sábado, 4 de abril de 2015

Semana del 29 de marzo al 4 de abril del 2015 (Viaje a Japón VIII)

Cuando nos hemos reunido todas, nos hemos dado cuenta que esta campaña electoral y sus consiguientes votaciones nos habían dejado para el arrastre. Ninguna tenía ganas de hablar ni de comentar lo que había visto y oído en estas dos o tres últimas semanas, así que hemos decidido seguir con la lectura de los recuerdos del viaje al Japón de nuestros jubilados.

Día 26 de junio del 2005 (Segunda parte)


Después de comer y descansar un rato, los que no desertamos del programa previsto y anunciado nos fuimos a visitar el famoso Castillo de Inuyama. Era un castillo medieval declarado Tesoro Nacional y, por lo que nos comentaron en inglés, de los más antiguos y mejor conservados, eso sí, después de varias restauraciones.




Además tenía prácticamente pegado a su estructura exterior un árbol casi tan antiguo como él, y con la particularidad de que le había salvado de la desaparición, pues le había servido de soporte durante un fuerte terremoto de los que abundan por allí.



Convertido en museo, lo más llamativo de lo que exponían eran los trajes de los famosos samuráis que, como con nuestras armaduras medievales, nunca entenderíamos cómo podían hacer la guerra con esa pesada vestimenta. Por lo que observamos, dedujimos que tendrían que ponérselos en la planta baja y cerca de la salida, pues las primeras escaleras con las que nos topamos al entrar, y debajo de las cuales tuvimos que dejar nuestro calzado, tenían una contrahuella que nos forzó a subir casi a gatas.

Con las primeras sombras de la noche, nos llevaron otra vez hasta la orilla del río, para embarcarnos en una especie de canoas desde las que íbamos a contemplar una de las costumbres ancestrales de los antiguos pescadores de las orillas del Kaso Gawa: la pesca con cormorán. Nos dejamos llevar por la corriente hasta el centro del río, y allí nos dispusieron a las canoas de los turistas en torno a las embarcaciones desde las que se iba a realizar dicho sistema de pesca. Mientras se hacía completamente de noche, nuestro barquero, que debía ser un profesional de la zona que tenía que haberse jubilado hacía unos cuantos años pues ya no volvería a cumplir los 70, nos deleitó con sus historietas contadas con un inglés chapurreado que, a los que no habíamos mejorado el nivel de inglés adquirido en la ESO, nos venía muy bien ya que lo entendíamos casi todo. Nos comentó la ‘’invasión’’ textil que habían sufrido por parte de China aunque, por lo que nos explicó, no tenía ningún parecido con el comercio al que nos referimos cuando contestamos a alguien eso de ‘’Si no lo encuentras en un ‘chino’, es que no existe’’.

Cuando cayó del todo la noche, comenzó el espectáculo en el que pudimos comprobar la capacidad de organización y de detalles que puede poner en juego el pueblo japonés incluso cuando debe incluir en su desarrollo elementos naturales vivos, como peces y cormoranes. O igual era porque lo peces de aquel río ya los tenían amaestrados.

Lo primero que hicieron las embarcaciones que iban a iniciar la pesca fue colgar de unas pértigas de unos dos o tres metros de largas, una especie de cestas hechas con flejes metálicos en las que habían introducido algún material inflamable. Una vez prendido fuego al material que fuese,, uno de los miembros de la tripulación cogía la pértiga y movía la cesta luminosa cerca de la superficie del agua. Lo cual me recordó a mí lo que nos habían explicado sobre la pesca de la anchoa en el Cantábrico. Que lo primero que se dieron cuenta los arrantzales vascos fue que las mejores capturas  las hacían las noches de luna llena y cielos despejados. Que en esas circunstancias, los cardúmenes de anchoa ‘’plateaban’’ cerca de la superficie, lo que permitía una pesca rápida y abundante. Y en cuanto tuvieron los medios adecuados salieron a pescar cualquier noche con un buen foco de luz con el que engañaban a las pobres anchoas con esa falsa luna llena. Pues a los pobres peces del Kaso Gawa, lo mismo.



Cuando vieron los destellos plateados de los peces cerca de la superficie, soltaron a los cormoranes. Lo de soltar es un decir, ya que el tripulante que los fue poniendo de uno en uno en el agua, los mantenía unidos a él mediante un cordel que sujetaba en su mano derecha donde, al final de la operación, tenía ocho o diez cordeles. Y entonces venía la parte más difícil, pues dicho tripulante tenía que estar atento para ver qué cormorán atrapaba un pez, identificar el cordel que lo sujetaba entre los ocho o diez que tenía en la mano, tirar de él para acercar el cormorán a la borda de la embarcación, alzarlo y quitarle el pez del pico, y lanzarlo de nuevo al agua. Y hacer esto siendo responsable de ocho o diez cormoranes tenía que suponer el tener una agilidad visual y manual especial, provocando unas imágenes de aleteos, resistencia a ser arrastrados, movimientos del responsable,…, que era lo que constituía un verdadero espectáculo que, debido a la única iluminación de las luces que pendían de las pértigas, era de luces y sombras, en las que solo se adivinaba a sus protagonistas.



En esos momentos, algún entendido en especies de aves marinas preguntó, asombrado, cómo los cormoranes no se tragaban automáticamente los peces que capturaban, de la misma manera que lo hacían cuando estaban en libertad. Y, por lo que nos explicaron, el truco era muy sencillo. No es que los tuvieran amaestrados o con el buche lleno, sino que el cordel que los sujetaba estaba unido a una anilla que llevaban al cuello, y que era de un diámetro suficientemente pequeño para impedir que el pez, por su tamaño, pudiese pasar por el conducto que, en los cormoranes, une el pico con el buche. De ahí los movimientos bruscos del cormorán y la rapidez con la que le acercaban a la barca para imposibilitar que, en esos segundos, el cormorán, harto de intentar tragarse el pez, lo soltase.

Cuando llegué a este punto de la lectura referente al ‘’anillado’’ de los cormoranes, no me dejaron seguir, y empezaron todas a graznar con distintos tonos e intensidades

- ¡Serán maltratadores! ¡Y todo para hacer sushi! ¡Ahora comprendo yo que lo de la limitación de cazar ballenas les importe un pimiento

- ¡Una anilla bien prieta les pondría yo a esos japonesitos donde yo me sé! ¡Y no podrían ni reproducirse!

- ¡Sí, señor! Y yo pondría una de esas anillas, pero provista de alta tecnología y con una nano-cámara, a todos los políticos. ¡Así estarían controlados en todo momento!

- ¡Eso, eso! ¡Y esas cámaras no podrían desactivarse ni en los servicios! ¡No habría ni comisiones ilegales, ni cursos fraudulentos, ni mariscadas de ‘trabajo’!
-….
Y acabo, porque esto era de lo poco que podía reproducirse. Sería porque habíamos vuelto un ‘poco’ estresados de tanta corneta y tanto tambor de Semana Santa.

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