Semana del 12 al 18 de noviembre del 2017
CRONICAS DE UN VIAJE (II)
Miércoles 1 de noviembre
Día de Todos los Santos, de buñuelos, de huesos de santos y
de encuentros familiares. Y esta vez, no en el cementerio sino en carne y hueso
y, además, disfrutando de una comida. Y menos mal que las reuniones con
familiares cercanos son siempre gratificantes en sí mismas, sobre todo cuando se espacian en el tiempo en su justa
medida, pues si esa gratificación se hace depender del restaurante y/o de la
elección de los platos, el tiro puede salir por la culata.
En esta ocasión la comida la celebraron en el ‘’Topa
Sukaldaria’’, restaurante recientemente abierto.
Y, ¿por qué? Pues porque un par de meses antes lo habían
visto nominado entre los nuevos sitios de tapeo inaugurados en las distintas
autonomías. Y, ¿cómo fue la cosa? Ni bien, ni mal. Como se diría en lenguaje
moderno, unos trans-platos decentes, pero sin pasarse. Trans-platos en el
sentido de que presentaban los ‘’cuerpos’’ de platos típicos hispanoamericanos
‘mixed’, resucitados con un alma euskaldun. Y la combinación no podía convencer
a los que los hubiesen degustado en sus lugares de origen. Es difícil mejorar
un ceviche servido en uno de los muchos lugares de comida de la playa de Punta
Hermosa, al sur de Lima, o unos tacos, burritos, nachos o quesadillas de los
buenos restaurantes de la zona Rosa de Mexico DF o, mejor aún, en cualquier bar
de la carretera que une Oaxaca con Villahermosa a través del istmo de
Tehuantepec.
Playas de Lima
Mercado de Guanajuato
Con todo, salieron satisfechos y se fueron en taxi a sus
lugares de descanso, recorriendo zonas de la ciudad que les recordaron las
excursiones infantiles al Camino del Gas, cuando éste estaba en el extrarradio de
San Sebastián, pues en aquella época todavía no estaba permitido denominarla
con el nombre de Donostia.
Previamente a la comida descrita, habían estado paseando por
la Concha, por donde ahora circulan a pie o en bicicleta cantidad de gente
vestida de las más diversas maneras y con las prendas más dispares. No como
antes, todos trajeados, serios y con corbata, de tal manera que no podía
distinguirse por el atuendo ni su procedencia ni su profesión. Ahora es
distinto. Pantalones de lycra y adminículos tecnológicos enganchados en los
brazos; Pantalón vaquero largo, corto, nuevo, roto, pirata,…,con camiseta más o
menos personalizada; jubilados en mangas de camisa discutiendo sobre la última
farimerienda que habían disfrutado o planificando la próxima; especímenes no
definibles y cuya indumentaria solo te lleva a pensar en okupas de inmuebles previamente
devastados;…¡y hasta franceses! Que ahora abundan en todos los rincones de la
ciudad.
A última hora de la tarde se reunieron con el resto de la
familia con la que habían organizado el viaje por una razón específica: la de
llevar a un ‘peque’ de siete años a ver un partido de la Europa League de la
Real Sociedad en el estadio de Anoeta, acontecimiento que tenían previsto para
el día siguiente. Intentaron cenar de tapeo por la zona cercana al apartamento
turístico que estos familiares tenían contratado y, al fracasar en su intento,
no dudaron en acercarse a la Parte Vieja donde seguro que encontrarían los
bares adecuados.
Y al acceder a la Parte Vieja por la Calle Mayor, a uno de
los del grupo se le dispararon los recuerdos y las imágenes de su adolescencia.
Fue al pasar por delante de lo que había sido el Pequeño casino, una sala de
cine al que acudían en su tiempo porque, por un precio reducido, proyectaban
una sesión doble. Pero al verlo, la mirada giró automáticamente 180º para
comprobar si seguía la pastelería donde solía comprar las famosas ‘bombas’ de
crema con el sobrante del precio de la entrada, y que solo eran superadas por
las de la ya inexistente La Golosina, sita en los arcos del Buen Pastor. ¡Y
allí seguía! No dudó un segundo en entrar y confirmar, mediante las preguntas
adecuadas y sin hacer mención a los años transcurridos, de que era exactamente
la misma, con los mismos dueños y, dada la edad de las que le atendieron, con
las mismas dependientas. ¡Esos eran contratos fijos e indefinidos y no los de
los mileuristas! Y no pudo evitar, dejándose llevar por sus irredentos impulsos
lamineros, comprar unos buñuelos de nata con la excusa de la fiesta de Todos
los Santos.
Entraron en el primer bar en el que encontraron la mesa
adecuada para los siete que constituían el grupo y, una vez satisfechas sus
necesidades vitales (y alguna más), salieron en busca de otro sitio en el que, por
su oferta, pudiesen equilibrar la dieta ingerida. Y en ese momento, nuestra pareja
protagonista principal, acostumbrados a cenar poco y escogido, decidieron que lo
mejor era volver al hotel y no cargar más el estómago para que su descanso nocturno
no se viese alterado por exceso de ingesta. No obstante, uno de ellos se había reservado, astutamente
y sin que se diese cuenta el resto, unos cuantos buñuelos y huesos de santo para
degustarlos tranquilamente en su habitación.
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