domingo, 3 de mayo de 2015

Semana del 26 de abril al 2 de mayo


Aun no ha finalizado el proceso iniciado con las últimas elecciones, y ya empieza a prepararse el folklore del 24 de mayo. Por lo que pueda pasar, la gente lo que procura es montárselo lo mejor posible, y para eso les viene que ni pintiparado el puente inicial de cuatro días de primeros de mayo. Luego es cuestión de dejarse llevar: diez días de ‘descanso’ en el puesto de trabajo (los que lo tengan) y…¡a la feria de San Isidro!

Este mes va a parecerse a una de esas escaleras mecánicas de los grandes almacenes: una presidenta subiendo a los sillones celestiales y dos presidentes bajando a los infiernos; unos ‘ciudadanos’ subiendo en masa y los que ‘podemos’ bajando cabizbajos; cantidad de ‘pepes’ intentando subir a gatas y a la contra por la escalera de bajada, mientras ‘diez rosas’ se descalabran por la de subida. Y por encima de todo sobrevolando gritos que reclaman su ‘monedero’ perdido en el que, encima, acababan de meter las monedas que les quedaban de la subvención del paro de larga duración cobrado hacía dos días.

Y como el tiempo ha ido mejorando de día en día a lo largo de la semana, desembocando en unos primeros días de mayo casi veraniegos, toda la panda de gaviotas ha llegado animada y con ganas de charlar. Y para nuestro asombro, el primero que ha roto el silencio ha sido el Guindilla.

- ¡Oye, Pirulo! Tú que sabes de todo (y esto lo dijo con un poco de retintín), ya me puedes explicar el por qué este año es de papas malas por mi zona del Campo de Gibraltar, y de papas buenas por aquí, por San Pedro. Lo primero que he pensado es que la culpa la tiene el pérfido Peñón y sus malsanos efluvios financieros. Pero, por otro lado, mi claro raciocinio intelectual me induce a pensar que los temas económicos no tienen nada que ver con los agrícolas.

Aunque se oyó un sonsonete de ¡claro!, ¡claro! que graznaban algunas, y el eco que hacían otras como si estuviesen a distancia diciendo ¡Peñón! ¡Peñón!..., el Pirulo contestó muy serio.

- Tienes menos memoria que un chorlito, Guindilla. Haz un repaso de la meteorología de los últimos dos meses y hallarás la razón. Poca lluvia en vuestra zona abierta a poniente, algo más en la nuestra y que además está protegida por la serranía de Ronda. Laderas azotadas por el viento para vosotros, bancales resguardados que conservan la humedad  como oro en paño para nosotros. Resultado: papas ‘escuchimizás’ y gurruñías’ vosotros, y unas señoras patatas para freír, para cocer o para lo que sea menester, nosotros.

-¡Oye, Guindilla!, te doy una idea, intervino el Pisha. Vende tus papas a la Junta como material de prácticas para los cursos de formación que va a organizar para preparar personal que atienda o trabaje en los chiringuitos. Van a montar, no sé si pagando o sin pagar, unos cursos de espeteros, y seguro que el dinero que les queda  para cursos no les da para comprar sardinas ni de segunda mano con las que hacer las prácticas. Así que el ensartado, la orientación y distancia del espeto a la flama, y demás, que lo hagan con tus papas, que para eso no hace falta que sean de buena calidad

-, contestó el aludido irónicamente, y las papas medio asadas que resulten, que las vendan como ‘cartoffen’ a los restaurantes que oferten platos alemanes. Como apliques esas teorías en tus costas, el turismo gaditano va a estar más hundido que el Córdoba C. F.

La conversación decayó y el Pirulo, sin dejar pasar ni cinco segundos, se nos puso a contar un suceso tragicómico que había escuchado relatar a un par de jubilados en la terraza de una urbanización próxima, aderezado con añadidos suyos que favorecían su comprensión. Más o menos fue lo siguiente

‘’Los hechos tiene unos precedentes que, si no se conocen, inducirían a pensar que el jubilado en cuestión está bastante más ‘tocado’ de lo que parece. Resulta que la pareja tiene un pequeño Opel para callejear, que ya lleva circulando más de diez años. Como suele ocurrir a todos los coches con esa edad, ya empieza a manifestar muestras de ‘cansancio’: matrículas ilegibles de tanto dar en los pilotes (o como se llamen) que limitan los pasos de cebra en las aceras; ruidos extraños en los amortiguadores que aparecen sin causa detectable, y que desaparecen en cuanto llevas el coche al taller; climatizador (¡¡!!) que calienta en verano y enfría en invierno;…

El caso es que la última pejiguera consistió en algo que no molesta mucho en invierno, pero que obliga al conductor a hacer posturitas de tai chi  en las barreras de entrada a los parking: la ventanilla del conductor ni sube ni baja pero, sobre todo, no baja. Antes todo tenía fácil solución: dabas a la manivela que tenías en el interior de la puerta y…¡adelante! ¿Qué querías subirla? Giros en determinado sentido. ¿Qué querías bajarla? Giros en sentido contrario.

Después de un par de semanas, y a raíz de las filigranas que tuvo que hacer el jubilado para coger el ticket del parking del Corte Inglés sin tener que bajarse del coche, decidió llevarlo al concesionario, no sin antes hacer cálculos para ver si podría pagar el arreglo con la paga extraordinaria de junio. Y si no calculen: 1 hora para revisar los fusibles; otra hora para desmontar la cobertura interior de la puerta y dejar a la vista el mecanismo de subida y bajada del cristal; una horita más comprobando el mecanismo y sus diversas piezas para acabar decidiendo que lo mejor es cambiar el módulo electrónico completo;… Total, entre mano de obra y material, la previsible factura no iba a bajar de 100 euros, con la agravante de que la dichosa piececita no vale más de 5 euros. ¡Con lo sencillo que era antes! No te funcionaba una ventanilla, pues soltabas cuatro tornillos, sujetabas una sirga que se había aflojado o, como máximo, la cambiabas y…¡a la carretera!

Ahora decides no complicarte la vida e ir al concesionario, y cuando el jubilado ya lo había decidido, al salir del garaje, y en un descuido, presiona con el codo el botoncito de marras y…¡la ventanilla baja! Encantado con el inesperado ahorro, lo primero que piensa que va a hacer al volver a casa después de los ‘mandados’, es planificar una comida de celebración en un chiringuito cercano, entreteniéndose en el recorrido por el pueblo en subir y bajar la ventanilla como un crío.

Pasan los días  y la avería descrita vuelve a aparecer y desaparecer en varias ocasiones. El jubilado, después de repasar minuciosamente las circunstancias en que desaparece la avería, incluyendo la única vez que en diez meses ha puesto en marcha el limpia parabrisas de la luneta trasera, llega a la conclusión de que en la mayoría de las ocasiones vuelve a funcionar o sigue funcionando si la ventanilla no se ha cerrado completamente. Y como el tiempo veraniego  ha comenzado, decide llevar el coche a revisar para que el arreglo sea definitivo.

Y aquí se empieza a fraguar la situación tragicómica citada hace rato. Nuestro jubilado es un conductor veterano, que lleva ya 52 años con el carnet de conducir y miles de kilómetros a sus espaldas. Y siempre que tiene un problema con su coche, procura llevar su diagnóstico o, por lo menos, el máximo de datos para que el especialista lo defina con garantías, y se evite así el procedimiento de ensayo y error. Y para ello no tiene mejor idea que comprobar si dejando una ranura al subir la ventanilla, el dispositivo sigue funcionando. Y cuando aparca el coche en su plaza de garaje, deja el motor en marcha, baja la ventanilla e intenta subirla de manera incompleta. Para asegurarse de que quede la ranura apropiada, pone sus cuatro dedos de la mano derecha como si la agarrase y aprieta el dispositivo de subida con la izquierda.


Y…¡ay! No retira la mano con suficiente rapidez como para que no sienta que sus dedos han sido aprisionados con fuerza contra el marco de la ventanilla. Intenta sacar los dedos de la trampa en que ha caído y le es imposible. Respira profundo, mira hacia el cielo que no ve porque ya se han apagado las luces automáticas del garaje, se encomienda a todos los santos de los que se acuerda, y aprieta el dispositivo de bajada con su mano libre,…¡y no funciona! ¡Si hacía 15 segundos funcionaba! ¡La madre que parió los automatismos! ¡Y encima estos coches carecen de manivela! Repite el gesto primero suavemente y luego compulsivamente,…¡y nada! Mira el extremo de sus dedos que están en el exterior y van tomando un color que tiende ya a tonos violáceos y, con la esperanza de que su gesto tenga al menos un mínimo efecto, mete como puede los dedos de su mano izquierda por la ranura e intenta bajar el cristal, al mismo tiempo que tira de la mano derecha por si cede unos milímetros. Pero,…¡ni por esas! El chute de adrenalina le provoca un sudor más bien frío y un ‘’totum revolutum’’ de ideas y soluciones que va desechando una a una. 

Ir al concesionario: cosa que es impensable pues ir circulando con el brazo derecho cruzado a la altura de los ojos y cambiando las marchas a la remanguillé y con la izquierda, no lo puede hacer ni un contorsionista del ‘’Cirque du Soleil’’.

Romper la ventanilla: parece lo más factible, pero no tiene a mano (de la izquierda) ningún instrumento contundente, y el único que podría calificarse como tal, su propia cabeza, no la puede colocar a suficiente distancia como para que el impacto tenga resultados positivos.

Llamar a alguien pidiendo ayuda:    aparte de lo que supondría para su autoestima que lo encontrasen en tal postura y situación, el teléfono lo tiene en el bolsillo trasero derecho, con lo que es prácticamente inalcanzable para su mano izquierda.


MANITA VISTA DESDE DENTRO EN EL GARAJE


MANITA DESDE FUERA EN EL GARAJE

Pasan los minutos, el chute de adrenalina da paso a la desesperación, por lo que se inicia un proceso de ansiedad que le lleva a respirar compulsiva y entrecortadamente, hasta que haciendo un esfuerzo logra relajarse lo suficiente como para volver a pensar, si no con claridad, sí con semi-penumbra. Decide intentar de nuevo bajar el cristal con el botón correspondiente, oye que el dispositivo responde, respira aliviado, pero se da cuenta de que sus dedos siguen igual y que lo que baja es la ventanilla del copiloto y…¡y se hunde en la porca miseria! Pero no ceja, y aprieta el botoncito adecuado repetidamente…¡y la ventanilla baja!, sin saber por qué ni cómo, pero baja. Se derrumba en el asiento, mira sus dedos a los que le ha aparecido una cinturilla de avispa morada a la altura de la segunda falange, da gracias a quien corresponda girando la vista circularmente en la oscuridad del garaje, espera un par de minutos a que se le sosiegue la respiración y el latido del corazón, y a que el temblor de piernas que le ha aparecido súbitamente y, por fin, sale del coche. Lo cierra mirándole con cariño y se va.




SIMULACIÓN EN EL EXTERIOR DESPUÉS DE SOLUCIONAR EL PROBLEMA


Cuando el Pirulo acabó, nos quedamos todas mirándonos asombradas y, para no ser menos, el Pisha exclamó como conclusión:

- Ahora entiendo para qué a todos los futuros cargos les hacen una prueba semejante a eso que nos has contado. Para entrenarlos a que cuando se mete mano en los presupuestos siempre hay que dejar un ‘’espacio’’ suficiente para no pillarse los dedos.

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