Semana del 14 al 20 de febrero del 2016 (Viaje al Japón XII y último)
Cuando este fin de semana
llegaron todos a San Pedro, baqueteados unos por el poniente, otros por el
levante y los menos por el gélido viento del norte, se encontraron con que el
Pirulo, aprovechándose del agotamiento que tenían todos, les endilgó, sin
siquiera previa consulta, lo que quedaba por contar del viaje al Japón. Al ver
que los presentes no tenían fuerza ni para oponerse, y menos aun para protestar
como es debido por el manifiesto abuso de poder del que estaba haciendo gala,
no ‘se cortó un pelo’ y les hizo una pequeña introducción.
- Acordaos que hemos dejado a nuestros protagonistas casi sin resuello,
subidos al autobús para disfrutar de la última tarde de su estancia en Japón
(Cfr. Entrada del 22 al 28 de
noviembre del 2015). Y lo que
viene a continuación es lo último, habéis oído bien, lo último que vais a escuchar del
viaje a Japón.
Cuando los suspiros incontrolados
de alivio parecía que iban a impedir escuchar su ‘último´ relato, el Pirulo
se superó a sí mismo diciéndoles a voz en grito lo siguiente:
- ¡No os animéis tanto! ¡Que esto que os voy a leer es lo último de
Japón! Pero, ¡atención!, os queda enteraros de lo que pasó a esa misma pareja
en sus posteriores aventuras por el Brasil.
Y después de lograr a duras penas
acallar las protestas y gritos de disgusto que se produjeron espontáneamente,
sin conmiseración y con algo de cachondeo les soltó el siguiente relato.
28 de junio del 2005 (por la tarde)
Y aunque parezca mentira no fuimos los últimos en subir al autobús
pues, cuando ya estábamos en nuestros asientos y habíamos arrancado, vimos al
que podíamos llamar ‘indio bueno’ recorrer con prisas de adelante atrás el
autobús buscando a su compañero, el
indio al que parecía que le faltaba un hervor. Y al no localizarlo, miró hacia
el exterior, identificándole clara y rápidamente en la acera de enfrente, pues
su indumentaria (en camiseta sin magas) lo hacía destacarse del resto de
peatones. Así que gritó ‘’¡stop!’’ lo más alto que pudo, el chófer paró el
autobús más por el susto que porque entendiese lo que decía, salió corriendo
(el indio, no el chófer) por la puerta recién abierta y rescató a su
acompañante que, indiferente a todo, seguía curioseando los escaparates de las
tiendas.
Por fin nos pusimos en marcha camino del Parque de Nara, que está a
unos 25 kilómetros de Kyoto, y cuya característica principal es contar con unos
mil ciervos ‘sika’ en libertad. Y allí anduvimos un rato entre viejecitas,
colegialas uniformadas y unos ciervos que hasta sabían donde escondían el
posible alimento los visitantes. Metían el hocico olisqueando hasta en los
bolsillos de los pantalones. ¡Y nuestros indios a lo suyo! ¡A fotografiar
mozuelas! Aunque disimulaban haciendo que fotografiaban a los ciervos, pero
evitaban clarísimamente apretar el disparador si estos estaban rodeados de
personas mayores de 30 años.
Después de recordar la película
‘’Bambi’’ de nuestra niñez, nos devolvieron al mundo real llevándonos al grupo
a visitar el templo Todai-ji, uno de los mayores construidos íntegramente de
madera, y donde también se puede admirar el mayor Buda de bronce del Japón que,
según nos dijeron, tiene unos 22 metros de altura y pesa en torno a 50
toneladas.
TEMPLO TODAI-JI
La visita también nos corroboró la labor de los monjes de todo tipo de
religiones: la de mantener y preservar las mejores fórmulas y procesos
relativos a la elaboración de vinos, licores y todo tipo de bebidas
espirituosas, que no espirituales. En este caso visitamos las ‘bodegas’ de sake
de que disponían no se sabe si para el consumo propio o exclusivamente para su
venta a los visitantes.
Tal vez lo descrito en el párrafo anterior no concuerde con las
explicaciones que nos dio nuestra guía que, como es natural, fue fotografiada
repetidamente y en diversas ocasiones por nuestros ‘’indios’’ de marras, pues
coincidimos en la visita con un grupo de escolares a los que su supuesto
profesor les estaba explicando a voz en grito lo que fuese ya que, dado que lo
hacía en japonés, no pudimos saber de qué se trataba.
Y acabamos nuestra visita guiada al Japón con la visita de…¡otro
templo! Esta vez sintoísta, situado en una colina, y cuyo único acceso era por
un sendero que lo mismo subía que bajaba, que igual iba horizontalmente por la
ladera que se transformaba en una escalera tallada en la tierra,…Total, una
pequeña caminata obligatoria por una zona boscosa tal vez para hacer honor a
aquello en que se fundamenta el sintoísmo: la adoración a los ‘Kami’ o
espíritus de la naturaleza. Aunque en el recorrido encontramos a algunos
turistas, australianos por más señas, que debían querer brindar con los ‘kami’
con cerveza, pues los descubrimos intentando abrir unas cuantas botellas de las
maneras más insospechadas, ya que no debían ir provistos del correspondiente
abre-botellas. ¡Hasta con los dientes lo intentaron! ¡Y lo consiguieron!
SANTUARIO DE KASUGA
De vuelta al hotel (el Miyako) comentamos que los tour turísticos en
oriente y occidente tienen muchos elementos comunes, sobre todo visitas a castillos
y templos de las religiones correspondientes, pero que por lo menos aquí esas
visitas están ‘entreveradas’ con otras más reconfortantes y menos agotadoras,
como tapeos, comidas típicas, visitas a bodegas con derecho a degustación,…
Como en cualquier víspera al regreso, nos dimos cuenta de que faltaba
una compra esencial: la de una botella de sake. Y como el hotel estaba frente a
una estación con sus habituales trenes, pero también con una zona de tiendas de
todo tipo, decidimos cruzar la calle, aunque tuvimos que esperar un rato hasta
que parase el único chaparrón que nos cayó durante toda nuestra estancia en
Japón.
Total que, cuando lo hicimos, nos encontramos con que las tiendas de la
estación habían cerrado, pero con la suerte de que en una de ellas, a pesar de
estar recogiendo, al vernos tan desamparados, nos proporcionaron lo que
pedimos. A parte de la atención que nos prestaron, lo que más nos extrañó fue
ver distintos puestos de venta de prensa cerrados a cal y canto, pero con los
periódicos y revistas en el exterior a disposición de los viandantes. Luego nos
explicaron, una catalana creo, que allí es una manera de actuar normal pues a
nadie se le ocurre coger algo sin dejar el dinero correspondiente, y menos
‘mangar’ el dinero que han dejado los demás. ¡Como aquí! Si a alguien se le
ocurre actuar así, es decir, dejar los productos a disposición del posible
cliente sin vigilancia alguna, se queda hasta sin pantalones, aunque los lleve
puestos.
Después de hacer las maletas y regalarnos la última comida japonesa,
nos fuimos a dormir ya que al cabo de unas horas íbamos a iniciar el viaje de
vuelta.
29 de junio del 2005
Después del madrugón al que nos obligaron para coger un vuelo interior
en el aeropuerto de Osaka (Itami) para trasladarnos hasta el de Tokyo (Narita),
el regreso transcurrió con los altibajos normales de cualquier vuelo de más de
12 horas con escalas que quedan resumidos a continuación.
Detección de las botellas de sake en el
interior de las maletas durante el embarque del equipaje, lo que nos obligó a
deshacerlas y trasladar a las culpables al equipaje de mano.
Disponibilidad de una silla de ruedas con
tracción humana para traslados de la discapacitada parcial por el aeropuerto de
Narita, con paradiña en el WC
Embarque preferente, asumiendo parcialmente
el acompañante la tracción animal de la silla.
Iniciado el vuelo, y dado que habíamos
estado todo el día danzando de la ceca a la meca sin probar bocado, por
obligación y desconocimiento, y no por ser ‘culos de mal asiento’, atacamos la
cena con más hambre que un maestro de escuela, aunque como buen maestro de
escuela hubiese preferido un buen cocido madrileño a las cuatro pichías
japonesas que nos sirvieron.
Dormitando, y no por la pesadez de la
digestión, mientras sobrevolábamos Siberia, espabilándonos para ver San
Petersburgo desde el aire y aterrizando por fin en Ámsterdam.
Esperando a que todo el pasaje desembarcase
para poder hacer uso de una ‘sillita’ a motor donde un menda se instaló de
‘paquete’
Carrera al estilo de la Fórmula1 por la
terminal evitando como se podía a personas, carritos y maletas con ruedas, con
frenada y marcha atrás incluida, pues el ‘paquete’ se había olvidado de la
cartera del dinero en el arco de seguridad.
Compra fallida del famoso chocolate belga.
Después de recorrer kilómetros de pasillos para llegar al lugar adecuado, le
exigieron al ‘paquete’ la tarjeta de embarque que había dejado a buen recaudo
con la discapacitada parcial. Y no era por ignorancia sino porque en Narita
bastaba con decir el número de vuelo y eso, el ‘paquete’, lo tenía perfectamente memorizado.
Y cuando aterrizamos en Madrid bloqueamos la memoria, pusimos en
standby el disco duro y aquello se acabó
¡¡¡¡POR FIN EN CASA!!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario