Semana del 29 de
julio al 4 de agosto del 2018
Mazagón a los 80 (III)
13 de julio
La luz nos despertó a las
primeras horas de la madrugada que, para los jubilados de ‘pro’, vienen a
coincidir con las 8,30 horas a.m.
Comenzamos así nuestro primer día
de vacaciones, ya que el precedente no se podía tener en cuenta como tal por
las muchas incidencias que ocurrieron, sobre todo lo referente al cambio de
habitación y todo lo que conlleva.
Después de desayunar sin tiempos
muertos en el tenderete de los ‘huevos al gusto’, pues ya había aprendido que,
si el puesto estaba vacante, bastaba con avisar a cualquier camarero que pasase
por allí, bajamos a la piscina.
Al poco tiempo de estar
instalados nos dimos cuenta de que en estas costas atlánticas también sopla el
poniente, y que, a diferencia de San Pedro, en esta zona era un poniente que
venía directa y perpendicularmente del mar, y además bien fresquito y con una
fuerza más que mediana. Sin quitarme siquiera la camiseta, afané un sillón de la
zona de cafetería, me senté a leer y, entre capítulo y capítulo, me dediqué a
observar a las gentes que me rodeaban e imaginarme sus vidas a partir de las
frases sueltas que llegaban a mis oídos. Y para que conste, ahí quedan algunos
productos de mi fantasía.
Las alifafes
Pareja de
personas mayores, féminas como indica el artículo, y por supuesto más jóvenes
que nosotros. Y su charla parece un repaso de todo lo que se habla en un
ambulatorio durante la visita al médico y, complementariamente, se intenta
aclarar con más o menos acierto y rigor científico alguno de los métodos
preventivos que aparecen en revistas como ‘’Saber Vivir’’.
Por lo que he
podido oír, primero han dado un repaso a lo acaecido en el tiempo transcurrido
desde el verano pasado, ya que todas las enfermedades citadas tales como
cistitis, lumbalgias, migrañas, subidas inoportunas y sin causa aparente de la
tensión,…, iban acompañadas de frases en el que se utilizaba el pasado
indefinido con frases de este tipo
‘’Lo pasé fatal’’
‘’Me apareció de improviso y sin causa
justificada’’
‘’Me obligó a estar recluida más de una
semana’’
‘’Y encima mi marido lo tomó como algo que
simulaba para llamar su atención’’
‘’No podía ni agacharme para calzarme’’
‘’…’’
Lo más curioso
era que se interrumpían constantemente para que se pudiese valorar, por la
parte contraria, los avatares de salud que cada una había sufrido. Si una
nombraba la lumbalgia, la otra sacaba a relucir inmediatamente lo que le habían
hecho sufrir las cervicales. Si una proclamaba a los cuatro vientos lo
insufrible que eran sus migrañas, la oponente le contraatacaba afirmándole
rotundamente que no sabía ella lo que era un cólico nefrítico y que los dolores
que provocaba eran peores que los de un parto.
Cuando
comenzaron a nombrar a sus respectivas parejas que, por la edad que aparentaban,
seguro que se les podía aplicar la antigua condición de maridos, dejé de
escucharlas para evitar cualquier pensamiento que me hiciese caer, al menos
mentalmente, en la llamada ‘violencia de género’.
Los fachendosos
En principio,
no me habían llamado la atención. Era una pareja de mediana edad que, por las
formas y maneras con que se instalaron, había adquirido ya la práctica
suficiente para hacerse con la sombrilla adecuada y colocar con rapidez
hamacas, toallas y el resto de enseres que se bajan a cualquier zona de
piscina.
Pero en cuanto
vi que el marido, cónyuge, pareja o lo que fuese, echó mano del móvil y empezó
a hablar, revisé mis sonotone para no perderme ni ripio de su conversación. Y
desde ese momento mi imaginación trabajó sin descanso para rellenar los huecos
que dejaban sus palabras.
Debía de ser
el dueño o gestor de una empresa de no muchos trabajadores y de tipo
familiar, pues habló con lo que debía
ser la cadena de mando, dirigiéndose a ellos por su nombre de pila. Lo de
‘empresa tipo familiar’ lo deduje casi al final de la conversación, cuando la
fémina que le acompañaba le requirió que pidiese que ‘fulanita’ se pusiese al
teléfono para hacerle unas cuantas preguntas sobre el trabajo que le había
encomendado.
Normalmente
nada de lo anterior hubiese resultado digno de recordar ya que es de todos
conocida la afición de la gente consistente en llamar en sitios públicos a los
que hacen ver como subordinados, pidiéndoles o dándoles información que siempre
llevan incluida la cita de facturas o pedidos de alto valor crematístico. Todo
ello, con la esperanza de aumentar su nivel profesional y/o social en los oídos
de todos los que en ese momento están escuchando a su alrededor.
Pero en este
caso hubo un requerimiento a uno de los de la cadena de mando que disparó las
posibilidades de mi imaginación, sobre todo en cuanto a deducir qué clase de
empresa familiar era la de mis vecinos de piscina y a qué se dedicaba. Y las palabras que oí eran, más o menos, las
siguientes: ‘’¿…a los estupefacientes?’’...’’¡Vale! Luego
me lo comentas
De manera
inmediata eliminé la idea de que perteneciesen a una de las ‘’familias’’, por
otro lado tan abundantes en las costas gaditanas y malagueñas, que estaban
metidas en el mundo de la droga, pues no encajaban ni por la pinta, ni por la
ausencia de acompañantes, y mucho menos por la claridad y falta de disimulo en
su conversación telefónica.
Reservé en la
mente la posibilidad de que la presencia de ‘estupefacientes’ en la empresa
familiar fuese debido a algo tan simple como que se dedicase a la ortodoncia e
implantes dentales bajo el paraguas de una de las múltiples franquicias
existentes o, incluso, que estuviese especializada en la fabricación de medicamentos
relajantes gracias a las ventajas que proporcionaba, un suponer, el tener
amigos en los puestos clave de la Junta
Revisé mis
audífonos y seguí atentamente la conversación telefónica. Al final se me aclaró
todo, pues la fémina, después de hacer sus indagaciones sobre la situación de
los trabajos encargados, pasó el teléfono a su cónyuge, y éste repitió la
pregunta que había iniciado mi viaje novelesco: ‘’O sea que, ¿Carlos es tu
paciente?’’
Y aquí acabó
mi pretendida digresión fantasiosa.
Los chicharrones
Ante el
fracaso de mi capacidad deductiva, giré mi sillón y, en consecuencia, mi visión
unos 30º, y me encontré con una escena un tanto surrealista.
Una joven
pareja de pie, a ambos lados de una única hamaca, y con sendas Tablet en sus
manos que leían atentamente. Y en el momento que comencé a observarlos, uno
estaba de cara y la otra de espaldas. Seguí leyendo mi novela sin dejar de
mirarles de reojo, y me dí cuenta que cada cierto tiempo, entre cinco y diez
minutos, giraban 180º, aunque no al unísono, por lo que unas veces coincidían
los dos de cara o de espaldas.
Escarmentado
por lo que me había pasado en el caso de ‘los fachendosos’ por dejar volar mi
imaginación, ni siquiera intenté buscar una explicación. Simplemente deduje que
habían decidido aplicar un nuevo método para que el moreno de pecho y espalda
fuese lo más homogéneo posible. Y para aguantar la exposición al sol, lo que
hacían era utilizar los e-book que tuviesen disponibles en sus respectivas
Tablet.
Harto de leer y de estar sentado
en la misma postura, me fui a reservar una mesa con vistas al mar en el
restaurante de la piscina y de paso sacar una fotos a un extraño pino que había
en los jardines, creciendo de una manera inusual, a ras de tierra.
A la hora de la comida comprobamos
que las vistas de la mesa reservada eran magníficas, pero con un ‘pequeño’
inconveniente: cuando soplaba el poniente fuerte casi casi tenías que sujetar
los platos para que no acabasen en la mesa más próxima.
Después de comer, y para no arriesgarme
a un corte de digestión por culpa del dichoso poniente que cada vez soplaba más
fresco y con más fuerza, opté `por bajar a la playa. Y eso, asumiendo el riesgo
de acabar descalabrado o, como mínimo, agotado y con agujetas.
La bajada, sin problemas, pero
fijándome muy mucho dónde ponía los pies.
Una vez en la playa, disfrutando
de las vistas
Y al subir los 178 escalones que
conté, sin resuello a mitad de recorrido dónde tuve que detenerme a descansar y
que disimulé sacando fotos de cara a los que se me cruzaban
Lo ascendido
Y lo que quedaba por ascender
La subida a la habitación fue de
infausto recuerdo, al igual que la pizza que se nos ocurrió pedir en la
cafetería esa noche. Las congeladas de Buitoni, Ristorante o Dr.Oetker son
delicias gourmet aun comiéndolas sin meterlas al horno. Así que nos consolamos
viendo una película del oeste en la habitación antes de entregarnos a un sueño
reparador.
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