domingo, 8 de marzo de 2015

Semana del 1 al 7 de marzo del 2015 (Viaje a Japón VII)


La Coyotita y la Surfi han aparecido de improviso y se han llevado a la Tatiqui para evacuar consultas que, por lo que se ve, solo les concernía a ellas. Y con el fin de que no las molestáramos, se han trasladado a una zona que ahora es de las más tranquilas de San Pedro, junto al bar Canuto, pues el trajín que había hace unos meses ha desaparecido, ya que el trasladar la notaría más famosa del pueblo a un local más céntrico, el ir y venir de personas de toda nacionalidad y condición que se acercaban a esas oficinas para arreglar papeles, ha tomado otro rumbo. Y en cambio nosotras nos podemos reposar donde queramos: en una chimenea, en un ficus y…¡hasta encima de los coches aparcados!

En consecuencia, el resto nos hemos quedado solos y descabezados, lo que ha provocado el que nos dispersásemos en distintas direcciones, suspendiendo por unanimidad la charla de todas las semanas. Y para sustituirla no he tenido más remedio que echar mano de esos recuerdos del viaje a Japón del par de jubilados.

Día 26 de junio del 2005 (Primera parte)

En el momento de escribir este reportaje, ni recuerdo el desayuno del Hotel, por lo que pienso que se debe a alguna de las siguientes razones:
- No desayunamos
- El desayuno fue de lo más normal
- Tengo un lapsus memorístico y se han borrado todos los recuerdos referentes a los sabores y olores relativos a un desayuno japonés.

Lo que sí tengo grabado en la memoria es que bajamos en taxi (chófer con guantes blancos, puntillitas en los asientos,…) a la estación de Odawara, donde nos encontramos con una sorpresa: el edificio albergaba tres estaciones distintas que correspondían a su vez a trayectos y compañías diferentes. Menos mal que allí nos esperaba nuestro guía Kato, que nos condujo a los andenes adecuados, aunque a costa de corretear detrás del hindú que teníamos en el grupo, y que se escapaba de su vigilancia corriendo detrás de cualquier carrito que ofreciese o transportase comida. Lo que debía tener el tal hindú era un hambre atávica, esa que está incluida en los genes después de que el grupo humano al que perteneces ha pasado hambre durante siglos.


ESTACIÓN DE ODAWARA

Una vez tranquilos al estar ya donde íbamos a tomar el tren que nos iba a llevar a la ciudad de Inuyama, miramos asombrados a nuestro alrededor, asustados por la ausencia de voces, gritos, risas, carreras,…, tan normales en cualquier estación de RENFE. 

La gente muy formal, cada uno a lo suyo: paseando tranquilamente hacia unos cubículos transparentes donde se sentaban a leer el periódico o los papeles que llevaban en sus carteras de mano; esperando tranquilamente al borde del andén entre marcas amarillas que delimitaban claramente un espacio numerado, u observando los paneles de colores donde, según dedujimos, se indicaban los trenes que iban a acceder a o a salir de esa estación.

Colores que debían de tener su significado y que, después de hacernos entender por Kato mediante señas y frases en inglés a lo indio, logramos interpretarlos: rojo para los trenes que paran a veces; amarillo para los que no paran nunca, pues van directamente desde su punto de partida hasta su destino; azul, que indica que paran hasta en los pasos a nivel, si lo consideran necesario. Kato, muy amable, nos indicó también que no nos moviésemos del lugar en que nos había dejado, advertencia que no entendimos hasta que nos dimos cuenta que estábamos pisando un número que coincidía con el número de coche del tren en el que estaban nuestros asientos. Y Kato nos confirmó, sonriente, que era ahí mismo, en ese lugar del andén, donde iba a quedar la puerta del tren por la que teníamos que acceder para llegar a nuestros asientos. 

Y esa seguridad de que vas a estar en el lugar adecuado y en el momento adecuado, te proporciona una paz de espíritu que te permite disfrutar de todas las novedades que ves a tu alrededor: gente tranquila que lee pausadamente su periódico cerca, supongo, del lugar exacto por el que va a acceder al tren; la llegada silenciosa de trenes que se detienen exactamente donde deben, ni un centímetro más adelante o más atrás; trenes que pasan a toda velocidad, sin reducir siquiera su velocidad;... ¡¡Lo mismo que cuando esperas un tren de la RENFE!! Y más cuando ya tienes cierta edad y no te apañas con la maleta aunque esté provista de ruedas.


ESTACIÓN DE DELICIAS-ZARAGOZA

Aun recuerdo aquel día En la estación de Delicias de Zaragoza esperando el AVE que procedía de Barcelona y nos iba a llevar hasta Málaga. Empezando por la espera nerviosa en algo que llamaban ‘sala de ídem’ abierta a los cuatro vientos, pero sobre todo al cierzo del Moncayo, al igual que el mastodóntico edificio de la estación; las miradas, cada diez segundos, a las pantallas de ‘Llegadas’ y ‘Salidas’ (para evitar errores) aguardando que nos permitieran bajar a los andenes; los intentos ‘’independentistas’’ de la maleta de ruedas al bajar con ella por las escaleras mecánicas y que giraba en la dirección más inesperada; la ingenua pregunta a la azafata que controlaba los billetes.

‘’Nuestro vagón de asientos preferentes, ¿entrará en cola o en cabecera del tren?’’

la respuesta que, aunque prevista por repetida en más ocasiones, siempre te sorprende;

‘’No lo sé. Depende de cómo formen el tren en la cabecera de recorrido. Lo mejor es que se coloquen en el centro del andén’’

Y una vez situados donde te habían indicado parece que te tranquilizas, pero la procesión va por dentro, pues ni siquiera sabes por dónde va a venir el tren, si por la izquierda o por la derecha. En un par de minutos has recuperado el ritmo normal de la respiración ya que, a pesar de que te han advertido que el tren tardará unos minutos en llegar, tú no te fías, y has hecho un esfuerzo, casi sobrehumano para tu edad, con el fin de llegar lo antes posible a ese centro del andén, donde, como es natural, se van acumulando viajeros. 

Y entonces empieza a imaginarte situaciones de lo más absurdas, pero todas con un denominador común: no vas a poderte subir a tiempo al AVE. Con lo que pasas de un estado de expectativa a otro de ansiedad y, si no te controlas, acabas asombrando a los que te rodean con manifestaciones histéricas que no vienen a cuento. Menos mal que la experiencia siempre te da la solución adecuada: entra por la primera puerta que encuentres y, una vez dentro, con el tren parado o en marcha, ya buscarás tu asiento.

En Japón, nada de esto te puede pasar. Y lo comprobamos. Nuestro tren se detuvo, a su hora, exactamente con la puerta delimitada por las dos líneas amarillas perpendiculares a las vías entre las que estábamos de pie, esperando su llegada. Y como he dicho anteriormente, ni un centímetro más, ni un centímetro menos.

Una vez que llegamos a la estación de Inuyama ni recuerdo cómo nos llevaron al hotel Meitetsu. Fuéramos paseando a pie, o en microbús, lo que sí nos explicaron es que la ciudad de Inuyama estaba en la orilla izquierda del río Kiso Gawa y que la población que veríamos desde las habitaciones del hotel al otro lado del río era la de Unuma.


HOTEL MEITETSU

Cuando nos asignaron habitación y tomamos posesión de ella, lo primero que hicimos fue asomarnos a la terraza de la que disponía y comprobar que en la orilla de enfrente se extendían edificaciones sin solución de continuidad, aunque su nombre (Unuma) nadie nos lo confirmó.


VISTAS DESDE EL HOTEL

Lo que ocurrió a partir de ese momento lo tengo en la memoria como recuerdos troceados, y con conexiones que no van más allá de un orden cronológico con zonas intermedias oscuras. ¡Vamos! Como un puré de verduras mediterráneas que no se ha pasado por el ‘chino’ ni se le ha aplicado la batidora: se distinguen trozos de zanahoria, calabaza o patata, pero lo que les une es algo de color indefinible y de composición no identificable.

No he olvidado que nos trasladaron río arriba, informándonos que nos llevaban a la cabecera de un recorrido en canoa por los rápidos que había en el río Kiso Gawa.



ANUNCIO DE LOS RÁPIDOS


¿Cómo fue ese traslado? ¿En tren? ¿En barco? ¿En microbús?. ¡Ni idea! Solo quedan imágenes aisladas de nuestro paseo a pie hasta el inicio del puente que une Inuyama con Unuma, de una bajada empinada hasta el nivel del río, y una espera en el exterior de un edificio de una sola planta donde nos recogió el medio de transporte que nos trasladó hasta la cabecera del recorrido de los rápidos.


POSIBLE TRANSPORTE EN BARCA

Una vez allí, nos subieron a una canoa o algo similar en la que nos acomodamos como dios nos dio a entender unas dieciocho o veinte personas, e iniciamos un ‘paseo’ acuático en el que estábamos más preocupados de no mojarnos demasiado con las salpicaduras que provocaba la propia marcha de la canoa que en oír las explicaciones que nos daba el guía correspondiente.



EN LA CANOA

En aquellas zonas en las que el río se deslizaba, si no mansamente, sí con la velocidad y dirección constantes y, por tanto, sin chapoteos excesivos, admirábamos las formaciones rocosas de ambas orillas tratando de identificar las formas que semejaban tener según las indicaciones del guía.



Y no sé si porque mirábamos con retraso perdiendo, en consecuencia, la perspectiva adecuada, no logramos imaginarnos ni un león, ni una foca, ni unos amantes, en ninguna de las siluetas  de las citadas formaciones rocosas, que pasaban vertiginosamente ante nuestros ojos.


Total, que al cabo de veinte minutos o media hora tratando de esquivar el agua que saltaba al golpear el lateral de la canoa sobre la superficie del río, de agarrarte a lo que encontrabas más a mano para no acabar con la cabeza en el regazo del pasajero/a más próximo, y de girar la cabeza a derecha e izquierda, adelante y atrás, a la velocidad con que cambiaba la dirección en que señalaba el guía, y que a más de uno pudo provocarle un esguince cervical, nos dejaron a la orilla del río, en el mismo punto en que nos habían concentrado para trasladarnos al inicio del recorrido. 

Y de ahí, de vuelta al hotel con las dificultades inherentes al esfuerzo que tiene que hacer una persona afectada por un EPOC severo para subir una cuesta del veinte por ciento de pendiente.




No hay comentarios:

Publicar un comentario