Quincena del 27 de
mayo al 9 de junio del 2018
Viaje Madrid (I)
31 de mayo
Los viajes, cuando estás
jubilado, son de lo más tranquilo ya que sales y llegas a tu destino sin prisas
y sin agobios. Los agobios los has tenido previamente, pues lo que más cuesta
es decidir lo que vas a llevar, tema que se complica cuando tienes que
colocarlo adecuadamente en las maletas. No pueden ser muchos bultos ni muy
pesados, pues la edad obliga a simplificar las operaciones de carga y descarga
en el transporte que utilices.
Salimos antes de lo previsto y a
una velocidad de crucero (nunca mejor dicho) menor que la permitida. Con
tranquilidad. Y eso permite observar cómo te sobrepasan los coches a
velocidades que te parecen supersónicas. Sobre todo en las autopistas de peaje
donde circular a 140 km/hora o más es la cosa más normal. Con la cantidad de
cámaras que tienen los coches modernos no sé cómo no se le ha ocurrido a la
Guardia Civil de Tráfico proporcionar a los jubilados un aparato de radar, con
cámara e impresora incluidos, para controlar la velocidad de los que nos
adelantan. ¡Iban a aumentar la recaudación por multas más del 100%! Pero hay
una situación que te reconforta y que te confirma que más vale ir a una
velocidad constante que poner el coche a 150 km/hora o más durante unos
minutos. Y esa situación se da cuando has visto, o mejor, cuando has sentido
que te superan por tu izquierda, como una exhalación, un BMW, un Audi o incluso
un Polo, y a los pocos kilómetros te los encuentras en un peaje peleando con el
pago automático. Que si no entra la tarjeta, que si te la ‘escupe’ la máquina
varias veces hasta que te das cuenta que la estás introduciendo en la ranura
del pago con billetes,…Y tú, mientras, en la vía de pago adyacente cumples con
tus obligaciones y te vas. Y con regodeo, permaneces atento para comprobar
cuántos minutos han pasado hasta el momento en que te rebasa otra vez.
La entrada en Jaén la hacemos
fiándonos del navegador que, a pesar de las vueltas que nos hace dar, nos deja
en la explanada de entrada al Castillo de Santa Catalina, o eso creíamos. Como
al castillo original se le han unido una serie de edificaciones a lo largo del
tiempo, y acomodándose siempre al ancho de la cornisa del cerro sobre el que
estaba construida la antigua alcazaba, el Parador que se edificó en los 60 del
siglo pasado tiene una planta rectangular con una longitud desproporcionada
respecto a su anchura. Y, por lo tanto, donde estábamos era en la explanada de
entrada al Parador y no a las puertas del castillo.
La altura relativa del citado
cerro respecto a su entorno y sus laderas abruptas, proporcionan unas vistas
amplias tanto hacia el lado sur
como en el opuesto, que está
orientado hacia Bailén y la meseta
Al entrar en Recepción comenzaron
las dificultades. Al asignarnos habitación e indicarnos hacia dónde teníamos
que dirigirnos, debimos poner tales caras de desánimo que, sin dudarlo un
instante, la señorita que nos había hecho el ‘check-in’ salió de detrás del
mostrador y, haciéndose cargo de los bultos que llevábamos, nos dijo que le
siguiéramos. Atravesamos un salón que estaba a distinto nivel y, al ver que no
estábamos dispuestos a utilizar las escaleras que llevaban a la primera planta,
nos condujo a un ascensor semioculto. Al salir del mismo nos pidió amablemente
que le siguiéramos, y enfilamos un pasillo interminable que, para los que
tienen dificultades respiratorias, produce ahogos y angustia con solo
percibirlos. Cuando creíamos que estábamos en la habitación asignada, nos llevamos otra sorpresa. Nada más abrir la
puerta, la recepcionista se dio cuenta de que la habitación no estaba en orden
de revista y, después de hacer un par de gestiones telefónicas, nos acompañó,
algo compungida por los resuellos que escuchaba a su espalda, a otra habitación
más alejada todavía. ¡No nos consoló ni la medieval cama con dosel de que
disponía!
Después de descansar lo
suficiente y necesario para recuperar una respiración normal, uno a base de un
cigarrillo en la terraza y la otra gracias al oxigeno que le proporcionaba su
mochila portátil, y como habían contratado el denominado Gastropack, se acordó
que antes de tomar ninguna decisión se indagase en persona dónde estaba ubicado
el comedor. ¡Y hete aquí que estaba en el extremo opuesto del edificio! Para
hacerse uno una idea, al de los cigarrillos le dio tiempo para fumarse, y no
compulsivamente, dos cigarrillos, uno a la ida y otro a la vuelta.
Al final, menos el precio, se
redujo todo. En vez de dos cenas, una solo, pues los problemas respiratorios les
impidieron disfrutar de la otra, y el del cigarrillo volvió a recorrer el
Parador de extremo a extremo. En esa única cena, se pidió lomo de merluza, pero
la merluza origen solo debía tener cabeza y cola, ya que le sirvieron ésta
última. Bien emplatada, como dirían los Master Chef, pero cola, no lomo;
triangular, no rectangular. Y a descansar, que al día siguiente continuábamos
viaje a Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario