Semana del 22 al 28 de junio
del 2014
A la vuelta de Londres nos
estaban esperando todos los del grupo que, sin dejarnos ni respirar, nos
asaetearon con preguntas de todos los tipos y contenidos
- ¿Qué tal os han tratado nuestros
congéneres?
- ¿No habéis extrañado nuestras comidas?
- ¿Aquello es distinto a esto, o es lo mismo
pero con más lluvia?
- Y la vuelta, ¿ha sido normal?
- …
Como siempre, la Tatiqui impuso
su autoridad, y logró que el funcionamiento del grupo volviera a su cauce
normal. Y también como siempre, fue el Pisha el que inició una conversación
civilizada, dentro de lo que cabe:
- Bueno, ahora, con sinceridad, contarnos cómo son los ingleses en su
tierra. ¿lo mismo que cuando están aquí?
- ¡Pisha!, contestó el Pirulo, tú
te crees que van todos por las calles de Londres con su jarra o pinta de
cerveza, ¿no? Es como si pensases que
todos los españoles vamos por las calles de Sevilla vestidos de toreros y
saludando con la montera a todo el que se nos cruza.
- No exageres Pirulo, intervino la Txuri-Txori. Lo que en realidad pregunta el Pisha es cómo
os trataron.
- En eso no tenemos queja ninguna, dijo la Tatiqui. Nos trataron a cuerpo de rey.
-¡Lo del rey, ni lo nombres!, le interrumpió el Borni. ¡Que nuestro parlamento ya ha pedido que
se haga un referéndum sobre si queremos monarquía o república!
- ¿Y para qué os metéis en esos berenjenales?, le dijo el Filloas. ¿No os vais a independizar en cuanto
vuestro jefecillo consiga el apoyo de la ONU? Cuando llegue ese momento podéis
fundar una república o, incluso, nombrar rey a cualquiera de los personajes que
tenéis en vuestro parlamento o fuera de él, como Messi o Neymar, al que ya
llaman ‘O rey’.
-¡Vale!, gritó la Tatiqui, cosa que no hacía muy a menudo. ¿Me dejáis hablar o no? Eso de ‘’a cuerpo de
rey’’ quiere decir que desde la mañana a la noche estaban pendientes de
nosotros. Nos preparaban ‘breakfast’ y’lunch’ con los mejores alimentos de la
zona. Y no digo nada de las ‘dinner’ porque se os iba a caer el moquillo por
los picos del regustín que os iba a dar.
- ¡Mira la Tatiqui!, nos
sorprendió la Surfi. ¡Ahora hasta le da
al ‘english’! A este paso se nos hace políglota y nos da las órdenes con
traducción simultánea en varios idiomas.
La aludida le lanzó tal mirada
que nos pareció que el extremo de las plumas de la Surfi empezaban a echar humo
y, aprovechando que cerró el pico asustada más que cohibida, la Tatiqui
prosiguió:
- Pues sí. Nos atendieron de maravilla. Si nos cansábamos y ya no
teníamos fuerza ni para rellenar los sacos aéreos, buscaban los mejores
rincones para relajarnos. Si nos veían con ánimos, nos llevaban a lugares desde
los que podíamos ver paisajes urbanos o campestres típicos de la zona. En fin,
que si se les ocurre venir por aquí, os tengo todo el mes anterior trabajando
como chinos para recibirlos como se merecen.
- El último día, complementó el
Pirulo, nos llevaron a un pueblo o
ciudad, no lo sé, que era como trasladarse al norte de la India. Según nos
contaron, se habían concentrado allí hindúes de toda Inglaterra y, según vimos,
conservaban, en su mayoría, las costumbres, comidas y vestimenta de su país de
origen. Incluso nos llevaron a lo alto de un templo sij para que viésemos su
comportamiento religioso. Lo que más nos impactó fue el colorido de sus
vestidos y la gracia con que se movían con esa especie de túnicas y saris con
que se cubrían.
- ¿Y no tuvisteis ningún contratiempo o incidente?, preguntó el
Guindilla.
- Nosotros, ninguno, respondió la Tatiqui. Pero cuando fuimos al aeropuerto de Lutton, que es desde donde iniciamos
el vuelo de vuelta siguiendo la trayectoria de los vuelos comerciales (que, por
cierto, se las saben todas para evitar rutas peligrosas), observamos que se
producía un incidente en los controles de los humanos que os lo puede describir
el Pirulo.
El Pirulo, muy ufano, hinchó los
pectorales, recomendó a todos ponerse en una postura cómoda para escuchar un
rato e inició su relato, advirtiendo que las conversaciones que apareciesen se
habían deducido de los gestos de los que las desarrollaban, pues no eran comprensibles
los gruñidos que emitían.
- Estábamos instalados en las estructuras que estaban justo encima de la
zona de control de equipajes. En esto, vimos llegar a una pareja ‘’de edad’’.
Ella iba en una silla de ruedas empujada por una de esas personas que se
encargan de los más o menos discapacitados físicos, y él, con bigote y
semblante serio, arrastraba como podía dos maletas de esas que permiten llevar
en cabina en los vuelos ‘low cost’ (¡toma ya ‘english!). El discapacitado
parecía él. Iba golpeando las maletas entre sí, y cuando trataba de separarlas
golpeaba a cualquier cosa que tuviera a los lados. Personas, carritos, jambas de
las puertas, otras maletas,… Al final llegaron a la altura de las cintas donde
hay que colocar los equipajes y demás utensilios para escanearlas o lo que sea,
y, mientras, ella pasó como los ángeles a través de las paredes, o lo que es lo
mismo, sin apenas control. Pero él,…Para él empezó un verdadero viacrucis.
1ª Estación.- El jubilado se lía con el
equipaje
Había que verle. Primero intentó plegar las
asas extensibles de las maletas para poderlas subir a la cinta. Una iba bien
pero la otra se resistía. Al final dio con el botoncito de marras. Y después de
varios intentos y exabruptos (que gracias a dios nadie entendió porque los dijo
en castellano, aunque alto y claro) logró reducir el asa a su mínima expresión.
Por fin,…¡maletas colocadas en posición de revista!
2ª Estación.- El jubilado se lía consigo
mismo
En ese momento se quedó mirando cómo iban
las maletas circulando hacia la ‘cueva-escáner’, hasta que recibió unos
golpecitos en el brazo propinados por el pasajero más próximo que, ante su cara
de asombro, le ofreció una bandeja rectangular de plástico, señalándole al
mismo tiempo su interior. Él la miró con atención y, al verla vacía, se encogió
de hombros. El paciente pasajero que le había proporcionado la bandeja, le
enseñó la suya y, por gestos, le indicó lo que tenía que hacer. Al final
nuestro jubilado cayó en la cuenta de que tenía que vaciar sus bolsillos, y así
lo hizo. Satisfecho por su ‘comprensión’ de idiomas, siguió sonriente a la
bandeja que circulaba por la cinta, vigilando atentamente su contenido, hasta
que vio la mano de una persona uniformada que detiene la bandeja y le hace
signos señalándole los pantalones. Extrañado, el jubilado le contestó, también
por signos, si tenía que quitarse los pantalones, y ante la sonrisa del
uniformado (y de unas cuantas personas más de la fila que se estaba formando),
acabó interpretando que tiene que quitarse el cinturón. Se lo quitó tan rápido para poderlo poner en
la bandeja que ya estaba entrando en el túnel del escáner, que tuvo que
sujetarse con la otra mano el pantalón que había empezado a deslizarse, dejando
a la vista de todos el elástico del calzoncillo. ¡Menos mal que era un modelo
Beckam!
3ª Estación.- La Policía de Aduanas se
lía con las maletas
Como es natural, el jubilado pasó rápido al
otro lado del escáner en busca de su bandeja, y la vació en un santiamén
colocándose su contenido sin orden ni concierto. Vio pasar una de sus maletas,
y la cogió al vuelo. Luego se quedó mirando la salida del túnel por si salía la
otra, hasta que se dio cuenta de que la que le faltaba estaba colocada en un
estante, justo detrás de una Policía de Aduanas, muy mona por cierto, pero con
cara de pocos amigos. El jubilado le indicó con el dedo la maleta y la policía,
muy amable, se la colocó encima del mostrador. Cuando el jubilado echó mano de
ella para llevársela, se dio cuenta que la policía la sujetaba y que, por
señas, le pedía que la abriera. El jubilado no entendía nada, miraba a un lado
y a otro como pidiendo auxilio, e intentó abrirla. Estaba tan nervioso que ni
se acordaba de que, además del cierre principal, había otros dos laterales, y allí
tienes al jubilado abriendo y cerrando el cierre principal, intentando abrir la
maleta y encogiéndose de hombros como diciendo…¡y yo que sé lo que le pasa! Al
final, la policía, que ni siquiera sonreía con las monerías que hacía el
jubilado, le indicó los cierres laterales. ¡Por fin, maleta abierta! ¡Por su
padre!, ¡ropa desparramada! Metió la policía la mano (¡con guantes, claro!) entre
la ropa (¡de la maleta, por supuesto!), y sacó un neceser que debieron regalar
al jubilado en su viaje de fin de carrera. Sonrió triunfante, corrió la cremallera,
y sacó…¡unos cuantos tubitos de esos de muestra de colonia! Le dijo unas
palabras al jubilado. El jubilado le miró con cara de no entender nada. Le
volvió a repetir algo, pero acompañándolo con gestos e indicando una dirección
con la mano. El jubilado lo único que entendió fue ‘’bolsa’’ y ‘’una libra’’
(¡en inglés claro!)
4ª y última Estación.- El jubilado se lía
con los huevos y su maquinita
El jubilado, siguiendo las instrucciones
gestuales de la policía, repito, muy mona, penetra en la zona de tiendas, deja
de lado la primera por estar vacía y tener solamente un mostrador con una
ventanilla, y penetra en la segunda que tiene expuestas preciosas mochilitas
infantiles. La persona que lo atendía , que debía tener ya bastante experiencia
con los viajeros que llegaban de la zona de aduana, le recibió con una sonrisa
de conmiseración. Y en cuanto el jubilado dijo algo así como ‘’small bag’’, le
aclaró que lo que tenía que hacer era ir a la tienda que su ‘’ojo clínico’’
había desechado, y pedir cambio en monedas. No le entendió muy bien, y volvió a
la ventanilla de la tienda por la que acababa de pasar. Allí volvió a decir lo de ‘’small bag’’ y le
dio a la persona que atendía la ventanilla un billete de 10 libras. La señorita de la ventanilla movió la cabeza
como diciendo ‘’¡Ya estoy hasta el moño de estos pesados!’’, y negando con la
cabeza le dio el cambio de las 10 libras. El jubilado, asombrado, cogió el
cambio, y mirando las monedas que llevaba en la mano, volvió a la vera de su
maleta abierta. Menos mal que allí, la persona que empujaba la silla de su
mujer le señaló primero la moneda de una libra y después una maquinita parecida
a esas de chucherías de los críos, llena de huevos de plástico con algo
transparente. Metió la moneda, dio a la palanquita,, y salió…¡un huevo de
plástico! Al poner más atención, se dio cuenta de que contenía bolsas de
plástico, y puso una cara que expresaba más satisfacción que la de Colón cuando
descubrió América. Se acercó a la policía, repito, muy mona, que manifestando claramente
un desprecio olímpico, abrió o cascó el huevo, sacó dos bolsitas de plástico
semejantes a las que se usan para congelar alimentos, le dio una al jubilado,
metió en la otra las muestras de colonia, e introdujo la bolsa en el neceser,
lo cerró y lo metió en la maleta. Hizo señales al jubilado para que cerrase la
maleta y, muy digna, y muy mona ella por cierto, le indicó que podía irse. Y lo
que dijo el jubilado en ese momento fue lo único que entendí:
‘’¡La
madre que la parió!¡Si me lo llega a decir me lo echo encima y me largo!¡ Y
encima actúo de ambientador andante!’’
El Pirulo se
calló, los demás batieron las alas en señal de aprobación y, aprovechando el
impulso, se largaron todos