Quincena del 10 al
23 de junio del 2018
Viaje Madrid (II)
1 de junio
Nos levantamos tranquilamente,
pues la hora de salida ni la habíamos prefijado ni era necesario hacerlo, ya
que la intención que teníamos era entrar en Madrid al inicio de la tarde, lo
que nos daba un margen horario amplio para comenzar la segunda etapa de nuestro
recorrido.
Lo primero que hicimos fue
comprobar la carga de la batería de la mochila de oxigeno ya que la necesitábamos
al 100% para poder salvar la distancia que nos separaba del comedor, a lo que
había que añadir el tiempo que íbamos a permanecer en él mientras
desayunábamos.
Todo salió a pedir de boca, es
decir, como habíamos previsto. Primero, porque en los interminables pasillos
siempre había, cada cierta distancia, un lugar donde sentarse y descansar y,
segundo, porque intentamos aprovecharnos del surtido buffet que estaba a
disposición de los hospedados para compensar o desquitarnos de alguna manera el
mal sabor de boca que nos había dejado la fallida cena de la noche anterior. Y
antes del mediodía ya estábamos circulando por la autopista que nos llevaba
desde Jaén al enlace con la A-4 en Bailén.
La entrada en Madrid se la
confiamos al navegador que, si por un lado sabe aplicar el criterio ‘’recorrido
más corto’’, no tiene ni idea, por ahora, de determinar ‘’recorrido menos
congestionado’’. Así que a la salida de la R-4, nos incorporó de nuevo a la
A-4, haciéndonos tomar el enlace de la M-42 y desembocar finalmente en la M-30.
Pero como en algunos de los tramos confluían más de una vía de servicio, la
acumulación de coches y las trampas de algunos conductores ‘listillos’
provocaron embotellamientos y retenciones que nos hicieron recordar con
nostalgia nuestras anteriores entradas en Madrid sin navegador por la M-50 y la
M-45 que, aun siendo más largas, nos hubieran permitido acceder a la calle
O’Donell más rápidamente.
Y al llegar al hotel, tuvimos el
primer detalle agradable. No se sabe si por clientes veteranos o por ser
veteranos clientes, el caso es que bajaron de Recepción al parking para hacerse
cargo del equipaje. Y una vez instalados, cada uno se dedicó a lo que podíamos
denominar ‘actividades complementarias’. Por un lado, peluquería; por otro,
compra de productos básicos para nuestra estancia en cualquier hotel, y entre
los que no pueden faltar en ningún caso la leche y las botellas de agua
mineral.
Y con la cena familiar, de cara a
los jardines del hotel, se dio por finalizada la jornada.
2 de junio
Y llegó el día de la celebración
de la Primera Comunión de una sobrina-nieta, que es lo que había sido el motivo
de que nos encontrásemos en los madriles. Menos mal que la ceremonia se
celebraba al mediodía, y hubo tiempo para recomponer al máximo el aspecto
exterior mediante ‘afeites’ y la vestimenta adecuada. Esta última, seria pero
no exenta de toques, si no juveniles, sí lo suficientemente elegantes como para
no desentonar. Y hubiésemos obtenido unos resultados mucho más satisfactorios
si no llevásemos tantos años a nuestras espaldas, lo que no impidió que
saliésemos del hotel muy conformes con la imagen que dábamos.
Cuando llegamos a la Parroquia,
lo primero que hicimos fue apresurarnos a incorporarnos al grupo de los
‘’mayores’’ que ya habían ocupado los bancos asignados a las familias de los
primeros comulgantes. Y mientras esperábamos el inicio de la celebración, y en
parte para no aumentar el nivel de los decibelios en el interior del templo,
originados por los saludos, parabienes y cruces de piropos entre familiares que
se reencontraban después de meses o años sin verse, me dediqué a observar a las
personas de edad que me rodeaban para identificar a aquellas a las que el paso
del tiempo hubiese maltratado más que a mí. Y de esa manera, tener por lo menos
un asidero en el que agarrarse para no caer en el pozo de pensamientos
deprimentes al que te asomas cuando llevas más de un cuarto de hora entre gente
joven, alegre y parlanchina que acepta galantemente tu presencia pero que en
sus diálogos ligeros e intrascendentes te sientes incapaz de participar.
Al final de la ceremonia me
olvidé de saludos, enhorabuenas y palmaditas cariñosas, y me dediqué a lo que
consideraba más importante: reunir al pequeño ‘rebaño’ que tenía que trasladar
a la residencia familiar donde íbamos a tener, según noticias fidedignas,una
comida informal y multitudinaria. Lo que parecía que iba a ser sencillo, se
complicó al salir en tromba de la parroquia los cientos de asistentes que se
distribuyeron aleatoriamente por la pequeña explanada y la escalinata que
existían a su entrada,
Pasé unos minutos entre los
grupúsculos que se habían formado espontáneamente, mirando en todas
direcciones. Trataba de localizar a la única persona que, entre aquel gentío,
llevaba sombrero, pues tenía la intuición de que, junto a ella, estarían los
familiares de cuyo traslado nos habíamos encargado. Y así fue.
Localizadas y situadas
convenientemente junto a un semáforo las personas que iban a venir en nuestro coche,
fui al aparcamiento del Bernabeu situado enfrente de la parroquia, donde
comprobé que ya no iba a poder quejarme del precio de los parking públicos de
ninguna ciudad española: por unas dos horas…¡¡8 €!! ¡La recaudación que debían
tener los domingos de partido del Real Madrid!
Llegamos sin mayores problemas al
chalet adosado de las afueras donde iba a ser la comida que, a parte de un
pequeño jardín, disponía de una salida a las amplias zonas comunitarias de la
urbanización a la que pertenecía. Y los invitados nos fuimos distribuyendo por
los distintos espacios disponibles aleatoria y libremente, pero cuyo resultado
fue una separación, no por sexos, sino por edades. Una parte de la zona
comunitaria se convirtió en el parque infantil al que, al cabo de unas horas,
se incorporaron un par de animadoras
para entretener a los más pequeños. El jardín y la zona de la cocina que daba
al mismo, fue el elegido por los matrimonios jóvenes no se sabe si en razón de
estar próximos a sus retoños o porque era el lugar donde estaban dispuestos un
par de barreños metálicos con hielo y cervezas de distintas marcas. Y en lo que
podía considerar salón-comedor, que disponía de asientos, butacas y sofás
confortables, se aposentaron nada más llegar y sin dudarlo los de mayor edad, y
tal vez impulsados por razones prácticas, ya que era la zona más próxima a la
entrada y al servicio. Esto no quiere decir que esta distribución inicial fuese
estática pues se producía de vez en cuando un trasvase de personas de un
espacio a otro, aunque solo fuese motivado por razones de la más elemental
educación, es decir, para saludos y presentaciones.
Tanto la comida como su
organización habían sido realizadas y diseñadas por los propios anfitriones.
Habían decidido qué platos hacer, los habían cocinado previamente, y habían
conseguido la colaboración de tres personas que, circulando entre los invitados,
ponían a disposición de los mismos pequeñas raciones que se aceptaban, se
rechazaban o, incluso, se solicitaba la repetición de cualquiera de ellos sin
ningún problema. Y la lista de ‘’platillos’’ fue larga.
Todo salió a la perfección y,
además, el sistema de presentación de las distintas preparaciones culinarias
permitió conversar, intercambiar recuerdos, actualizar relaciones y hasta
hacerse fotos con unos y otros.
Como puede deducirse de la
abultada lista del catering ‘casero’, la comida ‘informal’ se alargó durante
más de tres horas, por lo que las idas y venidas al servicio se multiplicaron.
En un paréntesis de las mismas, aproveché para ir a liberar de líquidos mi
sistema excretor y allí sufrí en mis propias carnes las dificultades que
generan los nuevos diseños de ropa interior de caballeros. No sé si los que los
realizan lo hacen en nombre de las feministas y para lograr la igualdad de
sexos, pero el caso es que el resultado es una prenda con tantos laberintos
que, si tienes micción compulsiva o urgente, no te da tiempo a encontrar lo que
tienes que encontrar y acabas bajando la prenda como unas bragas cualesquiera y
sentándote como todas.
De planificar el fin de fiesta se
encargó la naturaleza. En un momento determinado, los que estaban en la zona
exterior avisaron de que se acercaban ‘’cumulonimbos de desarrollo vertical’’,
como dirían los meteorólogos, lo que hizo que me apresurar a ir a buscar el
coche, que estaba a cierta distancia, para acercarlo a la puerta de la casa. Me
dio tiempo para acercarlo, pero nada más salir del coche para avisar a los
previsibles pasajeros, cayó una tromba de agua que me empapó de arriba abajo y
de de fuera adentro. Esperamos que escampara un poco, y sin hacer caso de los
malos augurios de algunos sobre las balsas que se formaban en la M-30, los
interesados nos pusimos rumbo a Madrid. Todo fue sobre ruedas, nunca mejor
dicho, y llegamos sin incidencias a nuestro lugar de residencia
Como no era cosa de irnos a
dormir con el estómago vacío, me di una vuelta por el Mallorca cercano al hotel
de donde no me pude traer más que el último tortel que quedaba junto con pan de
frutas que nunca había probado. Así que, mojando en leche lo que había
comprado, nos relajamos un poco y….¡a descansar!
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