domingo, 19 de noviembre de 2017

Semana del 12  al 18 de noviembre del 2017


CRONICAS DE UN VIAJE (II)

Miércoles 1 de noviembre

Día de Todos los Santos, de buñuelos, de huesos de santos y de encuentros familiares. Y esta vez, no en el cementerio sino en carne y hueso y, además, disfrutando de una comida. Y menos mal que las reuniones con familiares cercanos son siempre gratificantes en sí mismas, sobre todo  cuando se espacian en el tiempo en su justa medida, pues si esa gratificación se hace depender del restaurante y/o de la elección de los platos, el tiro puede salir por la culata.

En esta ocasión la comida la celebraron en el ‘’Topa Sukaldaria’’, restaurante recientemente abierto.



Y, ¿por qué? Pues porque un par de meses antes lo habían visto nominado entre los nuevos sitios de tapeo inaugurados en las distintas autonomías. Y, ¿cómo fue la cosa? Ni bien, ni mal. Como se diría en lenguaje moderno, unos trans-platos decentes, pero sin pasarse. Trans-platos en el sentido de que presentaban los ‘’cuerpos’’ de platos típicos hispanoamericanos ‘mixed’, resucitados con un alma euskaldun. Y la combinación no podía convencer a los que los hubiesen degustado en sus lugares de origen. Es difícil mejorar un ceviche servido en uno de los muchos lugares de comida de la playa de Punta Hermosa, al sur de Lima, o unos tacos, burritos, nachos o quesadillas de los buenos restaurantes de la zona Rosa de Mexico DF o, mejor aún, en cualquier bar de la carretera que une Oaxaca con Villahermosa a través del istmo de Tehuantepec.


Playas de Lima



Mercado de Guanajuato

Con todo, salieron satisfechos y se fueron en taxi a sus lugares de descanso, recorriendo zonas de la ciudad que les recordaron las excursiones infantiles al Camino del Gas, cuando éste estaba en el extrarradio de San Sebastián, pues en aquella época todavía no estaba permitido denominarla con el nombre de Donostia.

Previamente a la comida descrita, habían estado paseando por la Concha, por donde ahora circulan a pie o en bicicleta cantidad de gente vestida de las más diversas maneras y con las prendas más dispares. No como antes, todos trajeados, serios y con corbata, de tal manera que no podía distinguirse por el atuendo ni su procedencia ni su profesión. Ahora es distinto. Pantalones de lycra y adminículos tecnológicos enganchados en los brazos; Pantalón vaquero largo, corto, nuevo, roto, pirata,…,con camiseta más o menos personalizada; jubilados en mangas de camisa discutiendo sobre la última farimerienda que habían disfrutado o planificando la próxima; especímenes no definibles y cuya indumentaria solo te lleva a pensar en okupas de inmuebles previamente devastados;…¡y hasta franceses! Que ahora abundan en todos los rincones de la ciudad.







A última hora de la tarde se reunieron con el resto de la familia con la que habían organizado el viaje por una razón específica: la de llevar a un ‘peque’ de siete años a ver un partido de la Europa League de la Real Sociedad en el estadio de Anoeta, acontecimiento que tenían previsto para el día siguiente. Intentaron cenar de tapeo por la zona cercana al apartamento turístico que estos familiares tenían contratado y, al fracasar en su intento, no dudaron en acercarse a la Parte Vieja donde seguro que encontrarían los bares adecuados.

Y al acceder a la Parte Vieja por la Calle Mayor, a uno de los del grupo se le dispararon los recuerdos y las imágenes de su adolescencia. Fue al pasar por delante de lo que había sido el Pequeño casino, una sala de cine al que acudían en su tiempo porque, por un precio reducido, proyectaban una sesión doble. Pero al verlo, la mirada giró automáticamente 180º para comprobar si seguía la pastelería donde solía comprar las famosas ‘bombas’ de crema con el sobrante del precio de la entrada, y que solo eran superadas por las de la ya inexistente La Golosina, sita en los arcos del Buen Pastor. ¡Y allí seguía! No dudó un segundo en entrar y confirmar, mediante las preguntas adecuadas y sin hacer mención a los años transcurridos, de que era exactamente la misma, con los mismos dueños y, dada la edad de las que le atendieron, con las mismas dependientas. ¡Esos eran contratos fijos e indefinidos y no los de los mileuristas! Y no pudo evitar, dejándose llevar por sus irredentos impulsos lamineros, comprar unos buñuelos de nata con la excusa de la fiesta de Todos los Santos.


Entraron en el primer bar en el que encontraron la mesa adecuada para los siete que constituían el grupo y, una vez satisfechas sus necesidades vitales (y alguna más), salieron en busca de otro sitio en el que, por su oferta, pudiesen equilibrar la dieta ingerida. Y en ese momento, nuestra pareja protagonista principal, acostumbrados a cenar poco y escogido, decidieron que lo mejor era volver al hotel y no cargar más el estómago para que su descanso nocturno no se viese alterado por exceso de ingesta.  No obstante, uno de ellos se había reservado, astutamente y sin que se diese cuenta el resto, unos cuantos buñuelos y huesos de santo para degustarlos tranquilamente en su habitación.

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