Semana del 26 de junio al 2 de julio del 2016 (Brasil XII)
2 de noviembre
del 2007
Como la mayoría de los viajeros, los nuestros también habían
perdido la perspectiva temporal de las fechas del calendario, y no sabían con
exactitud el día en el que vivían. Por
eso les sorprendió que, al bajar a desayunar,
se encontraran con gente disfrazada aún de Halloween. Eso no les impidió
desayunar sin prisa pero sin pausa, pues salían de excursión a visitar el salto
de Itiquira y la población de Formosa en cuyo municipio estaba ubicado.
Subieron a la furgoneta que habían alquilado, y su chófer,
un tal José Riveiro, les trasladó a ver
la guardia del palacio de Alborada, residencia oficial del Presidente del
Brasil y también diseñada por el arquitecto Oscar Niemeyer, y que sin ser el
Palacio de Buckingham tiene su encanto y da la impresión de estar flotando en
el lago que está al frente del edificio.
No se sabe lo que ocurrió, pero en esta parada el Recovecos
se trasladó al puesto de copiloto. ¿Iba vacío y le ‘aconsejaron’ ocuparlo para
dar palique al conductor? ¿Se lo había apropiado de inicio el Palmeras y en los
pocos kilómetros recorridos había considerado prudente renunciar a un lugar tan
expuesto?
Después de un recorrido de unos 100 km por carreteras bien
asfaltadas y por donde pueden cruzar, a tenor de las señales de tráfico,
serpientes, corzos, una especie de cruce entre vaca y cebú llamada ‘’navoli’’,
que resiste mucho mejor que la vaca el clima tropical, llegaron al Parque
Nacional en cuyo interior se encuentra el famoso salto
Dejaron el coche en el exterior e iniciaron, junto con otros
turistas, el paseo por el sendero que conducía hasta la caída de agua. En este
inicio del recorrido, el Recovecos, que aun no disponía de la ayuda de los
audífonos ni de las llamadas vulgarmente ‘trompetillas, oyó algo referente a
‘’una inmensa rata’’, cosa que le alarmó y que comunicó inmediatamente a la
Flores para ponerla sobre aviso. La Flores le tranquilizó diciéndole que de lo
que habían hablado era de una ‘’inmensa raza’’, cosa que el Recovecos admitió,
pero que no le convenció y, por tanto, se quedó sin saber a qué se referían con
la expresión ni qué pintaba decir algo así en aquel paraje natural. Después de
unos minutos andando, y viendo que el paseo se prolongaba más de lo debido y
con pendientes descendentes que, a la vuelta, se convertirían en ascendentes,
la Flores dijo eso de que ‘’¡Hasta aquí
hemos llegado!’’ y que ‘’¡Para saltos
de agua ya tengo bastante con el de Gujuli!’’ (Álava), y aduciendo que sus
pulmones no daban para más y que con las imágenes de cascadas, cataratas y
demás que ya tenía en la cabeza era más que suficiente, se sentó en primer
simulacro de asiento que encontró, e invitó al Recovecos a seguir con el resto
de visitantes.
Y allí fue todo el grupo a contemplar y fotografiar el salto
de Itiquira que era una de las mayores caídas de agua accesible de Brasil con
sus 168 metros.
Una vez completada la visita intentaron tomarse una cerveza
en un Camping Club cercano, pero no les dejaron ni entrar en las instalaciones
y eso a pesar de la inestimable ayuda de José Riveiro que era de la zona o, por
lo menos, brasileño de pura cepa. Sin preocuparse por lo sucedido, se dejaron
llevar a una churrasquería de Formosa donde se dieron cuenta de lo que era un
verdadero ‘’rodizio’’…¡de carne! El ambiente era agradable, popular y
entretenido. Y les sirvieron hasta 25 tipos de carne de distintos animales
(chancho, pollo, navolis,…) y de diversas partes externas e internas de los
mismos, incluidos corazones y otras vísceras. Cada vez que pasaba un camarero
con un tipo de carne cada cual decidía, por su aspecto o por el hambre que aun
le quedaba por saciar, si la pedía o no y, además, a media comida les
ofrecieron rodajas de piña asadas con canela que, según les informaron, tenían
la doble misión de ayudar a la digestión de tanta proteína y de volver a abrir
el apetito. Y lo mejor de todo fue el precio ya que, incluidos el café y la
caipirinha de los seis que se sentaron a la mesa, solo abonaron 87 reales.
Después de comer, y para ayudar a asimilar todo lo que
habían comido, el chófer les llevó hasta el Lago Feia, lugar preparado para
esparcimiento del público en general, de unos seis kilómetros de largo, medio
de ancho y de entre 4 y 10 metros de profundidad, y situado junto a la ciudad
de Formosa. Tomaron un helado, estiraron las piernas, contemplaron el paisaje y,
mientras volvían a Brasilia, el chófer les explicó que en aquella enorme
planicie ocupada por extensos campos dedicados al cultivo de milho, soja, y a
naranjales de los que no se veía el final, todos los camiones iban provistos de
localizador GPS. Como las distancias son enormes, los camiones y su mercancía
valiosas, y rapiña hay en todo el mundo, el robo de un camión es algo sino
frecuente sí muy probable, y todas las empresas de logística quieren tener
localizada su mercancía, y por lo menos dar el dato del lugar exacto de su
desaparición al seguro.
Una vez en el hotel necesitaron tomar otro ‘expreso’, pues
el rodozio no había avanzado lo suficiente en el aparato digestivo. Echaron una
buena siesta hasta que la consabida tormenta les despertó, y se reunieron a
echar unas partidas que ganaron, esta vez, el Palmeras y el Recovecos. Y el
primero de ellos, notando ya los primeros síntomas de un incipiente ‘trancazo’
que, según parece, se le había declarado por culpa del aire acondicionado de la
furgoneta.
Decidieron cenar algo ligero, y no se les ocurrió otra cosa
que comprar unas bolsas de patatas y ‘regarlas’ con esa salsa de kétchup que
hay en todas las mesas de las cafeterías, se supone que para darles un poco de
color y sabor. Después de escribir las postales que había comprado durante la
excursión, se fueron a descansar ya que al día siguiente salían para Río de
Janeiro.
3 de noviembre
del 2007
La amenaza de ‘trancazo’ que manifestó ayer el Palmeras, se
transformó durante el descanso nocturno en una afonía que le impedía hablar o,
mejor dicho, que si trataba de hablar no le oía ni el cuello de su camisa. Tal
vez por eso, en el desayuno, el Recovecos se ha presentado en la mesa con un
plato con un par de huevos fritos, acción que al Palmeras y al resto les ha
parecido una provocación, pues todos sabían que el citado Palmeras estaba
incapacitado, por la afonía y la irritación de garganta, para masticar y tragar
trozos de pan untados en la yema del huevo.
Después de hacer las maletas y liquidar los gastos del
hotel, se trasladaron al aeropuerto, donde se entretuvieron en comprar sellos,
enviar postales, comprar ‘pijaditas’ de regalo, hacerse con una silla de ruedas
para la Flores y observar los desplazamientos coordinados que hacían un grupo
de ‘guaruras’ que debían estar esperando a alguna autoridad. Todo fue normal a
pesar de que a última hora volvieron a cambiar la puerta de embarque, lo que no
les impidió, amparados en la discapacitada, entrar los primeros a ocupar sus
asientos en el avión.
A la llegada a Río, cumpliendo con las normas, salieron los
últimos y comprobaron las medidas de seguridad que había pues, además de
puertas cerradas con candado para evitar el acceso a pasajeros ‘’insumisos’’,
los ascensores habilitados para los que iban en sillas de ruedas tenían a una
persona para proteger la entrada a los mismos. Cuando dejaron la zona a la que
no tenía acceso el público en general y la señorita de la agencia Gol que les
esperaba se hizo con los ‘mandos’ de la silla, todos a una, por si acaso, se
pusieron en torno a ella como polluelos alrededor de la gallina y no le
perdieron de vista hasta salir de las instalaciones del aeropuerto.
En cuanto llegaron al hotel, que estaba ubicado en el paseo
de la playa de Copacabana, tomaron posesión de sus habitaciones, dejaron al
Palmeras descansando, y se fueron de piruleo por los alrededores. Tomaron una cervecita en uno de los múltiples
bares del paseo y, cuando volvían al hotel, estalló la tormenta vespertina.
Total que, por mucho que se protegieron bajo los toldos de comercios y
restaurantes que había en el trayecto, llegaron empapados y eso que, en el
origen de su recorrido, les habían dicho que no llovía mucho.
Como el Palmeras seguía en su habitación, acordaron tomarse
las caipirinhas que ofrecía el hotel como regalo de bienvenida, y se fueron a
cenar al buffet. Y hasta el Recovecos le pareció maravilloso, solo porque se
ofrecía un plato de bonito en salsa que le recordaba su patria chica, Donostia.
Y de ahí, y lamentando la ausencia del Palmeras, a la cama.
4 de noviembre
del 2007
En el desayuno, el Palmeras, con su aparición, dio una
alegría al resto del grupo. Y a pesar de la lluvia, esperaron animados a
que llegara el autobús en el que iban a hacer un recorrido turístico por ´Río.
Creían que el chaparrón iba a ser pasajero, pero no remitió. Y aunque el
autobús estaba solo a unos 20 metros de la puerta del hotel, subieron a él
empapados. Y por si les quedaba alguna esperanza de que mejorase el tiempo,
ésta se esfumó en cuanto les aconsejaron comprar unos plásticos para protegerse
durante las visitas que iban a hacer, y por los que tuvieron que pagar 10
reales cada uno. Iniciaron el recorrido recogiendo turistas en distintos
hoteles hasta que se completó el autobús, y eso dio como resultado que en el
conjunto de personas estuviesen representadas hasta 16 nacionalidades,
incluidos pakistaníes y mejicanos.
Los trasladaron hasta la estación
del tren del Corcovado que, según les explicaron, había sido inaugurado en
1884, bastantes años antes de que se erigiese en la cima del cerro la famosa
estatua del Cristo Redentor, el emblema más identificable de la ciudad de Río
de Janeiro. La subida al cerro en este tren proporciona la ocasión de disfrutar
de las que, según muchos, son las mejores vistas de la urbe, incluidas la bahía
de Guanabara y el famoso estadio de Maracaná.
Una vez que llegaron al final del
trayecto, y para consuelo y regocijo de la Flores, subieron mediante unas
escaleras mecánicas hasta la base de la monumental estatua que corona el
Corcovado. Deambularon en torno a ella, hicieron las típicas fotos entre nubes
de turistas
Como consecuencia del traqueteo
del tren y de las subidas y bajadas a distintos niveles, buscaron unos
sanitarios para desembarazarse del exceso de líquido corporal (¡vamos!¡que más
de uno tenía que hacer un pis!) ¡Y los sanitarios estaban cerrados por falta de
agua! Como pudieron, y sin hacer demasiados aspavientos, se sentaron en el
chiringuito adyacente a los clausurados sanitarios y se tomaron un cafelito,
diseñando mientras tanto la estrategia para llegar los primeros a los servicios
que había en la estación de partida, es decir, en la base del Corcovado. Y ahí
funcionó la auténtica estrategia, la de la Flores. Al ir a tomar el tren de
vuelta, y guiados por su consejo y su cálculo, lo hicieron en el vagón de
cabeza que, como la Flores había previsto, fue el que se quedó más cercano a
los ansiados servicios de la estación, por lo que, los más necesitados de actividad
mingitoria, evitaron la avalancha que se produjo en la misma dirección a medida
que se vaciaban los vagones y, como es natural, llegaron los primeros.
Aprovecharon el tiempo que les
dio la guía para entrar y salir de los múltiples bazares de ‘’pichías mil’’ que
había en torno a la estación y comprar lo que les venía en gana para
familiares, amigos y vecinos, pero siempre dentro de un orden como no se
cansaba de repetir la Niña. Mientras tanto, el Recovecos desapareció con la
excusa de buscar un cajero automático, arguyendo que se había quedado sin un
‘real’, y nunca mejor dicho. Al volver, y cuando le pidieron explicaciones del
por qué había tardado tanto, juró y perjuró que había sido porque había tenido
que buscar un cajero que estuviese instalado en un lugar a cubierto y con el
suelo seco. Y explicó que el primero que había encontrado estaba a pie de calle
y con un buen charco de agua en el lugar donde tenía que ponerse el
solicitante. Y que al introducir la tarjeta de crédito había visto una especie de
chisporroteo y un ir y venir del texto que aparecía en pantalla. Y sus
conocimientos de física le indujeron a pensar que igual esos fenómenos
eléctricos se producían por hacer él mismo masa con tierra por lo que, para
evitar el peligro de electrocución, cogió la tarjeta y salió pitando sin
comprobar siquiera si había anulado la operación. Todo esto lo contó mientras
el autobús daba una vuelta larguísima hasta casi el final de la playa de
Ipanema, y sin atender siquiera las aclaraciones que hacía la guía sobre
algunos lugares significativos junto a los que pasaban, aunque alguno de los
que se aburrían con el relato del Recovecos recordó al resto que habían pasado
junto al famoso Jardín Botánico. Espacio inaugurado a principios del s.XIX y
que cuenta con 83 hectáreas de bosques y 54 hectáreas de zonas cultivadas. Es
una de las mayores colecciones botánicas del mundo con unas 40 mil plantas y
más de 6.725 especies diferentes.
A la vuelta al hotel dejaron al Palmeras
en su habitación pues su ‘’trancazo’’ se acerca a su punto álgido, y el resto
se fue a comer una mariscada carioca, que se parecía mucho a las calderetas
asturianas.
Descansaron tomaron la obligada caipirinha, jugaron una partida al
chinchón que ganó el Peluche y, después de debatirlo mucho, acabaron cenando en
el buffet del hotel. Y un poco agotados, por un lado, y otro poco tristes por
la ausencia obligada del Palmeras, se fueron a sus habitaciones, donde la
Flores y el Recovecos se pusieron al día de los resultados de la liga de fútbol
española antes de apagar las luces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario