domingo, 3 de julio de 2016

Semana del 26 de junio al 2 de julio del 2016 (Brasil XII)


2 de noviembre del 2007

Como la mayoría de los viajeros, los nuestros también habían perdido la perspectiva temporal de las fechas del calendario, y no sabían con exactitud el día en el que vivían.  Por eso les sorprendió que, al bajar a desayunar,  se encontraran con gente disfrazada aún de Halloween. Eso no les impidió desayunar sin prisa pero sin pausa, pues salían de excursión a visitar el salto de Itiquira y la población de Formosa en cuyo municipio estaba ubicado.

Subieron a la furgoneta que habían alquilado, y su chófer, un tal José Riveiro,  les trasladó a ver la guardia del palacio de Alborada, residencia oficial del Presidente del Brasil y también diseñada por el arquitecto Oscar Niemeyer, y que sin ser el Palacio de Buckingham tiene su encanto y da la impresión de estar flotando en el lago que está al frente del edificio.



No se sabe lo que ocurrió, pero en esta parada el Recovecos se trasladó al puesto de copiloto. ¿Iba vacío y le ‘aconsejaron’ ocuparlo para dar palique al conductor? ¿Se lo había apropiado de inicio el Palmeras y en los pocos kilómetros recorridos había considerado prudente renunciar a un lugar tan expuesto?

Después de un recorrido de unos 100 km por carreteras bien asfaltadas y por donde pueden cruzar, a tenor de las señales de tráfico, serpientes, corzos, una especie de cruce entre vaca y cebú llamada ‘’navoli’’, que resiste mucho mejor que la vaca el clima tropical, llegaron al Parque Nacional en cuyo interior se encuentra el famoso salto


Dejaron el coche en el exterior e iniciaron, junto con otros turistas, el paseo por el sendero que conducía hasta la caída de agua. En este inicio del recorrido, el Recovecos, que aun no disponía de la ayuda de los audífonos ni de las llamadas vulgarmente ‘trompetillas, oyó algo referente a ‘’una inmensa rata’’, cosa que le alarmó y que comunicó inmediatamente a la Flores para ponerla sobre aviso. La Flores le tranquilizó diciéndole que de lo que habían hablado era de una ‘’inmensa raza’’, cosa que el Recovecos admitió, pero que no le convenció y, por tanto, se quedó sin saber a qué se referían con la expresión ni qué pintaba decir algo así en aquel paraje natural. Después de unos minutos andando, y viendo que el paseo se prolongaba más de lo debido y con pendientes descendentes que, a la vuelta, se convertirían en ascendentes, la Flores dijo eso de que ‘’¡Hasta aquí hemos llegado!’’ y que ‘’¡Para saltos de agua ya tengo bastante con el de Gujuli!’’ (Álava), y aduciendo que sus pulmones no daban para más y que con las imágenes de cascadas, cataratas y demás que ya tenía en la cabeza era más que suficiente, se sentó en primer simulacro de asiento que encontró, e invitó al Recovecos a seguir con el resto de visitantes.




Y allí fue todo el grupo a contemplar y fotografiar el salto de Itiquira que era una de las mayores caídas de agua accesible de Brasil con sus 168 metros.







Una vez completada la visita intentaron tomarse una cerveza en un Camping Club cercano, pero no les dejaron ni entrar en las instalaciones y eso a pesar de la inestimable ayuda de José Riveiro que era de la zona o, por lo menos, brasileño de pura cepa. Sin preocuparse por lo sucedido, se dejaron llevar a una churrasquería de Formosa donde se dieron cuenta de lo que era un verdadero ‘’rodizio’’…¡de carne! El ambiente era agradable, popular y entretenido. Y les sirvieron hasta 25 tipos de carne de distintos animales (chancho, pollo, navolis,…) y de diversas partes externas e internas de los mismos, incluidos corazones y otras vísceras. Cada vez que pasaba un camarero con un tipo de carne cada cual decidía, por su aspecto o por el hambre que aun le quedaba por saciar, si la pedía o no y, además, a media comida les ofrecieron rodajas de piña asadas con canela que, según les informaron, tenían la doble misión de ayudar a la digestión de tanta proteína y de volver a abrir el apetito. Y lo mejor de todo fue el precio ya que, incluidos el café y la caipirinha de los seis que se sentaron a la mesa,  solo abonaron 87  reales.






Después de comer, y para ayudar a asimilar todo lo que habían comido, el chófer les llevó hasta el Lago Feia, lugar preparado para esparcimiento del público en general, de unos seis kilómetros de largo, medio de ancho y de entre 4 y 10 metros de profundidad, y situado junto a la ciudad de Formosa. Tomaron un helado, estiraron las piernas, contemplaron el paisaje y, mientras volvían a Brasilia, el chófer les explicó que en aquella enorme planicie ocupada por extensos campos dedicados al cultivo de milho, soja, y a naranjales de los que no se veía el final, todos los camiones iban provistos de localizador GPS. Como las distancias son enormes, los camiones y su mercancía valiosas, y rapiña hay en todo el mundo, el robo de un camión es algo sino frecuente sí muy probable, y todas las empresas de logística quieren tener localizada su mercancía, y por lo menos dar el dato del lugar exacto de su desaparición al seguro.








Una vez en el hotel necesitaron tomar otro ‘expreso’, pues el rodozio no había avanzado lo suficiente en el aparato digestivo. Echaron una buena siesta hasta que la consabida tormenta les despertó, y se reunieron a echar unas partidas que ganaron, esta vez, el Palmeras y el Recovecos. Y el primero de ellos, notando ya los primeros síntomas de un incipiente ‘trancazo’ que, según parece, se le había declarado por culpa del aire acondicionado de la furgoneta.

Decidieron cenar algo ligero, y no se les ocurrió otra cosa que comprar unas bolsas de patatas y ‘regarlas’ con esa salsa de kétchup que hay en todas las mesas de las cafeterías, se supone que para darles un poco de color y sabor. Después de escribir las postales que había comprado durante la excursión, se fueron a descansar ya que al día siguiente salían para Río de Janeiro.


3 de noviembre del 2007


La amenaza de ‘trancazo’ que manifestó ayer el Palmeras, se transformó durante el descanso nocturno en una afonía que le impedía hablar o, mejor dicho, que si trataba de hablar no le oía ni el cuello de su camisa. Tal vez por eso, en el desayuno, el Recovecos se ha presentado en la mesa con un plato con un par de huevos fritos, acción que al Palmeras y al resto les ha parecido una provocación, pues todos sabían que el citado Palmeras estaba incapacitado, por la afonía y la irritación de garganta, para masticar y tragar trozos de pan untados en la yema del huevo.





Después de hacer las maletas y liquidar los gastos del hotel, se trasladaron al aeropuerto, donde se entretuvieron en comprar sellos, enviar postales, comprar ‘pijaditas’ de regalo, hacerse con una silla de ruedas para la Flores y observar los desplazamientos coordinados que hacían un grupo de ‘guaruras’ que debían estar esperando a alguna autoridad. Todo fue normal a pesar de que a última hora volvieron a cambiar la puerta de embarque, lo que no les impidió, amparados en la discapacitada, entrar los primeros a ocupar sus asientos en el avión.

A la llegada a Río, cumpliendo con las normas, salieron los últimos y comprobaron las medidas de seguridad que había pues, además de puertas cerradas con candado para evitar el acceso a pasajeros ‘’insumisos’’, los ascensores habilitados para los que iban en sillas de ruedas tenían a una persona para proteger la entrada a los mismos. Cuando dejaron la zona a la que no tenía acceso el público en general y la señorita de la agencia Gol que les esperaba se hizo con los ‘mandos’ de la silla, todos a una, por si acaso, se pusieron en torno a ella como polluelos alrededor de la gallina y no le perdieron de vista hasta salir de las instalaciones del aeropuerto.

En cuanto llegaron al hotel, que estaba ubicado en el paseo de la playa de Copacabana, tomaron posesión de sus habitaciones, dejaron al Palmeras descansando, y se fueron de piruleo por los alrededores.  Tomaron una cervecita en uno de los múltiples bares del paseo y, cuando volvían al hotel, estalló la tormenta vespertina. Total que, por mucho que se protegieron bajo los toldos de comercios y restaurantes que había en el trayecto, llegaron empapados y eso que, en el origen de su recorrido, les habían dicho que no llovía mucho.

Como el Palmeras seguía en su habitación, acordaron tomarse las caipirinhas que ofrecía el hotel como regalo de bienvenida, y se fueron a cenar al buffet. Y hasta el Recovecos le pareció maravilloso, solo porque se ofrecía un plato de bonito en salsa que le recordaba su patria chica, Donostia. Y de ahí, y lamentando la ausencia del Palmeras, a la cama.


4 de noviembre del 2007

En el desayuno, el Palmeras, con su aparición, dio una alegría al resto del grupo. Y a pesar de la lluvia, esperaron animados a que llegara el autobús en el que iban a hacer un recorrido turístico por ´Río. Creían que el chaparrón iba a ser pasajero, pero no remitió. Y aunque el autobús estaba solo a unos 20 metros de la puerta del hotel, subieron a él empapados. Y por si les quedaba alguna esperanza de que mejorase el tiempo, ésta se esfumó en cuanto les aconsejaron comprar unos plásticos para protegerse durante las visitas que iban a hacer, y por los que tuvieron que pagar 10 reales cada uno. Iniciaron el recorrido recogiendo turistas en distintos hoteles hasta que se completó el autobús, y eso dio como resultado que en el conjunto de personas estuviesen representadas hasta 16 nacionalidades, incluidos pakistaníes y mejicanos.

Los trasladaron hasta la estación del tren del Corcovado que, según les explicaron, había sido inaugurado en 1884, bastantes años antes de que se erigiese en la cima del cerro la famosa estatua del Cristo Redentor, el emblema más identificable de la ciudad de Río de Janeiro. La subida al cerro en este tren proporciona la ocasión de disfrutar de las que, según muchos, son las mejores vistas de la urbe, incluidas la bahía de Guanabara y el famoso estadio de Maracaná.








Una vez que llegaron al final del trayecto, y para consuelo y regocijo de la Flores, subieron mediante unas escaleras mecánicas hasta la base de la monumental estatua que corona el Corcovado. Deambularon en torno a ella, hicieron las típicas fotos entre nubes de turistas





Como consecuencia del traqueteo del tren y de las subidas y bajadas a distintos niveles, buscaron unos sanitarios para desembarazarse del exceso de líquido corporal (¡vamos!¡que más de uno tenía que hacer un pis!) ¡Y los sanitarios estaban cerrados por falta de agua! Como pudieron, y sin hacer demasiados aspavientos, se sentaron en el chiringuito adyacente a los clausurados sanitarios y se tomaron un cafelito, diseñando mientras tanto la estrategia para llegar los primeros a los servicios que había en la estación de partida, es decir, en la base del Corcovado. Y ahí funcionó la auténtica estrategia, la de la Flores. Al ir a tomar el tren de vuelta, y guiados por su consejo y su cálculo, lo hicieron en el vagón de cabeza que, como la Flores había previsto, fue el que se quedó más cercano a los ansiados servicios de la estación, por lo que, los más necesitados de actividad mingitoria, evitaron la avalancha que se produjo en la misma dirección a medida que se vaciaban los vagones y, como es natural, llegaron los primeros.





Aprovecharon el tiempo que les dio la guía para entrar y salir de los múltiples bazares de ‘’pichías mil’’ que había en torno a la estación y comprar lo que les venía en gana para familiares, amigos y vecinos, pero siempre dentro de un orden como no se cansaba de repetir la Niña. Mientras tanto, el Recovecos desapareció con la excusa de buscar un cajero automático, arguyendo que se había quedado sin un ‘real’, y nunca mejor dicho. Al volver, y cuando le pidieron explicaciones del por qué había tardado tanto, juró y perjuró que había sido porque había tenido que buscar un cajero que estuviese instalado en un lugar a cubierto y con el suelo seco. Y explicó que el primero que había encontrado estaba a pie de calle y con un buen charco de agua en el lugar donde tenía que ponerse el solicitante. Y que al introducir la tarjeta de crédito había visto una especie de chisporroteo y un ir y venir del texto que aparecía en pantalla. Y sus conocimientos de física le indujeron a pensar que igual esos fenómenos eléctricos se producían por hacer él mismo masa con tierra por lo que, para evitar el peligro de electrocución, cogió la tarjeta y salió pitando sin comprobar siquiera si había anulado la operación. Todo esto lo contó mientras el autobús daba una vuelta larguísima hasta casi el final de la playa de Ipanema, y sin atender siquiera las aclaraciones que hacía la guía sobre algunos lugares significativos junto a los que pasaban, aunque alguno de los que se aburrían con el relato del Recovecos recordó al resto que habían pasado junto al famoso Jardín Botánico. Espacio inaugurado a principios del s.XIX y que cuenta con 83 hectáreas de bosques y 54 hectáreas de zonas cultivadas. Es una de las mayores colecciones botánicas del mundo con unas 40 mil plantas y más de 6.725 especies diferentes.









A la vuelta al hotel dejaron al Palmeras en su habitación pues su ‘’trancazo’’ se acerca a su punto álgido, y el resto se fue a comer una mariscada carioca, que se parecía mucho a las calderetas asturianas. 

Descansaron tomaron la obligada caipirinha, jugaron una partida al chinchón que ganó el Peluche y, después de debatirlo mucho, acabaron cenando en el buffet del hotel. Y un poco agotados, por un lado, y otro poco tristes por la ausencia obligada del Palmeras, se fueron a sus habitaciones, donde la Flores y el Recovecos se pusieron al día de los resultados de la liga de fútbol española antes de apagar las luces.

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