lunes, 15 de mayo de 2017

Semana del 7 al 13 de mayo del 2017

Y el Pirulo siguió con su rollo macabeo, haciéndonos un resumen no muy breve de su época de profesor de Enseñanzas Medias Y no sin antes enseñarnos las últimas flores (calas e ibiscos) que estaban adornando su terraza preferida
















Empecé a dar clase en centros públicos hace ya 50 años, primero como profesor interino y, una vez superadas las correspondientes oposiciones, como profesor titular. Y, como es natural y comprensible, he tenido que ejercer como profesor de Física y Química y materia afines en distintos tipos de centro, con alumnado de procedencia diversa, y con compañeros de trabajo en situaciones laborales y personales de todo tipo.

Allá a finales de los 60 inicié mi andadura profesional en Barcelona, en un instituto situado cerca de lo que era el Hospital de san Pablo, concretamente en la calle Industria. Y tal como estaban establecidas las relaciones entre el profesorado, los padres y el alumnado, los ‘deberes’ eran para el profesor, ya que hasta tenía que preparar actividades para los días festivos, pues los laboratorios estaban abiertos y los alumnos acudían voluntariamente a hacer prácticas, sobre todo de Ciencias Naturales y de Física y Química. ¡Y siempre había voluntarios!

¿Problemas con los deberes? Ninguno. Tal vez la razón era, entre otras, la implicación de los padres, profesores y dirección en el proceso de formación de los alumnos (antes se llamaba así), unido a la coordinación de sus actuaciones. ¡Ah! Y quizás la oferta de actividades ‘divertidas’ animaba a los chavales a realizarlas, y reforzaban el principio que tenían más o menos asumido: ‘’Que su obligación en esos momentos era estudiar y conseguir las mejores calificaciones posibles para poder seguir haciéndolo’’.

Pasé luego algunos años, en los comienzos de los 70, dando clases en un centro con internado y cuyos alumnos eran casi todos becados. Es decir, que el principio citado en las líneas precedentes era de obligado cumplimiento ya que los alumnos lo que se estaban jugando era la beca, y eso de volver a su población de origen suponía dejar los estudios y ponerse a trabajar.

Con todo, y como profesor, aprendí algo muy importante: a centrarme en los aprendizajes de los temas fundamentales para proseguir con comodidad los estudios posteriores y dejar el resto, que se desarrollarían si el curso y el tiempo disponibles daban de sí, para ampliar conocimientos.

En consecuencia el tema de los ‘deberes’ y de los trabajos complementarios solo suponía el necesario esfuerzo del profesor para seleccionar los más idóneos, ya que las horas obligatorias de estudio que los alumnos internos tenían todas las tardes aseguraba el tiempo necesario para cumplir con ellos.

En los 80, y debido a que no tenía asignado un destino definitivo, pasé por dos centros que, por las características del alumnado, profesorado y entorno, tenían un funcionamiento completamente distinto.

El primero de ellos era in Instituto que estaba situado en el vértice oeste de la provincia de Madrid, colindante con las provincias de Ávila y Toledo. En consecuencia, tenía unos estudiantes procedentes de los pequeños pueblos de las tres provincias que llegaban al centro en autobuses a eso de las 10 h de la mañana y del que no se iban hasta media tarde. Y el profesorado algo parecido. Venían casi todos de la capital del reino: sustitutos, interinos y algún que otro agregado y catedrático en espera de que quedase alguna vacante más próxima a su domicilio. Todos o casi todos comían en el comedor habilitado en el centro, por lo que el ambiente que se respiraba tenía una mezcla entre familiar y escolar que limaba muchas asperezas entre los distintos estamentos. Si a esto se añade el que muchos alumnos disponían de horas libres debido a que su horario de clases no se correspondían con las horas comprendidas entre la llegada y salida de los autobuses, teníamos como resultado que contaban con el tiempo necesario para estudiar o repasar lo explicado en las clases del día y/o hacer los ‘deberes’, si algún profesor se le había ocurrido siquiera insinuarlos o recomendarlos como ‘’muy convenientes’’. Además, contaban con la ventaja de tener siempre a profesores disponibles y accesibles en la mayoría de los casos.

Esta accesibilidad al profesorado tuvo un efecto curioso. Uno de mis alumnos, al que suspendí en junio, me planteó su situación, para ver si se me ocurría alguna solución. Resulta que su familia se iba todo el verano de vacaciones a un pueblo de Tarragona donde iban a tener dificultades para encontrar a alguien que le ayudase a preparar los exámenes de septiembre. Y su padre había pensado que la única solución era volverse a mediados de agosto. Nos reunimos los tres, y acordamos hacer una recuperación por correo, ya que entonces no existían otros medios de ponerse en comunicación, ni whatsapps, ni correos electrónicos, ni internet. Así que, carta hacia Tarragona con ejercicios y actividades; respuesta del alumno con los resultados; corrección de lo que había hecho y reenvío con nuevas actividades;….Un verano entretenido, con cartas de ida y vuelta cada diez o quince días que a mí, como profesor, me sirvieron para seleccionar lo fundamental de la asignatura y desechar el resto, con el fin de que las actividades y los ejercicios intercambiados se centrasen en lo imprescindible.

Al curso siguiente, recalé, por razones que no vienen al caso, en el Instituto de una población de Álava colindante con Vizcaya, en una época en que el profesorado estaba más preocupado por las cuestiones políticas que por las educativas. En consecuencia, las relaciones entre los profesores se limitaban a las estrictamente necesarias y, a veces, ni aun éstas existían. Prueba de ello fue lo que describo a continuación.

Me asignaron la tutoría de un curso de BUP en la que los alumnos me plantearon que, si disponía de tiempo, les diese una clase de matemáticas por la tarde, fuera de su horario escolar. Como el profesorado que acudíamos desde Vitoria/Gasteiz salíamos juntos hacia las seis de la tarde para coordinar nuestros traslados, casi todos disponíamos de horas libres, por lo que acepté. No obstante, les dije que antes tenía que consultar con la profesora que les daba clase de matemáticas por si había algún inconveniente,…¡y vaya si lo hubo! Puso el grito en el cielo, me lo prohibió sin dar razones y, además, se negó a darles ella la clase de refuerzo. ¡Cosas de la enseñanza pública y de la mal llamada ‘libertad de cátedra’!

De esos años de profesor en centros con distintas características, con tipos de alumnado de entornos significativamente diferentes, y con compañeros de claustro con intereses y objetivos personales dispares, se pueden sacar una serie de conclusiones en relación con lo pueden denominarse ‘’deberes’’ o ‘’actividades complementarias’’

*Al alumnado debe interesarles la materia a la que se refieran o, por lo menos, convencerse de la necesidad de realizarlas inducidos por una exigencia personal o externa. Si ellos no quieren o no les apetece, y ven que si no las hacen, no les afecta en su acceso a cursos superiores, ni en sus relaciones familiares, no hay nada que hacer.

*El Profesor tiene que tener claro lo esencial de su asignatura, aislándolo de lo accesorio, sobre todo en aquellas materias en las que entender o aprehender lo que se explica no es lo mismo que tenerlo aprendido.

*Por otro lado, debe favorecerse la coordinación del profesorado y aprovechar la dedicación vocacional de muchos de los profesores para poner en marcha mecanismos de apoyo voluntario al alumnado, presenciales o no presenciales

*Los padres, progenitores, familia, o como se quiera denominar, deben tener claros los niveles de necesidad de los distintos niveles de estudios para sus hijo, vástagos, tutorizados o como se llame, y, por lo tanto, los niveles de exigencia de esfuerzo aplicables, y no tanto de resultados. Y en cualquier desacuerdo con lo que ven o les comunican, consultar y coordinar con el centro y los profesores.

Y la Administración, ¿qué? De la Administración ya hablaremos otro día, pues si se aclaran o son evidentes las posiciones de los tres elementos citados, muchas soluciones a los problemas que surgen, se encuentran y aplican sin necesidad de acudir a más altas instancias.

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