Semana del 5 al 11 de abril del 2015 (Viaje a Japón IX)
En cuanto se juntó toda la panda
de gaviotas esta semana, el Pirulo, todavía enfadado por la interrupción de la
lectura de la semana anterior, les impuso a todas el único castigo que tenía a
mano: acabar la lectura del Viaje a Japón que habían interrumpido con sus
graznidos. Las incipientes protestas que se produjeron las cortó de raíz la
Tatiqui, aduciendo que toda conducta que se salga de las normas del
funcionamiento del grupo debe tener su corrección creando una situación
semejante a la que creó la desviación de la misma, y aceptándola de antemano.
Así que se procedió a la lectura, aunque más de una manifestó posturalmente que
se hacía la ‘’longui’’ intentando de esta manera demostrar su oposición a la
medida tomada, y dedicándose a observar la explosión de la primavera que se
manifestaba en las terrazas de los alrededores
NARANJO EL 1 DE ABRIL
NARANJO EL 3 DE ABRIL
9 DE ABRIL: LA PRIMERA ROSA
Día 26 de junio del 2005 (Final del día)
Antes de expresar, como buenamente pueda y
recuerde, cómo fue aquella cena típica japonesa, voy a intentar forzar mis
neuronas y tratar de reflejar las características y rasgos de una compañera de
viaje. Y eso porque, hasta el momento, se había constituido ella solita en
nuestra particular ‘mosca cojonera’ por sus intervenciones para la galería con
las que pretendía mostrarnos a todos el dominio que tenía tanto en relación con
las informaciones que nos daban los sucesivos guías que tuvimos, como para
intentar que resolviésemos, siguiendo sus consejos, cualquier situación por
extraña que nos pareciese.
Según informaciones aportadas por ella
misma, era asturiana, y había estado trabajando en China en el campo de la
sanidad. Y afirmo que en el ‘campo de la sanidad’ porque a veces daba datos que
inducían a pensar que su papel había sido el de una enfermera y otras, dejaba
caer datos difusos para hacernos creer que sus funciones podían parecerse a las
de una psicóloga. Aunque por el léxico que utilizaba, la manera de expresarse,
y sus gestos de autosuficiencia en los momentos más insospechados, yo no me
hubiese puesto en sus manos ni para una inyección intramuscular y, ni soñando,
para una intravenosa.
Cuando bajamos al comedor y nos pusimos en
manos del maître o como se llame en japonés, tuvimos la primera sorpresa
agradable: no había una única mesa para el grupo de turistas al que
pertenecíamos, sino que nos colocaron en una mesa de cuatro plazas, pero para
nosotros solos. Aunque a decir verdad, estuvimos intranquilos y expectantes
hasta que el maître colocó a otros compañeros de viaje en mesas distintas. Como
era una cena en la que no teníamos que preocuparnos en descifrar o adivinar lo
que ponía en la carta, sino sólo esperar a que nos pusieran delante lo que
tuviesen programado, nos dedicamos a observar a los pocos comensales que había
en el comedor. Y, en primer lugar, cruzamos la mirada con la de una pareja
japonesa que nos sonrió educadamente al mismo tiempo que inclinaban la cabeza,
y, en la mesa contigua a ellos,…¡la asturiana! Ensimismada, a lo suyo como
siempre, y de la que desviamos rápidamente la mirada para evitar que la
cruzásemos con la suya, hecho que podía tener consecuencias imprevisibles.
No nos dieron tiempo a plantearnos ni cómo
íbamos a dirigirnos al maître, ni siquiera a decidir la bebida pues, antes de
que nos diéramos cuenta, nos habían `plantado’ delante de cada uno, una bandeja
con distintos productos que supusimos comestibles. Lo que sí distinguimos
enseguida fue un recipiente, no recuerdo ahora si individual o para uso
compartido, que contenía un caldo al que solo le faltaban las burbujas para
confirmar que estaba no caliente ni muy caliente, sino prácticamente en
ebullición. Observamos atentamente los distintos vegetales que teníamos
disponibles, la mayoría de ellos ya cocinados y aptos para el consumo directo,
y levantando casi al mismo tiempo la vista, nos miramos con una expresión mitad
de asombro mitad de interrogación, pues habíamos identificado, al unísono, una
no despreciable cantidad de tiras de carne, pero que estaban…¡crudas! Y con
medias palabras para no llamar la atención, complementadas con gestos
significativos, nos empezamos a hacer una serie de preguntas: ¿primero el
caldo?, ¿echamos las verduras al caldo?, ¿masticamos primero la carne cruda y
nos ayudamos a pasarla por el gaznate con sorbitos de caldo?, ¿mezclábamos la
carne con la verdura para ver que pasaba?,…¡Y encima con palillos!, lo que
podía provocar un ‘’desparrame’’ que no iba a tener nada que envidiar al que
origina un bebé cuando se le deja solo con un potito y una cuchara.
Mirando de soslayo, nos dimos cuenta que la
asturiana también estaba en la fase de observación y que, dada nuestra
experiencia de sus meteduras de pata, no era persona fiable para pedir consejo
en tales circunstancias. Entonces nos dimos cuenta por el rabillo del ojo, y
gracias a la visión periférica que aun conservábamos a pesar de la edad, que la
pareja japonesa nos estaba mirando. Volvimos la cabeza hacia ellos y, por
gestos y sin perder la sonrisa, nos indicaron que debíamos coger las tiras de
carne e introducirlas en el caldo caliente, y dejarlas allí hasta que el grado
de cocción fuera de nuestro gusto. Nos acordamos de las fondues que habíamos
tomado con buenos tacos de solomillo y sabroso aceite de oliva virgen, y nos
pusimos a la faena. Cuando ya habíamos cogido el tranquillo a la cosa, estábamos
cenando relajadamente y disfrutábamos de los nuevos sabores, miramos
subrepticiamente hacia la mesa donde estaba la asturiana, y vimos que…¡se
estaba comiendo la carne cruda! Nos sonreímos y seguimos con nuestra cena, más
convencidos aún de que la autoestima exagerada no es buena consejera.
Volvimos a nuestra habitación donde
comentamos las novedades con las que nos habíamos encontrado a lo largo del día
y que, o nos habían llamado la atención, o era algo que habíamos descubierto y
que podían ser muy útiles para nuestros viajes futuros.
Entre las primeras, estaba el sistema de
limpieza de ceniceros de pie que había en las entradas de todos los hoteles,
pues ya en aquel tiempo y por aquellos lares estaba prohibido fumar en la
mayoría de los lugares de uso público cerrados. Tales ceniceros eran
receptáculos rellenos de una especie de grava blanca como la nieve. Cada cierto
tiempo pasaba alguien del personal del hotel con guantes blancos e impolutos, y
provisto de un pequeño cedazo con el tamaño de malla adecuado. Cogía el
receptáculo que hacía las funciones de cenicero, lo vertía sobre el tamiz que
mantenía sobre otro receptáculo semejante, lo agitaba suavemente para cribar el
contenido y, en pocos segundos, tenía la grava limpia por un lado y las colillas
sobre la malla que, naturalmente, iban a para inmediatamente a una bolsa de
plástico que siempre dejaba a sus pies.
Entre lo útil para nuestros viajes, fue lo
referente a algo que casi nunca habíamos practicado y que, a partir de ese
momento, ha sido una costumbre que hemos practicado en la mayoría de estancias
en hoteles que hacemos desde entonces. Y es que descubrimos lo barato que salía
comprar bebida y dulces en cualquier pequeño comercio de alimentación que tiene
de todo y que siempre existe en las proximidades de los hoteles de cualquier
población por pequeña que sea. Y a nuestra edad, en la que es conveniente y
hasta necesario cenar austeramente, esa costumbre te permite hacer las reservas
en la modalidad de habitación con desayuno que, con los buffet que ofrecen en
la actualidad y un picoteo al mediodía puedes llegar a la noche sin ninguna
‘hambruna’.
Y después de regodearnos unos minutos con la
imagen de la asturiana comiendo carne cruda, añadimos imágenes y comentarios
que nos facilitaron conciliar el sueño con una sonrisa.
Al acabar la lectura, y al ver
que la mayoría tenía una expresión más o menos mohína, la Tatiqui animó al
grupo a volver a nuestro estilo desenfadado, a pesar de lo cual algunas seguían
como que zureaban pero lo que emitían eran pequeños graznidos que no se sabía
si eran naturales o provocados por una incipiente afectación de la siringe.
Todo ello daba como resultado de que se pudiesen percibir graznidos suaves en
tonos bajos que intentaban manifestar el mal humor de algunas. Menos mal que el
Pisha no necesita nunca que le ‘empujen’ para abrir el pico, con la ventaja de
que siempre lo abre para plantear algún tema al que entra el resto de cabeza
sin cortapisas y sin plantearse las consecuencias de sus intervenciones.
- Lo mejor que he oído y visto en estos días es eso de que ‘’…ha habido
un gran fraude aunque nunca ha sido un gran plan.’’ ¡He dicho! Lo mejor hubiese
sido al revés, es decir, un gran plan pero sin un gran fraude. Conclusión
personal, alguien ha planificado muy bien su gran fraude.
La Txuri-Txori, siempre tan
racional y tan lógica, le interrumpió diciendo:
- No sigas Pisha, que al final no vamos a saber si un fraude es un gran
plan o que un plan cualquiera puede acabar en un gran fraude. Aunque lo que yo
no entiendo es cómo un gran fraude que dura más de un lustro puede sostenerse
sin estar basado en un buen plan. Por lo que se dice, lo mejor para hacerse con
dinero es conseguirlo sin plan alguno, a la brava.
- ¡Eh, Pisha! ¡Y los vuestros pareciéndose cada vez más a los nuestros!,
dijo el Borni. Y creo que tenéis razón.
La culpa de todo es de los de Madrid. Que no disponéis de dinero para sanidad o
educación, pues eso no es porque se va por otros desagües no controlados, sino
porque Madrid no os paga lo que debe. Que no podéis formas gobierno porque
habéis cabreado a todos durante meses, pues la culpa es de los de Madrid porque
son unos picajosos y ni se rascan cuando dices lo que dices durante la campaña
electoral, y ahora no quieren colaborar. ¡Es un sistema genial! Y cuando ya no
le hagan ni caso, que se organice un viaje por el exterior para promocionar la
Feria de Sevilla.
- Nosotros no podemos ni hablar, como ese que ha dicho que él, aunque
fuese Jefe, no sabe nada de nada de los fraudes porque solo es un sencillo
maestro y de leyes…, intervino medio compungido el Filloas. Bastante tenemos con ponernos a secar en los
pocos momentos que sale el sol por Finisterre. Como siga el tiempo así, es
decir, que cuando la borrasca entre por
el norte nos llueva y si entra por el sur también, vamos a tenernos que
inventar algún instrumento para quitarnos el musgo que nos está saliendo entre
las plumas.
- Pues os invito a todos a veniros por mi zona, nos planteó el
Guindilla, que os buscaré una zona
tranquila en las proximidades del Peñón, ya que comida no faltará pues ya se
han ido los visitantes de Sotogrande y
las sobras que dejan son casi, casi como las de un restaurante con tres
estrellas Michelín.
Las conversaciones fue decayendo
de manera natural, y el aumento de la fuerza de las rachas del levante ayudó a
que cada uno fuese tomando las de Villadiego sin que los demás ni nos diésemos
cuenta.
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