sábado, 25 de agosto de 2018


Semana del 19 al 25 de agosto del 2018

Mazagón a los 80 (VI)
16 de julio

Y vamos a completar las localizaciones de México por las que en algún momento hemos pasado.


1977-Mérida


1977-Chichen-Itza

1977-Uxmal


1977-Akumal


1977-Tulun

1977-Xoximilco

1980-Montealban-Oaxaca

1980-Mitla

1980-Palenque

1980-Torreón

1980-Cabo San Lucas

1980- La Paz

1981-Veracruz

1992-Cocoyoc


Y para cerrar la ‘peli’ que me hice antes de levantarme, recordé mi primera imagen de jubilado, cuando visitamos Medina Azahara.


domingo, 19 de agosto de 2018


Semana del 12 al 18 de agosto del 2018



Mazagón a los 80 (V)


16 de julio



Y amaneció, que no es poco, el día de los 80. Y  la duermevela previa solo se vio alterada por el paso fugaz de imágenes de las distintas etapas de mi vida.

La primera foto de estudio que recuerdo


La típica de mi Primera Comunión en los años 40 del siglo pasado, cuando todo parecía ir sobre ruedas, a pesar del hambre de la postguerra, y uno pensaba que el mundo estaba para comérselo. Aunque con los valores que nos inculcaban entonces, lo más maravilloso te parecía que era irse de misionero al Congo Belga.


Las Milicias Universitarias, en las que hasta la guerra se tomaba a broma, y, vistas desde la perspectiva actual, eran más un veraneo pagado que un Servicio Militar como Dios manda.  Y eso que la instrucción, las marchas, los ejercicios simulados de guerra contra un enemigo imaginario, las guardias y las imaginarias, el rancho y demás, tenían su miga. Pero los recuerdos son siempre de los momentos de ocio con nuevas amistades y de lo que se disfrutaba los fines de semana de permiso por Madrid o, paro los que no tenían ‘posibles’, por los alrededores (Zamora, Toro, Puebla de Sanabria,…). Y siempre, con el sueño de ‘mojar’


Luego, lo profesional lo desdibuja todo y si queda algo, es lo que disfrutabas cuando tenías la posibilidad de darte una vuelta por el extranjero y no para cumplir con alguna obligación de trabajo, sino como consorte, es decir, libre como un pájaro. Como fue el caso de Gante, donde por primera vez experimenté el efecto de la tabaco-fobia. Era a principios de los 90, y en el andén de una estación de ferrocarril belga, no me acuerdo de cuál, al aire libre, una señora que pasaba por ahí me obligó a apagar un cigarrillo que acababa de encender.


Y no digo nada de las vacaciones de verano o de Navidad pasadas en México. Y como se verá, el número de poblaciones visitadas a lo largo y ancho de México, fueron innumerables, aunque creo que en el orden indicado. Y además entre finales de los 70 y los primeros 80


Cuernavaca



Xoxicalco


Taxco


Acapulco 


Zihuatanejo


Mexico DF 


Teotihuacan


Puebla


Cholula


Tula


San Miguel Allende


Guanajuato


Y seguiremos la próxima semana con más localizaciones

domingo, 12 de agosto de 2018

Semana del 5 al 11 de agosto del 2018

Mazagón a los 80 (IV)


 14 de julio


Ya lo teníamos acordado con anterioridad, así que después de desayunar salimos hacia el pueblo de Moguer a tratar de visualizar la localización de la parroquia del Carmen. Como nos habían informado que estaba en la Avenida de los Conquistadores, aparcamos cerca de lo que considerábamos la calle principal para preguntar a alguno de los viandantes que paseaban por la zona. Y, de inicio, con no muy buena suerte, ya que o era gente de paso, o que estaba de vacaciones, o que no habían oído hablar a nadie de la citada parroquia.

Al final me decidí a preguntar a un par de jubilados que descansaban en un banco a la sombra, a la vera de la calle principal, y cuando les dije que si esa era la avenida de los Conquistadores, se miraron con ojos de asombro y uno de ellos me contestó con cierta sorna que no lo sabía, que para ellos siempre había sido la calle de la Hilaria. Y al decirlo, reforzó su respuesta señalando un edifico próximo y, socarronamente, me aseguró que aquel edificio había sido durante mucho tiempo la construcción más importante de los alrededores, y que allí había vivido la Hilaria. Aprovechando la amabilidad de mis interlocutores, cambié de tercio, y les planteé si tenían alguna información sobre la Parroquia del Carmen. Mirándose mutuamente y casi al unísono dijeron: ‘’Parroquia, parroquia, no sabemos; a no ser que Vd se refiera a lo que siempre ha sido para nosotros la Ermita del Carmen, que está justo al final de esta calle’’. Para allí nos fuimos y comprobamos, sin bajarnos del coche que era la iglesia que buscábamos.

Volvimos a lo que consideramos el centro del pueblo, aparcamos cerca de una zona comercial y aprovechamos la ocasión para comprarnos algo de abrigo que nos defendiera del viento de poniente. Después de apropiarnos, previo pago ¡claro!, de una sudadera y de un niqui de marca…falsa en una tienda de esas de chino, pero en este caso regentada por un moro, nos volvimos por donde habíamos venido.

Y a disfrutar de la piscina bien abrigaditos.


Al reservar mesa para la comida, ya no actué como un ‘pardillo’ y pedí que me guardaran una mesa lo más alejada posible de las que recibían en primera línea las rachas de viento. Así que cuando la ocupamos, nos dedicamos a observar a la gente que se sentaba con vistas al mar que, al principio de su estancia, parecían encantados con su situación. Pero al cabo de diez minutos empezaban a mover sus asientos para que el viento no les diese de frente, y acababan por levantarse, e iban a la zona de las hamacas de donde volvían con más de una toalla que se las ponían por los hombros, supongo que para evitar coger un resfriado.

Al caer la tarde, nos trasladamos de nuevo al pueblo de Moguer, aparcamos cerca de lo que creíamos que era la parroquia del Carmen, y al entrar en ella nos llevamos una sorpresa. Debía ser una antigua ermita del mismo nombre que estaba a dos pasos de lo que ahora era el puerto deportivo y antes, tal vez, el puerto pesquero, lo que explicaba su advocación. A través de la puerta de entrada se accedía a un estrecho pasillo que disponía de esas bancadas típicas de las salas de espera de los ambulatorios, de dos o tres asientos,  y que al final se ensanchaba en un espacio ovalado donde estaba el altar, pero perpendicular al pasillo de entrada. Y es que la pared que debía de cerrar antiguamente la ermita no existía y era una abertura que daba a un patio amplio sombreado con placas rectangulares de caña y con unas amplias bancadas de obra. Con esta distribución de la superficie de la planta, los feligreses se distribuían a un lado y otro del altar, perpendicular a ambos espacios, interior y exterior.

De vuelta al hotel, nos dimos un capricho aplicando la norma de todo gourmet: pide siempre productos de la zona. Y es que el bocadillo de jamón de Huelva que nos comimos era de los de cinco estrellas Michelin, pero sin la aplicación de los conceptos y técnicas de la nueva cocina. Es decir, como siempre: un buen pan abierto y bien ‘’rellenito’’ de lonchas de jamón cortado a cuchillo.


15 de julio

Pocos recuerdos me quedan de este día.


El más tempranero fue el amago de accidente que ocurrió cuando volvíamos del desayuno a la habitación. Y digo amago, porque alguien dio un traspiés al bajar un par de escaloncillos que se encontró en el camino, pero con tan buena suerte que lo que podía haber sido una ‘caída de bruces’ quedó reducido a una ‘sentadilla’.

Otro recuerdo mañanero, y que se repitió por la tarde, y es que el sol no debía seguir su trayectoria normal, es decir elíptica, sino que debía ir de oriente a occidente en zigzag. Y lo digo porque tuve que cambiar de posición las tumbonas unas doscientas veces, para que quedasen en cada momento las distintas porciones corporales distribuidas adecuadamente al sol y a la sombra.

De la comida, mejor no hablar. Seguía sin haber gambas de Huelva por diversas y manidas razones: que si con el temporal no podían cogerse; que las pocas que entraban a la lonja tenían un precio desorbitado; que si los pescadores no habían salido por la fiesta de su patrona;… Total que nos conformamos con un plato de pasta con mejillones, con consecuencias intestinales no deseables,  y un lenguado que, por lo menos, nos lo prepararon para comérnoslo sin preocuparnos de las espinas.

Y por fin los mandos de la ducha me obedecieron sin tener que dar un grito histérico por congelarme, ni tener que apartarme bruscamente para no escaldarme como un pollo.

Y a dormir, o eso creía, pues ha habido un cumplidor que a las doce y un minuto se le ha ocurrido  mandarme un mensaje, o lo que sea, felicitándome, por lo que he dado un salto en la cama y he decidido apagar el teléfono.

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Y por si acaso alguno quiere ilustrarse y contrastar criterios para analizar temas de la actualidad, adjunto un artículo que ha aparecido este domingo 12 de agosto en el ABC.



sábado, 4 de agosto de 2018


Semana del 29 de julio al 4 de agosto del 2018


Mazagón a los 80 (III)

13 de julio




La luz nos despertó a las primeras horas de la madrugada que, para los jubilados de ‘pro’, vienen a coincidir con las 8,30 horas a.m.

Comenzamos así nuestro primer día de vacaciones, ya que el precedente no se podía tener en cuenta como tal por las muchas incidencias que ocurrieron, sobre todo lo referente al cambio de habitación y todo lo que conlleva.

Después de desayunar sin tiempos muertos en el tenderete de los ‘huevos al gusto’, pues ya había aprendido que, si el puesto estaba vacante, bastaba con avisar a cualquier camarero que pasase por allí, bajamos a la piscina.

Al poco tiempo de estar instalados nos dimos cuenta de que en estas costas atlánticas también sopla el poniente, y que, a diferencia de San Pedro, en esta zona era un poniente que venía directa y perpendicularmente del mar, y además bien fresquito y con una fuerza más que mediana. Sin quitarme siquiera la camiseta, afané un sillón de la zona de cafetería, me senté a leer y, entre capítulo y capítulo, me dediqué a observar a las gentes que me rodeaban e imaginarme sus vidas a partir de las frases sueltas que llegaban a mis oídos. Y para que conste, ahí quedan algunos productos de mi fantasía.  

Las alifafes
Pareja de personas mayores, féminas como indica el artículo, y por supuesto más jóvenes que nosotros. Y su charla parece un repaso de todo lo que se habla en un ambulatorio durante la visita al médico y, complementariamente, se intenta aclarar con más o menos acierto y rigor científico alguno de los métodos preventivos que aparecen en revistas como ‘’Saber Vivir’’.

Por lo que he podido oír, primero han dado un repaso a lo acaecido en el tiempo transcurrido desde el verano pasado, ya que todas las enfermedades citadas tales como cistitis, lumbalgias, migrañas, subidas inoportunas y sin causa aparente de la tensión,…, iban acompañadas de frases en el que se utilizaba el pasado indefinido con frases de este tipo

‘’Lo pasé fatal’’

‘’Me apareció de improviso y sin causa justificada’’

‘’Me obligó a estar recluida más de una semana’’

‘’Y encima mi marido lo tomó como algo que simulaba para llamar su atención’’

‘’No podía ni agacharme para calzarme’’

‘’…’’

Lo más curioso era que se interrumpían constantemente para que se pudiese valorar, por la parte contraria, los avatares de salud que cada una había sufrido. Si una nombraba la lumbalgia, la otra sacaba a relucir inmediatamente lo que le habían hecho sufrir las cervicales. Si una proclamaba a los cuatro vientos lo insufrible que eran sus migrañas, la oponente le contraatacaba afirmándole rotundamente que no sabía ella lo que era un cólico nefrítico y que los dolores que provocaba eran peores que los de un parto.

Cuando comenzaron a nombrar a sus respectivas parejas que, por la edad que aparentaban, seguro que se les podía aplicar la antigua condición de maridos, dejé de escucharlas para evitar cualquier pensamiento que me hiciese caer, al menos mentalmente, en la llamada ‘violencia de género’.

Los fachendosos

En principio, no me habían llamado la atención. Era una pareja de mediana edad que, por las formas y maneras con que se instalaron, había adquirido ya la práctica suficiente para hacerse con la sombrilla adecuada y colocar con rapidez hamacas, toallas y el resto de enseres que se bajan a cualquier zona de piscina.

Pero en cuanto vi que el marido, cónyuge, pareja o lo que fuese, echó mano del móvil y empezó a hablar, revisé mis sonotone para no perderme ni ripio de su conversación. Y desde ese momento mi imaginación trabajó sin descanso para rellenar los huecos que dejaban sus palabras.

Debía de ser el dueño o gestor de una empresa de no muchos trabajadores y de tipo familiar,  pues habló con lo que debía ser la cadena de mando, dirigiéndose a ellos por su nombre de pila. Lo de ‘empresa tipo familiar’ lo deduje casi al final de la conversación, cuando la fémina que le acompañaba le requirió que pidiese que ‘fulanita’ se pusiese al teléfono para hacerle unas cuantas preguntas sobre el trabajo que le había encomendado.

Normalmente nada de lo anterior hubiese resultado digno de recordar ya que es de todos conocida la afición de la gente consistente en llamar en sitios públicos a los que hacen ver como subordinados, pidiéndoles o dándoles información que siempre llevan incluida la cita de facturas o pedidos de alto valor crematístico. Todo ello, con la esperanza de aumentar su nivel profesional y/o social en los oídos de todos los que en ese momento están escuchando a su alrededor.

Pero en este caso hubo un requerimiento a uno de los de la cadena de mando que disparó las posibilidades de mi imaginación, sobre todo en cuanto a deducir qué clase de empresa familiar era la de mis vecinos de piscina y a qué se dedicaba.  Y las palabras que oí eran, más o menos, las siguientes:  ‘’¿…a los estupefacientes?’’...’’¡Vale! Luego me lo comentas

De manera inmediata eliminé la idea de que perteneciesen a una de las ‘’familias’’, por otro lado tan abundantes en las costas gaditanas y malagueñas, que estaban metidas en el mundo de la droga, pues no encajaban ni por la pinta, ni por la ausencia de acompañantes, y mucho menos por la claridad y falta de disimulo en su conversación telefónica.

Reservé en la mente la posibilidad de que la presencia de ‘estupefacientes’ en la empresa familiar fuese debido a algo tan simple como que se dedicase a la ortodoncia e implantes dentales bajo el paraguas de una de las múltiples franquicias existentes o, incluso, que estuviese especializada en la fabricación de medicamentos relajantes gracias a las ventajas que proporcionaba, un suponer, el tener amigos en los puestos clave de la Junta

Revisé mis audífonos y seguí atentamente la conversación telefónica. Al final se me aclaró todo, pues la fémina, después de hacer sus indagaciones sobre la situación de los trabajos encargados, pasó el teléfono a su cónyuge, y éste repitió la pregunta que había iniciado mi viaje novelesco: ‘’O sea que, ¿Carlos es tu paciente?’’

Y aquí acabó mi pretendida digresión fantasiosa.

Los chicharrones

Ante el fracaso de mi capacidad deductiva, giré mi sillón y, en consecuencia, mi visión unos 30º, y me encontré con una escena un tanto surrealista.

Una joven pareja de pie, a ambos lados de una única hamaca, y con sendas Tablet en sus manos que leían atentamente. Y en el momento que comencé a observarlos, uno estaba de cara y la otra de espaldas. Seguí leyendo mi novela sin dejar de mirarles de reojo, y me dí cuenta que cada cierto tiempo, entre cinco y diez minutos, giraban 180º, aunque no al unísono, por lo que unas veces coincidían los dos de cara o de espaldas.

Escarmentado por lo que me había pasado en el caso de ‘los fachendosos’ por dejar volar mi imaginación, ni siquiera intenté buscar una explicación. Simplemente deduje que habían decidido aplicar un nuevo método para que el moreno de pecho y espalda fuese lo más homogéneo posible. Y para aguantar la exposición al sol, lo que hacían era utilizar los e-book que tuviesen disponibles en sus respectivas Tablet.

Harto de leer y de estar sentado en la misma postura, me fui a reservar una mesa con vistas al mar en el restaurante de la piscina y de paso sacar una fotos a un extraño pino que había en los jardines, creciendo de una manera inusual, a ras de tierra.


A la hora de la comida comprobamos que las vistas de la mesa reservada eran magníficas, pero con un ‘pequeño’ inconveniente: cuando soplaba el poniente fuerte casi casi tenías que sujetar los platos para que no acabasen en la mesa más próxima.


Después de comer, y para no arriesgarme a un corte de digestión por culpa del dichoso poniente que cada vez soplaba más fresco y con más fuerza, opté `por bajar a la playa. Y eso, asumiendo el riesgo de acabar descalabrado o, como mínimo, agotado y con agujetas.

La bajada, sin problemas, pero fijándome muy mucho dónde ponía los pies.



Una vez en la playa, disfrutando de las vistas





Y al subir los 178 escalones que conté, sin resuello a mitad de recorrido dónde tuve que detenerme a descansar y que disimulé sacando fotos de cara a los que se me cruzaban


Lo ascendido


Y lo que quedaba por ascender


La subida a la habitación fue de infausto recuerdo, al igual que la pizza que se nos ocurrió pedir en la cafetería esa noche. Las congeladas de Buitoni, Ristorante o Dr.Oetker son delicias gourmet aun comiéndolas sin meterlas al horno. Así que nos consolamos viendo una película del oeste en la habitación antes de entregarnos a un sueño reparador.