sábado, 20 de febrero de 2016

Semana del 14 al 20 de febrero del 2016 (Viaje al Japón XII y último)

Cuando este fin de semana llegaron todos a San Pedro, baqueteados unos por el poniente, otros por el levante y los menos por el gélido viento del norte, se encontraron con que el Pirulo, aprovechándose del agotamiento que tenían todos, les endilgó, sin siquiera previa consulta, lo que quedaba por contar del viaje al Japón. Al ver que los presentes no tenían fuerza ni para oponerse, y menos aun para protestar como es debido por el manifiesto abuso de poder del que estaba haciendo gala, no ‘se cortó un pelo’ y les hizo una pequeña introducción.

- Acordaos que hemos dejado a nuestros protagonistas casi sin resuello, subidos al autobús para disfrutar de la última tarde de su estancia en Japón (Cfr. Entrada del 22 al 28 de noviembre del 2015). Y lo que viene a continuación es lo último, habéis oído bien, lo último que vais a escuchar del viaje a Japón.

Cuando los suspiros incontrolados de alivio parecía que iban a impedir escuchar su ‘último´ relato, el Pirulo se superó a sí mismo diciéndoles a voz en grito lo siguiente:

- ¡No os animéis tanto! ¡Que esto que os voy a leer es lo último de Japón! Pero, ¡atención!, os queda enteraros de lo que pasó a esa misma pareja en sus posteriores aventuras por el Brasil.

Y después de lograr a duras penas acallar las protestas y gritos de disgusto que se produjeron espontáneamente, sin conmiseración y con algo de cachondeo les soltó el siguiente relato.

28 de junio del 2005 (por la tarde)

Y aunque parezca mentira no fuimos los últimos en subir al autobús pues, cuando ya estábamos en nuestros asientos y habíamos arrancado, vimos al que podíamos llamar ‘indio bueno’ recorrer con prisas de adelante atrás el autobús buscando  a su compañero, el indio al que parecía que le faltaba un hervor. Y al no localizarlo, miró hacia el exterior, identificándole clara y rápidamente en la acera de enfrente, pues su indumentaria (en camiseta sin magas) lo hacía destacarse del resto de peatones. Así que gritó ‘’¡stop!’’ lo más alto que pudo, el chófer paró el autobús más por el susto que porque entendiese lo que decía, salió corriendo (el indio, no el chófer) por la puerta recién abierta y rescató a su acompañante que, indiferente a todo, seguía curioseando los escaparates de las tiendas.

Por fin nos pusimos en marcha camino del Parque de Nara, que está a unos 25 kilómetros de Kyoto, y cuya característica principal es contar con unos mil ciervos ‘sika’ en libertad. Y allí anduvimos un rato entre viejecitas, colegialas uniformadas y unos ciervos que hasta sabían donde escondían el posible alimento los visitantes. Metían el hocico olisqueando hasta en los bolsillos de los pantalones. ¡Y nuestros indios a lo suyo! ¡A fotografiar mozuelas! Aunque disimulaban haciendo que fotografiaban a los ciervos, pero evitaban clarísimamente apretar el disparador si estos estaban rodeados de personas mayores de 30 años.




 Después de recordar la película ‘’Bambi’’ de nuestra niñez, nos devolvieron al mundo real llevándonos al grupo a visitar el templo Todai-ji, uno de los mayores construidos íntegramente de madera, y donde también se puede admirar el mayor Buda de bronce del Japón que, según nos dijeron, tiene unos 22 metros de altura y pesa en torno a 50 toneladas.


TEMPLO TODAI-JI


La visita también nos corroboró la labor de los monjes de todo tipo de religiones: la de mantener y preservar las mejores fórmulas y procesos relativos a la elaboración de vinos, licores y todo tipo de bebidas espirituosas, que no espirituales. En este caso visitamos las ‘bodegas’ de sake de que disponían no se sabe si para el consumo propio o exclusivamente para su venta a los visitantes.




Tal vez lo descrito en el párrafo anterior no concuerde con las explicaciones que nos dio nuestra guía que, como es natural, fue fotografiada repetidamente y en diversas ocasiones por nuestros ‘’indios’’ de marras, pues coincidimos en la visita con un grupo de escolares a los que su supuesto profesor les estaba explicando a voz en grito lo que fuese ya que, dado que lo hacía en japonés, no pudimos saber de qué se trataba.

Y acabamos nuestra visita guiada al Japón con la visita de…¡otro templo! Esta vez sintoísta, situado en una colina, y cuyo único acceso era por un sendero que lo mismo subía que bajaba, que igual iba horizontalmente por la ladera que se transformaba en una escalera tallada en la tierra,…Total, una pequeña caminata obligatoria por una zona boscosa tal vez para hacer honor a aquello en que se fundamenta el sintoísmo: la adoración a los ‘Kami’ o espíritus de la naturaleza. Aunque en el recorrido encontramos a algunos turistas, australianos por más señas, que debían querer brindar con los ‘kami’ con cerveza, pues los descubrimos intentando abrir unas cuantas botellas de las maneras más insospechadas, ya que no debían ir provistos del correspondiente abre-botellas. ¡Hasta con los dientes lo intentaron! ¡Y lo consiguieron!




SANTUARIO DE KASUGA


De vuelta al hotel (el Miyako) comentamos que los tour turísticos en oriente y occidente tienen muchos elementos comunes, sobre todo visitas a castillos y templos de las religiones correspondientes, pero que por lo menos aquí esas visitas están ‘entreveradas’ con otras más reconfortantes y menos agotadoras, como tapeos, comidas típicas, visitas a bodegas con derecho a degustación,…

Como en cualquier víspera al regreso, nos dimos cuenta de que faltaba una compra esencial: la de una botella de sake. Y como el hotel estaba frente a una estación con sus habituales trenes, pero también con una zona de tiendas de todo tipo, decidimos cruzar la calle, aunque tuvimos que esperar un rato hasta que parase el único chaparrón que nos cayó durante toda nuestra estancia en Japón. 

Total que, cuando lo hicimos, nos encontramos con que las tiendas de la estación habían cerrado, pero con la suerte de que en una de ellas, a pesar de estar recogiendo, al vernos tan desamparados, nos proporcionaron lo que pedimos. A parte de la atención que nos prestaron, lo que más nos extrañó fue ver distintos puestos de venta de prensa cerrados a cal y canto, pero con los periódicos y revistas en el exterior a disposición de los viandantes. Luego nos explicaron, una catalana creo, que allí es una manera de actuar normal pues a nadie se le ocurre coger algo sin dejar el dinero correspondiente, y menos ‘mangar’ el dinero que han dejado los demás. ¡Como aquí! Si a alguien se le ocurre actuar así, es decir, dejar los productos a disposición del posible cliente sin vigilancia alguna, se queda hasta sin pantalones, aunque los lleve puestos.

Después de hacer las maletas y regalarnos la última comida japonesa, nos fuimos a dormir ya que al cabo de unas horas íbamos a iniciar el viaje de vuelta.

29 de junio del 2005



Después del madrugón al que nos obligaron para coger un vuelo interior en el aeropuerto de Osaka (Itami) para trasladarnos hasta el de Tokyo (Narita), el regreso transcurrió con los altibajos normales de cualquier vuelo de más de 12 horas con escalas que quedan resumidos a continuación.


Detección de las botellas de sake en el interior de las maletas durante el embarque del equipaje, lo que nos obligó a deshacerlas y trasladar a las culpables al equipaje de mano.

Disponibilidad de una silla de ruedas con tracción humana para traslados de la discapacitada parcial por el aeropuerto de Narita, con paradiña en el WC

Embarque preferente, asumiendo parcialmente el acompañante la tracción animal de la silla.

Iniciado el vuelo, y dado que habíamos estado todo el día danzando de la ceca a la meca sin probar bocado, por obligación y desconocimiento, y no por ser ‘culos de mal asiento’, atacamos la cena con más hambre que un maestro de escuela, aunque como buen maestro de escuela hubiese preferido un buen cocido madrileño a las cuatro pichías japonesas que nos sirvieron.

Dormitando, y no por la pesadez de la digestión, mientras sobrevolábamos Siberia, espabilándonos para ver San Petersburgo desde el aire y aterrizando por fin en Ámsterdam.

Esperando a que todo el pasaje desembarcase para poder hacer uso de una ‘sillita’ a motor donde un menda se instaló de ‘paquete’

Carrera al estilo de la Fórmula1 por la terminal evitando como se podía a personas, carritos y maletas con ruedas, con frenada y marcha atrás incluida, pues el ‘paquete’ se había olvidado de la cartera del dinero en el arco de seguridad.

Compra fallida del famoso chocolate belga. Después de recorrer kilómetros de pasillos para llegar al lugar adecuado, le exigieron al ‘paquete’ la tarjeta de embarque que había dejado a buen recaudo con la discapacitada parcial. Y no era por ignorancia sino porque en Narita bastaba con decir el número de vuelo y eso, el ‘paquete’,  lo tenía perfectamente memorizado.

Y cuando aterrizamos en Madrid bloqueamos la memoria, pusimos en standby el disco duro y aquello se acabó
¡¡¡¡POR FIN EN CASA!!!!


No hay comentarios:

Publicar un comentario