Semana del 24 de febrero al 2 de marzo del 2019
La primera flor de azahar de nuestro naranjo
LA INFANCIA DE LOS 80
Muchos dicen que los mayores son
como críos. E incluso algunos afirman que cuanto más edad tienen, peor. Y en
parte tienen razón, ya que se dan circunstancias, situaciones o reacciones más
o menos inconscientes que lo corroboran.
Para empezar, basta con fijarnos
en cómo salvan los desniveles por escaleras o rampas los bebés que
trasladan sus madres o cuidadoras en sus
correspondientes cochecitos. Si los bajan, con caras de asombro
cuando aprecian que el precipicio que se abre bajo sus pies disminuye a saltos
o pausadamente, y sintiéndose seguros gracias a los múltiples medios de
sujeción que les mantiene con el trasero pegado al asiento. Y si
los suben, tumbados tranquilamente, mirando al cielo y viendo
revolotear a los pájaros en primavera o tratando de atrapar una hoja de las que
caen de los árboles en otoño.
En cambio los mayores, mayores,
por edad o por deterioro anticipado de las extremidades que permiten una
locomoción autónoma y que, en consecuencia, son paseados de un lado a otro por
recomendación médica en una silla de ruedas de tracción animal, tienen una
perspectiva bien distinta de escaleras y rampas. Cuando las bajan, la cara
de asombro de los bebés se transforma en expresión de terror pensando en la
posibilidad de que no puedan compensar la gravedad, caigan de bruces por
movimientos bruscos debidos a descuidos momentáneos de sus cuidadores que van
atendiendo a llamadas telefónicas o avisos de llegada de ‘whatsapp’, y se
descalabren más de lo que están. Se aferran como pueden, compulsivamente, a los
brazos de la silla de ruedas para evitar que sus escasos glúteos de apoyo se
deslicen o pierdan el contacto con el asiento, y ellos acaben sentados en el
suelo en una postura poco ortodoxa por culpa de la inclinación de las escaleras
o por un frenazo inoportuno que pueda provocar el ‘autónomo’ que les atiende,
ante una llamada telefónica portadora de noticias desagradables. Y cuando
las suben, lo hacen más tranquilos y relajados aunque no exentos de
malos augurios. Pero siempre tienen la certeza de que las consecuencias de un
traspié del que está a su servicio les permitirá gozar al final de una
situación dominante: el auxiliar abajo y él encima, lo que, a veces, consigue
que su expresión sea alegre y hasta sonriente en algunos casos
Pasear, tomar el aire, palpar la
vida a su alrededor e incluso, en ciertas ocasiones, poder participar de
insulsas tertulias de jubilados es reconfortante, aun asumiendo que en las
noches posteriores no se va a librar de sueños recurrentes que muy frecuentemente
versan sobre el mismo tema: ‘caída libre’ por una escalera o rampa a la que no
se ve el final y con el agravante de un aumento progresivo de la velocidad.
Peor sigamos analizando la
evolución de los más pequeños
Pasa el tiempo, y hartos de ir en
cochecito, en brazos, o estar más o menos aislados en sus ‘parques’ donde se
entrenan en los diversos estilos de gateo, consiguen liberarse de sujeciones y
espacios reducidos mediante el sistema más sencillo y efectivo: poner en modo
agudo y a todo volumen su sistema fonador. Y comienzan así a explorar su
entorno a cuatro patas, sonriendo, babeando, y buscando sitios donde agarrarse
e intentar alcanzar la verticalidad propia de su raza. Así empieza la fase de
esos andares desequilibrados, bamboleantes y, casi siempre, controlados
atentamente por adultos para evitar males mayores. Y si se topa con
dificultades que le parecen insalvables hace lo que todas las personas que en
cualquier época de su vida se encuentran con idéntica situación: se retrotrae
en su evolución y busca soluciones en sus experiencias ya vividas. Es el caso
de las escaleras o desniveles. Cuando los encuentra, no duda en ponerse de
nuevo a cuatro patas y gatear. Hasta que alguien mayor que él y con ese tipo de
dificultad ya superada, le echa una mano.
Y ante el descubrimiento de la ayuda, se embala, muestra la mayor de sus
sonrisas, y obliga a quien le ha tendido
inconscientemente una mano amiga con la mejor de las intenciones, a
acompañarle en el subir y bajar escaleras un número indefinido de veces, solo
limitado por el aguante de aquél a cuya mano se aferra.
La evolución de las personas en
edad provecta es algo parecida pero con las etapas en orden inverso.
La
experiencia le dice que el andar y salvar los obstáculos normales no tiene ninguna
dificultad, y que los automatismos adquiridos para hacerlo siguen funcionando
perfectamente. Y esto es solo una pequeña manifestación de lo que podíamos
denominar ‘autosuficiencia fisiológica’. Todo les funciona perfectamente y,
además, está bajo control. Comen lo que les apetece porque según su
‘experiencia’ es lo que mejor les va, criterio que extienden al cuanto y al
cuándo. Saben perfectamente qué movimientos y esfuerzos pueden hacer. Visten de
la manera que más les apetece tanto en verano como en invierno, pues son
inmunes a insolaciones y resfriados, ya que para eso están las cremas y las
vacunas de la gripe. Ven y oyen perfectamente hasta que algún familiar próximo
y atrevido les demuestra lo contrario, como mínimo, en unas quince ocasiones.
En cuanto al tema que nos ocupa,
el de desplazarse manteniendo el equilibrio necesario y sin tropiezos en
terreno llano y en el momento de salvar desniveles, solo empiezan a aceptar
limitaciones cuando los incidentes que le ocurren suceden cuando están solos, y
se repiten unas cuantas veces. Porque, si van acompañados, normalmente la culpa
es siempre de los ‘’otros’’: del acompañante, por distraerlos; de la persona
más próxima ya que no se fija por dónde va; del ayuntamiento porque no arregla
los desniveles de las losetas del suelo; de quien haya cambiado el mueble de
sitio, si el tropezón acaece en casa, …Y
pasado un tiempo y unos cuantos sustos, aceptan, primero, poner los cinco
sentidos en sus paseos matinales y, si esto no da el resultado apetecido, contar
con un acompañante en que apoyarse o valerse de un bastón que les proporcione
una cierta seguridad. Y hasta aquí llega la evolución inversa, pues antes de
llegar a eso de andar a cuatro patas como los críos, el plan de emergencia
familiar decide, la mayoría de las veces,
que lo mejor y más seguro es pasear al anciano en silla de ruedas.
Pero no solo parece que vuelven a
la infancia en lo referente a desplazamientos, sino también en algunas de las
múltiples manifestaciones de su mundo emocional. Dicho de otra manera, los que
superan cierta edad son ‘’muy suyos’’.
Hay muy pocas personas de su entorno que se atrevan a contradecirle, lo
mismo cuando expresan una opinión en voz alta ante imágenes o noticias del
telediario, como cuando pontifican sobre
la mejor manera de pelar un huevo duro o sobre cualquier otro proceso normal y
diario que se lleva a cabo en cualquier hogar. ¡Y hay del que se le ocurra
contradecirle!
Y lo que en los niños pequeños
son rutinas que adquieren ayudados por los que les tutelan, y que les permiten
a la larga organizar su vida diaria, en los mayores son manías que cada día
arraigan más, molesten o no a los que les rodean.
Y acabemos con esto, que algunas
depresiones provienen precisamente de dar excesivas vueltas al ‘’coco’’,
buscando explicaciones razonables a la situación actual de uno mismo.
Todo puede resumirse así: a
medida que pasa el tiempo, ellos, los peques, crecen y se implican cada vez más
en el mundo que les rodea; nosotros, los de más que mediana edad, encogemos,
andamos cada vez menos erguidos, y nos aislamos al máximo posible de nuestro
entorno personal y social.