Semana del 7 al 13 de mayo del 2017
Y el Pirulo siguió con su rollo
macabeo, haciéndonos un resumen no muy breve de su época de profesor de
Enseñanzas Medias Y no sin antes enseñarnos las últimas flores (calas e ibiscos) que estaban
adornando su terraza preferida
Empecé a
dar clase en centros públicos hace ya 50 años, primero como profesor interino
y, una vez superadas las correspondientes oposiciones, como profesor titular.
Y, como es natural y comprensible, he tenido que ejercer como profesor de
Física y Química y materia afines en distintos tipos de centro, con alumnado
de procedencia diversa, y con compañeros de trabajo en situaciones laborales
y personales de todo tipo.
Allá
a finales de los 60 inicié mi andadura profesional en Barcelona, en un
instituto situado cerca de lo que era el Hospital de san Pablo, concretamente
en la calle Industria. Y tal como estaban establecidas las relaciones entre
el profesorado, los padres y el alumnado, los ‘deberes’ eran para el
profesor, ya que hasta tenía que preparar actividades para los días festivos,
pues los laboratorios estaban abiertos y los alumnos acudían voluntariamente
a hacer prácticas, sobre todo de Ciencias Naturales y de Física y Química. ¡Y
siempre había voluntarios!
¿Problemas
con los deberes? Ninguno. Tal vez la razón era, entre otras, la implicación
de los padres, profesores y dirección en el proceso de formación de los
alumnos (antes se llamaba así), unido a la coordinación de sus actuaciones.
¡Ah! Y quizás la oferta de actividades ‘divertidas’ animaba a los chavales a
realizarlas, y reforzaban el principio que tenían más o menos asumido: ‘’Que
su obligación en esos momentos era estudiar y conseguir las mejores calificaciones
posibles para poder seguir haciéndolo’’.
Pasé
luego algunos años, en los comienzos de los 70, dando clases en un centro con
internado y cuyos alumnos eran casi todos becados. Es decir, que el principio
citado en las líneas precedentes era de obligado cumplimiento ya que los
alumnos lo que se estaban jugando era la beca, y eso de volver a su población
de origen suponía dejar los estudios y ponerse a trabajar.
Con
todo, y como profesor, aprendí algo muy importante: a centrarme en los
aprendizajes de los temas fundamentales para proseguir con comodidad los
estudios posteriores y dejar el resto, que se desarrollarían si el curso y el
tiempo disponibles daban de sí, para ampliar conocimientos.
En
consecuencia el tema de los ‘deberes’ y de los trabajos complementarios solo
suponía el necesario esfuerzo del profesor para seleccionar los más idóneos,
ya que las horas obligatorias de estudio que los alumnos internos tenían
todas las tardes aseguraba el tiempo necesario para cumplir con ellos.
En
los 80, y debido a que no tenía asignado un destino definitivo, pasé por dos
centros que, por las características del alumnado, profesorado y entorno,
tenían un funcionamiento completamente distinto.
El
primero de ellos era in Instituto que estaba situado en el vértice oeste de
la provincia de Madrid, colindante con las provincias de Ávila y Toledo. En
consecuencia, tenía unos estudiantes procedentes de los pequeños pueblos de
las tres provincias que llegaban al centro en autobuses a eso de las 10 h de
la mañana y del que no se iban hasta media tarde. Y el profesorado algo
parecido. Venían casi todos de la capital del reino: sustitutos, interinos y
algún que otro agregado y catedrático en espera de que quedase alguna vacante
más próxima a su domicilio. Todos o casi todos comían en el comedor
habilitado en el centro, por lo que el ambiente que se respiraba tenía una
mezcla entre familiar y escolar que limaba muchas asperezas entre los
distintos estamentos. Si a esto se añade el que muchos alumnos disponían de
horas libres debido a que su horario de clases no se correspondían con las
horas comprendidas entre la llegada y salida de los autobuses, teníamos como
resultado que contaban con el tiempo necesario para estudiar o repasar lo
explicado en las clases del día y/o hacer los ‘deberes’, si algún profesor se
le había ocurrido siquiera insinuarlos o recomendarlos como ‘’muy
convenientes’’. Además, contaban con la ventaja de tener siempre a profesores
disponibles y accesibles en la mayoría de los casos.
Esta
accesibilidad al profesorado tuvo un efecto curioso. Uno de mis alumnos, al
que suspendí en junio, me planteó su situación, para ver si se me ocurría
alguna solución. Resulta que su familia se iba todo el verano de vacaciones a
un pueblo de Tarragona donde iban a tener dificultades para encontrar a
alguien que le ayudase a preparar los exámenes de septiembre. Y su padre
había pensado que la única solución era volverse a mediados de agosto. Nos
reunimos los tres, y acordamos hacer una recuperación por correo, ya que
entonces no existían otros medios de ponerse en comunicación, ni whatsapps,
ni correos electrónicos, ni internet. Así que, carta hacia Tarragona con
ejercicios y actividades; respuesta del alumno con los resultados; corrección
de lo que había hecho y reenvío con nuevas actividades;….Un verano
entretenido, con cartas de ida y vuelta cada diez o quince días que a mí,
como profesor, me sirvieron para seleccionar lo fundamental de la asignatura
y desechar el resto, con el fin de que las actividades y los ejercicios
intercambiados se centrasen en lo imprescindible.
Al
curso siguiente, recalé, por razones que no vienen al caso, en el Instituto
de una población de Álava colindante con Vizcaya, en una época en que el
profesorado estaba más preocupado por las cuestiones políticas que por las
educativas. En consecuencia, las relaciones entre los profesores se limitaban
a las estrictamente necesarias y, a veces, ni aun éstas existían. Prueba de
ello fue lo que describo a continuación.
Me
asignaron la tutoría de un curso de BUP en la que los alumnos me plantearon
que, si disponía de tiempo, les diese una clase de matemáticas por la tarde,
fuera de su horario escolar. Como el profesorado que acudíamos desde
Vitoria/Gasteiz salíamos juntos hacia las seis de la tarde para coordinar
nuestros traslados, casi todos disponíamos de horas libres, por lo que
acepté. No obstante, les dije que antes tenía que consultar con la profesora
que les daba clase de matemáticas por si había algún inconveniente,…¡y vaya
si lo hubo! Puso el grito en el cielo, me lo prohibió sin dar razones y, además,
se negó a darles ella la clase de refuerzo. ¡Cosas de la enseñanza pública y
de la mal llamada ‘libertad de cátedra’!
De esos
años de profesor en centros con distintas características, con tipos de
alumnado de entornos significativamente diferentes, y con compañeros de
claustro con intereses y objetivos personales dispares, se pueden sacar una
serie de conclusiones en relación con lo pueden denominarse ‘’deberes’’ o
‘’actividades complementarias’’
*Al alumnado debe interesarles la materia
a la que se refieran o, por lo menos, convencerse de la necesidad de
realizarlas inducidos por una exigencia personal o externa. Si ellos no
quieren o no les apetece, y ven que si no las hacen, no les afecta en su
acceso a cursos superiores, ni en sus relaciones familiares, no hay nada que
hacer.
*El Profesor tiene que tener claro lo
esencial de su asignatura, aislándolo de lo accesorio, sobre todo en aquellas
materias en las que entender o aprehender lo que se explica no es lo mismo
que tenerlo aprendido.
*Por otro lado, debe favorecerse la
coordinación del profesorado y aprovechar la dedicación vocacional de muchos
de los profesores para poner en marcha mecanismos de apoyo voluntario al
alumnado, presenciales o no presenciales
*Los padres, progenitores, familia, o como
se quiera denominar, deben tener claros los niveles de necesidad de los
distintos niveles de estudios para sus hijo, vástagos, tutorizados o como se
llame, y, por lo tanto, los niveles de exigencia de esfuerzo aplicables, y no
tanto de resultados. Y en cualquier desacuerdo con lo que ven o les
comunican, consultar y coordinar con el centro y los profesores.
Y la
Administración, ¿qué? De la Administración ya hablaremos otro día, pues si se
aclaran o son evidentes las posiciones de los tres elementos citados, muchas
soluciones a los problemas que surgen, se encuentran y aplican sin necesidad
de acudir a más altas instancias.
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