sábado, 4 de agosto de 2018


Semana del 29 de julio al 4 de agosto del 2018


Mazagón a los 80 (III)

13 de julio




La luz nos despertó a las primeras horas de la madrugada que, para los jubilados de ‘pro’, vienen a coincidir con las 8,30 horas a.m.

Comenzamos así nuestro primer día de vacaciones, ya que el precedente no se podía tener en cuenta como tal por las muchas incidencias que ocurrieron, sobre todo lo referente al cambio de habitación y todo lo que conlleva.

Después de desayunar sin tiempos muertos en el tenderete de los ‘huevos al gusto’, pues ya había aprendido que, si el puesto estaba vacante, bastaba con avisar a cualquier camarero que pasase por allí, bajamos a la piscina.

Al poco tiempo de estar instalados nos dimos cuenta de que en estas costas atlánticas también sopla el poniente, y que, a diferencia de San Pedro, en esta zona era un poniente que venía directa y perpendicularmente del mar, y además bien fresquito y con una fuerza más que mediana. Sin quitarme siquiera la camiseta, afané un sillón de la zona de cafetería, me senté a leer y, entre capítulo y capítulo, me dediqué a observar a las gentes que me rodeaban e imaginarme sus vidas a partir de las frases sueltas que llegaban a mis oídos. Y para que conste, ahí quedan algunos productos de mi fantasía.  

Las alifafes
Pareja de personas mayores, féminas como indica el artículo, y por supuesto más jóvenes que nosotros. Y su charla parece un repaso de todo lo que se habla en un ambulatorio durante la visita al médico y, complementariamente, se intenta aclarar con más o menos acierto y rigor científico alguno de los métodos preventivos que aparecen en revistas como ‘’Saber Vivir’’.

Por lo que he podido oír, primero han dado un repaso a lo acaecido en el tiempo transcurrido desde el verano pasado, ya que todas las enfermedades citadas tales como cistitis, lumbalgias, migrañas, subidas inoportunas y sin causa aparente de la tensión,…, iban acompañadas de frases en el que se utilizaba el pasado indefinido con frases de este tipo

‘’Lo pasé fatal’’

‘’Me apareció de improviso y sin causa justificada’’

‘’Me obligó a estar recluida más de una semana’’

‘’Y encima mi marido lo tomó como algo que simulaba para llamar su atención’’

‘’No podía ni agacharme para calzarme’’

‘’…’’

Lo más curioso era que se interrumpían constantemente para que se pudiese valorar, por la parte contraria, los avatares de salud que cada una había sufrido. Si una nombraba la lumbalgia, la otra sacaba a relucir inmediatamente lo que le habían hecho sufrir las cervicales. Si una proclamaba a los cuatro vientos lo insufrible que eran sus migrañas, la oponente le contraatacaba afirmándole rotundamente que no sabía ella lo que era un cólico nefrítico y que los dolores que provocaba eran peores que los de un parto.

Cuando comenzaron a nombrar a sus respectivas parejas que, por la edad que aparentaban, seguro que se les podía aplicar la antigua condición de maridos, dejé de escucharlas para evitar cualquier pensamiento que me hiciese caer, al menos mentalmente, en la llamada ‘violencia de género’.

Los fachendosos

En principio, no me habían llamado la atención. Era una pareja de mediana edad que, por las formas y maneras con que se instalaron, había adquirido ya la práctica suficiente para hacerse con la sombrilla adecuada y colocar con rapidez hamacas, toallas y el resto de enseres que se bajan a cualquier zona de piscina.

Pero en cuanto vi que el marido, cónyuge, pareja o lo que fuese, echó mano del móvil y empezó a hablar, revisé mis sonotone para no perderme ni ripio de su conversación. Y desde ese momento mi imaginación trabajó sin descanso para rellenar los huecos que dejaban sus palabras.

Debía de ser el dueño o gestor de una empresa de no muchos trabajadores y de tipo familiar,  pues habló con lo que debía ser la cadena de mando, dirigiéndose a ellos por su nombre de pila. Lo de ‘empresa tipo familiar’ lo deduje casi al final de la conversación, cuando la fémina que le acompañaba le requirió que pidiese que ‘fulanita’ se pusiese al teléfono para hacerle unas cuantas preguntas sobre el trabajo que le había encomendado.

Normalmente nada de lo anterior hubiese resultado digno de recordar ya que es de todos conocida la afición de la gente consistente en llamar en sitios públicos a los que hacen ver como subordinados, pidiéndoles o dándoles información que siempre llevan incluida la cita de facturas o pedidos de alto valor crematístico. Todo ello, con la esperanza de aumentar su nivel profesional y/o social en los oídos de todos los que en ese momento están escuchando a su alrededor.

Pero en este caso hubo un requerimiento a uno de los de la cadena de mando que disparó las posibilidades de mi imaginación, sobre todo en cuanto a deducir qué clase de empresa familiar era la de mis vecinos de piscina y a qué se dedicaba.  Y las palabras que oí eran, más o menos, las siguientes:  ‘’¿…a los estupefacientes?’’...’’¡Vale! Luego me lo comentas

De manera inmediata eliminé la idea de que perteneciesen a una de las ‘’familias’’, por otro lado tan abundantes en las costas gaditanas y malagueñas, que estaban metidas en el mundo de la droga, pues no encajaban ni por la pinta, ni por la ausencia de acompañantes, y mucho menos por la claridad y falta de disimulo en su conversación telefónica.

Reservé en la mente la posibilidad de que la presencia de ‘estupefacientes’ en la empresa familiar fuese debido a algo tan simple como que se dedicase a la ortodoncia e implantes dentales bajo el paraguas de una de las múltiples franquicias existentes o, incluso, que estuviese especializada en la fabricación de medicamentos relajantes gracias a las ventajas que proporcionaba, un suponer, el tener amigos en los puestos clave de la Junta

Revisé mis audífonos y seguí atentamente la conversación telefónica. Al final se me aclaró todo, pues la fémina, después de hacer sus indagaciones sobre la situación de los trabajos encargados, pasó el teléfono a su cónyuge, y éste repitió la pregunta que había iniciado mi viaje novelesco: ‘’O sea que, ¿Carlos es tu paciente?’’

Y aquí acabó mi pretendida digresión fantasiosa.

Los chicharrones

Ante el fracaso de mi capacidad deductiva, giré mi sillón y, en consecuencia, mi visión unos 30º, y me encontré con una escena un tanto surrealista.

Una joven pareja de pie, a ambos lados de una única hamaca, y con sendas Tablet en sus manos que leían atentamente. Y en el momento que comencé a observarlos, uno estaba de cara y la otra de espaldas. Seguí leyendo mi novela sin dejar de mirarles de reojo, y me dí cuenta que cada cierto tiempo, entre cinco y diez minutos, giraban 180º, aunque no al unísono, por lo que unas veces coincidían los dos de cara o de espaldas.

Escarmentado por lo que me había pasado en el caso de ‘los fachendosos’ por dejar volar mi imaginación, ni siquiera intenté buscar una explicación. Simplemente deduje que habían decidido aplicar un nuevo método para que el moreno de pecho y espalda fuese lo más homogéneo posible. Y para aguantar la exposición al sol, lo que hacían era utilizar los e-book que tuviesen disponibles en sus respectivas Tablet.

Harto de leer y de estar sentado en la misma postura, me fui a reservar una mesa con vistas al mar en el restaurante de la piscina y de paso sacar una fotos a un extraño pino que había en los jardines, creciendo de una manera inusual, a ras de tierra.


A la hora de la comida comprobamos que las vistas de la mesa reservada eran magníficas, pero con un ‘pequeño’ inconveniente: cuando soplaba el poniente fuerte casi casi tenías que sujetar los platos para que no acabasen en la mesa más próxima.


Después de comer, y para no arriesgarme a un corte de digestión por culpa del dichoso poniente que cada vez soplaba más fresco y con más fuerza, opté `por bajar a la playa. Y eso, asumiendo el riesgo de acabar descalabrado o, como mínimo, agotado y con agujetas.

La bajada, sin problemas, pero fijándome muy mucho dónde ponía los pies.



Una vez en la playa, disfrutando de las vistas





Y al subir los 178 escalones que conté, sin resuello a mitad de recorrido dónde tuve que detenerme a descansar y que disimulé sacando fotos de cara a los que se me cruzaban


Lo ascendido


Y lo que quedaba por ascender


La subida a la habitación fue de infausto recuerdo, al igual que la pizza que se nos ocurrió pedir en la cafetería esa noche. Las congeladas de Buitoni, Ristorante o Dr.Oetker son delicias gourmet aun comiéndolas sin meterlas al horno. Así que nos consolamos viendo una película del oeste en la habitación antes de entregarnos a un sueño reparador.

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