a distintos niveles y con la característica de que las detenciones en los semáforos de los cruces eran mínimas. Cuando nos dejaron a las puertas de nuestro hotel, el New Otani Hotel, lo primero que nos llamó la atención era el amplio aparcamiento que tenía, pues en los hoteles por los que habíamos pasado para dejar pasajeros los tenían tan minúsculos que el autobús solo podía entrar y salir por el mismo carril, y, a veces, sin poder girar y dar la vuelta. Y eso era porque estaban situados en alguna de las múltiples colinas que había en la zona de la ciudad donde estaban el Parlamento y demás edificios de instituciones y organismos gubernamentales.(continuará)


HOTEL NEW OTANI- Entrada principal




HOTEL NEW OTANI- Torre ''auxiliar'' de habitaciones



Cuando finalizó la lectura, todos volaron hacia la zona centro del pueblo, animados por la Surfi que era la que más ganas tenía de ver las luces de Navidad que había instalado el ayuntamiento. Y nos encontramos con la sorpresa de que ya habían inaugurado el nuevo paseo de San Pedro de Alcántara.



BELÉN JUNTO A LA PARROQUIA DEL ROCÍO


ENTRADA A SAN PEDRO DE ALCÁNTARA

Y ahora, varias vistas del nuevo paseo de San Pedro de Alcántara, construido sobre el túnel de la N-340 que atraviesa la zona urbana.















sábado, 6 de diciembre de 2014

Semana del 30 de noviembre al 6 de diciembre del 2014 (Viaje a Japón I)

Con esto de las tormentas están apareciendo en la playa de San Pedro de Alcántara todo tipo de residuos. Y entre ellos me he encontrado con unos folios que relatan un viaje que un par de jubilados hicieron a Japón para celebrar la efeméride de su tránsito del mundo laboral al de los pensionistas de pro. Y no he podido resistirme a la tentación de publicarlo, aunque sea por capítulos, como las buenas series de televisión. Y ahí va el primero de ellos.

22-23 de Junio del 2005

El viaje se inició con buen pie,…pero después de un paseo por toda la terminal de Salidas Internacionales de Barajas. No sé qué cara nos vería el taxista que nos dejó en la primera puerta de la terminal cuando, por el mismo precio, nos podría haber dejado en la última, que era la más próxima al puesto de facturación de la Japan Airlines. Menos mal que habíamos decidido llevar una sola maleta y de las de ruedas pues si no tendríamos que haber hecho noche a mitad de camino. Además aprovechamos para descansar en el puesto en el que, por el “módico” precio de cinco euros te marean la maleta ( o lo que les des, pues ni se fijan si es cosa, animal o persona) hasta dejarla irreconocible a través de las trescientas mil capas de película plástica que le ponen y le superponen.
Cuando llegamos por fin al puesto de facturación adecuado, después de atravesar filas interminables de turistas de Halcón Viajes seguro que camino del Caribe, nos atendió una japonesita de edad indefinible, a la que explicamos el problema que teníamos en los viajes de larga duración, debido a no poder doblar la pierna más allá de los 15º. Como no dejaba de sonreír, creíamos que no entendía más que el japonés, y cuando íbamos a reiniciar todo el enunciado del problema, nos sorprendió diciéndonos que iba a intentar solucionárnoslo. Después de teclear un rato en el terminal del ordenador y hacer un par de llamadas telefónicas de las que, por cierto, no entendimos nada por lo que dedujimos que hablaba japonés, nos asignó dos asientos de la primera fila de los compartimentos, y nos comunicó que el tercero existente lo había bloqueado para que pudiéramos hacer el viaje más cómodamente desde Ámsterdam a Tokio. Por si acaso se arrepentía, y en cuanto nos entregó todas las tarjetas de embarque, decidimos que lo mejor era desaparecer de su zona de visión y trasladarnos, cojeando por supuesto, a la zona de embarque.


Aeropuerto Adolfo Suarez-(Antes Madrid barajas) 

Una vez allí, como teníamos tiempo de sobra, comenzó mi sesión de cotilleo que no pudo ser gráfico pues habíamos enviado la máquina de fotos en la maleta que habíamos facturado. La “cosa” comenzó en el arco de seguridad pues algunos, al tenerse que quitar el cinturón del pantalón para evitar pitidos, lo atravesaban como ensayando unos pasos de baile a los que sólo faltaba la música de fondo del “Lago de los cisnes” de Tschaikowsky. Y menos mal que al final, con esto de la igualdad de sexos en el cuerpo de la Guardia Civil, podían caer en brazos de “la” número que controlaba la salida de bolsos y carteras de mano. Lo mejor sucedía cuando a dos “patosos” se les ocurría quitarse el cinturón al mismo tiempo y, por las prisas, tropezaban a la entrada o salida del arco. Yo estuve esperando un rato para ver qué pasaba si en esas urgencias sonaba la alarma y tenían que decidir entre abrazarse o sujetarse los pantalones, pero no tuve suerte.


¡Esto sí que es escanear!

Nos sentamos a voleo en esos espacios llenos de asientos colocados unos frente a otros para, supongo, poderse uno entretener observando lo que hacen otros pasajeros que ya tienen asumida una espera no controlable ni mensurable. Después de un rato de estar entretenidos con las maniobras que hacía un paterfamilia  para alejarse del núcleo familiar y comprobar que la finalidad que perseguía era poder comerse un potito de su vástago más pequeño, me di cuenta que la persecución del ‘’fumador’’ había llegado hasta esta zona internacional, por lo que, como una jirafa hambrienta o asustada, estiré el cuello todo lo que pude y observé a mi alrededor para ver si podía detectar dónde habían situado las autoridades la zona de destierro para los agotes del siglo XXI. Como es natural lo descubrí gracias a la manía de las autoridades en aplicar el principio de que si permites algo a “apestados” sociales sea en un entorno que tenga efectos disuasorios. Total, que a la salida de los servicios y colocados en una superficie mínima por la que pasaban todos los efluvios arrastrados por una corriente provocada de una manera natural por el pasillo en el que estaban situados los citados servicios, se amontonaba una pequeña y heterogénea muchedumbre: viajeros del Caribe luciendo su color caoba y “rastras” hechas a última hora, ejecutivo medio descorbatado y sujetando con la mano libre un maletín o un ordenador personal, empleado de limpieza haciendo un alto en su quehacer diario,… La estrechez del recinto, que aun no había sido acotado con valla de espinas, ni siquiera con paredes de acrílico, hacía que los asientos, mucho más decrépitos que cualquiera de los utilizados en otras zonas, estuviesen tan próximos que era casi imposible utilizar dos contiguos. Entre esta circunstancia de carácter espacial y la de tipo mecánico, consistente en que a muchos de ellos les faltaba uno o más tornillos de sujeción, hacia que la mayoría de las personas que fumaban estuviese de pie, y más de uno encendiese el cigarrillo no por el extremo diseñado por el fabricante, sino por la mitad del mismo, más o menos. Total, que para alegría del “hacedor” de leyes que no dejan a uno ni morirse a gusto (espero que a algún científico no se le ocurra encontrar relación entre el follar y los ataque al corazón, lo que por otro lado es real, pues el 98% de los/las que mueren de un ataque al corazón han follado o han tenido un orgasmo “artificial” un minuto, una hora, un día, o un mes antes de que esto les ocurra), acabé el cigarrillo en cuanto me llegó el sabor a nicotina a la garganta, es decir, después de un par de “caladas”.



Interior del Aeropuerto 


Y vuelta a empezar con esos paseos que se hacen más desesperados y desganados cuanto más tiempo pasa uno en la zona de embarque. Y más miraditas a la pantalla de “Salidas” para ver si tu vuelo avanza en la interminable lista y se pone en los puestos de cabeza sin que aparezca la fatídica palabra DELATED o algo así. Y más visitas a la tienda de revistas para ver si hay alguna que regale un pareo o bolsa de playa que haga juego con el último bañador que has comprado en las rebajas. Y más elucubraciones sobre si te darán o no algo de comer en el avión, o si es mejor pelearte por un bocata descafeinado y elástico en uno de los doscientos minibares existentes.

Al final, el anuncio silencioso o casi de la azafata de tierra en el mostrador de embarque (los ciegos no sé cómo se las arreglan sin la megafonía para llegar a tiempo), y a volver a tener que hacer cola para subir al avión que nos va a llevar a Ámsterdam.


Avión

Lo de sentarse en un avión, con las dificultades previas que supone (“plastificar” el equipaje, conseguir las tarjetas de embarque, esperar que aparezca la puerta de embarque en los paneles informativos, volver a esperar a que se “materialice” el personal de tierra en la citada puerta, hacer tiempo mientras se comprueba con cara de tonto que la fila de pasajeros no disminuye, atravesar el túnel del tiempo o medio aeropuerto en autobús hasta el último parking de aviones), produce una sensación semejante a la del que mira todos los días en el periódico los números de la bonoloto y un día descubre que ha acertado cuatro. Y todo porque, a pesar de que solo logras encajarte en un espacio donde no puedes ni pestañear sin molestar al vecino, crees que has superado todos los obstáculos reales e imaginados que te podían impedir iniciar el viaje de tus sueños. Pero la cruda realidad es que has finalizado una etapa y comienza otra cuyos puntos críticos solo son previsibles en parte. Los más inmediatos son los siguientes:

Llevas más de veinte minutos más rígido e inmóvil que un cadáver, y empiezas a preguntarte, sin mover un solo músculo, si eso es normal o vas a oír a las azafatas la orden de desalojar el avión por “razones técnicas”

Cuando el avión comienza a moverse y ves la fila de ídem que hay en la pista que lleva a la cabecera de la pista de despegue, te imaginas que como todos quieran ir luego en la misma dirección, eso no se arregla ni con semáforos.

En el momento en que se te pasa el cosquilleo en la boca del estómago, que se ha originado al recordar aquello de que “los momentos más peligrosos son los del despegue y el aterrizaje”, miras el reloj y haces un cálculo horario para comprobar si vas a llegar al enlace que tienes que realizar en le aeropuerto de destino.


Aeropuerto Amsterdam: para pasillos largos, éstos

Y ese último punto crítico tomó cuerpo en Ámsterdam cuando, al preguntar por dónde se iba a la puerta de embarque del vuelo a Tokio, nos confirmaron lo que más temíamos: que estaba en la otra punta de la zona de vuelos internacionales en la que nos encontrábamos. Aquello no era un paseo. Aquello era un maratón en el que nos hacían participar a dos cojos, uno de los cuales tenía dificultades respiratorias que, además, se agravaban cuando tenía que hacer algo bajo presión. Pero a pesar de los calambres y ahogos llegamos a la puerta de la Japan Airlines que, como su nombre indica, estaba, o nos parecía que estaba, más cerca de Japón que de Ámsterdam. Y todo ello después de observar a lo largo del trayecto, con sentimientos que oscilaban entre la envidia y el odio, a personas con un aspecto mucho más saludable que el nuestro que eran trasladadas de un lado a otro del aeropuerto en rápidos y silenciosos cochecito eléctricos conducidos por rubicundas azafatas o sonrientes personas de color. Cuando, por fin, nos acomodaron en los asientos del avión que indicaban nuestras tarjetas de embarque, y recuperamos el ritmo de respiración normal, nos hicimos la firme promesa de no volver a pasar por trance semejante, y hacer valer nuestra edad y nuestra invalidez en la próxima tramitación de tarjetas de embarque de vuelos nacionales o internacionales.




El vuelo fue como cualquier otro de los que conocíamos de la misma duración, once horas, pero en japonés, es decir, sin entender nada de lo que nos decían. Pues aunque las auxiliares de vuelo hablaban inglés, nuestro conocimiento del idioma no nos daba para mucho, a parte de que, como nos enteramos a los pocos días, era más australiano que inglés o americano, y, en consecuencia, con una entonación y un léxico irreconocibles para nosotros. Al cabo de casi dos horas de vuelo, y después de intentar inútilmente acomodar nuestro cuerpo y, sobre todo, nuestras piernas, nos dimos cuenta que lo que nos impedía moverlas libremente era un aditamento acoplado al brazo izquierdo del asiento. Fijándonos en los ocupantes de los asientos limítrofes pudimos por fin hacer girar una barra o tubo metálico que tenía acoplada en su extremo una pequeña pantalla, y que, para sorpresa nuestra y después de tocar todos los botones y en orden aleatorio, dedujimos que proporcionaba la información del vuelo (situación del avión respecto a la superficie terrestre, velocidad, altura, tiempo que faltaba para llegar al destino,…), un sinfín de juegos de ordenador, e incluso, por lo que podíamos deducir poniendo en juego nuestra creatividad y nuestra imaginación, películas y/o canales televisivos de noticias. Total, que comprobamos que cuando alguien no sabe qué hacer y, además, no puede moverse, es capaz de entretenerse con imágenes cambiantes e ininteligibles durante un tiempo indefinido. En resumen, que entre discutir en qué consistían los jueguecitos y qué botones había que apretar, y dar nombre a lo que nos sirvieron de cena, se nos pasó el tiempo con más pena que gloria. Y para colmo eliminé, como utilizable en el resto del viaje, uno de los pocos pantalones que llevaba pues, al intentar hacer más comestibles unas “hierbas” que nos sirvieron como ensalada, me puse perdido el que llevaba puesto con una mezcla de aceite y vinagre (o eso creía) que nos proporcionaron en uno de esos “sobrecitos” que siempre se rasgan cuando menos lo esperas y en la dirección menos adecuada.

Aun quedan unos cuantos folios, así que seguiré en la próxima ocasión que tenga

domingo, 30 de noviembre de 2014

Semana del 23 al 29 de noviembre del 2014

¡Vaya semanita! Esta vez nos ha tocado lluvia y …¡tornados! Menos mal que estábamos todas distribuidas en nuestros refugios particulares, al amparo de las urbanizaciones, unas, y en lo alto del pueblo, otras. Es curioso, pero la gente del lugar estaba contenta, y la expresión que más se oía era: ‘’¡Esto es bueno para llenar los pantanos!’’. Como es casi, casi natural, las personas normales están hartas de hablar de los corruptos, y lo que les preocupa es que el próximo verano haya agua suficiente y, de esa manera, no funcionarían las desaladoras y no habría un incremento en el precio del agua.

Como es obvio, no nos hemos podido reunir, y yo me he dedicado a lo que más me gusta, es decir, a no hacer nada. Pero lo malo de este ‘vicio’ es que la imaginación se te desboca, y lo mismo  estás recordando tiempos pasados que pensando en lo que quieres hacer en el futuro. Y es que estamos ya para comenzar diciembre y se agolpan las tareas, mediatizadas, como siempre, por eso que nos meten por los ojos desde la TV que vemos a través de las ventanas de los pocos apartamentos de la zona que están habitados en estas fechas. Y por lo que parece nada cambia de un año para otro, por lo menos en cuanto a los anuncios emitidos para inducir a comprar regalos, y cuanto antes mejor: perfumes y colonias para señoras y caballeros, juguetes para los más pequeños, y lotería de Navidad para todos. ¡Estos humanos se preparan un diciembre bien ajetreado!

Y  yo, mientras tanto, rememorando con la Tatiqui nuestra estancia en Londres: los jardines de la casa donde nos aposentamos,



la visita el British Museum, desde sus cristaleras



el paseo por el Covent Garden Market,



y nuestros devaneos a orillas del Támesis, junto a Citi.





En resumen, semana de mucho agua y pocas ganas de charlar