domingo, 6 de noviembre de 2016

Semana del 30 de octubre al 5 de noviembre  del 2016


Ya han llegado las lluvias  y las terrazas han pasado al modo ‘invierno’. Fue cubrir los muebles de madera y empezar a sufrir los efectos de la borrasca del Atlántico






RECUERDOS DE UN COMA INDUCIDO(III)

(Octubre-Noviembre de 1987)

Hubo momentos en los que mi problema era cómo protestar por lo que veía a mi alrededor desde la cama en la que estaba postrado, abatido y ‘encadenado’. No podía gritar, ni hacer señas con las manos, y mucho menos patalear. Solo me quedaba el recurso de guardar en mi memoria lo que veían mis ojos y escuchaban mis oídos para poder informar de ello posteriormente a alguien que fuera de mi confianza. Y hubo un par de situaciones que aun no se me han borrado de la memoria.

Enfrente mío, y en la parte más alejada de donde yo estaba, había un espacio amplio y diáfano, a mayor nivel que el resto de la UCI, y al que se accedía mediante un par de escalones que estaban a todo lo largo del acceso que era de una anchura de unos diez metros. La zona estaba limitada a la izquierda por una pared de color oscuro que, en su punto más lejano, enlazaba con otra en ángulo recto que acababa bruscamente al estar enlazada con una estructura metálica acristalada en forma semiesférica. En ella había una puerta, o algo semejante, a través de la cual se podía salir al exterior, donde se podía apreciar una construcción de hormigón con la parte superior plana y preparada para poderla utilizar como helipuerto. Y lo de helipuerto no lo digo por decir, sino porque en ella había aparcado un auténtico helicóptero que, por las siglas que tenía pintadas en el fuselaje (CPN), deduje que pertenecía al Cuerpo de la Policía Nacional. Deducción fácil si se tiene en cuenta el uso que en aquel momento se estaba dando al espacio descrito, y que se desvelará en las próximas líneas.

Allí no había ningún mobiliario ni aparato que indujese a pensar que su utilización fuese estrictamente sanitaria, pues lo único que se distinguía desde mi lugar de observación era una especie de armatoste adosado a la pared de la izquierda, y que era muy similar a esos que todos los guiris en las terrazas de sus apartamentos para hacer unas barbacoas con las que atufar a sus vecinos, les gusten o no los aromas de bacon, chuletas de cerdo, gambas, gambones, o incluso sardinas si es que ya se han españolizado lo suficiente.

Precisamente había dos o tres personas con batas blancas trasteando en torno a la citada barbacoa, preparándola para ponerla en marcha. Tenían los fuegos de la plancha encendidos y un plato lleno de algo indescriptible, ya que yo, desde la distancia a la que estaba, no podía distinguir de qué se trataba.
Y no sé si por telepatía, a voz en grito o únicamente en mi imaginación, el caso es que inicié con ellos una conversación que, a trancas y barrancas, me proporcionó la información necesaria para aclararme suficientemente la situación.  Y comencé con la siguiente pregunta:

- ¿Se puede saber qué hacéis aquí? ¿Y qué es eso que tenéis en el plato?

Uno de los de la bata blanca que, por la manera con que se movía y con la que se dirigía a los demás, parecía el jefe del grupo, me contestó con un tono desabrido

- A la segunda pregunta, la respuesta es ‘’pitilines de mono’’ y, en cuanto a la primera, ni la contesto, pues a ti no te importa.

(Lo de los ‘’pitilines de mono’’ me recordó al famoso pseudo-japonés Kin-i-to, pues él así llamaba a unas salchichas que nos ponían con cierta frecuencia para cenar, y que las denominaba así para ver si a alguno de los comensales les daba asco y así nos correspondía una mayor ración al resto)

Me callé para no molestar, pero aprovechando el momento en que el supuesto jefe desapareció de la escena, se lo volví a preguntar al que, por la perenne sonrisa que mostraba, parecía más asequible. Y lo que me explicó, me dejó bastante perplejo. Me informó de que estaban preparando la ceremonia o el proceso, según se mire, mediante el cual seleccionaban al personal de la Policía Nacional que podía tener su destino en Euskadi. En resumen, me afirmó muy serio, que era una especie de ‘euskaldunización’ exprés aplicada a personas ‘extranjeras’ mediante una sencilla prueba que, si quería saber en qué consistía y cómo funcionaba, no tenía más que estar calladito y observar atentamente.

Al cabo de pocos segundos, o a mí eso me pareció, surgieron de la nada media docena de números de la policía nacional alineados junto a la pared. Y uno de los de la bata blanca le ofreció uno de los ‘pitilines de mono’ que estaba asándose en la barbacoa. Lo aceptó y se lo engulló sin masticarlo siquiera, pero cuando le invitaron a comerse uno de los que había en el plato, crudo por cierto, se negó en redondo, lo que provocó que el jefe, que para entonces ya había vuelto para dirigir el proceso de euskaldunización, lo expulsase del recinto de malas maneras. Salió por el acceso que daba a lo que he denominado como helipuerto y que estaba en la zona acristalada. El afectado se fue tan tranquilo, encogiéndose de hombros y como si toda aquella parodia le trajese sin cuidado, salió al exterior y se subió al helicóptero que estaba en la plataforma de despegue.

Así pasaron unos cuantos con distintos resultados. Alguno, tal vez motivado por el doble sueldo que recibirían, se tragó con los ojos cerrados el ‘’pitilín de mono’’, creyendo que con eso iba a ser aceptado pero la sonrisa que dibujaron sus labios, una vez que atravesó el gaznate lo que le habían dado, no le duró ni dos segundos, y las arcadas que le sobrevinieron a continuación hicieron que vomitase el dichoso ‘’pitilín de mono’’, tan entero como había entrado en su boca. Y, como es natural, también fue expulsado de la sala al exterior. Y solo uno de los que estaban se comió lo que le daban tan tranquilo, sin hacer ningún aspaviento, y sin que su aparato digestivo lo rechazase. Y con este, todo fueron enhorabuenas, sonrisas, palmaditas en la espalda, mientras que el resto era trasladado en helicóptero a lo que podía llamarse ‘sus cuarteles de invierno’.


Y por mucho que intenté sonsacarles a los encargados del proceso el cómo y el por qué funcionaba esa extraña ceremonia de ‘euskaldunización’, no supieron o no quisieron decirme ni mu. Solamente que funcionaba, y que a los que pasaban la prueba no se les distinguía ya de los auténticos euskaldunes.

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