Semana del 5 al 11
de agosto del 2018
Mazagón a los 80 (IV)
Ya lo teníamos acordado con
anterioridad, así que después de desayunar salimos hacia el pueblo de Moguer a
tratar de visualizar la localización de la parroquia del Carmen. Como nos
habían informado que estaba en la Avenida de los Conquistadores, aparcamos
cerca de lo que considerábamos la calle principal para preguntar a alguno de
los viandantes que paseaban por la zona. Y, de inicio, con no muy buena suerte,
ya que o era gente de paso, o que estaba de vacaciones, o que no habían oído
hablar a nadie de la citada parroquia.
Al final me decidí a preguntar a
un par de jubilados que descansaban en un banco a la sombra, a la vera de la
calle principal, y cuando les dije que si esa era la avenida de los
Conquistadores, se miraron con ojos de asombro y uno de ellos me contestó con
cierta sorna que no lo sabía, que para ellos siempre había sido la calle de la
Hilaria. Y al decirlo, reforzó su respuesta señalando un edifico próximo y,
socarronamente, me aseguró que aquel edificio había sido durante mucho tiempo
la construcción más importante de los alrededores, y que allí había vivido la
Hilaria. Aprovechando la amabilidad de mis interlocutores, cambié de tercio, y
les planteé si tenían alguna información sobre la Parroquia del Carmen.
Mirándose mutuamente y casi al unísono dijeron: ‘’Parroquia, parroquia, no sabemos; a no ser que Vd se refiera a lo que
siempre ha sido para nosotros la Ermita del Carmen, que está justo al final de
esta calle’’. Para allí nos fuimos y comprobamos, sin bajarnos del coche
que era la iglesia que buscábamos.
Volvimos a lo que consideramos el
centro del pueblo, aparcamos cerca de una zona comercial y aprovechamos la
ocasión para comprarnos algo de abrigo que nos defendiera del viento de
poniente. Después de apropiarnos, previo pago ¡claro!, de una sudadera y de un niqui
de marca…falsa en una tienda de esas de chino, pero en este caso regentada por un
moro, nos volvimos por donde habíamos venido.
Y a disfrutar de la piscina bien
abrigaditos.
Al reservar mesa para la comida,
ya no actué como un ‘pardillo’ y pedí que me guardaran una mesa lo más alejada
posible de las que recibían en primera línea las rachas de viento. Así que
cuando la ocupamos, nos dedicamos a observar a la gente que se sentaba con
vistas al mar que, al principio de su estancia, parecían encantados con su
situación. Pero al cabo de diez minutos empezaban a mover sus asientos para que
el viento no les diese de frente, y acababan por levantarse, e iban a la zona
de las hamacas de donde volvían con más de una toalla que se las ponían por los
hombros, supongo que para evitar coger un resfriado.
Al caer la tarde, nos trasladamos
de nuevo al pueblo de Moguer, aparcamos cerca de lo que creíamos que era la
parroquia del Carmen, y al entrar en ella nos llevamos una sorpresa. Debía ser
una antigua ermita del mismo nombre que estaba a dos pasos de lo que ahora era
el puerto deportivo y antes, tal vez, el puerto pesquero, lo que explicaba su
advocación. A través de la puerta de entrada se accedía a un estrecho pasillo
que disponía de esas bancadas típicas de las salas de espera de los
ambulatorios, de dos o tres asientos, y
que al final se ensanchaba en un espacio ovalado donde estaba el altar, pero
perpendicular al pasillo de entrada. Y es que la pared que debía de cerrar
antiguamente la ermita no existía y era una abertura que daba a un patio amplio
sombreado con placas rectangulares de caña y con unas amplias bancadas de obra.
Con esta distribución de la superficie de la planta, los feligreses se
distribuían a un lado y otro del altar, perpendicular a ambos espacios,
interior y exterior.
De vuelta al hotel, nos dimos un
capricho aplicando la norma de todo gourmet: pide siempre productos de la zona.
Y es que el bocadillo de jamón de Huelva que nos comimos era de los de cinco
estrellas Michelin, pero sin la aplicación de los conceptos y técnicas de la
nueva cocina. Es decir, como siempre: un buen pan abierto y bien ‘’rellenito’’
de lonchas de jamón cortado a cuchillo.
15 de julio
Pocos recuerdos me quedan de este
día.
El más tempranero fue el amago de
accidente que ocurrió cuando volvíamos del desayuno a la habitación. Y digo
amago, porque alguien dio un traspiés al bajar un par de escaloncillos que se
encontró en el camino, pero con tan buena suerte que lo que podía haber sido una
‘caída de bruces’ quedó reducido a una ‘sentadilla’.
Otro recuerdo mañanero, y que se
repitió por la tarde, y es que el sol no debía seguir su trayectoria normal, es
decir elíptica, sino que debía ir de oriente a occidente en zigzag. Y lo digo
porque tuve que cambiar de posición las tumbonas unas doscientas veces, para
que quedasen en cada momento las distintas porciones corporales distribuidas adecuadamente
al sol y a la sombra.
De la comida, mejor no hablar.
Seguía sin haber gambas de Huelva por diversas y manidas razones: que si con el
temporal no podían cogerse; que las pocas que entraban a la lonja tenían un precio
desorbitado; que si los pescadores no habían salido por la fiesta de su
patrona;… Total que nos conformamos con un plato de pasta con mejillones, con
consecuencias intestinales no deseables, y un lenguado que, por lo menos, nos lo
prepararon para comérnoslo sin preocuparnos de las espinas.
Y por fin los mandos de la ducha
me obedecieron sin tener que dar un grito histérico por congelarme, ni tener
que apartarme bruscamente para no escaldarme como un pollo.
Y a dormir, o eso creía, pues ha
habido un cumplidor que a las doce y un minuto se le ha ocurrido mandarme un mensaje, o lo que sea,
felicitándome, por lo que he dado un salto en la cama y he decidido apagar el
teléfono.
Y por si acaso alguno quiere ilustrarse y contrastar
criterios para analizar temas de la actualidad, adjunto un artículo que ha
aparecido este domingo 12 de agosto en el ABC.
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