Semana del 26 de abril al 2 de mayo
Aun no ha finalizado el proceso
iniciado con las últimas elecciones, y ya empieza a prepararse el folklore del
24 de mayo. Por lo que pueda pasar, la gente lo que procura es montárselo lo
mejor posible, y para eso les viene que ni pintiparado el puente inicial de
cuatro días de primeros de mayo. Luego es cuestión de dejarse llevar: diez días
de ‘descanso’ en el puesto de trabajo (los que lo tengan) y…¡a la feria de San
Isidro!
Este mes va a parecerse a una de
esas escaleras mecánicas de los grandes almacenes: una presidenta subiendo a
los sillones celestiales y dos presidentes bajando a los infiernos; unos
‘ciudadanos’ subiendo en masa y los que ‘podemos’ bajando cabizbajos; cantidad
de ‘pepes’ intentando subir a gatas y a la contra por la escalera de bajada,
mientras ‘diez rosas’ se descalabran por la de subida. Y por encima de todo
sobrevolando gritos que reclaman su ‘monedero’ perdido en el que, encima,
acababan de meter las monedas que les quedaban de la subvención del paro de
larga duración cobrado hacía dos días.
Y como el tiempo ha ido mejorando
de día en día a lo largo de la semana, desembocando en unos primeros días de
mayo casi veraniegos, toda la panda de gaviotas ha llegado animada y con ganas
de charlar. Y para nuestro asombro, el primero que ha roto el silencio ha sido
el Guindilla.
- ¡Oye, Pirulo! Tú que sabes de todo (y esto lo dijo con un poco de
retintín), ya me puedes explicar el por qué este año es de papas malas por mi
zona del Campo de Gibraltar, y de papas buenas por aquí, por San Pedro. Lo
primero que he pensado es que la culpa la tiene el pérfido Peñón y sus malsanos
efluvios financieros. Pero, por otro lado, mi claro raciocinio intelectual me
induce a pensar que los temas económicos no tienen nada que ver con los
agrícolas.
Aunque se oyó un sonsonete de
¡claro!, ¡claro! que graznaban algunas, y el eco que hacían otras como si
estuviesen a distancia diciendo ¡Peñón! ¡Peñón!..., el Pirulo contestó muy
serio.
- Tienes menos memoria que un chorlito, Guindilla. Haz un repaso de la
meteorología de los últimos dos meses y hallarás la razón. Poca lluvia en
vuestra zona abierta a poniente, algo más en la nuestra y que además está
protegida por la serranía de Ronda. Laderas azotadas por el viento para
vosotros, bancales resguardados que conservan la humedad como oro en paño para nosotros. Resultado:
papas ‘escuchimizás’ y gurruñías’ vosotros, y unas señoras patatas para freír,
para cocer o para lo que sea menester, nosotros.
-¡Oye, Guindilla!, te doy una idea, intervino el Pisha. Vende tus papas a la Junta como material de
prácticas para los cursos de formación que va a organizar para preparar
personal que atienda o trabaje en los chiringuitos. Van a montar, no sé si
pagando o sin pagar, unos cursos de espeteros, y seguro que el dinero que les
queda para cursos no les da para comprar
sardinas ni de segunda mano con las que hacer las prácticas. Así que el
ensartado, la orientación y distancia del espeto a la flama, y demás, que lo
hagan con tus papas, que para eso no hace falta que sean de buena calidad
-Sí, contestó el aludido irónicamente, y las papas medio asadas que resulten, que las vendan como ‘cartoffen’
a los restaurantes que oferten platos alemanes. Como apliques esas teorías en
tus costas, el turismo gaditano va a estar más hundido que el Córdoba C. F.
La conversación decayó y el
Pirulo, sin dejar pasar ni cinco segundos, se nos puso a contar un suceso
tragicómico que había escuchado relatar a un par de jubilados en la terraza de
una urbanización próxima, aderezado con añadidos suyos que favorecían su
comprensión. Más o menos fue lo siguiente
‘’Los hechos tiene unos precedentes que, si
no se conocen, inducirían a pensar que el jubilado en cuestión está bastante
más ‘tocado’ de lo que parece. Resulta que la pareja tiene un pequeño Opel para
callejear, que ya lleva circulando más de diez años. Como suele ocurrir a todos
los coches con esa edad, ya empieza a manifestar muestras de ‘cansancio’:
matrículas ilegibles de tanto dar en los pilotes (o como se llamen) que limitan
los pasos de cebra en las aceras; ruidos extraños en los amortiguadores que
aparecen sin causa detectable, y que desaparecen en cuanto llevas el coche al
taller; climatizador (¡¡!!) que calienta en verano y enfría en invierno;…
El caso es que la última pejiguera consistió
en algo que no molesta mucho en invierno, pero que obliga al conductor a hacer
posturitas de tai chi en las barreras de
entrada a los parking: la ventanilla del conductor ni sube ni baja pero, sobre
todo, no baja. Antes todo tenía fácil solución: dabas a la manivela que tenías
en el interior de la puerta y…¡adelante! ¿Qué querías subirla? Giros en
determinado sentido. ¿Qué querías bajarla? Giros en sentido contrario.
Después de un par de semanas, y a raíz de
las filigranas que tuvo que hacer el jubilado para coger el ticket del parking
del Corte Inglés sin tener que bajarse del coche, decidió llevarlo al
concesionario, no sin antes hacer cálculos para ver si podría pagar el arreglo
con la paga extraordinaria de junio. Y si no calculen: 1 hora para revisar los
fusibles; otra hora para desmontar la cobertura interior de la puerta y dejar a
la vista el mecanismo de subida y bajada del cristal; una horita más
comprobando el mecanismo y sus diversas piezas para acabar decidiendo que lo
mejor es cambiar el módulo electrónico completo;… Total, entre mano de obra y
material, la previsible factura no iba a bajar de 100 euros, con la agravante
de que la dichosa piececita no vale más de 5 euros. ¡Con lo sencillo que era
antes! No te funcionaba una ventanilla, pues soltabas cuatro tornillos,
sujetabas una sirga que se había aflojado o, como máximo, la cambiabas y…¡a la
carretera!
Ahora decides no complicarte la vida e ir al
concesionario, y cuando el jubilado ya lo había decidido, al salir del garaje,
y en un descuido, presiona con el codo el botoncito de marras y…¡la ventanilla
baja! Encantado con el inesperado ahorro, lo primero que piensa que va a hacer
al volver a casa después de los ‘mandados’, es planificar una comida de
celebración en un chiringuito cercano, entreteniéndose en el recorrido por el
pueblo en subir y bajar la ventanilla como un crío.
Pasan los días y la avería descrita vuelve a aparecer y
desaparecer en varias ocasiones. El jubilado, después de repasar minuciosamente
las circunstancias en que desaparece la avería, incluyendo la única vez que en diez
meses ha puesto en marcha el limpia parabrisas de la luneta trasera, llega a la
conclusión de que en la mayoría de las ocasiones vuelve a funcionar o sigue
funcionando si la ventanilla no se ha cerrado completamente. Y como el tiempo
veraniego ha comenzado, decide llevar el
coche a revisar para que el arreglo sea definitivo.
Y aquí se empieza a fraguar la situación
tragicómica citada hace rato. Nuestro jubilado es un conductor veterano, que
lleva ya 52 años con el carnet de conducir y miles de kilómetros a sus
espaldas. Y siempre que tiene un problema con su coche, procura llevar su
diagnóstico o, por lo menos, el máximo de datos para que el especialista lo
defina con garantías, y se evite así el procedimiento de ensayo y error. Y para
ello no tiene mejor idea que comprobar si dejando una ranura al subir la
ventanilla, el dispositivo sigue funcionando. Y cuando aparca el coche en su
plaza de garaje, deja el motor en marcha, baja la ventanilla e intenta subirla
de manera incompleta. Para asegurarse de que quede la ranura apropiada, pone
sus cuatro dedos de la mano derecha como si la agarrase y aprieta el
dispositivo de subida con la izquierda.
Y…¡ay! No retira la mano con suficiente
rapidez como para que no sienta que sus dedos han sido aprisionados con fuerza
contra el marco de la ventanilla. Intenta sacar los dedos de la trampa en que
ha caído y le es imposible. Respira profundo, mira hacia el cielo que no ve
porque ya se han apagado las luces automáticas del garaje, se encomienda a
todos los santos de los que se acuerda, y aprieta el dispositivo de bajada con
su mano libre,…¡y no funciona! ¡Si hacía 15 segundos funcionaba! ¡La madre que
parió los automatismos! ¡Y encima estos coches carecen de manivela! Repite el
gesto primero suavemente y luego compulsivamente,…¡y nada! Mira el extremo de sus
dedos que están en el exterior y van tomando un color que tiende ya a tonos
violáceos y, con la esperanza de que su gesto tenga al menos un mínimo efecto,
mete como puede los dedos de su mano izquierda por la ranura e intenta bajar el
cristal, al mismo tiempo que tira de la mano derecha por si cede unos
milímetros. Pero,…¡ni por esas! El chute de adrenalina le provoca un sudor más
bien frío y un ‘’totum revolutum’’ de ideas y soluciones que va desechando una
a una.
Ir al concesionario: cosa que es impensable
pues ir circulando con el brazo derecho cruzado a la altura de los ojos y
cambiando las marchas a la remanguillé y con la izquierda, no lo puede hacer ni
un contorsionista del ‘’Cirque du Soleil’’.
Romper la ventanilla: parece lo más
factible, pero no tiene a mano (de la izquierda) ningún instrumento
contundente, y el único que podría calificarse como tal, su propia cabeza, no
la puede colocar a suficiente distancia como para que el impacto tenga
resultados positivos.
Llamar a alguien pidiendo ayuda: aparte de lo que supondría para su
autoestima que lo encontrasen en tal postura y situación, el teléfono lo tiene
en el bolsillo trasero derecho, con lo que es prácticamente inalcanzable para
su mano izquierda.
MANITA VISTA DESDE DENTRO EN EL GARAJE
MANITA DESDE FUERA EN EL GARAJE
Pasan los minutos, el chute de adrenalina da
paso a la desesperación, por lo que se inicia un proceso de ansiedad que le
lleva a respirar compulsiva y entrecortadamente, hasta que haciendo un esfuerzo
logra relajarse lo suficiente como para volver a pensar, si no con claridad, sí
con semi-penumbra. Decide intentar de nuevo bajar el cristal con el botón
correspondiente, oye que el dispositivo responde, respira aliviado, pero se da
cuenta de que sus dedos siguen igual y que lo que baja es la ventanilla del
copiloto y…¡y se hunde en la porca miseria! Pero no ceja, y aprieta el
botoncito adecuado repetidamente…¡y la ventanilla baja!, sin saber por qué ni
cómo, pero baja. Se derrumba en el asiento, mira sus dedos a los que le ha
aparecido una cinturilla de avispa morada a la altura de la segunda falange, da
gracias a quien corresponda girando la vista circularmente en la oscuridad del
garaje, espera un par de minutos a que se le sosiegue la respiración y el
latido del corazón, y a que el temblor de piernas que le ha aparecido
súbitamente y, por fin, sale del coche. Lo cierra mirándole con cariño y se va.
SIMULACIÓN EN EL EXTERIOR DESPUÉS DE SOLUCIONAR EL PROBLEMA
Cuando el Pirulo acabó, nos
quedamos todas mirándonos asombradas y, para no ser menos, el Pisha exclamó
como conclusión:
- Ahora entiendo para qué a todos los futuros cargos les hacen una
prueba semejante a eso que nos has contado. Para entrenarlos a que cuando se
mete mano en los presupuestos siempre hay que dejar un ‘’espacio’’ suficiente
para no pillarse los dedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario