domingo, 12 de abril de 2015

Semana del 5 al 11 de abril del 2015 (Viaje a Japón IX)


En cuanto se juntó toda la panda de gaviotas esta semana, el Pirulo, todavía enfadado por la interrupción de la lectura de la semana anterior, les impuso a todas el único castigo que tenía a mano: acabar la lectura del Viaje a Japón que habían interrumpido con sus graznidos. Las incipientes protestas que se produjeron las cortó de raíz la Tatiqui, aduciendo que toda conducta que se salga de las normas del funcionamiento del grupo debe tener su corrección creando una situación semejante a la que creó la desviación de la misma, y aceptándola de antemano. Así que se procedió a la lectura, aunque más de una manifestó posturalmente que se hacía la ‘’longui’’ intentando de esta manera demostrar su oposición a la medida tomada, y dedicándose a observar la explosión de la primavera que se manifestaba en las terrazas de los alrededores


NARANJO EL 1 DE ABRIL


NARANJO EL 3 DE ABRIL





9 DE ABRIL: LA PRIMERA ROSA



Día 26 de junio del 2005 (Final del día)

Antes de expresar, como buenamente pueda y recuerde, cómo fue aquella cena típica japonesa, voy a intentar forzar mis neuronas y tratar de reflejar las características y rasgos de una compañera de viaje. Y eso porque, hasta el momento, se había constituido ella solita en nuestra particular ‘mosca cojonera’ por sus intervenciones para la galería con las que pretendía mostrarnos a todos el dominio que tenía tanto en relación con las informaciones que nos daban los sucesivos guías que tuvimos, como para intentar que resolviésemos, siguiendo sus consejos, cualquier situación por extraña que nos pareciese.

Según informaciones aportadas por ella misma, era asturiana, y había estado trabajando en China en el campo de la sanidad. Y afirmo que en el ‘campo de la sanidad’ porque a veces daba datos que inducían a pensar que su papel había sido el de una enfermera y otras, dejaba caer datos difusos para hacernos creer que sus funciones podían parecerse a las de una psicóloga. Aunque por el léxico que utilizaba, la manera de expresarse, y sus gestos de autosuficiencia en los momentos más insospechados, yo no me hubiese puesto en sus manos ni para una inyección intramuscular y, ni soñando, para una intravenosa.

Cuando bajamos al comedor y nos pusimos en manos del maître o como se llame en japonés, tuvimos la primera sorpresa agradable: no había una única mesa para el grupo de turistas al que pertenecíamos, sino que nos colocaron en una mesa de cuatro plazas, pero para nosotros solos. Aunque a decir verdad, estuvimos intranquilos y expectantes hasta que el maître colocó a otros compañeros de viaje en mesas distintas. Como era una cena en la que no teníamos que preocuparnos en descifrar o adivinar lo que ponía en la carta, sino sólo esperar a que nos pusieran delante lo que tuviesen programado, nos dedicamos a observar a los pocos comensales que había en el comedor. Y, en primer lugar, cruzamos la mirada con la de una pareja japonesa que nos sonrió educadamente al mismo tiempo que inclinaban la cabeza, y, en la mesa contigua a ellos,…¡la asturiana! Ensimismada, a lo suyo como siempre, y de la que desviamos rápidamente la mirada para evitar que la cruzásemos con la suya, hecho que podía tener consecuencias imprevisibles.

No nos dieron tiempo a plantearnos ni cómo íbamos a dirigirnos al maître, ni siquiera a decidir la bebida pues, antes de que nos diéramos cuenta, nos habían `plantado’ delante de cada uno, una bandeja con distintos productos que supusimos comestibles. Lo que sí distinguimos enseguida fue un recipiente, no recuerdo ahora si individual o para uso compartido, que contenía un caldo al que solo le faltaban las burbujas para confirmar que estaba no caliente ni muy caliente, sino prácticamente en ebullición. Observamos atentamente los distintos vegetales que teníamos disponibles, la mayoría de ellos ya cocinados y aptos para el consumo directo, y levantando casi al mismo tiempo la vista, nos miramos con una expresión mitad de asombro mitad de interrogación, pues habíamos identificado, al unísono, una no despreciable cantidad de tiras de carne, pero que estaban…¡crudas! Y con medias palabras para no llamar la atención, complementadas con gestos significativos, nos empezamos a hacer una serie de preguntas: ¿primero el caldo?, ¿echamos las verduras al caldo?, ¿masticamos primero la carne cruda y nos ayudamos a pasarla por el gaznate con sorbitos de caldo?, ¿mezclábamos la carne con la verdura para ver que pasaba?,…¡Y encima con palillos!, lo que podía provocar un ‘’desparrame’’ que no iba a tener nada que envidiar al que origina un bebé cuando se le deja solo con un potito y una cuchara.

Mirando de soslayo, nos dimos cuenta que la asturiana también estaba en la fase de observación y que, dada nuestra experiencia de sus meteduras de pata, no era persona fiable para pedir consejo en tales circunstancias. Entonces nos dimos cuenta por el rabillo del ojo, y gracias a la visión periférica que aun conservábamos a pesar de la edad, que la pareja japonesa nos estaba mirando. Volvimos la cabeza hacia ellos y, por gestos y sin perder la sonrisa, nos indicaron que debíamos coger las tiras de carne e introducirlas en el caldo caliente, y dejarlas allí hasta que el grado de cocción fuera de nuestro gusto. Nos acordamos de las fondues que habíamos tomado con buenos tacos de solomillo y sabroso aceite de oliva virgen, y nos pusimos a la faena. Cuando ya habíamos cogido el tranquillo a la cosa, estábamos cenando relajadamente y disfrutábamos de los nuevos sabores, miramos subrepticiamente hacia la mesa donde estaba la asturiana, y vimos que…¡se estaba comiendo la carne cruda! Nos sonreímos y seguimos con nuestra cena, más convencidos aún de que la autoestima exagerada no es buena consejera.

Volvimos a nuestra habitación donde comentamos las novedades con las que nos habíamos encontrado a lo largo del día y que, o nos habían llamado la atención, o era algo que habíamos descubierto y que podían ser muy útiles para nuestros viajes futuros.

Entre las primeras, estaba el sistema de limpieza de ceniceros de pie que había en las entradas de todos los hoteles, pues ya en aquel tiempo y por aquellos lares estaba prohibido fumar en la mayoría de los lugares de uso público cerrados. Tales ceniceros eran receptáculos rellenos de una especie de grava blanca como la nieve. Cada cierto tiempo pasaba alguien del personal del hotel con guantes blancos e impolutos, y provisto de un pequeño cedazo con el tamaño de malla adecuado. Cogía el receptáculo que hacía las funciones de cenicero, lo vertía sobre el tamiz que mantenía sobre otro receptáculo semejante, lo agitaba suavemente para cribar el contenido y, en pocos segundos, tenía la grava limpia por un lado y las colillas sobre la malla que, naturalmente, iban a para inmediatamente a una bolsa de plástico que siempre dejaba a sus pies.

Entre lo útil para nuestros viajes, fue lo referente a algo que casi nunca habíamos practicado y que, a partir de ese momento, ha sido una costumbre que hemos practicado en la mayoría de estancias en hoteles que hacemos desde entonces. Y es que descubrimos lo barato que salía comprar bebida y dulces en cualquier pequeño comercio de alimentación que tiene de todo y que siempre existe en las proximidades de los hoteles de cualquier población por pequeña que sea. Y a nuestra edad, en la que es conveniente y hasta necesario cenar austeramente, esa costumbre te permite hacer las reservas en la modalidad de habitación con desayuno que, con los buffet que ofrecen en la actualidad y un picoteo al mediodía puedes llegar a la noche sin ninguna ‘hambruna’.

Y después de regodearnos unos minutos con la imagen de la asturiana comiendo carne cruda, añadimos imágenes y comentarios que nos facilitaron conciliar el sueño con una sonrisa.

Al acabar la lectura, y al ver que la mayoría tenía una expresión más o menos mohína, la Tatiqui animó al grupo a volver a nuestro estilo desenfadado, a pesar de lo cual algunas seguían como que zureaban pero lo que emitían eran pequeños graznidos que no se sabía si eran naturales o provocados por una incipiente afectación de la siringe. Todo ello daba como resultado de que se pudiesen percibir graznidos suaves en tonos bajos que intentaban manifestar el mal humor de algunas. Menos mal que el Pisha no necesita nunca que le ‘empujen’ para abrir el pico, con la ventaja de que siempre lo abre para plantear algún tema al que entra el resto de cabeza sin cortapisas y sin plantearse las consecuencias de sus intervenciones.

- Lo mejor que he oído y visto en estos días es eso de que ‘’…ha habido un gran fraude aunque nunca ha sido un gran plan.’’ ¡He dicho! Lo mejor hubiese sido al revés, es decir, un gran plan pero sin un gran fraude. Conclusión personal, alguien ha planificado muy bien su gran fraude.

La Txuri-Txori, siempre tan racional y tan lógica, le interrumpió diciendo:

- No sigas Pisha, que al final no vamos a saber si un fraude es un gran plan o que un plan cualquiera puede acabar en un gran fraude. Aunque lo que yo no entiendo es cómo un gran fraude que dura más de un lustro puede sostenerse sin estar basado en un buen plan. Por lo que se dice, lo mejor para hacerse con dinero es conseguirlo sin plan alguno, a la brava.

- ¡Eh, Pisha! ¡Y los vuestros pareciéndose cada vez más a los nuestros!, dijo el Borni. Y creo que tenéis razón. La culpa de todo es de los de Madrid. Que no disponéis de dinero para sanidad o educación, pues eso no es porque se va por otros desagües no controlados, sino porque Madrid no os paga lo que debe. Que no podéis formas gobierno porque habéis cabreado a todos durante meses, pues la culpa es de los de Madrid porque son unos picajosos y ni se rascan cuando dices lo que dices durante la campaña electoral, y ahora no quieren colaborar. ¡Es un sistema genial! Y cuando ya no le hagan ni caso, que se organice un viaje por el exterior para promocionar la Feria de Sevilla.

- Nosotros no podemos ni hablar, como ese que ha dicho que él, aunque fuese Jefe, no sabe nada de nada de los fraudes porque solo es un sencillo maestro y de leyes…, intervino medio compungido el Filloas. Bastante tenemos con ponernos a secar en los pocos momentos que sale el sol por Finisterre. Como siga el tiempo así, es decir, que cuando la borrasca  entre por el norte nos llueva y si entra por el sur también, vamos a tenernos que inventar algún instrumento para quitarnos el musgo que nos está saliendo entre las plumas.

- Pues os invito a todos a veniros por mi zona, nos planteó el Guindilla, que os buscaré una zona tranquila en las proximidades del Peñón, ya que comida no faltará pues ya se han ido  los visitantes de Sotogrande y las sobras que dejan son casi, casi como las de un restaurante con tres estrellas Michelín.

Las conversaciones fue decayendo de manera natural, y el aumento de la fuerza de las rachas del levante ayudó a que cada uno fuese tomando las de Villadiego sin que los demás ni nos diésemos cuenta.

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