Semana del 15 al 21 de
enero del 2017
Semana con las temperaturas más
bajas de todo el período en el que residimos por estas tierras y que ya suman
más de 12 años. Y hasta hemos hecho
fotos de los alrededores.
LA CONCHA
LOS MONTES DE LOS ALREDEDORES
RECUERDOS DE UN COMA INDUCIDO(VI y último)
(Octubre-Noviembre de
1987)
El resto de recuerdos son como
destellos que reflejan situaciones concretas, aisladas unas de otras, y que
ocurrieron en momentos no muy bien definidos. Los más significativos son los
que se relatan a continuación
Ocurrió al comienzo de mi estancia
en la UCI. Yo estaba como en un duermevela cuando, de repente, se organizó un
revuelo a mi alrededor. Batas blancas y batas verdes se movían de un lado para
otro intercambiando frases cortas, preguntas concisas y exclamaciones de
asombro.
- ¡Ha muerto Koldo Mitxelena!
- ¿Y?
- Nos lo traen para aquí
- ¿Dónde ha sido?
- En Salamanca, pero éste es un dato que no
debe de salir de esta sala.
- ¿Y cómo nos lo traen a la UCI?
- No tengo ni idea del por qué. Solo me han
dicho que tenemos que ingresarlo y que, cuando nos avisen, dar la noticia de su
fallecimiento.
-….
Han pasado los años y, gracias al
Google, he comprobado que dicho fallecimiento se produjo en las fechas en las
que yo estaba en la UCI (11 de octubre de 1987), aunque en ninguna fuente
consultada aparece Salamanca como lugar de su muerte. Aunque yo sí tengo un
recuerdo muy claro de que esas tres palabras clave (fallecimiento, Mitxelena y
Salamanca) se pronunciaron ligadas en una misma frase.
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Debía estar en los últimos días
de mi estancia en la UCI cuando, supongo, iban disminuyendo o dilatándose en el
tiempo las dosis de morfina o de la droga que me estuviesen inyectando. Y digo
disminuyendo las dosis, porque en mis recuerdos, según me han informado gentes
próximas a mí y que vivieron aquellos hechos desde la normalidad, se mezclan
alucinaciones con elementos y
situaciones reales. Alucinaciones que incluían a personas, sonidos y
conversaciones que, por lo que me dijeron a posteriori, no fueron reales.
La más prolongada en el tiempo
transcurrió en una zona del hospital que debían destinarla a solárium de los enfermos, pues tenía a
uno de sus lados unos amplios ventanales
frente a los cuales me colocaron. Yo estaba en una especie de silla de
ruedas o cama articulada, con el torso apoyado en un plano inclinado y con el
sol de cara que, a través de los cristales, proporcionaba un calor agradable a
todo mi cuerpo. Junto a mí estaba sentada mi madre que acariciaba mi mano lo
que, junto al calor del sol, tenía como consecuencia el que estuviese relajado
y con una sensación de paz que me es imposible adjetivar en este momento
actual, tan alejado de aquellas circunstancias.
Estando en esa situación, miré a
mi alrededor y distinguí a mi padre que estaba a cierta distancia a mi derecha
y que, en ese momento, hablaba con otra persona
que, por su indumentaria, debía de ser un médico de los que atendía a
los que estábamos en lo que había tomado por un solárium. No sé cómo, percibí
que conversaba sobre los gastos de mi estancia en el hospital lo que ahuyentó
la paz de la que gozaba en ese momento y, a gritos, advertí a mi padre que los
gastos de los que hablaba con el doctor corrían a cargo del seguro que tenía y
que, por lo tanto, él no tenía que abonar ningún dinero al hospital. Mi enfado
y mi cabreo fue en aumento porque no me hacían ningún caso los que tenía a mi
alrededor y porque, además, vi que mi padre entregaba un cheque de 3.000
pesetas al doctor con el que estaba conversando. Supongo que seguí gritando y
que intenté levantarme porque los que estaban a mi alrededor intentaban
calmarme y, al no conseguirlo, decidieron sacarme del solárium o suministrarme
algo que me sumió de nuevo en un profundo sueño.
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Y todas estas extrañas
situaciones y sueños tuvieron como colofón el momento en el que, rodeado de
batas verdes e iluminado por los focos del quirófano, unas manos, que el tiempo
ha demostrado que eran hábiles y provistas de un tacto excepcional, maniobraban
en la zona exterior de mi abdomen para aproximar los trozos de cadera a su posición
original y fijarlos de tal manera que pudiesen seguir cumpliendo su función de
sostén. Y lo lograron sin hacer ni una sola incisión.
¡¡¡Y LO CONSIGUIERON!!!
¡¡¡Y ME TRASLADARON A PLANTA!!!
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