domingo, 29 de mayo de 2016

Semana del 22 al 28 de mayo del 2016(Brasil VII)


27 de octubre del 2007

¡Por fin un día en el que se levantaron a una hora normal! Pero la entrada en el comedor donde se tomaba el buffet del desayuno, y el panorama con el que se encontraron, les hicieron caer en la cuenta de que era la ‘hora normal’ para la mayoría. Como era sábado y, por lo tanto, fin de semana y fin de mes, la gente habría cobrado y debía de llenar el hotel con parejas y familias ansiosas que disfrutar de un buffet que solo se adivinaba entre todo el personal que se agolpaba a su alrededor. La mayoría de las personas se había acumulado junto a la mesa en torno a la cual nuestros turistas se habían paseado tranquilamente el día anterior para escoger el tipo preferido de pan. En esta ocasión arramplaron con el que tenían más a mano pues, si a uno se le ocurría dudar, para cuando se decidía ya habían desaparecido todas las clases de pan que querías, y tenías que esperar pacientemente a que los repusieran.

¡Cómo echaron de menos la reposada y tranquila cena de la noche anterior! ¡Hasta tuvieron tiempo de sacarse unas cuantas fotos!







Después de desayunar como pudieron, se fueron a prepararse para la primera excursión programada que era nada menos que a visitar algo parecido a una pajarería, pero a lo bestia. La Flores, muy prudente ella, desistió de hacerla, no se sabe si por el esfuerzo derivado de las idas y venidas del desayuno, una mala noche o, simplemente, porque para pájaros ya tenía bastante con las gaviotas, gorriones y mirlos que le pringaban las terrazas de su casa.  Por parte del Palmeras y del Peluche, hubo un amago de renunciar a la visita por solidaridad, pero entre el Recovecos y la Niña abortaron el intento con la contundente razón de que ya estaba la visita pagada y, además, que no iban a hacer ese feo a la persona que se había encargado de recomendarles las actividades de la estancia en Iguaçú. Se despidieron de la Flores, se subieron al autobús correspondiente, y allá se fueron, a pasear entre jaulas y diversos hábitats abiertos, donde se hartaron de ver pájaros, pajaritos y pajarracos de todos los tipos y colores, amén de unos cuantos reptiles con caparazón, sin caparazón, con dientes, sin dientes pero con pico,…











COMO LOS DEL ATLÉTICO DE MADRID: PEQUEÑITOS, PERO MATONES





Volvieron al hotel con los ojos cerrados para lograr borrar las imágenes multicolores que ocupaban la retina y, ya junto a la Flores, esperaron a que vinieran a recogerles para dar un paseo en barca en una zona próxima a las cataratas, con comida incluida. ¡Que ilusionados se les veía sentados en el hall del hotel! Y además, aprovecharon el rato para seguir convenciendo al Peluche de que el barco era seguro y que no corrían ningún peligro. No sabían lo que les esperaba.

Subieron a la furgoneta que vino a buscarles con esa confianza que da el ir los cinco solos, bien acomodados y con un chófer simpático y enterado (o eso parecía). Después de unos cuantos kilómetros de recorrido, se detuvieron en un parking que había delante de lo que parecía una cafetería o restaurante, y permanecieron tranquilamente sentados pues el conductor les había informado escuetamente y sin más explicaciones que se detenían un momento para recoger a unas cuantas personas. Pasó el tiempo, y allí no aparecía nadie. Por fin, al cabo de media hora, se presentaron dos mujeres, una de mediana edad y otra más joven, que se excusaron por la tardanza ya que habían estado ‘arreglándose’ un poco. ¿’Arreglándose’? ¡Pues vaya pinta que debían tener antes del ‘arreglo’! Cuando la madre abadesa y la novicia, que así las identificó desde ese momento el Recovecos, se aposentaron en el microbús y fueron a arrancar rumbo a lo desconocido, les volvieron a avisar de que tenían que esperar un poco más para recoger a más personas. 

Al final, apareció un grupo que subió a lo que al principio era una furgoneta, luego un microbús y a estas alturas parecía un autobús urbano, y al que acompañaba alguien que parecía ser el guía, que se colocó en el asiento del copiloto. Este último y el conductor miraron a nuestros viajeros, como extrañados de tenerlos todavía ahí sentados, y decidieron arrancar tomando lo que parecía el camino de vuelta al hotel. O eso les pareció a más de uno de los cinco, pues ya se conocían hasta las curvas de la carretera, ya que en un intermedio, que a estas alturas no puede precisarse ni el cuándo ni el por qué, habían pasado por el casco urbano próximo a su hotel, donde habían recogido a un nuevo turista.

No habían recorrido más que unos cuantos kilómetros cuando, tanto el chófer como el copiloto, debieron pensar que tener cinco alienígenas en el microbús sin desembarcarlos en algún sitio y con algún fin, era lo suficientemente extraño como para consultarlo a los mandos. La furgoneta se detuvo en el arcén de la carretera y comenzó una conversación telefónica que ninguno de los cinco aludidos entendió, pero que seguro se refería a ellos y a lo que tenían que hacer con esas cinco personas en edad de jubilación o próxima, y que no se habían movido de sus asientos desde hacía más de un par de horas. Les debieron aclarar lo suficiente como para que se dieran cuenta de que habían metido la ‘patita’ y que lo arreglasen como Dios les diese a entender pero que…¡lo arreglasen!

Como es natural, a estas alturas nuestros viajeros estaban más que hartos de que los llevasen de aquí para allá, y más cuando vieron que les trasladaban al primer sitio en el que se habían detenido y que resultó ser el embarcadero de donde salían los barcos que daban un paseo acercándose a las cataratas. Una vez allí les aclararon que como podían comprender lo de dar una vuelta en barco ya era imposible porque el grupo al que pertenecían había salido hacía rato. Y añadieron que, de todas maneras, podían disfrutar de la comida contratada en las instalaciones que tenían delante. Y allí empezó la discusión.

’¡Que ellos ni se bajaban de la furgoneta!’’

‘’¡Que qué se creían!’’

‘’Y encima, ¿comer en aquel chiringuito? Ni soñando’’

‘’¿Qué les llevasen al hotel, pero…¡cuidado!, al mismo del que habían salido’’

‘’¡El paseo en barco pa’su padre!’’

Cuando los dos responsables se convencieron de que el grupo no iba a reblar, comenzaron de nuevo un sin fin de conversaciones telefónicas que, al cabo de veinte minutos, dieron su resultado: se anulaba el paseo en barco, comida incluida, y se devolvía a las cinco personas a su hotel de procedencia. No se sabe si por vergüenza o porque en ese momento no había otro medio de transporte, les invitaron a subirse en otra furgoneta ya que, según dijeron, con la que habían utilizado hasta el momento la necesitaban para otros compromisos. El detalle fue que en el nuevo vehículo los respaldos de los asientos estaban muy inclinados, y sin ningún dispositivo que funcionase para enderezarlos. Total, que la vuelta al hotel la hicieron cabreados (unos más y otros menos), medio tumbados (unos menos y otros más), y hambrientos.

Por fin llegaron al hotel, lograron aclarar las cosas con Cynthia, con la que habían contratado la fallida excursión, recobraron lo pagado, y se fueron a hacer una frugal comida pues los ánimos no estaban para tirar cohetes. Y cada uno a su habitación a intentar relajarse.

Por la tarde, la cosa se fue normalizando. El Recovecos y el Palmeras se fueron a darse un masaje con una rusa o de algún otro país del este de Europa, que les dejó la musculatura sin ninguna de las tensiones acumuladas por la mañana y después,….¡todos a la piscina!


Y el ambiente se acabó de arreglar con una cena animada, unos Irish Coffee, y una partidas de chinchón, en las que volvió a ganar el Peluche, aunque esta vez las victorias las tuvo que repartir con la Flores.

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