sábado, 27 de octubre de 2018


Semana del 21 al 27 de octubre del 2018

Pues esta semana, no seguimos.

Es preferible admirar las cosas que logra la naturaleza si se la trata con mimo. Y como muestra, se adjunta la evolución de una planta de acebo.

En marzo presentaba este aspecto



Y a finales de octubre había vuelto a florecer







domingo, 21 de octubre de 2018


Quincena del 7 al 20 de octubre del 2018

Y después de los 80, ¿qué?


Lo acaecido en días pasados en relación con el viacrucis que supuso la resolución del problema telefónico, me ha llevado a reflexionar sobre los ámbitos en los que un jubilado puede hablar con más o menos libertad.

A estas edades somos conservadores por naturaleza y, si has vivido épocas en las que te hubiese gustado cambiar las cosas y hasta te hayas unido a grupos más o menos revolucionarios, ahora te rías de tus propios arrebatos reformadores tanto si proceden de la izquierda, como si los proclaman como promesas los del centro o los de la derecha. Pero no todos. Hay gente entre los de nuestra generación, sobre todo entre los que consideran que la pensión que perciben no se corresponde con los esfuerzos y sacrificios que hicieron durante su vida laboral, a los que las proclamas sobre cualquier aumento de los precarios ingresos que les hace el ‘papá estad’ a fin de mes, les alegran el oído y les despiertan la esperanza. Y hasta les disminuyen los achaques que, en otras circunstancias les impedirían salir a manifestarse contra viento y marea.

Pero vayamos al grano. ¿Con quién y de qué puede hablar un jubilado de mis características? Profesional de la educación, funcionario saltarín que ha picoteado en casi todos los niveles, y trasplantado ‘motu propio’ a un lugar que está a mil kilómetros de lo que era su hábitat natural durante los últimos veinticinco años. Hagamos un repaso.

Y vamos a empezar por los contactos habituales y cuasi obligatorios de todos los días en los que siempre hay algo que comprar y, si no, uno se los inventa para no aburrirse. Para estos casos, lo primero que hay que hacer es una matización muy importante: no hablas, sino que escuchas. Y los temas suelen ser de lo más variado. Lo mismo te hablan de la ignorancia supina que manifiesta la juventud en relación con gestiones que a los ‘antiguos’ nos parecían tan sencillas como comprar el pan (‘’¡Ah! ¿O sea que para comprar un sello de correos no hace falta dar la dirección propia ni enseñar el DNI?’’), como te explican con todo detalle cómo se hizo su pariente una herida en el pie con la radial cuando arreglaba una cerca y las consecuencias que ese ‘detalle’ ha tenido en la recolección de tomates ecológicos.

Capítulo aparte merecen las llamadas telefónicas de toda índole y sobre temas de lo más variados. Con esto de los ‘’big data’’,  el que llama para hacerte alguna oferta sabe más de tí que la madre que te parió. Si es de una compañía telefónica ya conocen lo que pagas a la que te suministra sus servicios, y tratan de convencerte que con la que representan ellos vas ahorrar un montón de dinero. Y al final no te queda más remedio que decir a tu interlocutor que lo que quieres y te gusta es gastarte el dinero porque no quieres dejar ni cinco a tus allegados. Y mejor no hablar de los seguros de deceso. ¡Si cuando me muera, yo no voy a pagar ni un céntimo de lo que cueste mi entierro!

La única ventaja que tienen los años es el ‘’haber cruzado la línea invisible’’, tal como dice Pérez Reverté en su artículo del XL del 23 de septiembre último. Es decir, poder pensar y decir lo que quieres sin ningún tipo de autocensura. Lo peor de este principio es que los ámbitos en los que puedes aplicarlo son mínimos, ya que las personas dispuestas a escucharte se pueden contar con los dedos de una mano, y aun te sobran dedos. Los jóvenes se las saben todas y, como mucho, te interpelan para preguntarte la hora, para pedirte una ‘ayudita’ que les permita ir a divertirse a la feria del pueblo más próximo o directamente 10 euros para recargar el móvil. Y los de más edad, sobre todo si están inmersos en una vida laboral ajetreada, consideran que tus opiniones están ya pasadas de moda, que tus posibles recomendaciones están fuera de contexto y, solo esporádicamente, se interesan por tu salud y tus achaques, si los tienes.

Pero siempre queda por abrir una puerta a la esperanza: contactar con los de tu generación el mayor número de veces posible. Mientras puedas, reunirte con ellos para desgranar hechos y rememorar historias pasadas que siempre son las agradables pues, gracias a dios, las desagradables son las primeras que se olvidan. Y si ya no puedes trasladarte con facilidad ‘por tierra, mar y aire’, ahí están los medios de comunicación modernos, aunque la verdad es que, por nuestra iniciación tardía, lo único que utilizamos con cierta destreza es el correo electrónico.

Pero no hay que desanimarse. A partir de los ochenta aun quedan muchas cosas que podemos hacer, pero siempre evitando aquellas que pueden provocarnos más males que beneficios. Seguiremos.

domingo, 7 de octubre de 2018


Quincena del 23 de septiembre al 6 de octubre del 2018

A partir de ciertas edades, o te enganchas a las redes sociales y te reciclas en las expresiones y el léxico de las nuevas generaciones, o te resignas a no poder hacer gestiones telefónicas para poder solucionar problemas tecnológicos, ya sean de internet, de TV, de teléfonos fijos o móviles, o de cualquier otra cosa más o menos automatizada.

Y para muestra un botón

Los antiguos, no sé por qué, seguimos enganchados al teléfono fijo. No hemos vivido mucho tiempo en este mundo de los denominados en muchos países ‘celulares’, y mucho menos nos hemos implicado vitalmente en sus desmedidas prestaciones, y el teléfono fijo nos parece un artilugio más seguro y más apropiado para charlas prolongadas o para gestiones a las que damos importancia: no se corta la comunicación por falta de cobertura ni porque hayamos puesto el dedo donde no debíamos. Y como es natural (para nosotros), en cuanto te quedas sin línea, procuras por todos los medios solucionar el problema.

Lo primero que hice fue ponerme el auricular al oído y tocar todos los botoncitos de los que dispone un DOMO. Marcar, Desactivar, Mensajes, Agenda,…¡Bueno! A decir verdad, todos no. No me atreví a apretar el botoncito rojo en el que ponía ‘’112’’, por si provocaba la llegada de una ambulancia con la sirena funcionando, y la situación me obligaba a ‘’embarcar’’ a mi señora camino del hospital, con la excusa de un episodio agudo de EPOC. Hice lo mismo en el aparato inalámbrico de que disponíamos, pero con mucho menos entusiasmo y rigurosidad, aunque con el mismo resultado: ‘cero patatero’.

Inicié con desgana el repaso de los puntos de conexión ubicados en esa especie de enchufes que los instaladores te dejan en las paredes pero que, como siempre, tienen la ‘delicadeza’ de ponértelos en sitios discretos y casi inaccesibles. En consecuencia me vi obligado a desplazar el sofá y hacer algo similar a los ejercicios de barras paralelas, pero debido a mis limitaciones gimnásticas, me conformé con una inspección visual, sin comprobar que la clavija del hilo telefónico estuviese bien insertada en su receptáculo.

Al llegar a la conclusión de que no estaba en mis manos el retorno de la ‘línea’, hice lo único que se me ocurrió en ese momento, es decir, llamar a la compañía telefónica con….¡el móvil! Y en ese momento empezó mi calvario.

No conseguí ponerme en contacto con alguien de carne y hueso, o dicho de otra manera, con alguien que tuviese nombre, apellidos, y DNI o pasaporte (como te solicitan siempre en las compras por internet), hasta después de varios intentos. La razón es muy sencilla. Entre que no oía lo que me decían; cuando oía y escuchaba atentamente la relación que había entre cada uno de los números que citaba una voz impersonal y el tema al que estaban asociados, y cuando llegaba la frase ‘Si su tema no es ninguno de los anteriores, pulse el 7’, ya no me acordaba de qué efecto tendría el apretar el 1; y como además se me cortaba la comunicación por alguna causa para mí desconocida, acabé por llamar y esperar a que se acabase la retahíla de recomendaciones, pues en el intento previo había percibido que acababan diciendo algo así como

‘’Si no es nada de lo anterior, le pasamos la comunicación a uno de nuestros comerciales’’

Pero, …¡mi gozo en un pozo!, ya que la primera vez que lo intenté, y después de varios intervalos musicales interrumpidos solo por la frase ‘’En breves momentos le atenderemos’’, surgió otra vez la voz impersonal para advertirme que todas las líneas estaban ocupadas y que el tiempo de espera podía ser de hasta cinco minutos. Así que corté la comunicación y traté de relajarme fumando un cigarrillo, a pesar de ser consciente de que ese simple acto iba a acortarme la vida. Y el estrés que se me estaba generando, ¿qué?

Después de varios intentos más, logré establecer comunicación con una persona de carne y hueso, y que se me presentó amablemente con el nombre de Lucía ‘no sé qué’. ¡Que la santa homónima le conserve la vista! Me refiero a la ‘vista’ para detectar cuál es la mejor vía de asesoramiento para los clientes a los que presta asesoramiento. Porque en mi caso, y a la vista de los resultados, no fue así.

Lo primero que hizo cuando le informé de que no tenía línea en el teléfono fijo, fue conminarme seriamente a extraer la ‘’roseta’’ del cable que partía de la base del aparato telefónico. Me quedé momentáneamente mudo, sin saber qué decir, y únicamente pude articular con timidez la frase ‘’¿Qué ‘roseta’?’’ Y con cierta contundencia, me aclaró que se estaba refiriendo a desenganchar el hilo telefónico de la toma que tenía al final del mismo. Tímidamente, traté de confirmar si se refería a la clavija que unía el aparato con la línea telefónica de la casa, y se limitó a repetir varias veces:’’¡Pues claro, la ‘roseta’, caballero, la ‘roseta’ !

La citada operación no produjo el efecto deseado y, en consecuencia, mi interlocutora, que supongo que seguía mis actuaciones por ordenador, me preguntó si tenía algún inalámbrico, y que si era así hiciese la misma operación en el mismo, es decir, desenganchar la correspondiente roseta del aparato. Nuevo fracaso.

Ante el nuevo panorama que se abría, la tal Lucía no se arredró, sino que se empoderó aun más, y sin cortarse un pelo, me dijo que cogiese el aparato telefónico, buscase el PTR del apartamento, e insertase en él la dichosa roseta.

Y ahí me veo yo llevando en una mano el aparato telefónico con sus cables colgando, y en la otra el móvil a través del cual mi interlocutora seguía percutiendo, como dicen ahora, con la misma cantinela: ‘’¡Busque el PTR! ¡Busque el PTR!’’ En un destello de clarividencia me ddi cuenta de que estaba refiriéndose a los terminales telefónicos que, como es normal en las urbanizaciones, estaban centralizados en un habitáculo especial que suele denominarse el RITI. Se lo comuniqué a quien seguía, imperturbable al desaliento, repitiendo lo del PTR, especificándole al mismo tiempo que el RITI estaba en la zona de garajes y, por tanto, sin cobertura. Deseándome suerte y recordándome al mismo tiempo lo de insertar la roseta, cortó la comunicación.

Y cualquiera puede imaginarse las siguientes escenas: a un menda bajando al sótano con mi DOMO bajo el brazo y llamando al conserje para que me facilitase el acceso al RITI; una vez dentro del recinto, mirar por todos lados tratando de identificar la caja metálica que contuviese todo lo referente a las líneas telefónicas; y por último, una vez identificada, abriéndola con el objetivo claro de localizar el PTR de mi línea. Y no se puede nadie imaginar cuál fue mi asombro al visualizar una auténtica maraña de cables telefónicos que entraban y salían de distintos dispositivos de plástico donde se perdían sus pistas, y sin la más mínima señal que pudiese indicarme cuál correspondía a mi número y, además, sin ninguna clavija visible en la que poder insertar la dichosa roseta. Visto lo cual, cerré el armarito de conexiones, salí del RITI, y me volví a mi apartamento con mi apreciado y, a estas alturas, querido aparato telefónico.

Llamé de nuevo a la compañía que me prestaba (y cobraba) los servicios, y saqué provecho de mi buena estrella. Al otro lado del hilo telefónico ya no oí la ‘dulce’ voz de Lucía, sino la de un caballero que, después de escuchar mis explicaciones, me tranquilizó, y me dijo que no me preocupara pues él mismo iba a rellenar un parte de incidencias para el personal técnico que se encargaría de arreglar la avería. Añadió que el técnico que se hiciese cargo del parte se pondría en contacto conmigo a través del móvil para acordar el momento más adecuado para realizar la visita.

Y a partir de ese momento todo fue como la seda: mensajitos al móvil pormenorizando detalles de la avería; llamada del técnico con anuncio de visita; llegada del mismo a la hora indicada; toma de datos específicos del problema ‘in situ’; y, por fin, resolución del mismo.

Cuando acabó todo, y teniendo ya la línea restablecida, llegué a una conclusión: cualquier problema imprevisto, por simple y pequeño que sea, te desestabiliza mental y psicológicamente. Tardé como mínimo 24 horas en funcionar en régimen normal, aunque aún sufro alteraciones puntuales del sueño, con pesadillas en las que estoy en un laberinto del que no puedo salir a pesar de que, en cada recodo, aparecen carteles con una flechita indicando por donde se llega al PTR, al RITI, y que, como es natural, no hago ni caso.

Nota.-Las palabras y siglas DOMO, PTR, RITI, ROSETA, seguro que se explican en Google