domingo, 3 de marzo de 2019


Semana del 24 de febrero al 2 de marzo del 2019

La primera flor de azahar de nuestro naranjo





LA INFANCIA DE LOS 80

Muchos dicen que los mayores son como críos. E incluso algunos afirman que cuanto más edad tienen, peor. Y en parte tienen razón, ya que se dan circunstancias, situaciones o reacciones más o menos inconscientes que lo corroboran.


Para empezar, basta con fijarnos en cómo salvan los desniveles por escaleras o rampas los bebés que trasladan  sus madres o cuidadoras en sus correspondientes cochecitos. Si los bajan, con caras de asombro cuando aprecian que el precipicio que se abre bajo sus pies disminuye a saltos o pausadamente, y sintiéndose seguros gracias a los múltiples medios de sujeción que les mantiene con el trasero pegado al asiento. Y si los suben, tumbados tranquilamente, mirando al cielo y viendo revolotear a los pájaros en primavera o tratando de atrapar una hoja de las que caen de los árboles en otoño.

En cambio los mayores, mayores, por edad o por deterioro anticipado de las extremidades que permiten una locomoción autónoma y que, en consecuencia, son paseados de un lado a otro por recomendación médica en una silla de ruedas de tracción animal, tienen una perspectiva bien distinta de escaleras y rampas. Cuando las bajan, la cara de asombro de los bebés se transforma en expresión de terror pensando en la posibilidad de que no puedan compensar la gravedad, caigan de bruces por movimientos bruscos debidos a descuidos momentáneos de sus cuidadores que van atendiendo a llamadas telefónicas o avisos de llegada de ‘whatsapp’, y se descalabren más de lo que están. Se aferran como pueden, compulsivamente, a los brazos de la silla de ruedas para evitar que sus escasos glúteos de apoyo se deslicen o pierdan el contacto con el asiento, y ellos acaben sentados en el suelo en una postura poco ortodoxa por culpa de la inclinación de las escaleras o por un frenazo inoportuno que pueda provocar el ‘autónomo’ que les atiende, ante una llamada telefónica portadora de noticias desagradables. Y cuando las suben, lo hacen más tranquilos y relajados aunque no exentos de malos augurios. Pero siempre tienen la certeza de que las consecuencias de un traspié del que está a su servicio les permitirá gozar al final de una situación dominante: el auxiliar abajo y él encima, lo que, a veces, consigue que su expresión sea alegre y hasta sonriente en algunos casos

Pasear, tomar el aire, palpar la vida a su alrededor e incluso, en ciertas ocasiones, poder participar de insulsas tertulias de jubilados es reconfortante, aun asumiendo que en las noches posteriores no se va a librar de sueños recurrentes que muy frecuentemente versan sobre el mismo tema: ‘caída libre’ por una escalera o rampa a la que no se ve el final y con el agravante de un aumento progresivo de la velocidad.

Peor sigamos analizando la evolución de los más pequeños

Pasa el tiempo, y hartos de ir en cochecito, en brazos, o estar más o menos aislados en sus ‘parques’ donde se entrenan en los diversos estilos de gateo, consiguen liberarse de sujeciones y espacios reducidos mediante el sistema más sencillo y efectivo: poner en modo agudo y a todo volumen su sistema fonador. Y comienzan así a explorar su entorno a cuatro patas, sonriendo, babeando, y buscando sitios donde agarrarse e intentar alcanzar la verticalidad propia de su raza. Así empieza la fase de esos andares desequilibrados, bamboleantes y, casi siempre, controlados atentamente por adultos para evitar males mayores. Y si se topa con dificultades que le parecen insalvables hace lo que todas las personas que en cualquier época de su vida se encuentran con idéntica situación: se retrotrae en su evolución y busca soluciones en sus experiencias ya vividas. Es el caso de las escaleras o desniveles. Cuando los encuentra, no duda en ponerse de nuevo a cuatro patas y gatear. Hasta que alguien mayor que él y con ese tipo de dificultad ya superada, le echa una mano.  Y ante el descubrimiento de la ayuda, se embala, muestra la mayor de sus sonrisas, y obliga a quien le ha tendido  inconscientemente una mano amiga con la mejor de las intenciones, a acompañarle en el subir y bajar escaleras un número indefinido de veces, solo limitado por el aguante de aquél a cuya mano se aferra.

La evolución de las personas en edad provecta es algo parecida pero con las etapas en orden inverso. 

La experiencia le dice que el andar y salvar los obstáculos normales no tiene ninguna dificultad, y que los automatismos adquiridos para hacerlo siguen funcionando perfectamente. Y esto es solo una pequeña manifestación de lo que podíamos denominar ‘autosuficiencia fisiológica’. Todo les funciona perfectamente y, además, está bajo control. Comen lo que les apetece porque según su ‘experiencia’ es lo que mejor les va, criterio que extienden al cuanto y al cuándo. Saben perfectamente qué movimientos y esfuerzos pueden hacer. Visten de la manera que más les apetece tanto en verano como en invierno, pues son inmunes a insolaciones y resfriados, ya que para eso están las cremas y las vacunas de la gripe. Ven y oyen perfectamente hasta que algún familiar próximo y atrevido les demuestra lo contrario, como mínimo, en unas quince ocasiones.

En cuanto al tema que nos ocupa, el de desplazarse manteniendo el equilibrio necesario y sin tropiezos en terreno llano y en el momento de salvar desniveles, solo empiezan a aceptar limitaciones cuando los incidentes que le ocurren suceden cuando están solos, y se repiten unas cuantas veces. Porque, si van acompañados, normalmente la culpa es siempre de los ‘’otros’’: del acompañante, por distraerlos; de la persona más próxima ya que no se fija por dónde va; del ayuntamiento porque no arregla los desniveles de las losetas del suelo; de quien haya cambiado el mueble de sitio, si el tropezón acaece en casa,  …Y pasado un tiempo y unos cuantos sustos, aceptan, primero, poner los cinco sentidos en sus paseos matinales y, si esto no da el resultado apetecido, contar con un acompañante en que apoyarse o valerse de un bastón que les proporcione una cierta seguridad. Y hasta aquí llega la evolución inversa, pues antes de llegar a eso de andar a cuatro patas como los críos, el plan de emergencia familiar decide, la mayoría de las veces,  que lo mejor y más seguro es pasear al anciano en silla de ruedas.

Pero no solo parece que vuelven a la infancia en lo referente a desplazamientos, sino también en algunas de las múltiples manifestaciones de su mundo emocional. Dicho de otra manera, los que superan cierta edad son ‘’muy suyos’’.  Hay muy pocas personas de su entorno que se atrevan a contradecirle, lo mismo cuando expresan una opinión en voz alta ante imágenes o noticias del telediario, como cuando pontifican  sobre la mejor manera de pelar un huevo duro o sobre cualquier otro proceso normal y diario que se lleva a cabo en cualquier hogar. ¡Y hay del que se le ocurra contradecirle!

Y lo que en los niños pequeños son rutinas que adquieren ayudados por los que les tutelan, y que les permiten a la larga organizar su vida diaria, en los mayores son manías que cada día arraigan más, molesten o no a los que les rodean.

Y acabemos con esto, que algunas depresiones provienen precisamente de dar excesivas vueltas al ‘’coco’’, buscando explicaciones razonables a la situación actual de uno mismo.

Todo puede resumirse así: a medida que pasa el tiempo, ellos, los peques, crecen y se implican cada vez más en el mundo que les rodea; nosotros, los de más que mediana edad, encogemos, andamos cada vez menos erguidos, y nos aislamos al máximo posible de nuestro entorno personal y social.

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