Quincena del 23 de
septiembre al 6 de octubre del 2018
A partir de ciertas edades, o te enganchas a las redes
sociales y te reciclas en las expresiones y el léxico de las nuevas
generaciones, o te resignas a no poder hacer gestiones telefónicas para poder
solucionar problemas tecnológicos, ya sean de internet, de TV, de teléfonos
fijos o móviles, o de cualquier otra cosa más o menos automatizada.
Y para muestra un
botón
Los antiguos, no sé por qué, seguimos enganchados al
teléfono fijo. No hemos vivido mucho tiempo en este mundo de los denominados en
muchos países ‘celulares’, y mucho menos nos hemos implicado vitalmente en sus
desmedidas prestaciones, y el teléfono fijo nos parece un artilugio más seguro
y más apropiado para charlas prolongadas o para gestiones a las que damos
importancia: no se corta la comunicación por falta de cobertura ni porque
hayamos puesto el dedo donde no debíamos. Y como es natural (para nosotros), en
cuanto te quedas sin línea, procuras por todos los medios solucionar el
problema.
Lo primero que hice fue ponerme el auricular al oído y tocar
todos los botoncitos de los que dispone un DOMO. Marcar, Desactivar, Mensajes,
Agenda,…¡Bueno! A decir verdad, todos no. No me atreví a apretar el botoncito
rojo en el que ponía ‘’112’’, por si provocaba la llegada de una ambulancia con
la sirena funcionando, y la situación me obligaba a ‘’embarcar’’ a mi señora
camino del hospital, con la excusa de un episodio agudo de EPOC. Hice lo mismo
en el aparato inalámbrico de que disponíamos, pero con mucho menos entusiasmo y
rigurosidad, aunque con el mismo resultado: ‘cero patatero’.
Inicié con desgana el repaso de los puntos de conexión
ubicados en esa especie de enchufes que los instaladores te dejan en las
paredes pero que, como siempre, tienen la ‘delicadeza’ de ponértelos en sitios
discretos y casi inaccesibles. En consecuencia me vi obligado a desplazar el
sofá y hacer algo similar a los ejercicios de barras paralelas, pero debido a
mis limitaciones gimnásticas, me conformé con una inspección visual, sin
comprobar que la clavija del hilo telefónico estuviese bien insertada en su
receptáculo.
Al llegar a la conclusión de que no estaba en mis manos el
retorno de la ‘línea’, hice lo único que se me ocurrió en ese momento, es
decir, llamar a la compañía telefónica con….¡el móvil! Y en ese momento empezó
mi calvario.
No conseguí ponerme en contacto con alguien de carne y
hueso, o dicho de otra manera, con alguien que tuviese nombre, apellidos, y DNI
o pasaporte (como te solicitan siempre en las compras por internet), hasta
después de varios intentos. La razón es muy sencilla. Entre que no oía lo que
me decían; cuando oía y escuchaba atentamente la relación que había entre cada
uno de los números que citaba una voz impersonal y el tema al que estaban
asociados, y cuando llegaba la frase ‘Si su tema no es ninguno de los
anteriores, pulse el 7’, ya no me acordaba de qué efecto tendría el apretar el
1; y como además se me cortaba la comunicación por alguna causa para mí
desconocida, acabé por llamar y esperar a que se acabase la retahíla de recomendaciones,
pues en el intento previo había percibido que acababan diciendo algo así como
‘’Si no es nada de lo
anterior, le pasamos la comunicación a uno de nuestros comerciales’’
Pero, …¡mi gozo en un pozo!, ya que la primera vez que lo
intenté, y después de varios intervalos musicales interrumpidos solo por la
frase ‘’En breves momentos le
atenderemos’’, surgió otra vez la voz impersonal para advertirme que todas
las líneas estaban ocupadas y que el tiempo de espera podía ser de hasta cinco
minutos. Así que corté la comunicación y traté de relajarme fumando un
cigarrillo, a pesar de ser consciente de que ese simple acto iba a acortarme la
vida. Y el estrés que se me estaba generando, ¿qué?
Después de varios intentos más, logré establecer
comunicación con una persona de carne y hueso, y que se me presentó amablemente
con el nombre de Lucía ‘no sé qué’. ¡Que la santa homónima le conserve la
vista! Me refiero a la ‘vista’ para detectar cuál es la mejor vía de
asesoramiento para los clientes a los que presta asesoramiento. Porque en mi
caso, y a la vista de los resultados, no fue así.
Lo primero que hizo cuando le informé de que no tenía línea
en el teléfono fijo, fue conminarme seriamente a extraer la ‘’roseta’’ del
cable que partía de la base del aparato telefónico. Me quedé momentáneamente
mudo, sin saber qué decir, y únicamente pude articular con timidez la frase
‘’¿Qué ‘roseta’?’’ Y con cierta contundencia, me aclaró que se estaba
refiriendo a desenganchar el hilo telefónico de la toma que tenía al final del
mismo. Tímidamente, traté de confirmar si se refería a la clavija que unía el
aparato con la línea telefónica de la casa, y se limitó a repetir varias veces:’’¡Pues
claro, la ‘roseta’, caballero, la ‘roseta’ !
La citada operación no produjo el efecto deseado y, en
consecuencia, mi interlocutora, que supongo que seguía mis actuaciones por
ordenador, me preguntó si tenía algún inalámbrico, y que si era así hiciese la
misma operación en el mismo, es decir, desenganchar la correspondiente roseta
del aparato. Nuevo fracaso.
Ante el nuevo panorama que se abría, la tal Lucía no se
arredró, sino que se empoderó aun más, y sin cortarse un pelo, me dijo que
cogiese el aparato telefónico, buscase el PTR del apartamento, e insertase en
él la dichosa roseta.
Y ahí me veo yo llevando en una mano el aparato telefónico
con sus cables colgando, y en la otra el móvil a través del cual mi
interlocutora seguía percutiendo, como dicen ahora, con la misma cantinela:
‘’¡Busque el PTR! ¡Busque el PTR!’’ En un destello de clarividencia me ddi
cuenta de que estaba refiriéndose a los terminales telefónicos que, como es
normal en las urbanizaciones, estaban centralizados en un habitáculo especial
que suele denominarse el RITI. Se lo comuniqué a quien seguía, imperturbable al
desaliento, repitiendo lo del PTR, especificándole al mismo tiempo que el RITI
estaba en la zona de garajes y, por tanto, sin cobertura. Deseándome suerte y
recordándome al mismo tiempo lo de insertar la roseta, cortó la comunicación.
Y cualquiera puede imaginarse las siguientes escenas: a un
menda bajando al sótano con mi DOMO bajo el brazo y llamando al conserje para
que me facilitase el acceso al RITI; una vez dentro del recinto, mirar por
todos lados tratando de identificar la caja metálica que contuviese todo lo
referente a las líneas telefónicas; y por último, una vez identificada,
abriéndola con el objetivo claro de localizar el PTR de mi línea. Y no se puede
nadie imaginar cuál fue mi asombro al visualizar una auténtica maraña de cables
telefónicos que entraban y salían de distintos dispositivos de plástico donde
se perdían sus pistas, y sin la más mínima señal que pudiese indicarme cuál
correspondía a mi número y, además, sin ninguna clavija visible en la que poder
insertar la dichosa roseta. Visto lo cual, cerré el armarito de conexiones,
salí del RITI, y me volví a mi apartamento con mi apreciado y, a estas alturas,
querido aparato telefónico.
Llamé de nuevo a la compañía que me prestaba (y cobraba) los
servicios, y saqué provecho de mi buena estrella. Al otro lado del hilo
telefónico ya no oí la ‘dulce’ voz de Lucía, sino la de un caballero que,
después de escuchar mis explicaciones, me tranquilizó, y me dijo que no me
preocupara pues él mismo iba a rellenar un parte de incidencias para el
personal técnico que se encargaría de arreglar la avería. Añadió que el técnico
que se hiciese cargo del parte se pondría en contacto conmigo a través del
móvil para acordar el momento más adecuado para realizar la visita.
Y a partir de ese momento todo fue como la seda: mensajitos
al móvil pormenorizando detalles de la avería; llamada del técnico con anuncio
de visita; llegada del mismo a la hora indicada; toma de datos específicos del
problema ‘in situ’; y, por fin, resolución del mismo.
Cuando acabó todo, y teniendo ya la línea restablecida,
llegué a una conclusión: cualquier problema imprevisto, por simple y pequeño
que sea, te desestabiliza mental y psicológicamente. Tardé como mínimo 24 horas
en funcionar en régimen normal, aunque aún sufro alteraciones puntuales del
sueño, con pesadillas en las que estoy en un laberinto del que no puedo salir a
pesar de que, en cada recodo, aparecen carteles con una flechita indicando por
donde se llega al PTR, al RITI, y que, como es natural, no hago ni caso.
Nota.-Las palabras y siglas DOMO, PTR, RITI, ROSETA, seguro que
se explican en Google