jueves, 12 de octubre de 2017

Quincena del 1 al 14 de octubre del 2017

Esta quincena no está para bromas. Y mucho menos para charlas insustanciales, inanes o de tres al cuarto.

Lo mejor es dedicarse a contemplar las plantas que, con esto de la prolongación del verano, no saben qué camino tomar. ¿Florecer de nuevo? ¿Dejar caer las hojas mustias? ¿Permitir e impulsar brotes nuevos? ¿Incluso volver a dar frutos de la misma forma en que los iniciaron hace tres meses?
 

La higuera el día de la Hispanidad


Y en cuanto a la savia, ¿qué? ¿Bajar el nivel de producción? ¿Constreñir al máximo los vasos capilares? Como se ve, y ante la extraña situación climática que están pasando, se plantean las mismas preguntas que los humanos y, al igual que ellos, no tienen respuestas claras para ninguno de los interrogantes. Y para muestra, lo que se puede ver en cualquiera de las terrazas de la zona.

Ahí están los hibiscos. Las flores se pelean para que su imagen sea la más visible de entre las que se aposentan en la mima rama. Y ninguna de ellas se ve amenazada por las que le rodean, y no se recatan para mostrar sus más perfectas formas y sus más vívidos colores.






Se saben todas, parte del mismo tronco que mantiene a todas por igual sin distinción del lugar donde han fijado su residencia. Arriba, abajo, a la izquierda o a la derecha. Da igual. A la que no le da el sol por la mañana, se lo dará por la tarde.




Solo algunas de las más privilegiadas, situación que hasta ellas mismas desconocen, gozarán de los rayos solares desde el amanecer hasta que el sol desaparezca o algún nubarrón impertinente se lo impida. Aunque, como flores preeminentes, no son conscientes de que si esto último ocurre no es por culpa de las compañeras que les rodean y a las que la carencia de rayos luminosos durante unas horas, puede ser que les prive de los únicos momentos que tienen para lucir sus galas a plena luz.



Lo curioso de la naturaleza es que todas las ramas, floridas o no, están unidas en distintos puntos y con distintas direcciones a un tronco común que no podría mantenerse enhiesto si sus raíces no estuviesen bien arraigadas en una tierra común a todas ellas y en la que reside todo aquello que puede mantenerlas y darles vida.

Y da lo mismo que el hibisco sea grande o pequeño. Todos aprovechan esta prolongación del verano y le sacan el mayor rendimiento posible, sin siquiera quejarse por ser su maceta más pequeña y la cantidad de agua disponible más exigua.



Y no como el solitario clavel del aire que con la humedad que puede aportarle tanto el levante como el poniente e, incluso, la suave brisa del atardecer, puede desarrollarse lenta y permanentemente. Eso sí, sin exigencias de tierra propia ni atención alguna. En solitario.


¿Y la buganvilia? De flor volandera pero poco duradera, sobre todo si sopla el terral o el viento de levante


Y que no se le ocurra a nadie acercarse y meter la mano entre sus ramas para ‘manipularla’. Dispone de defensas puntiagudas, leñosas y rígidas que se clavan profundamente a la menor presión, incluso cuando ésta sea tan leve como una caricia. Adorna, llama la atención a propios y forasteros, pero cuando las relaciones con cualquier ente extraño avanzan o imagina que puede podar las ramas que infrautiliza,  lo impide de malas maneras y llega hasta el derramamiento de sangre si es preciso, y obliga a aplicar el famoso refrán que dice ‘Mírame pero no me toques’.




Es muy suya, e intenta en todo momento ampliar su territorio de influencia sujetándose como puede en cualquier saliente que encuentra en las paredes o adaptando su tronco a columnas, vigas o celosías.




Pero, eso sí.   Pide de todo: agua, sol, vitaminas y hasta un preparado especial para su uso exclusivo. Sus cuidadores, aunque detenten su propiedad, acaban hartos de recoger y limpiar sus mustias flores que finalizan aposentándose en los más inverosímiles recovecos del jardín o terraza y, muchas veces, sus mismos dueños deciden dejarlas al albur de la climatología sin ser conscientes de que son plantas que se aferran a la vida, a la suya ¡claro! Y al final se dan cuenta de que con esta planta hay que tomar medidas drásticas tales como no suministrarles nada de lo que exigen o como trasplantarlas a lugares lo suficientemente lejanos para que no molesten. En resumen, o hay que adaptarse a sus exigencias en fondo y forma, o hay que, literalmente hablando, perderlas de vista.

La hortensia es otra cosa. Se adapta al clima mediterráneo con dos condiciones fáciles de cumplir: permanecer más tiempo a la sombra que al sol y mantenerla hidratada. Y si esas condiciones se respetan, lo agradece floreciendo constantemente, desde la primavera hasta finales del otoño. Y si se pretende que su floración adquiera colores vistosos y variados, solo hay que proporcionarles las sustancias adecuadas fáciles de adquirir y sin tener que desembolsar cantidades excesivas. Además, al contrario que la buganvilla, no contamina su entorno ya que sus corimbos permanecen unidos a su origen hasta que algún agente externo los seccione cuando las pequeñas florecillas que los constituyen han perdido color y tersura. Es interesante observar como la sabia naturaleza ha logrado que un conjunto de pequeñas florecillas permanezcan unidas sin molestarse unas a otras, sin disputarse el espacio o la supremacía, para lograr un vistoso conjunto que puede durar meses y que, si se seca en las condiciones convenientes, puede servir para la ornamentación de interiores.




Y por último, otra planta agradecida: el jazmín de Chile. Y en esta ocasión sin escribir palabra ni sobre su aspecto ni sobre su comportamiento vital






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