lunes, 11 de junio de 2018


Quincena del 27 de mayo al 9 de junio del 2018

Viaje Madrid (I)

31 de mayo



Los viajes, cuando estás jubilado, son de lo más tranquilo ya que sales y llegas a tu destino sin prisas y sin agobios. Los agobios los has tenido previamente, pues lo que más cuesta es decidir lo que vas a llevar, tema que se complica cuando tienes que colocarlo adecuadamente en las maletas. No pueden ser muchos bultos ni muy pesados, pues la edad obliga a simplificar las operaciones de carga y descarga en el transporte que utilices.

Salimos antes de lo previsto y a una velocidad de crucero (nunca mejor dicho) menor que la permitida. Con tranquilidad. Y eso permite observar cómo te sobrepasan los coches a velocidades que te parecen supersónicas. Sobre todo en las autopistas de peaje donde circular a 140 km/hora o más es la cosa más normal. Con la cantidad de cámaras que tienen los coches modernos no sé cómo no se le ha ocurrido a la Guardia Civil de Tráfico proporcionar a los jubilados un aparato de radar, con cámara e impresora incluidos, para controlar la velocidad de los que nos adelantan. ¡Iban a aumentar la recaudación por multas más del 100%! Pero hay una situación que te reconforta y que te confirma que más vale ir a una velocidad constante que poner el coche a 150 km/hora o más durante unos minutos. Y esa situación se da cuando has visto, o mejor, cuando has sentido que te superan por tu izquierda, como una exhalación, un BMW, un Audi o incluso un Polo, y a los pocos kilómetros te los encuentras en un peaje peleando con el pago automático. Que si no entra la tarjeta, que si te la ‘escupe’ la máquina varias veces hasta que te das cuenta que la estás introduciendo en la ranura del pago con billetes,…Y tú, mientras, en la vía de pago adyacente cumples con tus obligaciones y te vas. Y con regodeo, permaneces atento para comprobar cuántos minutos han pasado hasta el momento en que te rebasa otra vez.

La entrada en Jaén la hacemos fiándonos del navegador que, a pesar de las vueltas que nos hace dar, nos deja en la explanada de entrada al Castillo de Santa Catalina, o eso creíamos. Como al castillo original se le han unido una serie de edificaciones a lo largo del tiempo, y acomodándose siempre al ancho de la cornisa del cerro sobre el que estaba construida la antigua alcazaba, el Parador que se edificó en los 60 del siglo pasado tiene una planta rectangular con una longitud desproporcionada respecto a su anchura. Y, por lo tanto, donde estábamos era en la explanada de entrada al Parador y no a las puertas del castillo.

La altura relativa del citado cerro respecto a su entorno y sus laderas abruptas, proporcionan unas vistas amplias tanto hacia el lado sur 




como en el opuesto, que está orientado hacia Bailén y la meseta 





Al entrar en Recepción comenzaron las dificultades. Al asignarnos habitación e indicarnos hacia dónde teníamos que dirigirnos, debimos poner tales caras de desánimo que, sin dudarlo un instante, la señorita que nos había hecho el ‘check-in’ salió de detrás del mostrador y, haciéndose cargo de los bultos que llevábamos, nos dijo que le siguiéramos. Atravesamos un salón que estaba a distinto nivel y, al ver que no estábamos dispuestos a utilizar las escaleras que llevaban a la primera planta, nos condujo a un ascensor semioculto. Al salir del mismo nos pidió amablemente que le siguiéramos, y enfilamos un pasillo interminable que, para los que tienen dificultades respiratorias, produce ahogos y angustia con solo percibirlos. Cuando creíamos que estábamos en la habitación asignada,  nos llevamos otra sorpresa. Nada más abrir la puerta, la recepcionista se dio cuenta de que la habitación no estaba en orden de revista y, después de hacer un par de gestiones telefónicas, nos acompañó, algo compungida por los resuellos que escuchaba a su espalda, a otra habitación más alejada todavía. ¡No nos consoló ni la medieval cama con dosel de que disponía! 


Después de descansar lo suficiente y necesario para recuperar una respiración normal, uno a base de un cigarrillo en la terraza y la otra gracias al oxigeno que le proporcionaba su mochila portátil, y como habían contratado el denominado Gastropack, se acordó que antes de tomar ninguna decisión se indagase en persona dónde estaba ubicado el comedor. ¡Y hete aquí que estaba en el extremo opuesto del edificio! Para hacerse uno una idea, al de los cigarrillos le dio tiempo para fumarse, y no compulsivamente, dos cigarrillos, uno a la ida y otro a la vuelta.

Al final, menos el precio, se redujo todo. En vez de dos cenas, una solo, pues los problemas respiratorios les impidieron disfrutar de la otra, y el del cigarrillo volvió a recorrer el Parador de extremo a extremo. En esa única cena, se pidió lomo de merluza, pero la merluza origen solo debía tener cabeza y cola, ya que le sirvieron ésta última. Bien emplatada, como dirían los Master Chef, pero cola, no lomo; triangular, no rectangular. Y a descansar, que al día siguiente continuábamos viaje a Madrid.

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